Friday, August 26, 2016

El desprecio a los genios y el fin de la civilización

Por: Adrián Rodríguez
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La historia ha demostrado que todas las sociedades que desprecian y humillan a sus genios están condenadas a desaparecer. Este proceso social autodestructivo y nihilista se alimenta con la ignorancia defendida por los falsos líderes que profesan la evolución espontánea de los acontecimientos sociales. Nos resta aún mucho por entender de los fenómenos de la historia, pero aquí haremos un pequeño esfuerzo por mostrar su verdadera naturaleza.
Los puntos que pretendo plantear en este artículo serán múltiples y ambiciosos (si bien no serán desarrollados de forma exhaustiva, ni en el estricto orden descrito): 1. Una breve teoría para la comprensión de la historia de la humanidad; 2. El papel de los líderes y los intelectuales en la evolución de los procesos sociales; 3. Las bases de la corrupción moral de la historia y la degeneración de las civilizaciones; y 4. La apología de una nueva generación de intelectuales y líderes para nuestro tiempo.

 
LÍDERES E INTELECTUALES DE NUESTRO TIEMPO
La tesis del artículo estará fuertemente influenciada por la filosofía de Ayn Rand (For the New Intellectual: The Philosophy of Ayn Rand, 1961). El hombre es un ser heroico y su propia felicidad es la meta moral más elevada. Su actividad más propia es el logro productivo de su trabajo. Su razón, su único medio de supervivencia. Por todo ello es imposible entender la trascendencia del liderazgo en la historia de la humanidad sin comprender antes el papel de los intelectuales de nuestra sociedad: no hay acción sin idea, no hay acto sin concepto, no hay conducta sin razón. Todo estilo de vida esta fundado en un código moral, en una visión total del mundo. Se trata de un eje de creencias interiorizadas y automatizadas, tanto conscientes, como inconscientes. Encargados del diseño y del fundamento de estas ideologías que dirigen los caminos del liderazgo, están los intelectuales.
Pero, ¿qué es un intelectual? ¿Es importante, acaso, preguntarse algo así, estudiar la naturaleza de su tarea o dedicar a ello un artículo entero? Intentaré demostrarlo en lo que sigue.
Un intelectual es toda aquella persona que dedica su vida a la creación de conceptos para la resolución de los problemas de su época. Es todo aquel individuo que emplean su tiempo en el diseño y en la defensa de un modelo sobre el mundo que será ofrecido a los demás para su validación formal en cuanto que eficaz y necesario para la supervivencia de una cultura. Siempre, seamos conscientes o no de todo este latente proceso, el curso de la historia ha estado comandado por modelos teóricos o grandes relatos que han constituido las lineas directrices del sentido y las fronteras o límites de lo que era posible pensar o entender en ese momento. Intelectual es, en pocas palabras, todo aquel individuo que dedica su vida a la tarea de escribir ideologías y dotarlas del suficiente atractivo retórico para hacerlas merecedoras de cierto consenso social.
Si bien los intelectuales han existido a lo largo de toda la historia de la humanidad, la profesionalización de esta actividad es relativamente reciente. No será, sino a partir de la Revolución Industrial (con el nacimiento del capitalismo moderno), que la actividad de los intelectuales podrá ser desarrollada de forma libre y a cambio de un percibir un salario. Antes no era rentable dedicarse a la actividad intelectual, tarea que, por tanto, quedaba reservada para los miembros de las clases más altas y pudientes. La Razón, como facultad conceptual del hombre, no tenía en absoluto ningún valor social: no se demandaban pensadores ni tampoco conceptos, en grado suficiente, como para ofrecer a un intelectual un precio por su trabajo.
Esto quiere decir una cosa, a saber, que las ideas y los modelos del mundo sólo adquieren valor cuando la sociedad se abre y se libera, cuando se capitaliza y se descentraliza poco a poco de las instituciones del poder político. Las sociedades no libres, las sociedades no liberales, necesitan para su correcto funcionamiento de cierto pensamiento único, de una simple y única vía de actuación que haga las veces de falsa conciencia, de ideología vacía, para ocultar a sus ciudadanos los orígenes criminales de los actos políticos de sus gobernantes, esto es: la violación sistemática de los derechos individuales mediante el uso abusivo de la fuerza y de los mandatos coactivos. La ideología de estado es un modelo místico apoyado en la fe de sus creyentes. Los conceptos que integran la tela de su tejido textual son únicos y auto-justificados. Los ciudadanos los repiten y los autorizan sin reflexión alguna, como por hábito o por costumbre, sin atender a su falta de rigor lógico. Son paquetes-oferta de conceptos caducos, sumas arbitrarias de anti-conceptos: su destino político es circular (como lo hace el dinero: de persona a persona) como si aún tuviera cierto valor, cuando en el fondo, careciendo de él, tan sólo puede abolir la legitimidad lógica de la verdad objetiva. Una sociedad cerrada, nihilista y sin metas, pone barreras infranqueables a la confrontación y a la sana rivalidad intelectual que hace avanzar las sociedades.
