La Bomba Atómica de Obama: La Claridad Ideológica de la Agenda Demócrata
(por John David Lewis)
Los americanos se han rebelado contra la
administración al darse cuenta que, mientras que la imagen de Bush como
capitalista del libre mercado era un espejismo, la imagen de Obama como
izquierdista radical es correcta. . . .
Durante el verano de 2009, los
americanos fueron testigos de algo realmente extraordinario: Miles de
ciudadanos que no suelen participar en política se lanzaron a la calle
en protestas públicas para confrontar enérgicamente a funcionarios del
gobierno sobre las políticas de una administración que habían elegido
tan sólo unos meses antes.
Las encuestas sugieren que muchos
americanos comparten los puntos de vista de los manifestantes. Las
opiniones de los votantes sobre el desempeño de Obama como presidente en
general se han invertido desde febrero. La encuesta Rasmussen indica
que a partir del 23 de agosto, el 41 por ciento no aprobaba de su
desempeño, y sólo el 27 por ciento lo aprobaba completamente. [1] Con
relación a la reforma de la salud – un objetivo cardinal de la
administración – la gran mayoría de los votantes se opuso a una “opción
pública”, le temía más al Gobierno que a las compañías de seguros, y no
estaba de acuerdo con el presidente de la Cámara, Nancy Pelosi, en que
las empresas son “sinvergüenzas”. Sólo el 19 por ciento de los
americanos calificó el sistema general de salud del país como
deficiente, el 48 por ciento lo calificó como bueno o excelente. [2]
Estas cifras indican una tendencia a la disminución del apoyo para la
agenda de la administración de Obama y sus partidarios en el Congreso.
Si esta tendencia continúa, existe la posibilidad de graves pérdidas
demócratas en las elecciones de 2010.
La creciente oposición a las políticas
de los líderes demócratas no es un asunto partidista; los votantes
demócratas registrados están desafiando a los funcionarios del Partido
Demócrata en estridentes reuniones públicas. Los llamados “Blue Dogs” –
los representantes demócratas que son o bien fiscalmente conservadores
en algunas cuestiones o que fueron elegidos en distritos conservadores –
están enfrentándose con los líderes del partido. Muchos de estos
representantes enfrentan una elección complicada: oponerse a sus líderes
y votar como quieren sus electores, o seguir a sus líderes y enfrentar
la ira de votantes enojados.
Pero el fenómeno más sorprendente han
sido los “Tea Parties”, en los que cientos de miles de americanos se han
reunido por propia iniciativa, llevando camisetas que decían “No me
Pises” y portando pancartas abogando por la libertad y oponiéndose a la
dictadura. Conferenciantes en estos eventos han denunciado a políticos
de ambos partidos que han apoyado aumentos en el poder y el gasto del
gobierno. Muchos de los manifestantes han empezado a reconocer y a
defender un principio– el principio de los derechos individuales – y un
corolario de ese principio, que el objetivo correcto del gobierno es
garantizar estos derechos, no controlar las vidas de sus ciudadanos.
La respuesta de los líderes demócratas
ha sido una de desesperación paternalista. El 3 de agosto, un
funcionario de la Casa Blanca les pidió a los americanos que informaran a
la Administración sobre las opiniones de otros ciudadanos: “Si usted
recibe un correo electrónico o ve algo en la web sobre la reforma a la
salud que parece sospechoso, envíelo a flag@whitehouse.gov”. [3] [Nota
del Traductor: “flag” como sustantivo significa bandera, pero “to flag”
como verbo se usa con la connotación de “avisar”, “llamar la atención”,
“levantar la bandera”, “encender la luz roja”, etc.]. En vez de aceptar
que muchos americanos entienden la esencia de estos planes y se oponen a
ellos, el Comité Nacional Demócrata acusó a la oposición de “incitar a
turbas enfurecidas formadas por un pequeño número de extremistas de la
derecha rabiosa financiados por grupos de presión de la Calle K”. [4] El
propio presidente arremetió: “No quiero que la gente que ha creado el
caos hable mucho. ¡Quiero simplemente que se quiten de en medio para que
podamos limpiar el desorden!” [5]
La división entre los políticos y los
ciudadanos americanos rara vez se ha hecho palpable de forma tan rotunda
como cuando los demócratas acusaron a un grupo de personas mayores que
llevaban pancartas hechas a mano de ser una “chusma” que había sido
comprada por grupos organizados. En contraste a estos ciudadanos
independientes, miembros de sindicatos organizados, simpatizantes de los
líderes demócratas, fueron a las reuniones de la ciudad en autobuses
públicos, distribuyeron pancartas prefabricadas, y cerraron las puertas
de sus oponentes. Mientras tanto, muchos funcionarios electos cancelaron
reuniones con sus electores, no queriendo enfrentar a manifestantes que
habían leído y entendido la legislación mejor que ellos.
