Un pentágono para la libertad
Por Enrique Fernández García
Un
corazón provisto de valor y de buenas cosas necesita, de cuando en
cuando, algún peligro; de lo contrario, el mundo se le hace
insoportable.
Friedrich Nietzsche
Con su Metafísica, obra tan
legendaria cuanto importante, Aristóteles inició la tradición de
historiar el pensamiento. En efecto, gracias a sus páginas, nos topamos
con reflexiones que muestran cómo los hombres se han esforzado por
formular preguntas y aventurar contestaciones capaces de ayudarnos a
entender la realidad. Fue apenas el comienzo de una línea que tiene
cuantiosos seguidores. Aclaro que la filosofía no se ha beneficiado
exclusivamente de tales quehaceres. Es indudable que, en ese campo,
tenemos a muchos individuos con ansias de recordar los planteamientos
del prójimo, incluso sucesos dignos del anecdotario. No obstante, otras
áreas del conocimiento han quedado favorecidas. De esta manera, autores y
hasta escuelas se salvan del olvido, facilitando también su
comprensión. Su ejecución es, por tanto, un ejercicio de altruismo
intelectual.
Con ese afán de contribuir a la
ilustración del semejante, rescatando ideas que pueden iluminarnos al
considerar diferentes asuntos, Julio H. Cole acaba de lanzar Cinco pensadores liberales (Madrid:
Unión Editorial). El libro, marcado por un estilo claro, erudito y
ameno –existen notas a pie de página que son memorables–, discurre sobre
quienes, en distintas épocas, apreciaron genuinamente la libertad.
Resalto que no se trata de sujetos con apego al aislamiento y las
meditaciones frente a la piscina. Pasa que, además de lograr proezas
mentales, mediante ficciones o estudios profundos, Smith, Hayek,
Friedman, Orwell y Mario Vargas Llosa no miraron el exterior con
indiferencia. Ellos sintieron asimismo la tentación de aportar a que se
produzcan cambios en sus sociedades. Sus palabras no se pretendían
agotar en los volúmenes que nos dejaron. Su mirada estaba puesta en un
horizonte mucho más complaciente.
El valor de Adam Smith para la economía
es indiscutible. Sus ideas en torno a la división del trabajo, el
mercado y lo pernicioso que, salvo excepciones, resultan las
intervenciones estatales han sido fundamentales para organizarnos de
mejor forma, enfrentando carestías e identificando errores. Pero ese
grande hombre no sobresalió sólo como economista. Tal como Cole lo ha
subrayado, él tuvo intereses variados, mereciendo especial atención sus
razonamientos de carácter filosófico; en particular, la ética le
reconoce su mérito. No es casual que se haya llevado tan bien con Hume,
un pensador de fuste. Esa generosidad disciplinaria se percibe también
en Friedrich August von Hayek, ante quien nuestro autor muestra respeto,
mas igualmente reservas. En este último caso, anoto que se somete a
crítica su rechazo al concepto de justicia social.
El compromiso intelectual, celebrado y,
tiempo después, despreciado por Sartre, tiene a los otros tres
pensadores como estimables representantes. Ciertamente, más allá de sus
análisis monetarios, Milton Friedman fue una persona que no eludió los
debates públicos, adoptando posturas signadas, a veces, por la
controversia, como cuando cuestionó el servicio militar obligatorio. El
mismo espíritu se advierte al revisar la obra de George Orwell y Vargas
Llosa. En estos escritores, el empleo de la pluma no ha implicado ningún
silencio en las plazas públicas ni, menos aún, su sometimiento al
poder. Allende las ideologías, no fueron indiferentes ante la infamia,
denunciándola con fervor. Así, desde diversas perspectivas, todos han
colaborado para la expansión del mundo libre. Se agradece la gentileza
de Julio por recordarnos cuánto ganamos al conservarlos en nuestra
memoria.
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