Andrés Velasco
Andrés Velasco, a former presidential
candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional
Practice in International Development at Columbia University's School of
International and Public Affairs. He has taught at Harvard University
and New York University, and is the author of num… read more
SANTIAGO
– "Toda nación tiene los líderes que se merece", sentenció el
contrarrevolucionario francés Joseph de Maistre. Pero se equivocaba. Los
países de América Latina no eran merecedores de los vociferantes
demagogos ni de los generales puño-de-hierro que, hasta hace poco,
solían ocupar sus sedes de gobierno.
Un
vistazo a Venezuela o Nicaragua nos hace recordar que todavía no
desaparecen los demagogos ni los populistas. Sin embargo, desde los años
1990 ha ido en ascendencia un nuevo tipo de líder –moderado,
intelectualmente humilde y propenso al gradualismo–. Este es el liderazgo que América Latina se merece de verdad.
El
decano de esta generación de pragmáticos falleció la semana pasada. En
un continente de líderes de palabras estruendosas, Patricio Aylwin,
quien condujo a Chile de la dictadura a la democracia en 1990,
constituía una rareza: un profesor universitario de voz suave, cuya
pasión era el estudio de los aspectos más abstrusos del derecho
administrativo. Su legado arroja luz sobre lo que deberían hacer los
líderes latinoamericanos moderados si es que han de tener éxito.
Aylwin
se vio ante una de las decisiones morales más difíciles que puede
enfrentar el líder de una democracia recién restablecida: hasta qué
extremo buscar el enjuiciamiento de quienes habían secuestrado,
torturado y asesinado a miles de chilenos durante la dictadura del
General Augusto Pinochet. Su respuesta continúa siendo polémica hasta el
día de hoy. Según afirmó, procuraría la justicia “en la medida de lo
posible”.
Esta
idea pareció chocante al principio: ¿no se supone que la justicia es un
imperativo moral absoluto? Lo es. Pero la historia demuestra que no es
un imperativo que siempre se pueda lograr de forma perfecta. Obtener
justicia, aunque sea imperfecta, constituye un objetivo moral en sí.
Aylwin comprendía esto y actuó de manera acorde.
La
coalición que dirigía, audazmente recogió el desafío de Pinochet de
participar en 1988 en un plebiscito para determinar si él continuaría en
el gobierno, ganó a pesar de todas las adversidades, y en 1990 apartó
al dictador del poder. Si alguna vez ha existido el caso de un dictador
alejado no por la fuerza de la violencia sino de la palabra, el de Chile
lo fue.
Luego
de asumir el mando, el nuevo gobierno democrático decidió que antes de
imponer castigos, era preciso establecer toda la verdad acerca de las
violaciones de los derechos humanos. La "Comisión de la Verdad y
Reconciliación" creada en Chile pasó a ser el modelo para entidades
semejantes que fueron organizadas en la década de 1990 en Sudáfrica y
otros países a través del mundo. Aylwin apareció en la televisión
para compartir la triste verdad con sus compatriotas. Con voz
temblorosa, pidió perdón en nombre del Estado por los crímenes
cometidos. A los chilenos de mi generación todavía nos tiembla la voz
cuando recordamos ese momento.
Los
tribunales realizaron su labor. Pinochet nunca estuvo dentro de una
celda, pero muchos de sus subalternos –entre ellos el líder de la
policía secreta– cumplieron condenas largas. ¿Cuántos países que emergen
de un oscuro período autoritario (es posible pensar en Rusia, Alemania
Oriental, España, Portugal o Brasil) pueden decir que han hecho lo
mismo? En el Chile de Aylwin, la justicia se puso en práctica en la
medida de lo posible, pero ello no fue algo que se pueda menospreciar.
Aylwin
pertenecía al Partido Demócrata Cristiano, que en Chile surgió de las
cenizas del antiguo Partido Conservador. Era católico observante. No le
hubiera gustado que lo tildaran de liberal. Sin embargo, gobernó de
acuerdo al estilo del zorro liberal del filósofo Isaiah Berlin, el que sabe de muchas cosas, en oposición a su erizo, el que sabe mucho de una sola cosa.
Los
populistas siempre son erizos, ya sea en América Latina o en otros
lugares. Son dogmáticos. El mundo tiene que adaptarse a su ideología
monolítica, en lugar de viceversa. El pragmatismo, la experimentación
con diferentes políticas, el aprendizaje gradual, no son lo suyo.
"Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. ¿Qué hace usted,
señor"? El espíritu tras esta famosa sentencia, atribuida a John Maynard
Keynes, resulta ajeno al sector de los populistas, pero no así a la
generación de pragmáticos latinoamericanos capitaneada por Aylwin.
Él
era el antipopulista. Asumir el poder después de 17 años de un gobierno
autoritario de derecha, conlleva una enorme tentación de prometer mucho
y gastar generosamente. No obstante, Aylwin practicó la austeridad
fiscal y ofreció a los chilenos dignidad, además de sudor y trabajo duro
(pero no sangre ni lágrimas).
Aylwin
instintivamente desconfiaba de los mercados y en alguna ocasión afirmó
con orgullo que jamás había puesto pie en un centro comercial. Sin
embargo, luego de instalado en la presidencia, no solo mantuvo el
sistema económico de libre mercado de Chile, sino que lo profundizó,
celebrando acuerdos de libre comercio con un gran número de países. Al
mismo tiempo, su gobierno elevó los impuestos, aumentó el gasto social y
fortaleció la negociación colectiva a través de un acuerdo con los
sindicatos. Su liderazgo fue el del zorro en su mejor expresión.
Los
resultados fueron alentadores. En los años desde 1990, el ingreso per
cápita en Chile se ha triplicado. En ese entonces, el 40 % de los
chilenos vivía por debajo de la línea de la pobreza; hoy día, la cifra
es de alrededor del 10 %. La desigualdad no se ha reducido, pero,
contrario a lo que afirman algunos críticos, tampoco ha aumentado.
El
economista Albert O. Hirschman, probablemente el observador más agudo
de la política latinoamericana de los últimos cincuenta años, ha sido
crítico de lo que él llama –citando a Flaubert– la rage de vouloir conclure,
o la obsesión que muestran algunos líderes de la región por tratar de
llevar todo a una conclusión inmediata. En su lugar, Hirschman llamó a los líderes a desarrollar una "pasión por lo posible", y pacientemente "vender las reformas de a poco".
Aylwin
acogió este llamado. Lo mismo hicieron Fernando Henrique Cardoso de
Brasil, Alan García de Perú, Ernesto Zedillo de México, Juan Manuel
Santos de Colombia, Ricardo Lagos de Chile y Julio María Sanguinetti de
Uruguay. Por un tiempo, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da
Silva pareció formar parte del grupo. Mauricio Macri, jefe de gobierno
de Argentina, es un postulante contundente, pero con solo unos pocos meses de presidencia, es demasiado pronto para decidir.
El
"posibilismo" no es lo mismo que la complacencia. Por el contrario, en
las palabras de Hirschman, apunta a "ampliar los límites de lo que es o
se percibe que es posible". Hubo una época en la que no parecía posible
que América Latina fuera bien gobernada. Hoy día, sabemos que no es así.
Por ello, deberíamos agradecer a líderes como Patricio Aylwin.
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