A pesar de estas tentativas de difamar a
los manifestantes y excluirlos de reuniones públicas, las protestas
siguen gozando de un fuerte apoyo popular. El plan de la administración
Obama de una reforma radical de la economía de EE.UU. se enfrenta a una
oposición basada en principios, de todo el pueblo, y en todo el país.
¿Por qué están ocurriendo estas protestas ahora?
La respuesta no es que el presidente
Obama haya puesto a América en un nuevo curso, cada vez más lejos del
capitalismo y más cerca del estatismo. Estados Unidos ha ido por ese
camino durante tres generaciones, cortesía de ambos partidos políticos.
La administración de George W. Bush, por ejemplo, amplió
considerablemente el poder del gobierno. El presidente Bush duplicó el
presupuesto nacional, duplicó el déficit, le añadió un dígito a la deuda
nacional, firmó el mayor proyecto de subsidios desde la década de 1960,
le ordenó a su gabinete que cooperase en la regulación del dióxido de
carbono como un “contaminante”, firmó la Ley Sarbanes-Oxley, distribuyó
cheques de “estímulo” económico, pidió 700 millones de dólares de
donaciones de empresas, y nunca vetó un proyecto de ley de gastos.
¿Dónde estaban los manifestantes entonces? Si los americanos se
enfurecieron principalmente por la tendencia hacia el estatismo, ¿qué
les impidió a miles de ellos sublevarse y desahogar su furia contra
estas acciones? El camino hacia el estatismo es sólo una de las razones
por la reacción contra Obama. ¿Cuál es el resto de la explicación?
La respuesta comienza con el partido de
afiliación de Bush: Él es republicano. Este título conlleva la
apariencia de un apoyo básico por el libre mercado y el capitalismo.
Aunque ningún republicano en tres generaciones ha defendido el
capitalismo en forma de principios, la retórica republicana sigue
utilizando el lenguaje pro-capitalista, principalmente para oponerse a
los demócratas. La afirmación de Ronald Reagan que “el gobierno es el
problema” sigue resonando entre los partidarios del libre mercado. Sin
embargo, pocos republicanos han estado dispuestos a enfrentar el hecho
ineludible de que el presupuesto federal y la deuda federal crecieron de
manera exponencial durante los dos gobiernos de Reagan y de su sucesor
republicano, George H.W. Bush. El soporte republicano meramente de
palabra al mercado libre ha enturbiado las aguas y sigue haciendo
difícil que la gente vea que los republicanos estaban, de hecho,
coartando la libertad bajo un laberinto de controles federales cada vez
mayores. Por lo tanto no hubo levantamiento contra los republicanos o
sus políticas.
Después de ocho años de Bill Clinton,
George W. Bush pareció ofrecer la mejor esperanza de recuperar esa
supuesta tradición de libre mercado y bajos impuestos. Una vez más, la
mayoría de la gente no vio que la imagen del libre mercado de este
republicano era un espejismo que no tenía ninguna relación con sus
acciones. Esta imagen adquirió poder cuando Bush fue colocado como una
alternativa a sus rivales demócratas de izquierda. Este contraste de
imágenes oscureció las diferencias fundamentales entre las políticas de
Bush y una postura genuinamente pro-capitalista. Esta ofuscación –
instigada por los republicanos – confundió profundamente a muchos
ciudadanos honestos sobre la naturaleza de sus políticas, y causó un
daño enorme a su comprensión tanto del capitalismo como del
conservadurismo. Esta escisión entre apariencia y realidad – entre la
imagen de un republicano a favor de la libertad y la realidad de un
estado colectivista republicano – hizo difícil que la gente se diera
cuenta de que ningún candidato de ninguno de los partidos estaba
dispuesto a defender el capitalismo. Como resultado, cualquier discusión
seria sobre el capitalismo – bien entendido como un mercado
verdaderamente libre, en el que los derechos individuales están
protegidos por el gobierno – fue eliminada de la discusión pública.
