Michael J. Boskin
Michael J. Boskin is Professor of
Economics at Stanford University and Senior Fellow at the Hoover
Institution. He was Chairman of George H. W. Bush’s Council of Economic
Advisers from 1989 to 1993, and headed the so-called Boskin Commission, a
congressional advisory body that highlighted errors in … read more
STANFORD
– A poco más de dos meses de la elección presidencial estadounidense,
Hillary Clinton aventaja a Donald Trump por cinco puntos en las
encuestas de opinión, tanto en el nivel nacional como en varios estados
importantes que pueden definir la contienda. Pero todavía no está todo
dicho, especialmente dadas las grandes definiciones políticas y las nuevas designaciones
en la campaña de Trump, por no hablar de los escándalos cibernéticos
que siguen plagando la campaña de Clinton, entre ellos la reciente
publicación de e-mails entre altos cargos de la Fundación Clinton y funcionarios del Departamento de Estado mientras estaba bajo el mando de Clinton.
Hasta
ahora, los medios de prensa y la opinión pública se centraron en la
inmigración, el terrorismo, la política exterior y los rasgos de
personalidad potencialmente problemáticos de cada candidato; pero mucho
menos se habló de la política económica. Es una omisión seria, porque
las plataformas económicas de los candidatos exhiben importantes
diferencias.
En primer lugar, hablemos del gasto público. Clinton está a favor
de políticas de bienestar como la ampliación de prestaciones de la
Seguridad Social (cuyas obligaciones futuras no financiadas ya superan
la deuda nacional), la gratuidad de la universidad pública y el alivio
de deudas por préstamos estudiantiles, así como de sumar un seguro de
salud público a las alternativas previstas por la Ley de Atención Médica
Accesible de 2010 (“Obamacare”). También dice que mantendrá y ampliará
la costosa política industrial “verde” del presidente Barack Obama, que
favorece ciertas fuentes de energía e incluso determinadas empresas en
detrimento de otras.
En cambio, Trump dice
que dejará la Seguridad Social como está, derogará y reemplazará el
Obamacare, y aumentará la eficiencia y eficacia del gasto público (pero
sobre esto no dio precisiones).
En materia tributaria, Clinton dice que hará más progresivo el sistema estadounidense (aun cuando ya es el más progresivo
de todas las economías avanzadas). En concreto, propone aumentar el
impuesto inmobiliario y sobre la renta de los contribuyentes de mayores
ingresos (lo que también afecta a las pequeñas empresas) y limitar los
conceptos que pueden deducirse de la base imponible. Respecto de los
impuestos a las empresas, no se muestra muy inclinada a reducirlos.
Trump
propone una reducción de impuestos para las personas y empresas
estadounidenses. El impuesto corporativo federal en Estados Unidos hoy
es el 35%, el más alto de la OCDE.
Trump propone reducirlo a 15% (por debajo de la media), con deducción
total de las inversiones empresariales durante el primer año.
En cuanto al comercio internacional, Clinton ahora se opone al Acuerdo Transpacífico,
un tratado multinacional de libre comercio negociado por el gobierno de
Obama y otros once países de la Cuenca del Pacífico. A diferencia de su
marido, que durante su presidencia apoyó y concretó la firma de varios
tratados de libre comercio, Clinton se está acercando al ala
proteccionista del Partido Demócrata.
La
postura de Clinton en materia de comercio internacional tiene pocos
méritos, pero la de Trump es todavía peor. Entre otras cosas, Trump
amenazó con iniciar una guerra comercial con China y México, y dice que
renegociará los tratados comerciales ya firmados por Estados Unidos.
Previsiblemente, Clinton y Trump hablan por los trabajadores de clase
baja y media a los que la globalización
dejó atrás. Pero la mejor respuesta política no es el proteccionismo
(que perjudicaría a mucha más gente), sino ayudar mejor a los
trabajadores desplazados.
Por
último, Clinton y Trump difieren en relación con el déficit fiscal y la
deuda pública. La ampliación propuesta por Clinton de la Seguridad
Social y otras partidas de gasto, y sus planes de reforzar aún más el
Obamacare, sin poner límites al costo de futuras prestaciones (que según
las proyecciones van camino de aumentar), hacen pensar que su
presidencia también estaría signada por un importante déficit. Muy
distinto al historial de su esposo: Bill Clinton trabajó con un Congreso
bajo control republicano para equilibrar el presupuesto en los últimos
años de su presidencia.
Hace
poco Trump limitó su propuesta de recorte de impuestos, para reducir su
costo fiscal y ponerla más a tono con las cifras previstas por los
legisladores republicanos. Aun si el recorte se compensa con un aumento
de recaudación derivado del crecimiento económico, todavía debería
complementarse con medidas de control de gastos, especialmente en
prestaciones sociales. De lo contrario, una presidencia de Trump también
podría tener serios problemas de endeudamiento.
Algo
en lo que ambos candidatos coinciden es un enorme gasto en
infraestructura. Por desgracia, si bien parte de ese gasto se condice
con la función del gobierno federal, ninguno de los candidatos explicó
cómo se evitará que la politización y el amiguismo terminen en derroche.
Estados Unidos no necesita una repetición del masivo programa de
estímulo a través de la obra pública del gobierno de Obama.
En
síntesis, Clinton priorizaría la redistribución sobre el crecimiento
económico, mientras que Trump está más orientado a lo segundo. El
crecimiento de Estados Unidos es un asunto global, porque impulsa el de
otros países, a través de la demanda de los consumidores estadounidenses
y el comercio internacional. Pero las dos fuentes principales de
crecimiento (el aumento de productividad y el factor mano de obra, por
ejemplo, la cantidad total de horas‑hombre trabajadas) cayeron
abruptamente los últimos años. Después de la Segunda Guerra Mundial, la
economía de Estados Unidos creció a un ritmo promedio anual del 3%
durante varias décadas, pero en la última no hubo ni siquiera tres
trimestres consecutivos con ese índice de crecimiento.
Se
han dado varias explicaciones de la desaceleración del crecimiento de
la productividad. El economista Robert Gordon, de la Northwestern
University, señala que hoy la innovación tecnológica aporta menos al
crecimiento económico que avances previos como la electricidad, el
automóvil, la aviación y la computación. El economista Lawrence Summers,
de la Universidad de Harvard, apunta al “estancamiento secular”,
término acuñado por el economista Alvin Hansen en los años treinta para
describir la falta permanente de demanda y oportunidades de inversión
rentable. En mi opinión, la mala política económica desalentó la
inversión empresarial, el emprendedorismo y el trabajo.
Las
encuestas muestran que los votantes indecisos desconfían profundamente
de los dos candidatos. Para ganar la elección y tener mandato efectivo
para implementar su agenda, Clinton deberá ser más transparente y
honesta en relación con sus errores pasados. Y en política económica,
debería acercarse al centro, hacia medidas enfocadas en el crecimiento, y
alejarse de las posiciones izquierdistas que adoptó durante la campaña
de las primarias contra el senador por Vermont Bernie Sanders. Trump,
por su parte, tendrá que mostrar un poco de humildad e inclusivismo, y
aceptar el consejo de otros en cuestiones en las que le falta
experiencia.
Si
bien los republicanos están parejos con los demócratas en la carrera
por el control del Senado, es muy probable que mantengan la mayoría en
la Cámara de Representantes. De allí que en muchas cuestiones de
políticas, todas las miradas apuntarán al líder republicano de esa
cámara, Paul Ryan, que probablemente actuará como contrapeso (y
ocasionalmente socio) de Clinton, o como guía y socio más regular en el
caso de Trump.
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