El papel del intelectual sufrirá un fuerte cambio de orientación a partir del siglo XVII. Desde ese momento, la Razón comenzará a convertirse en un asunto práctico y los intelectuales se verán obligados a reconocer, por primera vez en la historia, la superioridad del ejercicio de la Razón como medio adecuado para lograr el progreso de la civilización. No obstante, en paralelo y hasta bien entrados los siglos siguientes, la humanidad comienza ha asistir (por desgracia) a uno de los mayores actos de traición por cobardía y bajeza moral jamás realizados en la historia de la humanidad, pues mientras la sociedad capitalista avanzaba y experimentaba el mayor progreso conocido hasta la fecha gracias a la Razón, un grupo de mediocres intelectuales, cada vez en mayor número y con mayor influencia desde la filosofía de Immanuel Kant, lograron desacreditar, con gran éxito, su papel fundamental. Se trata este del peor acto de deshonestidad intelectual que se haya podido conocer en la civilización europea.
Los intelectuales traicionaron, de este modo, la sociedad misma que les ofreció el gran honor de su existencia, el gran honor de poder producir algo con valor para sus hermanos. El insulto a este reconocimiento y el abuso de poder en la tarea social encomendada por el mercado, ha tenido como resultado que los líderes y héroes del presente hayan muerto o hayan desaparecido de forma prematura.
Causa: los intelectuales han negado la razón, han negado la vida y han despreciado la naturaleza heroica del ser humano. Es decir, han olvidado una importante lección de la historia: que los verdaderos lideres no pueden existir sin ideas objetivas y racionales. Los intelectuales del siglo pasado, cansados, agotados y fatigados por su ardua labor, no se han detenido hasta inocular en la mente de los hombres una terrible mentira: la incapacidad de la mente para la supervivencia. Escindido, de este modo, el ser humano del mundo que le rodea, fue condenado por los intelectuales a una deriva simbólica (la crisis de la modernidad) sin valores sobre los que poder basar sus proyectos personales; con la integridad de su amor propio dañada y herida. Este suicidio teórico de los intelectuales, en pocas palabras, ha supuesto el suicidio práctico de los líderes del futuro. Ellos mismos (los intelectuales) se han condenado y por eso nos han condenado a todos los demás. Ellos mismos han abandonado la verdadera lucha racional, para abrazar una nueva forma de misticismo. Entramos así, en la actualidad, en una nueva época oscura para la historia: el nuevo desierto intelectual que nuestros antepasados han creado para nosotros.
EL MISTICISMO Y LAS ÉPOCAS OSCURAS DE LA HUMANIDAD
Las épocas oscuras de la humanidad son épocas de estancamiento. Épocas de retroceso en donde los dones ofrecidos por los genios de la humanidad son instrumentalizados contra la sociedad misma por aquellas personas que no han comprendido el profundo valor de su regalo.
El curso de la historia nunca ha sido un avance continuo, sino una pugna constante entre el progreso y el atraso, entre la razón y el misticismo, entre el individuo y el colectivo. Ayn Rand (The Fountainhead, 1943) de forma poética, de forma alegórica, imagina a través del famoso discurso de su héroe liberal, Howard Roark, como el descubridor del fuego, incomprendido por sus congéneres, debió haber sido quemado en la misma hoguera que había preparado con amor para sus hermanos. Con esta terrible y horrible imagen, Ayn Rand sugiere que el límite entre la virtud y la corrupción es un terreno del sentido político que se encuentra en constante disputa entre los genios individualistas, por un lado, y los tiranos y místicos, por otro. Veamos brevemente algunos hitos importantes de este antiguo conflicto entre el individuo y el colectivo.
