Dogmas facciosos forman la estrategia educativa. Unos avanzan una reforma que no se puede aplicar en la realidad, otros la minan para desbancar a un rival en la contienda por la sucesión; unos demandan el cumplimiento absoluto de lo incumplible y los demás aprovechan el río revuelto para imponer su ley y construir una candidatura. Recuerda al viejo chiste sobre la diferencia entre el paranoico y el esquizofrénico: uno construye castillos en el aire y el otro vive en ellos, pero es el psiquiatra quien cobra la renta. El punto es simple: sólo el psiquiatra sale bien librado; los demás trabajan para él.



En toda esta farsa trágica lo menos importante es lo único que importa: la posibilidad de que cada niño mexicano pueda asir y hacer suyo el futuro. Es decir, romper con el impedimento crucial y estructural al desarrollo de cada ciudadano y al crecimiento económico: un sistema educativo construido para la consecución de una hegemonía ideológica como soporte del sistema político. La cesión del control educativo a los sindicatos y sus disidencias no fue producto de la casualidad: el objetivo no era una educación para tener éxito en la vida (e igualar oportunidades para niños nacidos en condiciones tan desiguales), sino el control político.
La reforma educativa, esencialmente laboral en naturaleza, busca redefinir la relación entre el sindicato y la SEP como fundamento para una eventual reforma educativa de fondo. Desde esta perspectiva, es “puro palo y nada de zanahoria”. Es decir, constituye un enorme amago al statu quo porque no ofrece una salida y, en cambio, amenaza a quienes viven en y del sistema tradicional.
A esta luz, las movilizaciones de la CNTE en las últimas semanas y meses son perfectamente explicables y siguen una lógica política impecable que el gran estratega Sun Tzu hubiera aprobado: pégale a tu enemigo donde menos lo espera y más le duele. La CNTE nació como una disidencia dentro del sindicato magisterial SNTE y, con el tiempo, se convirtió en un ente corporativo con objetivos similares, por medios distintos. En la práctica, ambas organizaciones se complementaban: el SNTE chantajeaba al gobierno con la amenaza de la CNTE. Ambas organizaciones ganaban de contraponerse con el gobierno.
La detención de la maestra Gordillo no pudo ocurrir en un momento más delicado. Si bien el gobierno actuó porque temía su oposición a la reforma educativa, el costo fue extraordinario: al descabezar al liderazgo, el SNTE quedó desarticulado y la CNTE se convirtió en la contraparte inevitable en la negociación.
La CNTE se hizo poderosa en Oaxaca donde, en control de la secretaría de educación estatal, extorsionaba al gobierno con una fuente interminable de dinero y poder. El gran mérito del gobierno federal actual fue quitarle esa base de poder. Sin embargo, eso no resolvió el asunto de esencia: su credibilidad entre los maestros que la apoyan.
Y ese es el tema medular: si bien muchos maestros participan en bloqueos y marchas porque son obligados, la mayoría lo hace por convicción. La pregunta es por qué. Años de observar el fenómeno me han convencido que hay un factor muy simple que lo explica: los maestros tienen pavor a ser desplazados por la reforma, es decir, tienen miedo de reprobar las evaluaciones y quedarse sin empleo.
Detrás de todo esto yace la lógica perversa del sistema educativo: históricamente, una persona que aspira a ser maestro tiene que reunir una enorme suma de dinero para comprar una plaza, misma que se convierte en un ahorro virtual, a ser capitalizado al final de la carrera magisterial con su posterior venta. Con la compra de esa plaza, el maestro asegura un ingreso por los siguientes treinta años y un retiro garantizado al venderla. Tanto la CNTE como el SNTE se han dedicado a asegurar que esa ecuación se mantenga per secular saeculorum porque es una fuente infalible de control.
La reforma educativa, esencialmente laboral en naturaleza, busca redefinir la relación entre el sindicato y la SEP como fundamento para una eventual reforma educativa de fondo. Desde esta perspectiva, es “puro palo y nada de zanahoria”. Es decir, constituye un enorme amago al statu quo porque no ofrece una salida y, en cambio, amenaza a quienes viven en y del sistema tradicional. Las personas que compraron su plaza hace años ven en peligro su retiro y quienes están en el sistema y se saben poco competentes como maestros temen perder su plaza por las evaluaciones. La reforma no atiende ninguno de estos elementos. Si al maestro le va mal en los exámenes queda fuera del sistema; si le va bien, su ingreso no compensa la pérdida del ahorro inherente a la plaza que compró hace años.
Frente a esto, el gobierno ha ido de torpeza en torpeza. Unos llevan la línea dura, otros quieren desbancarlos. Detrás de todo está la otra lógica de la realidad política: la sucesión presidencial. En este contexto, el proceso de “negociación” no atiende la esencia del problema: sobre todo la diferencia crucial entre la lógica de poder y dinero de los líderes (la vieja consigna corporativista) y los temores de los agremiados. En lugar de dividirlos, se fortalece la alianza. La negociación -y las agendas cruzadas detrás de ella- alientan la protesta.
El riesgo de todo esto es que se generalice la protesta contra todo: la educación, “las” reformas, la economía, etc. El dogmatismo de todos los involucrados -SEP, Gobernación, Mexicanos Primero, CNTE y SNTE- alimenta la candidatura del único que se ha conducido con extraordinaria destreza: primero apoyando las movilizaciones, luego afirmando la permanencia de la reforma.
¿Y los niños?