Por Eduardo Mayora Álvarado
Siglo XXI
Algunos confundidos, otros porque nada mejor pudieran soñar, y no pocos más bien desinformados, preparan ya su “réquiem para un mercado moribundo”. La descomunal crisis financiera mundial y las multi-billonarias intervenciones de los bancos centrales y de los gobiernos de los países en donde se concentran más los efectos de la crisis, les hacen creer, quizás, exactamente lo que quieren creer.
Pero el tema es mucho más de fondo, en lo que al presente y el futuro del mercado, entendido como uno de los órdenes sociales, se refiere.Algunos confundidos, otros porque nada mejor pudieran soñar, y no pocos más bien desinformados, preparan ya su “réquiem para un mercado moribundo”. La descomunal crisis financiera mundial y las multi-billonarias intervenciones de los bancos centrales y de los gobiernos de los países en donde se concentran más los efectos de la crisis, les hacen creer, quizás, exactamente lo que quieren creer.
Más o menos regulaciones, más o menos intervenciones estatales, más o menos fiscalización y controles han oscilado en péndulo a lo largo de la historia moderna y responden, las más de las veces, a los constreñimientos a los que los agentes de decisión política se consideran sometidos en un lugar y momento determinados. Lo mismo hemos visto aquí, por ejemplo, cuando como consecuencia del cierre de Bancafé nuestras autoridades se consideraron obligadas a cubrir la totalidad de los depósitos de los ahorrantes, y no los máximos legalmente establecidos.
Los mercados financieros, como los de cualquier otra índole, son complejos procesos de coordinación entre millones de personas y organizaciones que, adecuando por lo general su conducta a ciertas reglas, persiguen la consecución de sus individuales fines u objetivos. Por supuesto que hay personas y organizaciones que optan por actuar, parcial o totalmente, fuera de las reglas, atraídas por las ganancias —en este caso ilegítimas— que esperan obtener. Es para esos casos que existen instituciones públicas, como la justicia civil o la penal, dependiendo de la naturaleza de las infracciones, ante las cuales los infractores deben responder.
Por mucho que se intente, por otra parte, es imposible replicar la complejidad y la potencialidad creadora del mercado por medio de las organizaciones gubernamentales y la planificación centralizada. Básicamente porque en los mercados se utiliza el conocimiento de lugar, tiempo y circunstancia de todas y cada una de los millones de personas que se coordinan bajo sus reglas, mientras que cuando de las organizaciones gubernamentales se trata, apenas es el conocimiento de unos cuantos el que se emplea, así sea un equipo de genios.
Por lo tanto, es probable que en lo sucesivo y por algún tiempo se intente sustituir parcialmente ese proceso de coordinación que se produce en el mercado, por un régimen de subordinación a determinadas directrices o regulaciones emanadas de las autoridades públicas, pero todo ello redundará en menores niveles de producción y, por ende, de prosperidad. Esa misma circunstancia obligará a los agentes de decisión política a enfrentar, una vez más, el dilema de perder elecciones ante el desencanto de los de-sempleados, los subempleados, los mal pagados y los emprendedores frustrados, o por efecto de fenómenos como la inflación, la devaluación de la moneda o la escasez de bienes o de servicios y, entonces, otra vez empezará a moverse el péndulo en la dirección contraria…
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