Por Bertie Benegas Lynch
Con el tiempo, la palabra
'discriminación' ha tomado más corrientemente la acepción negativa del
término. Sin embargo, debemos considerar que la discriminación está
presente en toda acción y propósito deliberado. Estas facultades
exclusivamente humanas implican elecciones, manifestaciones de
preferencias o cursos de acción cuya realización, necesaria e
ineludiblemente, excluye otras opciones.
El lector no dejará de apuntar que no es
lo mismo elegir entre jugar al tenis y pasear el perro que cuando
dichas elecciones involucran personas. Pero tengamos en cuenta también
que, cuando elegimos un amigo, un proveedor de tomates, un empleado para
trabajar en nuestra empresa, un dentista o una línea aérea, estamos
discriminando personas. Discriminamos personas por su experiencia, sus
valores y otras características que creemos que se ajustan al perfil que
pretendemos encontrar en un amigo, un jardinero o un asesor de
inversiones.
A nuestro juicio, la
discriminación condenable es aquella que no considera a la igualdad ante
la ley como un valor esencial e inherente a la naturaleza del hombre.
El principio fundamental para que una sociedad se considere civilizada
es reconocerle a cada individuo, y a todos por igual, el respeto
irrestricto a su vida, a su libertad y su propiedad.
Sin embargo —y este es un punto
central—, de este principio no se desprende que el individuo tenga
derecho a la vida, la libertad y la propiedad de otros. Cuando, por
ejemplo, un gobierno obliga a una universidad a mantener cupos mínimos
de ingreso para latinos, no le está otorgando derechos a los latinos,
sino afectando el derecho a los titulares de la universidad de disponer
de su propiedad. En el mismo sentido, creo igualmente criticable cuando
el monopolio de la fuerza presiona a un club exclusivo de hombres a
aceptar mujeres como socias, o que obliguen a un club de mujeres a
aceptar hombres como asociados. Aquellos fines que se propongan
las asociaciones libres entre individuos, mientras no tengan por objeto
lesionar derechos de otros, deben ser respetados a ultranza.
La empresa que se autoimpone un aumento
en la proporción de mujeres en su plantilla de empleados supone que la
dirección considera que la empresa está desatendiendo el talento y los
valores que las mujeres pueden aportar a la institución para mejorar su
cuadro de resultados. Esto es legítimo, pero, si la práctica fuera
originada por una imposición legislativa, sería impropio, inadmisible y
una clara corrosión institucional en donde la ley se convierte en un
canal válido para disponer de la propiedad de otros y hacer prevalecer
nuestros gustos y necesidades.
Fue muy comentado en los medios un
episodio que protagonizaron dos chicas en un conocido bar de la zona de
la Recoleta, cuyo comportamiento no fue acode a la conducta que
pretenden los dueños del lugar. A veces se confunde el espacio público
con un espacio privado que, por fines comerciales, está abierto al
público. Un restaurant, un teatro, un parque de diversiones o un local
de ropa no pierden el carácter privado por ser abiertos al público. En
consecuencia, son los dueños los que deberían tener la
supremacía y la potestad sobre su propiedad y las normas o las pautas de
orden que ellos crean convenientes para atender a los clientes que
quieran convocar. Esto incluye la decisión acerca de si los
hombres deben vestir con saco y corbata para su ingreso, si se puede
fumar o no, si se determinará una edad mínima de ingreso, si aceptarán
mascotas. En aquellos que son locales gastronómicos, si habrá menú light
o no, si pondrán o no sal en la mesa, el tamaño del vaso en que se
sirven bebidas colas, etcétera.
En el caso del restaurant de Buenos
Aires que comentamos, días después del episodio se organizó un "besazo",
que consistió en convocar a homosexuales en la puerta del local para
hacer las mismas demostraciones que habían originado el episodio.
Algunos fueron más allá con la provocación e ingresaron al local para
besarse. El absurdo más acabado de toda esta prepotencia fue la
intervención de la autoridad porteña para informar que el Gobierno
decidió someter a los empelados del restaurant a un curso sobre la
convivencia en la diversidad.
Son irrelevantes las apreciaciones que personas ajenas a la propiedad de un comercio determinado puedan hacer sobre sus normas.
Así como nadie nos debe obligar a concurrir a locales que no son de
nuestro agrado o cuyas normas de inclusión nos resulten antipáticas, no
tenemos el derecho de imponer nuestras preferencias a sus dueños como si
se tratara de nuestra propiedad.
El autor es magíster en Economía y Administración de Empresas, ESEADE.
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