Por Gabriel Boragina ©
"El único
elemento que impide que el actual Estado Benefactor sea un absoluto desastre es
precisamente la burocracia y el estigma que conlleva el recibir asistencia
social. El beneficiario de la asistencia social aún se siente psíquicamente
agraviado, a pesar de que esto ha disminuido en los últimos años, y tiene que
enfrentar a una burocracia típicamente ineficiente, impersonal y complicada.
Pero el ingreso anual garantizado, precisamente al hacer que el reparto sea
eficiente, sencillo y automático, eliminará los principales obstáculos, los
mayores incentivos negativos para la "función proveedora" de la
beneficencia, y hará que la gente adhiera en forma masiva al reparto
garantizado. Además, ahora todos considerarán al nuevo subsidio como un
"derecho" automático más que como un privilegio o regalo, y todo
estigma será eliminado". [1]
Cuando Rothbard escribía lo anterior, el
asistencialismo no se encontraba tan difundido (ni aceptado) en los EEUU ni en
el mundo como se halla hoy. Allí, hablaba de un beneficiario del sistema que se
sentía psíquicamente agraviado en su carácter de tal. En ese entonces, recibir
un subsidio del estado nación era todavía oprobioso en alguna medida, pero ya
en ese momento ese sentimiento había disminuido en modo considerable. Lo que
impedía que el estado "benefactor" colapsara eran precisamente
aquellos dos elementos: que la burocracia era "típicamente ineficiente,
impersonal y complicada", y la deshonra que en la psiquis de la gente
constituía ser receptor de una dádiva del gobierno. También alude que, al
momento de escribir la obra que comentamos, se estudiaba en su país implementar
lo que llama "el ingreso anual garantizado", el cual -con
independencia de la mayor o menor cantidad de la gente que realmente lo
precisara- tendría un carácter universal. La clave de la cuestión la
encontramos en su frase: "ahora todos considerarán al nuevo subsidio como
un "derecho" automático". Se podría creer que lo que parece querer
significar en esta cita, es que esta transmutación psicológica, por la cual lo
que antes era pensado como "un privilegio o regalo" ahora lo es como
un "derecho", contribuiría a hacer de la "burocracia típicamente
ineficiente, impersonal y complicada" lo contrario. Pero nosotros no opinamos
que este sea el sentido. Más bien, interpretamos que, dado que ese subsidio
podría ser distribuido por vías no burocráticas (por ejemplo, incluido -por ley-
en los salarios que los empleadores pagan a sus empleados) este mecanismo aliviaría,
de alguna manera, el "trabajo" de la burocracia, pero no haría mella
alguna en lo "típicamente ineficiente, impersonal y complicada"
inherente a ella. Y dado que la burocracia tiende a funcionar en idéntico estilo
en cualquier parte del mundo (con mayores o menores variantes) y que su tendencia
natural es a crecer y no a disminuir, podemos estar seguros que -en esa línea-
su típica ineficiencia, impersonalidad y complicación estarán -en la misma
proporción- garantizadas.
Esto sucede por los amplios objetivos y extensos campos
que pretende cubrir la burocracia. Un ejemplo característico se da en el campo educativo:
"Es necesario
comprender que el Estado o los políticos que lo componen no siempre tienen la
razón en cuanto a la educación. Es más, para mi gusto, rara vez la burocracia
gubernamental piensa acertadamente porque está bajo la influencia de factores
de orden político y sus intereses; de esto hay muchos ejemplos." [2]
Es casi una ironía hablar de los "móviles" de
la burocracia, porque si hay algo que define a esta es –precisamente- su poca
movilidad, y -en la mayoría de los casos- su más completa inmovilidad. Este es
un resultado ineludible de la misma estructura de la burocracia y de su fuente
de financiamiento. A estos se les llama pomposamente "recursos públicos"
como si en verdad todo el público
tuviera acceso o participación en los mismos. La realidad es muy diferente, los
recursos no son de uso público, sino que son estatales aunque su fuente de financiamiento
si tiene origen en el público, es decir en el de todos los ciudadanos, a los
que se rotulan como "contribuyentes", y que son expoliados
sistemáticamente por vía del mecanismo fiscal que –como no podía ser de otra forma-
también compone parte de la burocracia. La burocracia fiscal es entonces aquella
parte del estado nación encargada de expoliar al resto de los ciudadanos de sus
recursos con el objeto de costear la vida y empleos de esos mismos burócratas fiscales,
y estos -a su turno- redistribuir el saldo de los tributos percibidos para
poder hacer lo propio con los demás sectores de la burocracia. Incluida, por supuesto,
la burocracia educativa:
"...hay que
reconocer que nuestro sistema educativo gubernamental es muy reacio a los cambios.
Cualquier reforma que se quiere implantar en educación pública desata
reacciones violentas. La burocracia educativa se ha acostumbrado a cobrar sin
trabajar, sin que nadie le pida cuentas y a vivir sin riesgos. Prefiere un
salario flaco pero seguro y de por vida. Esta burocracia educativa ni siquiera
se muestra preocupada por incorporar las nuevas tecnologías y métodos de
enseñanza. Han transformado a las universidades en centros de simulación donde
unos hacen como que enseñan, otros hacen como que aprenden y al final toda la
sociedad pierde." [3]
Claro que este problema, que bien describe el Dr.
Mercado Reyes, no es privativo ni exclusivo de la burocracia educativa, sino
que se extiende a la burocracia como un todo. Si sus ingresos provienen de los
impuestos que pagamos por vía de la fuerza estatal, sin necesidad que los burócratas
nos ofrezcan ningún servicio a cambio por ello, es un resultado casi obligado
que no habrá ningún tipo de incentivos para trabajar o cosa semejante. Es, en
cambio, cuando aparece el simulacro de "trabajar", espectáculo con el
que tanta frecuencia nos topamos quienes hemos de acudir a la burocracia para
poder hacer cada vez más cosas para las cuales la burocracia no debería ser en absoluto
necesaria.
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