Joschka Fischer
Joschka Fischer was German Foreign
Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's
strong support for NATO's intervention in Kosovo in 1999, followed by
its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics
after participating in the anti-establishment protest… read more
BERLÍN
– Gran parte de la historia de Europa estuvo marcada por el conflicto.
El historiador norteamericano Robert Kagan escribió en 2003 que "los
norteamericanos son de Marte y los europeos, de Venus"; pero Europa,
durante siglos, fue hogar del dios romano de la guerra, no de la diosa
del amor.
Venus
encontró un hogar en Europa recién después de la Segunda Guerra
Mundial, cuando surgieron muchas instituciones de gobernancia global,
entre ellas las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el sistema monetario
de Bretton Woods. Durante la Guerra Fría, los países europeos perdieron
todo menos su soberanía en manos de dos nuevas superpotencias globales,
Estados Unidos y la Unión Soviética.
Finalmente,
las dos superpotencias renunciaron a ese control dividido y el antiguo
sistema estatal europeo fue reemplazado por la Unión Europea, con su
promesa de paz eterna entre los estados miembro de la UE, y entre Europa
y el mundo en general. El colapso del comunismo en Europa, seguido del
de la Unión Soviética en 1991, se describió de manera triunfante en
Europa y Estados Unidos como el "fin de la historia" -el triunfo global
de la democracia liberal y el capitalismo de libre mercado.
Unas pocas décadas después, en el annus horribilis
de 2016, todo esto suena bastante ingenuo. En lugar de una paz
sostenida y de una "unión cada vez más estrecha", los europeos están
experimentando episodios de desorden y violencia casi a diario. Estos
incluyen la decisión del Reino Unido de abandonar la UE, un aluvión de
ataques terroristas en París, Niza, Normandía y otras partes; una
renovada agresión por parte de Rusia; y un fallido golpe sangriento en
Turquía, seguido de las medidas enérgicas del presidente turco, Recep
Tayyip Erdoğan, contra la sociedad civil turca, que ha planteado temores
sobre la fiabilidad de Turquía como socio de Occidente.
Es
más, la crisis de refugiados de Europa, con las personas en busca de
asilo que llegan desde Oriente Medio y el norte de África, todavía tiene
que resolverse. Los efectos de derrame de las guerras civiles y las
dictaduras militares en el vecindario de Europa siguen amenazando al
continente, y Estados Unidos parece estar cansándose de su papel de
garante universal de la seguridad y el orden globales. Estos y otros
factores han llevado a muchos europeos a creer que los años de paz
quedaron atrás.
Uno
podría pensar que esta diversidad de problemas motivaría a los europeos
a fortalecer la UE, para tomar control de la situación y mitigar los
crecientes riesgos. En lugar de eso, muchos europeos están detrás de
pancartas populistas a favor del nacionalismo y aislacionismo del siglo
XIX y principios del siglo XX.
Este
no es un buen presagio para Europa. En el siglo XXI, un alejamiento de
la cooperación y la integración equivale a enterrar la cabeza en la
arena y esperar que los peligros pasen. Y, mientras tanto, el
resurgimiento de la xenofobia y el racismo descarado está destruyendo el
tejido social que Europa necesitará para impedir las amenazas a la paz y
el orden.
¿Cómo
llegamos a esto? Si miramos 26 años para atrás, deberíamos admitir que
la desintegración de la Unión Soviética -y, con ella, el fin de la
Guerra Fría- no fue el fin de la historia, sino más bien el comienzo del
desenlace del orden liberal occidental. Al perder a su enemigo
existencial, Occidente perdió el contrapunto contra el cual declaró su
propia superioridad moral.
Los
años 1989-1991 fueron el comienzo de una transición histórica del mundo
bipolar de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial hacia el mundo
globalizado de hoy, un lugar familiar, pero que todavía no entendemos
del todo.
Algo
es claro: el poder político y económico está virando del Atlántico al
Pacífico, y se aleja de Europa. Esto deja muchos interrogantes abiertos:
¿Qué potencia (o potencias) forjarán este futuro orden mundial? ¿La
transición será pacífica y Occidente saldrá intacto? ¿Qué tipo de nuevas
instituciones de gobernancia global surgirán? ¿Y qué será de la antigua
Europa -y del transatlanticismo- en una "era del Pacífico"?
Esta
podría ser la última oportunidad de Europa de culminar el proyecto de
unificación. La ventana histórica de oportunidad que se abrió durante el
período de internacionalismo liberal occidental se está cerrando
rápidamente. Si Europa pierde su oportunidad, no es exagerado decir que
lo que la espera es el desastre.
Los
políticos europeos hoy les ofrecen a los votantes una elección entre
pragmatismo modesto y nacionalismo tempestuoso. Pero lo que Europa
necesita hoy es una tercera vía: un liderazgo político que pueda pensar
de manera creativa y actuar con valentía para el largo plazo. De lo
contrario, Europa puede llegar a sufrir un golpe duro.
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