La presión fiscal argentina pasó de un 27 del PBI, al 40, castigando especialmente al Agro. | |
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Con lo que, de paso, generan dependencia y crean lealtades, las de aquellos a los que incorporan irresponsablemente a la creciente planta de trabajadores del Estado, de muy escasa productividad, quienes los seguirán votando con tal que su situación laboral (de privilegio) no se altere nunca.
Lo sucedido en la Argentina es de libro de texto. Las cifras que seguidamente invocaré fueron publicadas recientemente por el diario La Nación. Y son bien elocuentes, por cierto.
En el año 2002, antes del calvario o suplicio kirchnerista, la Argentina sumaba unos 2.100.000 empleados públicos nacionales, provinciales y municipales, a los que debía sumar unos 3.000.000 de jubilados y pensionados. Todos ellos estaban entonces, bien o mal, a cargo de quienes pagan impuestos. Así de simple. Hablamos de unos seis millones de personas, frente a las cuales había unos siete millones de trabajadores activos en el sector privado que aportaban religiosamente a la seguridad social y pagaban puntualmente sus impuestos. La balanza podía ser mejor, pero no estaba groseramente desequilibrada. Pese a que, ya entonces, ciertamente sobraban empleados públicos.
En los doce años del verdadero azote kirchnerista (2002-2015) esas cifras, como era de suponer, cambiaron dramáticamente. Los empleados públicos pasaron a ser de unos 4.100.000. Se duplicaron, entonces. Y los jubilados y pensionados pasaron a ser 7.100.000, a los que se agregaron unos ocho millones de beneficiarios de “planes sociales” (subsidios). Un total de 19,6 millones de personas hoy, de un modo u otro, reciben felices un cheque mensual del Estado argentino. Los aportantes y contribuyentes del sector privado treparon también, hasta llegar a unos 8.500.000 personas. Pero la relación entre ambos grupos de personas quedó sensiblemente desequilibrada. Ocurre que hoy unos 8,5 millones de argentinos pagan y aportan y unos 19,6 millones de argentinos, en cambio, cobran o reciben.
No hay país del mundo que tenga una relación parecida. Porque ella testimonia una suerte de vocación de suicidio económico y una intención oculta de destruir la realidad para generar alguna crisis grave que permita reestructurar la economía para empujarla hacia el “modelo” colectivista, aquel que ha generado los “paraísos” cubano y venezolano. Increíble, pero esto es lo que, simplificando, sucedió en la Argentina, en muy pocas palabras.
Para mantener, al menos por un rato, un “estado de cosas” que constitutivamente era insostenible, el kirchnerismo aumentó exponencialmente la presión tributaria sobre el sector privado, castigando muy especialmente al agro, al que odia. La presión fiscal argentina pasó así de ser un 27% del PBI, a alcanzar un asfixiante -y absurdo- 40% del PBI.
Presión fiscal escandinava y servicios públicos obsoletos, de país de tercer nivel. Especialmente en la educación, atención de la salud, y provisión de electricidad, gas domiciliario, agua corriente, etc...
De esa manera, el frágil equilibrio fiscal que existía antes del kirchnerismo despareció primero y fue luego reemplazado por un déficit fiscal realmente fenomenal: del 7% del PBI, endosado perversamente al actual nuevo gobierno, presidido por el Ingeniero Mauricio Macri.
Gigantismo estatal y déficit fiscal fueron las consecuencias de lo antedicho, que ahora deben corregirse ante un pueblo que está acostumbrado (cual drogadicto) a que le “regalen” los servicios públicos, a lo que, cree, “tiene derecho”.
Por eso, hoy ajustar las tarifas para que por lo menos reflejen sus respectivos costos, levanta polvaredas y alimenta protestas y da de comer y beber a los resentimientos de muchos, perturbando profundamente al plexo social y haciendo muy compleja la corrección de los errores antes descriptos.
No obstante, ese esfuerzo es la tarea primera que el presidente Macri debe encarar. Porque está frente a un estado de cosas que no puede mantenerse, sin acercar a los argentinos al abismo que, en las urnas, eligieron mayoritariamente dejar atrás.
Esto frente a un agro (el sector más competitivo de la economía argentina) que recién comienza a respirar, pero que está dañado. Ha caído un 10% en su producción de trigo y otros cereales y que, de ser en el 2002 el tercer exportador mundial de carne, pasó a ser el 12° del mundo. Perdiendo, de paso, unas nueve millones de cabezas de su “stock” de ganado vacuno, lo que deberá reconstruirse para poder volver a ser lo que hasta no hace mucho fuera.
Como las plagas destruyeron, hace siglos, a los faraones egipcios, los Kirchner hicieron algo similar con la Argentina. Que,gracias a Dios, pudo evitar, sobre el filo mismo de la navaja, convertirse en un triste satélite más de Cuba y de Venezuela. Política y económicamente. Pero además, peor, aún también moralmente.
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