Javier Solana
Javier Solana was EU High
Representative for Foreign and Security Policy, Secretary-General of
NATO, and Foreign Minister of Spain. He is currently President of the
ESADE Center for Global Economy and Geopolitics, Distinguished Fellow at
the Brookings Institution, and a member of the World Economic Fo… read more
MADRID
– Los populismos, con sus autoproclamadas victorias sobre las élites,
coinciden en señalar a la globalización como la causa de los problemas
que sufren los ciudadanos. Sus discursos están especialmente dirigidos a
quienes, en los últimos años, han visto descender su nivel de vida y se
han sentido ajenos a los procesos globales, de los que otros parecían
beneficiarse. Es cierto que estos agravios no han sido la única chispa
que ha encendido el movimiento anti-globalización, y prueba de ello es
que también ha calado en países con bajas tasas de desempleo y salarios
crecientes, pero el debate ocupa la actualidad y no debemos ignorarlo.
En
primer lugar, porque no hay duda de que el apoyo a estos partidos sigue
creciendo y, de no hacer nada, podemos encontrarnos con importantes
retrocesos en nuestras sociedades. En segundo lugar, porque debemos dar
una respuesta a quienes se han sentido abandonados por las clases
políticas. La estupefacción que nos provoca pensar que Donald Trump o
Marine Le Pen puedan gobernar debe ser la llamada de atención ante una
cuestión pendiente: la creciente desigualdad en nuestras sociedades.
La
globalización ha supuesto la salida de muchos de la pobreza y la
reducción de la desigualdad a nivel global, es decir, entre países. Como
señala Branko Milanovic, estamos ante el primer descenso de la
desigualdad global de los últimos doscientos años y en el momento de
mayor restructuración de la renta personal desde la Revolución
Industrial. En este período, quienes han visto aumentar sus ingresos han
sido las clases medias y altas de los países asiáticos y las clases más
altas, a nivel global. Esto ha llevado el aumento de la desigualdad
dentro de los países. El ejemplo más evidente es el de Estados Unidos,
donde el coeficiente de Gini (el índice que mide los niveles de
igualdad) subió cinco puntos entre los años 1990 y 2013, pero también ha ocurrido en menor medida en China, India y en la mayoría de países europeos.
Para
los ciudadanos de muchos países desarrollados el hecho de que millones
de personas que viven a miles de kilómetros de distancia hayan salido de
la pobreza, es una realidad muy lejana. En cambio, han visto durante
estos años cómo sus salarios se han estancado y han aumentado las
desigualdades entre ellos y sus vecinos más ricos. Esto ha causado una
desvinculación con las llamadas “élites”, aunque esta categoría sea muy
difusa, y un rechazo a la apertura, tanto de las economías como de las
sociedades. Sin duda, las transformaciones económicas tienen efectos en
la política.
Debemos
dar una respuesta a la realidad de tantos ciudadanos que buscan su
salvación en quienes ofrecen volver a un mundo, que nunca existió, en el
que los Estados son autosuficientes, igualitarios e inmunes a las
circunstancias externas. El auge del populismo demuestra que las clases
políticas no han atendido de manera suficiente estas necesidades y ha
faltado conexión con los ciudadanos ante los que tienen que responder.
Es, además, importante considerar sinceramente la desigualdad de
nuestras sociedades ante el impacto que las nuevas tecnologías y la
inteligencia artificial tendrán en el mercado laboral. Según la OCDE,
la automatización de las tareas manuales y repetitivas impactará
fundamentalmente en aquellos que no han accedido a estudios superiores,
lo que previsiblemente intensificará la polarización de la sociedad.
Para
lograr soluciones efectivas, la cuestión debe considerarse a todos los
niveles, incluyendo sin duda el nacional. La globalización requiere
gobiernos nacionales sólidos y capaces de atender las necesidades
sociales. Una de las grandes quejas de estas clases medias occidentales
es el abandono por parte de sus clases dirigentes, que han centrado su
labor en las grandes cumbres internacionales descuidando el devenir de
las pequeñas localidades. Son los gobiernos nacionales quienes deben
mantener el contacto y el vínculo con los ciudadanos, defendiendo sus
intereses y buscando su beneficio. Nada tiene que ver con darle la
espalda a la globalización, ni con introducir medidas proteccionistas,
sino con fomentar el equilibrio social que sostiene los sistemas
democráticos. Para ello, no basta con aplicar soluciones paliativas de
la desigualdad actual sino que se deben diseñar medidas preventivas. Son
particularmente relevantes las políticas de educación y formación
continuada adecuadas al mundo presente y al que viene, en el que la
creatividad, la capacidad para resolver problemas o las aptitudes
interpersonales son irremplazables.
Los
gobiernos nacionales son, a la vez, los componentes básicos de la
gobernanza global y sus arquitectos. Aún queda mucho por construir en el
sistema de gobernanza global, que se ha demostrado insuficiente para
gobernar la compleja economía global, especialmente en ámbitos como la
fiscalidad o el empleo. Asimismo, los foros internacionales deben
incluir estos debates y convenir acciones globales. En la pasada cumbre
del G20, ya se introdujo la cuestión de la creciente desigualdad en
muchos países, como un riesgo para el crecimiento inclusivo y la
cohesión social. La agenda de la próxima cumbre, que tendrá lugar a
principios de septiembre en China, ya incluye en su agenda explorar
medidas concretas para reducir la desigualdad.
Es
el momento de dar pasos reales. En los próximos meses hay elecciones
cruciales. Permitir la victoria del populismo pondría en peligro muchas
conquistas sociales y sería el mayor fallo a los ciudadanos. El
resultado del referéndum británico nos ha despertado de una ilusión en
la que veíamos acercarse los riesgos, confiando en que nunca llegarían a
materializarse. Ahora sabemos que lo impensable puede ocurrir. Hay un
número significativo de ciudadanos que apoyan las propuestas
antiglobalización y sus mensajes calan rápidamente en quienes no han
disfrutado de las ventajas de la globalización y se han sentido
olvidados en la toma de decisiones. La conexión con ellos y la apuesta
por su futuro serán cruciales para las próximas elecciones y para la
estabilidad de nuestras sociedades
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