Bush fomentó su inmerecida imagen del
libre mercado con recortes de impuestos realizados simultáneamente con
enormes incrementos en el gasto que provocaron un déficit gigante.
También parecía oponerse a la regulación empresarial, incluso mientras
aprobaba miles de páginas de nuevos controles (por ejemplo, la ley
Sarbanes-Oxley y las tarifas sobre el acero). Su derogación selectiva de
algunas normas (tal como partes de la Ley Glass-Steagall) contribuyó a
la imagen de una administración que favorecía el libre mercado y había
“desregulado” la economía. Él promovió la expansión de las enormes
entidades patrocinadas por el gobierno federal como la Federal National
Mortgage Association (Fannie Mae), la Government National Mortgage
Association (Ginny Mae) y la Federal Home Loan Mortgage Corporation
(Freddie Mac), porque quería ser visto como compasivo hacia las personas
que “necesitaban” préstamos. Cuando el mercado reventó, Bush propuso
cientos de miles de millones de dólares en ayuda federal, diciendo: “he
abandonado los principios del libre mercado para salvar el sistema de
libre mercado”. [6]
El resultado visible fue el crecimiento
explosivo de un estado colectivista de subsidios en el cual el
capitalismo fue culpado por déficits masivos, por el aumento de los
precios de la asistencia médica, por la caída de Wall Street, por el
costo de la guerra de Irak, y por todas las otras malas consecuencias de
las políticas de Bush. El resultado más fundamental, nunca visto antes,
fue un público americano confuso – un público confuso sobre el
verdadero significado del libre mercado, de la libertad y de los
derechos individuales, y sobre lo que una adecuada defensa de estos
valores supondría. “El capitalismo ha fracasado” se convirtió en el
mantra de la izquierda: “Lo intentamos bajo el gobierno de Bush, y mira
lo que pasó.”
En su tratamiento sistemático de la
filosofía de Objetivismo, Leonard Peikoff escribió que “precisamente por
lo que aparentan ser”, los conservadores “son la principal fuente de
confusión política en la mente del público; le crean a la gente la
ilusión de una alternativa electoral, pero sin el hecho. Así, el camino
hacia el estatismo continúa descontrolado y sin ser desafiado”. [7]
George W. Bush es el ejemplo por excelencia de este punto.
Y aparece Barack Obama, a quien nadie
confunde con un amigo de la industria, del capitalismo, o de la defensa
nacional, pero que se presentó como una alternativa a cuatro años más de
políticas idénticas a las de Bush con John McCain.
Como líder de los demócratas – el
partido que tiene una reputación histórica por expandir el poder del
gobierno, aumentar impuestos, y gastar sin límites – Obama reafirmó y
rejuveneció el compromiso tradicional de su partido en el camino
estatista. Este compromiso impregna sus discursos. Él considera a los
empresarios, no como productores valiosos, sino como parásitos
conspiradores que deben ser puestos bajo el total control del gobierno,
incluyendo un “zar” que apruebe los salarios de los ejecutivos. Él
manifestó este deseo en una diatriba furiosa contra los gerentes de
finanzas que recibieron bonos contratados. [8] Obama no ve a los médicos
como salvadores de vidas, sino como depredadores dispuestos a
sacrificar a sus pacientes con operaciones innecesarias a fin de ganar
dinero. [9] Dice de los policías que responden a llamadas de emergencia
por robo que están actuando de forma “estúpida”, antes de tener claros
los hechos relevantes. Ve a regímenes extranjeros decididos a continuar
los ataques contra los Estados Unidos como merecedores de disculpas. Y
mientras tanto, quiere llevar a juicio a funcionarios de la inteligencia
americana que utilizan técnicas de interrogatorio “duras” contra
enemigos que han matado a americanos. Obama y su administración están
abierta y públicamente comprometidos con una agenda ideológica radical
de izquierdas.
