Si bien
hemos abordado este tema muchas veces, no estará de más reiterar algunas ideas
básicas al respecto, sobre todo porque la confusión sobre el mismo sigue
latente en muchos ámbitos, incluso académicos.
"La organización Oxfam ha dado
con la solución para acabar con la pobreza en el mundo: ¡quitarle el dinero a
los ricos! Nada fascina más al buenismo de todos los partidos y tendencias que
las alquimias políticas que comporten la violación de la propiedad privada,
sobre todo si es de una minoría indeseable. Los titulares de prensa recogieron
con visible entusiasmo el descubrimiento de Oxfam: Los ingresos en 2012 de las
100 personas más ricas del planeta podrían acabar cuatro veces con la pobreza
mundial."[1]
La idea
popular de que los ricos son ricos a expensas de los pobres no es nueva. Podría
decirse que es tan antigua como el hombre. Ya en la Biblia encontramos
referencias a ella, si bien bajo diferentes escenarios y contextos. El fundamento
histórico parecía justificado: en los pueblos antiguos la riqueza era obtenida
por medio de la fuerza de reyes, emperadores y monarcas, que a través de
guerras de conquista se apropiaban absolutamente de todo lo que podían, a costa
de sus conquistados. Tras una invasión, los jefes militares y políticos
confiscaban tanto bienes como personas, usufructuando a ambos, y reduciendo a
sus invadidos a la esclavitud. Así, el poder y el dinero terminaba hallándose
-al final del camino- siempre en las mismas manos: la de los poderosos jefes
militares y políticos. Este fue el panorama general mundial hasta que, hacia
finales del siglo XVIII, comienza a irrumpir en escena un fenómeno que
revertirá -casi por completo- esa historia, y este acontecimiento consistió en
la aparición del capitalismo.
"El mensaje es diáfano: no sólo
se resuelve la pobreza quitándole el dinero a los ricos, sino que ni siquiera
hay que quitárselo todo. Incluso cabe dejarles bastante. Vamos, no quitarles el
dinero es monstruoso: "la riqueza y los ingresos extremos no sólo no son
éticos, sino que además son económicamente ineficientes, políticamente
corrosivos, socialmente divisores y medioambientalmente destructivos". No
sé si está claro: es que quitándoles un poco de su grosero patrimonio a los
ricos, todo está resuelto. Todo."[2]
La palabra
"extremo" no es más que un juicio de valor, una apreciación por
entero subjetiva que varía de significado de persona en persona. Alguien que
tenga un sólo par de zapatos podría considerar "extremo" que otra
persona tuviera dos o tres; de la misma manera que alguien que tuviera un
millón de dólares podría juzgar "extremo" que su vecino tuviera dos o
tres millones de la misma moneda. Nunca vamos a poder acertar un criterio único
ni un patrón uniforme que catalogue -de una vez por todas y para siempre- que
es lo "extremo" o "anti-extremo" para todo el mundo.
"La mendacidad no es un
accesorio del pensamiento único: integra su misma esencia, y aquí resplandece
como nunca, en un triple sentido. En primer lugar, es falso que la pobreza
tenga que ver con la riqueza: los pobres no son pobres porque los ricos sean
ricos. Un rico no es necesariamente un ladrón. Sólo si hay apropiación forzada
la riqueza equivale a la pobreza. Por cierto, eso sucede en un caso importante
que no es analizado por el progresismo: cuando el Estado nos quita el dinero,
ahí sí que se enriquece él a expensas de sus súbditos. En condiciones de
libertad el rico no empobrece a los demás ni es éticamente reprochable, al
revés de lo que asegura Oxfam."[3]
En
condiciones de libertad o de un sistema capitalista pleno, el rico enriquece al
pobre y no a la inversa. El capital acumulado hace de apoyo logístico al
trabajo, y este efecto provoca que los salarios reales crezcan, lo que es
sumamente provechoso para todas las personas de escasos recursos, sea que estén
efectivamente empleadas o no lo estén. En el capitalismo, la libre competencia
obliga a los empresarios y productores a bajar precios de sus artículos, al
tiempo que el mercado libre competitivo los fuerza -les guste o no- a aumentar
salarios, y a contratar más mano de obra. De tal suerte que, los desocupados
pasan a conseguir empleo, y los ya empleados ven subir sus salarios. En los
mercados intervenidos (como los nuestros) el efecto observado es el inverso.
"En segundo lugar, la pobreza
no se supera mediante transferencias de recursos existentes, sino mediante
creaciones de riqueza a cargo de los propios pobres, que jamás son considerados
como protagonistas por el discurso hegemónico, que los ve como petrificados
explotados, incapaces de salir adelante si no viene un poderoso a redistribuir
a la fuerza la propiedad ajena."[4]
El gobierno
no puede hacer caridad con los pobres, por la sencilla razón de que los
recursos que les trasfiere se los está quitando a otras personas (ricos y
pobres asimismo) y la caridad sólo adquiere relevancia cuando se realiza con
fondos propios. Más los gobiernos nunca obtienen fondos propios. Todo dinero
que maneja el gobierno es producto de la expoliación al sector productivo de la
economía.
"Y en tercer lugar, el camelo
de Oxfam transmite la sensación de que la política es buena si "lucha
contra la desigualdad" hostigando exclusivamente a los millonarios. Pero
la política no hace eso nunca, sino que se dedica a arrebatar los bienes a las
grandes mayorías, a las que cobra impuestos y ahoga con toda suerte de
controles, regulaciones, prohibiciones y multas; grandes mayorías, por cierto,
que no reciben la atención de Oxfam ni de ninguna voz del buenismo predominante"[5]
La pobreza
actual es consecuencia de la política de la mayoría de los estados nación que
se encuentran enrolados en una lucha contra la riqueza o contra el capital, tal
como K. Marx quería. Estos gobiernos, rehusarían rotularse como marxistas, sin
embargo lo que practican es marxismo, si bien no puro, pero marxismo al fin. El
keynesianismo -más aceptado recientemente- es sólo una forma edulcorada de
marxismo menos violento pero no menos letal.
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