En el caso de la historia de Europa, la primera gran época de esplendor de la humanidad puede ser localizada hacia el año 8.000 a. C. con el surgimiento de las ricas sociedades de productores. El descubrimiento de la ganadería y de la agricultura, que posibilitaron el acceso del hombre al mundo civilizado, constituyeron los pilares básicos que permitieron independizar al hombre de las penosas condiciones de la vida nómada. En paralelo a esta vanguardia de la humanidad, se alineaban aquellos seres mediocres que eran incapaces de emular o de apreciar el valor de esta nueva innovación. El advenimiento de la sociedad libre tendría que esperar unos años más. Bajo pretextos inmorales y con el apoyo intelectual de sacerdotes y místicos, los grandes líderes de los grupos tribales, de los reinos emergentes y de los futuros imperios que llegaron a poblar la tierra, lograron apropiarse de las ideas de la domesticación y del dominio de la naturaleza para ponerlas bajo su exclusivo dominio: se aseguraron el poder político domesticando ellos mismos a sus propios animales de carga, los esclavos.
Los privilegios inmerecidos de estos tiranos (privilegios obtenidos mediante la guerra, el saqueo y la violencia) les creó la necesidad de poner bajo su control permanente a ciertos hombres para asegurar, de este modo, la nueva jerarquía impuesta por la fuerza. Así comenzaron a consolidarse y trasmitirse, de generación en generación, los fundamentos morales e intelectuales de las primeras sociedades de castas que concedían a ciertos individuos más derechos que a los demás. Los productores, fuerza viva de las sociedades de su tiempo, fueron traicionados por sus propios hermanos: se les negó su derecho a disfrutar del fruto legítimo de su mente creadora. Este virus intelectual acabará proliferando de una región a otra y llegará a su mayor auge al final de la Edad Antigua, cuando de lugar, de forma patente e inevitable, a la caída del Imperio Romano en el año 476. La destrucción sistemática del libre mercado, el profundo odio a las instituciones del comercio, las políticas de ingeniería social basadas en la estructura socialista panis et circenses, así como las políticas inflacionarias de gobiernos corruptos y despilfarradores, acabarán siendo las señas de identidad de todas las formas futuras de ideología anti-capitalista. Así es como se inicia una de las épocas más oscuras de la historia, que duró hasta bien entrado el año 1453.
La Edad Media fue una época dominada por la religión y el misticismo cristiano: religión que fue secuestrada por las instituciones del poder para someter las conciencias y las sujetividades de las personas. La sociedad no tardó en enfermar de muerte y sentir desprecio por los valores genuinos de la tierra. La actividad de los intelectuales se redujo de forma drástica. Apenas ciertas tareas subsidiarias de re-afirmación y fundamentación filosófica de la teología. Sólo con el riesgo y coraje de algunas figuras inconformistas de la época (de nuevo, los grandes genios de su tiempo, hombres que dieron su vida por su visión) se pudo contener, de forma sustancial, el estado de decadencia en el que se había sumido a la civilización desde los tiempos de las primeras civilizaciones.
El renacimiento del hombre (siglos XV y XVI) tuvo lugar con el nacimiento de las ciencias (desde las aportaciones de Galileo hasta la mecánica clásica de Newton) y la recuperación del espíritu griego (sobre todo de los restos más subversivos y liberales de su cultura: Aristóteles). El culmen de esta época se saldó con el progreso hacia las sociedades republicanas, los estados mínimos y la proliferación y renacimiento de los mercados libres, que lograron atar el poder absoluto de los monarcas con los lazos naturales del derecho. No obstante y en paralelo, sobre todo desde la filosofía de Inmanuel Kant (1781-1804) como ya hemos comentado más arriba, se comenzó a separar la razón de la realidad, produciendo en el hombre capitalista un profundo auto-extrañamiento tanto de su propia libertad, como de sus logros, así como sobre la contribución real de la razón al progreso de la civilización.