Los asesores escogidos por Obama han
ayudado a definir su agenda anti-negocios. Contrató, por ejemplo, a John
Holdren como su director de la Oficina de Política sobre Ciencia y
Tecnología. Holdren ha expresado sus puntos de vista con relación a la
industria por escrito desde los años 70: “Una campaña masiva debe ser
lanzada para restaurar un entorno de alta calidad en Norteamérica y
des-desarrollar a los Estados Unidos”. [10] [Nota del Traductor:
Des-desarrollar – “de-development” – significa ´poner el sistema
económico en línea con las realidades de la ecología y la situación de
recursos globales´. De acuerdo con Holdren, la necesidad de
des-desarrollar exige una redistribución de la riqueza. Ver detalles
aquí.] Tales puntos de vista son consistentes con una serie de políticas
previstas por la administración, desde las estrictas regulaciones de
negocios siendo elaboradas por el Congreso y los zares económicos de
Obama, hasta la legislación “cap-and-trade” [reguladora de emisiones de
polución] cuyo objetivo es estrangular a la industria, hasta las
incansables tentativas de colocar a la industria médica bajo control
total del gobierno.
Tales puntos de vista impregnan la
retórica de Obama, lo que le conecta en la mente de muchas personas a
los proponentes más radicales (es decir, consistentes) del socialismo
democrático. A pesar de sus intentos de aparecer moderados, la
naturaleza básica de su administración – su identidad esencial, su
objetivo y su visión del mundo – está haciéndose perfectamente clara. Él
es un hombre de izquierdas y un socialista por principio, que desprecia
el mercado libre, se disculpa por su país frente a dictadores asesinos
extranjeros, y encuentra la salvación en el creciente poder del
gobierno. No todos los americanos lo ven de esta forma, pero su número
está aumentando con cada una de sus palabras y de sus obras. [11]
Obama, por supuesto, no tiene intención
de ser claro acerca de su identidad socialista. Está tratando de parecer
un “razonable” y moderado “centrista”. Pero sus intentos de atraer a
votantes moderados están enfureciendo a la extrema izquierda y alienando
a los independientes. Mientras tanto, un número cada vez mayor de
astutos votantes americanos de derechas siguen esencialmente igual que
antes. [12] Muchas personas lo ven como un experto orador que está
tratando de salvar su agenda.
La misma acusación podría haber sido
dirigida contra Bush, pero hay una gran diferencia entre los dos
hombres. Mientras que la imagen de Bush como un capitalista del libre
mercado era un espejismo, la imagen de Obama como un izquierdista
radical es correcta. La gran vulnerabilidad de Obama es que una mayoría
silenciosa de votantes americanos verán esto, y reconocerán que no
comparten ni sus valores ni su visión de lo que Estados Unidos fue y
debería ser. Aunque sólo una minoría de americanos se ha sumado a las
protestas vocales, muchos más están silenciosamente hirviendo por dentro
sobre la agenda de Obama. Como dijo un escritor, “No son, a fin de
cuentas, los manifestantes en esas reuniones del ayuntamiento, o la
agitación de sus enemigos políticos, a los que el Sr. Obama debería
temer. Es al dictamen de aquellos americanos que han estado sentados
tranquilamente en sus casas, escuchándole”. [13]
Esta es la claridad que Obama ha traído a
la escena política americana. El ver el compromiso claro y basado en
principios de un presidente a una ideología – cualquier ideología – es
precisamente lo que Estados Unidos ha necesitado durante décadas. Este
espectáculo le ha ayudado a muchas personas a entender los temas a un
nivel mucho más fundamental de lo que habían hecho antes. Obama y sus
aliados en el Congreso, sin darse cuenta, han puesto en marcha un
movimiento popular que está activamente cuestionando el papel del
gobierno en nuestras vidas. Aunque una gran parte de los manifestantes
continúan confusos acerca de los principios en juego, un número cada vez
mayor está adquiriendo más claridad. Están empezando a ver las
propuestas demócratas para la “reforma” a la salud, por ejemplo, no como
un asunto de nuevos programas respaldados por buenas intenciones, sino
como un ataque a los derechos individuales y un esfuerzo por imponer una
dictadura – como confirman las pancartas en los Tea Parties. Y muchos
están empezando a ver que los republicanos también han sido culpables de
tales ataques.
