Por Pedro Corzo
La historia de Cuba lamentablemente no
podrá ser escrita sin hacer referencia al mandato de Fidel Castro. Ha
sido el personaje más destacado de la historia nacional en los últimos
60 años. Su figura trascendió las fronteras de la isla y su gestión
política situó al mundo al borde de un holocausto nuclear.
Castro irrumpió en la política cubana a
través del pandillerismo universitario. No tuvo éxito en su propósito de
convertirse en líder de la FEU, pero sí tuvo la capacidad de asociarse
con los grupos más violentos que operaban en la década del 40 en la
Universidad de La Habana.
Su capacidad para sobrevivir se
desarrolló entre aquellas familias mafiosas. Aprendió a mezclar la
violencia con la adulación. Su agudo sentido de la oportunidad le sirvió
mucho. Audaz, inteligente y manipulador, se rodeó de un grupo de
incondicionales que le han sido fieles por décadas.
El cuartelazo militar fue el caldo de
cultivo perfecto para el mejor desarrollo de sus “talentos”. La crisis
que generó en la sociedad cubana el golpe del 10 de marzo, fue anillo
para su dedo.
El pandillero se transformó en
revolucionario, una especie de deidad de la sociedad cubana de la época
que sintetizaba todas las virtudes del Príncipe Azul de las novelas
románticas del siglo XIX.
El sentir revolucionario se transformó
en una especie de religión particularmente cruel. Hijos se enfrentaban a
los padres. Las familias se dividieron. Los amigos desaparecieron. La
desconfianza y la duda se propagaron por toda la sociedad. En cada
cuadra había una jauría de perros rabiosos listos a morder por cualquier
hueso. Delatar era un deber, el callar, traición a un estado celoso de
sus prerrogativas.
El totalitarismo se dio nuevas leyes.
Las parodias de procesos legales permitían asesinatos públicos. Se
fusiló en parques, cementerios y detrás de las escuelas. Se militarizó
la sociedad. Se implantó el terror. Se impuso un paradigma que promovía
el odio y el tableteo de las ametralladoras para resolver las
diferencias. Las bases culturales y morales de la nación, como parte de
un Plan Nacional que pretendía recrear la conciencia ciudadana, fueron
quebradas para introducir nuevos valores y dogmas.
Decenas de miles de personas fueron a
prisión. Miles más partieron al exilio. La censura se impuso en todo el
país. La libertad intelectual desapareció. Se estableció un estricto
control de los medios informativos. Las religiones fueron enclaustradas
en sus templos y sus practicantes reprimidos. Una especie de nueva
devoción impuso sus propias tradiciones, cultos, lutos y fiestas.
En la isla se ha establecido una
nomenclatura que ha disfrutado sin interrupción del poder absoluto y de
las prerrogativas que del mismo se derivan. Se instituyó una
aristocracia artística, deportiva e intelectual, en la que cualidades
notables estaban supeditadas al compromiso político.
Las Fuerzas Armadas de rendir tributo a
un ejército y nación extranjera, han mutado a una corporación
empresarial corrupta en la que los jerarcas se enriquecen y la población
vive en la miseria.
El pudor se escabulló en la promiscuidad
y la prostitución, presentes en toda sociedad pero siempre cuestionada,
se reconcilió con la comunidad para ser aceptada como práctica común,
porque lo importante es “sobrevivir” sin interesar lo que hubiera que
dar o hacer a cambio.
El castrismo es el principal responsable
de la corrosión moral que amenaza extenderse a toda la nación. La
soberanía personal ha sido sustituida por la dependencia del estado. La
disciplina laboral se ha extinguido. Acabó con la fortuna de los ricos
para distribuir mejor la miseria. El extranjero se transformó en primer
ciudadano. En los inicios, el privilegio se sustentaba en la política,
en la actualidad en dólares o en ambos atributos.
En el país se ha establecido una
dictadura familiar. Un régimen dinástico que pretende una transición
política y económica en el marco del castrismo en el que paulatinamente
exista la posibilidad de que los esclavos puedan tener aire
acondicionado en sus barracones, pero no la libertad de escoger la forma
de gobierno y sociedad de sus deseos.
Fidel Castro deja una herencia
lamentable. Los números son rojos, no sólo porque las cuentas están en
negativo, sino porque rojos son los sufrimientos de millones de personas
y rojos por la sangre derramada.
El autor es periodista de Radio Martí.
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