La terrible verdad de todo esto es que el nuevo movimiento anti-capitalista nació en el seno mismo del capitalismo, comandado por los propios empresarios. Fueron los mediocres, los parásitos intelectuales, los imitadores, los incapaces de innovar y crear algo nuevo, los principales responsables de este crimen histórico. El mercado libre fue atacado, desde el interior, por esta pandilla de criminales hasta acabar degenerando en los modelos mixtos y corporativistas que condenaron las libertades de los individuos para satisfacer los intereses de las nuevas castas políticas emergentes. El sentido tribal de la historia vuelve a imponerse sobre la inteligencia, de nuevo, pero con nuevas máscaras. Como consecuencia de ello, las repúblicas de estados mínimos fueron, poco a poco, degenerando en democracias populares o en estados totalitarios (periodo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX). En este contexto de creciente relativismo moral e inseguridad intelectual por la ausencia de valores, se creó y se justificó, también jurídicamente, la Banca Central. El inmoral sistema de reserva fraccionaria que permitía apropiarse, de forma indebida, del capital ajeno podía ahora ejecutarse sin ser constituir un terrible delito. Los políticos, de este modo, tendrían su dinero (todo el que necesitaran para sus alocados proyectos) y los bancos privados, por su aprte, tendrían su prestamista de última instancia para hacer frente a los impagos que su ineficiente sistema de inversión y préstamos acabaría por generar. Fue este, como se puede intuir, uno de los privilegios más potentes jamás concebidos en la historia y un duro golpe ontra el capitalismo de libre mercado: es el inicio de la sociedad endeuda, basada en el desprecio del ahorro, que será el símbolo identitario predominante de nuestro pasado siglo.
La transición a una nueva época de decadencia intelectual, peor que la anterior, se abrió camino con la trágica serie de Guerras Mundiales libradas en Europa (1914-1945). El centro de gravedad fue la traumática crisis económica de 1929 provocada por los privilegios estatales concedidos al sector bancario: la institucionalización de la reserva fraccionaria comenzaba a dejar, tras de sí, las frutas podridas de su decadencia moral. Poco a poco, fueron aparecieron en el horizonte las profundas reformas políticas de EEUU (keynesianismo) que acabaron por corromper la esencia liberal y capitalista de sus orígenes (las ideas de los Padres Fundadores y los principios morales de la Declaración de Independencia, 1776). La proliferación de la moral altruista (de base cristiana, pero renovada por el socialismo y el comunismo) así como la corrupción intelectual del relativismo epistemológico, dieron lugar a uno de los contextos internacionales más inciertos del momento: un terrorífico campo polarizado, donde las grandes potencias se disputaron el dominio del mundo (Guerra Fría, 1947-1989). Por otra parte, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) se constituirán las bases de la socialdemocracia y del Estado de Bienestar que, de forma tímida al principio, pero con paso firme al final, acabarán dando lugar a la destrucción irreversible de la moral capitalista, así como de otras muchas instituciones privadas que aseguraban y protegían la independencia de los individuos frente al poder político.
El capitalismo, apenas constituido y ofrecido al mundo por las mentes más brillantes que han poblado la tierra, acabó destruyéndose así mismo a manos de los más mediocres de su tiempo, incapaces de comprender y aprovecharse de su valor objetivo. Ahora, el capitalismo ha degenerado en un mero instrumento de dominio (capitalismo de estado) puesto a favor de la casta política de nuestra civilización moderna.
LOS INTELECTUALES Y LOS FALSOS LÍDERES
La razón es la única facultad del hombre para percibir la realidad. La razón es el único medio para adquirir el conocimiento válido sobre el funcionamiento de la realidad. No obstante, el hombre tiene que decidir pensar, debe querer pensar y razonar. La razón no es una facultad automática, sino que requiere decisión y esfuerzo. Los hombres, guiados por místicos, por falsos intelectuales, se niegan a pensar. Acaban considerando a la Razón como una facultad peligrosa e impotente, como su enemiga. Los místicos operan a partir de los grandes relatos de las civilizaciones: instrumentalizan las emociones de su tiempo como fuentes de conocimiento e imponen el subjetivismo y el relativismo moral, ofreciendo al mundo un escape rápido de la realidad con fantasías colectivistas. Sus ideas, nacidas del temor y de la incapacidad de afrontar una vida plena sobre la tierra, producen los retrocesos y derrumbes de sociedades y civilizaciones enteras que han cometido el terrible error de hacerles caso. Cuando un genio produce una nueva innovación, en sus mentes saltan todas las alarmas: la libertad y la superioridad intelectual de los genios les atemoriza y les hace sentirse inferiores. Por esta razón inoculan, como una enfermedad mortal, la fe en creencias ciegas e irracionales: quien apartar a los genios de su poder.