La claridad es el primer paso hacia el
entendimiento, y el entendimiento es el requisito previo a la evaluación
racional. Durante tres generaciones, Estados Unidos ha necesitado una
confrontación contundente con las políticas que han estado conduciendo a
la nación hacia la dictadura y hacia la quiebra. Esos enfrentamientos
fueron abortados en 1940, 1964 y 1980, porque en cada caso los
republicanos no consiguieron luchar, por principio, a favor del
capitalismo, la libertad y los derechos individuales. Los republicanos
en varias ocasiones se hundieron en las arenas movedizas de las
concesiones y aceptaron los principios del estatismo de sus adversarios
mientras discutían la cantidad “adecuada” de coacción del gobierno que
implementarían. La tendencia hacia el estatismo continuó, porque cada
uno de los pasos adicionales aceptados por los republicanos oscureció la
manifiesta diferencia entre la visión de los fundadores de los Estados
Unidos y su futuro estatista.
Obama le ha dado a los americanos de
mente activa una visión muy próxima de este futuro. Su visión – una
burocracia gubernamental para administrar la medicina, una agencia
medioambiental para ponerle grilletes a la industria, y los mecanismos
institucionales para inmiscuir al gobierno en los detalles más íntimos
de nuestras vidas – es hacia donde nos hemos dirigido durante décadas.
Pero hasta ahora este destino había permanecido tapado por la magia de
la ofuscación retórica. Los estridentes esfuerzos de Obama por imponer
esta agenda le está permitiendo a la gente ver ese futuro con claridad.
Pero incluso esto no explica totalmente
por qué las protestas han estallado justo ahora. Obama ha robustecido a
la oposición porque su plan no es algún tipo de utopía abstracta que
encontraremos en un futuro lejano. Él lo quiere ahora. Le ha pedido al
Congreso que apruebe tanto la reforma sanitaria como la legislación
ambiental este año, y el Congreso ha producido los proyectos de ley. En
un mitin en agosto, reiteró este compromiso: “Os prometo que aprobaremos
la reforma [de la salud] antes de finales de este año” [14] Al ponerles
fechas firmes a cuándo estas medidas se convertirán en ley – al decir
que más de un tercio de la economía de Estados Unidos podría estar bajo
control federal directo tan pronto como el mes que viene – él ha
motivado a un gran segmento del electorado americano a enfrentarse a
estos planes. Millones de americanos están profundamente preocupados no
sólo por los objetivos específicos de Obama, sino también por su marco
ideológico. Muchos están empezando a ver los asuntos, aunque sea de
forma imperfecta, en términos de dictadura contra derechos individuales.
Hace años que los republicanos deberían
haber presentado una alternativa positiva basada en principios, contra
la tendencia estatista. Fracasaron. Ahora Obama ha hecho el trabajo por
ellos. Ha presentado la cruda alternativa desde el otro lado,
especificando y exigiendo un amplio programa que tiene ninguna
pretensión de mantener la libertad individual. Ha creado una alarmante
sensación de urgencia al exigir que este programa se convirtiera en ley
ahora.
Ahora muchos americanos son capaces de
ver los planes de Obama como un asalto a los principios que fundaron
esta nación. Además, muchos americanos se dan cuenta de que el tiempo se
está acabando – que el futuro está aquí, hoy. Estos dos factores están
motivando a muchos americanos que normalmente no son políticos a
literalmente manifestarse en apoyo alrededor de la bandera, confrontar a
sus representantes electos, y, en masa, volverse en contra de la
administración.
La historia militar ofrece un brillante
paralelismo con el efecto explosivo que está teniendo Obama sobre la
vida política americana. En 1945, Japón había perdido la guerra con
Estados Unidos – pero los líderes japoneses evadieron ese hecho y se
negaron a tomar la decisión necesaria para poner fin a la guerra. Cuando
Estados Unidos dio a conocer su demanda de rendición (“la alternativa
es la pronta y total destrucción”) y dejó caer dos bombas atómicas, los
japoneses ya no pudieron más eludir los hechos o posponer la decisión.
