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Friday, August 26, 2016

Plebecracia vs. republicanismo


“Nunca hemos entendido la diferencia entre democracia y república, y por ello, sin condiciones, entregamos el país a la tiranía de los grupitos.”
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“La democracia ha sido siempre espectáculo de turbulencia. Es incompatible con la seguridad personal y los derechos de propiedad. Siempre ha tenido corta vida y ha muerto violentamente.” James Madison

Durante semanas he venido escuchando infinidad de quejas en contra del enmohecido sistema político mexicano y, en especial, acerca de la validez del sufragio efectivo producto de la revolución que nos heredó la mayor parte del cáncer incrustado en las estructuras políticas.

No había prestado atención a los alaridos convertidos en propuesta para anular el voto en los comicios ya en puerta, hasta que llegó a mis manos un escrito de la admirada Denisse Dresser en el cual, con finura literaria define inteligentemente el problema y, sobre todo, el verdadero hartazgo de la gente con esa clase política sorda, eterna y soberbia que a diario se reparten el país.

 
La razón de mi falta de interés es muy sencilla: Yo no creo en la democracia y nunca he creído. Es más, los padres de la patria así como los fundadores de EE.UU., tampoco creían en el concepto y fue por ello que el sistema político que establecieron no fue democracia, sino una republica federal. Días después de la firma que le daba vida a la “República Comercial” de los EU, Benjamin Franklin caminaba por las calles de Filadelfia cuando un transeúnte le pregunta “¿Qué clase de país nos heredan Dr.?” Franklin sin vacilar responde: “Una república, a ver cuánto les dura.”

Y fue esa una ruda sentencia pues duró muy poco. Como todo lo que llega a manos de los políticos profesionales, de inmediato se dieron a la tarea de manosear el concepto republicano con un solo objetivo: Aplanarse en los sillones del poder con las nalgas ungidas del más potente pegamento para nunca ser privados de ese afrodisíaco poder: El poder de portar credencial de miembro del sistema mientras le arrancan los últimos pellejos a su raquítico hueso y, como dice Denisse, saltando de un recinto al otro.

¿Por qué no creo en la democracia? Mi padre partió a estudiar en Europa cuando la democracia todavía no arruinaba el viejo continente. Fue testigo de cómo la democracia paría el socialismo nazi y el fascismo de Mussolini. Estudio cómo el intento democrático de Rusia se convertía en comunismo cuando Lenin destruyera la duma elegida democráticamente, para dar paso a la tiranía. Bajo la tutela de hombres como Hayek, Robbins y el mismo Mises, entendió la agresiva advertencia de Jefferson del peligro que representaba para los EE.UU. el caer en una tiranía que él bautizara como Plebecracia.

Siempre lo escuchaba narrar cómo todos los países de América Latina al independizarse se definían como Repúblicas adoptando constituciones que parecieran copias al carbón de la de EE.UU. Sin embargo, poco tardaron en arrojarlas al diván de los olvidos para construir imperios. Cuando los imperios fallaron, pasamos a las revoluciones y construimos dictaduras perfectas. Nos olvidamos de ser república y regresamos a los imperios: El de Porfirio Díaz, el de Calles, el del PRI y el más importante de todos; el imperio democrático y monopólico de los perfectos idiotas latinoamericanos encabezados por Hugo Chávez.

Nunca hemos entendido la diferencia entre democracia y república, y por ello, sin condiciones, entregamos el país a la tiranía de los grupitos. La democracia es una mayoría operando sin límites ni salvaguardas legales para proteger los derechos de individuos y minorías. La república es una mayoría traducida en un gobierno limitado por una constitución, escrita y “respetada,” para proteger esos derechos. La democracia es el mandato de una omnipotente mayoría y, como afirmara Jefferson, organizada para oprimir a las minorías e individuos.

Ya sea democracia directa o representativa, el resultado es poder absoluto e ilimitado con decisiones inapelables. Ello ha sido el capullo fraguando la tiranía de las mayorías ejercida por el grupito eterno en el poder. La realidad actual fue la gran preocupación de los inventores de la moderna república en los EE.UU. cuando hablaban de exceso de democracia, atestiguando el poder era transferido a las omnipotentes legislaturas.

Fue en 1871 cuando Jefferson, en sus Notas sobre el estado de Virginia, demandara protecciones contra el exceso de democracia: “No luchamos para tener un gobierno conformado por déspotas electos,” escribía para denunciar esos abusos. “Todos los poderes del gobierno se han concentrado en un pequeño grupo de burócratas. No es solución el que esos poderes sean ejercidos por muchas manos o una sola. 178 déspotas son igualmente opresivos que uno solo.”

James Madison continuaba: “Esos promotores de la democracia quienes erróneamente suponen que reduciendo el ser humano a una igualdad en sus derechos políticos automáticamente lo entenderán, asimilarán y se igualarán también en sus posesiones, opiniones y pasiones, serán la causa de la destrucción de la verdadera república. No entienden que democracia es el mandato de la plebe, mientras que república es el mandato de la ley”.

Pero con gran ingenio nuestros políticos han creado algo que se pudiera llamar La Tiranía Democrática. Un club en el que sólo unos cuantos participan endosados por la plebe manipulada, pero eso sí, apóstoles demócratas. Von Mises afirmaba que en “economía libre” el mercado no puede evitar participen hombres de corazón corrupto, pero el mercado mismo los elimina mediante su creativa destrucción. En el campo de la democracia podemos afirmar lo contrario: el sistema sólo acepta hombres y mujeres con el corazón corrupto y aquellos de corazón puro, de inmediato son eliminados por su aun más creativa y diabólica destrucción.

Tenemos buenas y malas noticias. La buena es que el problema está identificado. La mala es que no tenemos la solución. Sólo se me ocurre el citar las palabras de ese hombre sabio, Ludwig Von Mises: “El principio de gobierno por el pueblo recomendado por el liberalismo no aspira que prevalezca la masa. Tampoco defiende el gobierno de los más indignos, incapaces y rapaces. A las naciones les conviene ser regidas por los mejores. Pero ningún sistema puede garantizar que los electores confieran el poder a los decentes. Si el electorado sostiene ideas equivocadas y elige a los indignos y corruptos, no hay más solución que cambiar esa mentalidad.”

En el inter y en este doloroso limbo político que vivimos, debemos luchar para que las instituciones republicanas operen en contra de la tiranía democrática. Pero es la sociedad civil la que tiene que cambiar para cambiar luego el sistema político que hoy día oprime al mundo entero. Recordemos las palabras de James Allen: “El hombre siempre espera que sus condiciones exteriores cambien, pero él no está dispuesto a cambiar sus condiciones interiores, y así permanece atrapado.”

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