Por eso, en las sociedades enfermas de muerte, en las sociedades en las que ya no se confía en los genios, emergen los falsos líderes. Son seres brutales, tribales y primitivos, bestias salvajes: su potencia reside en su capacidad para reunir individuos en rebaños y para dominar su destino mediante la violencia. Irracionales y caprichosos, actúan por la necesidad del momento, sin atender a las necesidades que impone el largo plazo. Sólo entienden la realidad mediante la fuerza y la coacción – la razón es una facultad inútil para ellos. Según su visión del mundo, todos los individuos se dividen en amigos o enemigos, en partidarios o detractores. Todos los opositores son traidores, todos los críticos son conspiradores. Su naturaleza engendra las pandillas de criminales de todas las clases imaginables. Son pues, los dictadores, los conquistadores militares, los políticos de cualquier clase y condición: todos estos son falsos líderes.
La historia de la humanidad, desde este enfoque, puede ser entendida como el producto escrito por la alianza entre místicos y falsos líderes para imponer sus respectivos órdenes hegemónicos sobre los demás y así contener el avance natural del individualismo y de la libertad. El místico crea para el amo de todas las épocas, las filosofías y los valores que legitimarán su uso y ejercicio de la fuerza: crean los grandes relatos que justificarán el ejercicio de su violento gobierno. Los intelectuales dan poder moral al líder a través de la palabra y de la filosofía (herramienta intelectual secuestrada por el poder).
Los intelectuales místicos temen la realidad y les avergüenza su condición insignificante. Su vida es un conflicto perpetuo e irresoluble: los hechos entran en contradicción con sus emociones y como siempre tienden a decantarse por su subjetividad a costa de la realidad, fracasan. En pocas palabras: no saben lidiar con el mundo, son incapaces, mediocres y débiles, parásitos temerosos de vivir, individuos agotados de luchar, individuos cansados. El misticismo es la estructura discursiva que han inventado para escapar intelectualmente de las nefastas consecuencias que su falsificación de los hechos acaba generando en la sociedad. Por eso necesitan un líder que les proteja, un líder que les ahorre la necesidad de tener que sobrevivir por sí mismos.
Por estas razones, un líder auténtico jamás podrá ser un político, un rey, un sacerdote o cualquier figura paternalista imaginable. ¿Cuál es, por tanto, el verdadero líder? Sin lugar a dudas: el empresario y el gran genio creador. No sólo son las personas que crean los valores materiales de la humanidad (y, por tanto, que más sirven a los intereses y deseos de los demás) sino aquellos que dan lugar a los nuevos valores intelectuales y culturales (artísticos) de la sociedad misma. Los empresarios son los nuevos genios, la nueva vanguardia de la civilización que anticipa las necesidades del mañana y arriesgan su vida y su dinero por hacer realidad su visión del mundo.
EL ADVENIMIENTO DEL NUEVO INTELECTUAL
Pero estos que están llamados a ser los nuevos líderes del futuro carecen de intelectuales dignos en el presente. El nuevo intelectual de nuestro tiempo debería estar comprometido con la causa de la libertad. Amante de la verdad y con convicciones éticas, debería ser cualquier persona que decida valerse de los resultados de su propia mente y renunciar por completo a la fe y a la religión. No se guiará por sus emociones, caprichos o deseos, sino por su intelecto, pues valora más su propia vida y felicidad que el culto moderno al cinismo, a la desesperación y a la impotencia que produce la moderna ausencia de valores. Pocas han sido las personas con este talante natural. Y, posiblemente, no hayan existido todavía personas íntegras en esta tarea que se hayan tomado la molestia de despertar del dogma colectivista.
Así son las cualidades, en resumidas cuentas, que deberían tener los nuevos intelectuales que la sociedad moderna necesita: 1. Valorar su propia vida; 2. Defender los derechos individuales; 3. Defender su propia autoestima; 4. Defender su independencia racional; 5. Defender una sociedad abierta, no coercitiva y absolutamente libre.
Para el pensamiento liberal, cada individuo es su propio intelectual y su propio líder. Eso no resta para consentir y aceptar la guía de aquellos que han sabido triunfar y que han demostrado mejorar sus condiciones iniciales de vida: prosperar, en una palabra. El pensamiento liberal defiende el derecho de los individuos a establecer sus propios objetivos, a escoger sus valores y a poder conseguirlos con sus propios medios: justo lo que los tiranos nos pretenden arrebatar.

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