La conmoción de las bombas le dio a Japón una alternativa clara:
continuar la guerra hasta ser quemados en la roca, o cambiar el rumbo de
la nación. Si los americanos no hubieran obligado a los japoneses a
confrontar esa alternativa y esa fecha límite, los líderes japoneses
podrían haber reaccionado poco a poco a los acontecimientos y manipulado
a la población para mantener su poder. Si lo hubieran hecho, Japón
podría haber seguido en el camino de la guerra más allá del punto en que
la reforma era posible. Las bombas obligaron a los japoneses a tomar
una decisión de vida o muerte ahora.
Obama ha lanzado el equivalente a una
bomba atómica en la arena política americana. Muchos americanos están
ahora atónitos por la magnitud y la velocidad de la coacción que se está
desatando. Las políticas económicas demócratas, la ley cap-and-trade
[anti-polución], y las propuestas de la salud pública son parecidas a
las que Bush había apoyado y a lo que John McCain había prometido. Pero
la administración Obama y los líderes demócratas son abiertamente
descarados en su reverencia por un mayor poder del gobierno, y esto ha
reforzado las ondas de choque que se están extendiendo por toda América.
Los demócratas – sorprendidos ellos
mismos por la respuesta del público a su transparencia – pasaron el
final del verano tratando de obscurecer estas cuestiones. Ellos habían
posicionado a los manifestantes como “antiamericanos”, a los
republicanos como obstruccionistas, y a ellos mismos como razonables.
Estos intentos están alejando aún más a los demócratas de millones de
americanos, muchos de los cuales están empezando a ver que son los
demócratas y no los manifestantes quienes se oponen a los principios
fundadores de los Estados Unidos. A diferencia de las bombas atómicas
arrojadas sobre Japón – que hicieron que Japón se alejara de la
dictadura y se acercara a la libertad y los derechos individuales – la
bomba de Obama tiene por objetivo llevar a América más rápidamente a un
régimen autoritario, y eventualmente a la dictadura. En lugar de aceptar
el ultimátum, sin embargo, muchos americanos están enfrentándose a él.
Las protestas y las encuestas son
claras: los americanos en su mayoría han rechazado la agenda radical de
izquierdas. Pero la cuestión no está todavía resuelta. Los demócratas
tienen un último recurso – un arma secreta – con la que pueden salvar
sus planes a la vez que evitan el suicidio político en las próximas
elecciones. Ese arma son los republicanos.
Si los republicanos ceden – si aceptan
el seguro de salud federal obligatorio en forma de “cooperativa” o algo
parecido, o una ley anti-polución que sea un poco menos draconiana que
la versión demócrata – habrán una vez más capitulado ante sus oponentes,
abandonado la libertad, y perdido la oportunidad de reorientar esta
nación hacia el principio moral en que se fundó: los derechos
individuales, protegidos por una constitución en una república libre.
El Presidente Obama ha dejado muy clara
la cuestión de la libertad frente al estatismo, y ha forzado una
decisión inmediata por el pueblo americano y sus representantes. Sus
oponentes más astutos tienen razón en interpretar sus planes como
ataques a sus derechos individuales. Pero muchas personas siguen
confusas en cuanto a la naturaleza de la amenaza porque les falta la
comprensión de los principios necesarios para entender la causa y el
significado de la tendencia hacia el estatismo, y para revertir esa
tendencia. Esos principios empiezan con los derechos consagrados en la
Declaración de Independencia, y con el propósito fundacional de nuestro
gobierno: “para garantizar estos derechos”. Para entender el significado
de esta declaración seminal, debemos entender que el derecho a la vida
no significa el derecho a coaccionar a otros a que nos proporcionen lo
que necesitamos para vivir. Significa el derecho a vivir nuestra vida
libre de tales coerciones.
La esencia del sistema capitalista es la
libertad: la libertad de cada hombre para perseguir sus propios
objetivos, para perseguir su propia felicidad, para mantener el producto
material de su esfuerzo, y para tratar con los demás voluntariamente.
Pero para restablecer y mantener su libertad, los americanos deben
afirmar, con pleno conocimiento de los principios en juego, que tienen
un derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, y que
el único objetivo moral del gobierno es garantizar estos derechos. Ahora
es el momento para que todos los hombres de bien acudan en ayuda, no de
su partido, sino de los principios fundadores de su país, entendiendo
esos principios y custodiándolos como si su vida dependiera de ellos –
porque, de hecho, depende.
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