Diálogo de conversos
Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
Esta semana dos cosas espléndidas ocurrieron en América Latina. La primera es, desde luego, el triunfo de Mauricio Macri en Argentina, una severa derrota para el populismo de los esposos Kirchner que abre una promesa de modernización, prosperidad y fortalecimiento de la democracia en el continente; es, también, un duro revés para el llamado “socialismo del siglo XXI” y el Gobierno de Venezuela, a quien el nuevo mandatario elegido por el pueblo argentino ha criticado sin complejos por su violación sistemática de los derechos humanos y sus atropellos a la libertad de expresión. Ojalá que esta victoria de una alternativa genuinamente democrática y liberal a la demagogia populista inaugure en América Latina una etapa donde no vuelvan a conquistar el poder mediante elecciones caudillos tan nefastos para sus países como el ecuatoriano Correa, el boliviano Morales o el nicaragüense Ortega, quienes deben estar en estos momentos profundamente afectados por la derrota de un Gobierno aliado y cómplice de sus desafueros.
La otra excelente noticia es la aparición en Chile de un libro, Diálogo de conversos (Editorial Sudamericana), escrito por Roberto Ampuero y Mauricio Rojas, que es, también, en el plano intelectual, un jaque mate a las utopías estatistas, colectivistas y autoritarias del presidente Maduro de Venezuela y compañía y de quienes creen todavía que la justicia social puede llegar a América Latina a través del terrorismo y las guerras revolucionarias.
Roberto Ampuero y Mauricio Rojas creyeron en esta utopía en su juventud y militaron, el primero en la Juventud Comunista, y el segundo en el MIR, desde cuyas filas contribuyeron a crear el clima de crepitación social y caos económico y político que fue el Gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular. Al ocurrir el golpe militar de Pinochet e iniciarse una era de represión, torturas y terror en Chile ambos debieron huir. Se refugiaron en Europa, Roberto Ampuero en Alemania Oriental, desde donde iría luego a Cuba, y Mauricio Rojas en Suecia. En el exilio siguieron militando en la izquierda más radical contra la dictadura, pero la distancia, el contacto con otras realidades políticas e ideológicas, y, en el caso de Ampuero, conocer y padecer en carne propia el “socialismo real” (de pobreza, burocratización, censura y asfixia política), los llevó a ambos a aquella “conversión” a la democracia primero y al liberalismo después. Sobre esto dialogan largamente en este libro que, aunque es un ensayo político y de filosofía social, se lee con el interés y la curiosidad con que se leen las buenas novelas.
Ambos hablan con extraordinaria franqueza y fundamentan todo lo que dicen y creen con experiencias personales, lo que da a su diálogo una autenticidad y realismo de cosa vivida, de reflexiones y convicciones que muerden carne en la historia real y que están por lo mismo a años luz de ese ideologismo tan frecuente en los ensayos políticos, sobre todo de la izquierda aunque también de la derecha, que se mueve en un plano abstracto, de confusa y ampulosa retórica, y que parece totalmente divorciado del aquí y del ahora.
La “conversión” de Ampuero y Rojas no significa haberse pasado con armas y bagajes al enemigo de antaño: ninguno de los dos se ha vuelto conservador ni reaccionario. Todo lo contrario. Ambos son muy conscientes del egoísmo, la incultura y lo relativo de las proclamas a favor de la democracia de una cierta derecha que en el pasado apoyó a las dictaduras militares más corruptas, confundía el liberalismo con el mercantilismo y sólo entendía la libertad como el derecho a enriquecerse valiéndose de cualquier medio. Y ambos, también, aunque son muy categóricos en su condena del estatismo y el colectivismo, que empobrecen a los pueblos y cercenan la libertad, reconocen la generosidad y los ideales de justicia que animan muchas veces a esos jóvenes equivocados que creen, como el Che Guevara o Mao, que el verdadero poder sólo se alcanza empuñando un fusil.
Sería bueno que algunos liberales recalcitrantes, que ven en el mercado libre la panacea milagrosa que resuelve todos los problemas, lean en este Diálogo de conversos los argumentos con que Mauricio Rojas, que aprovechó tan bien la experiencia sueca —donde llegó a ser por unos años diputado por el Partido Liberal—, defiende la necesidad de que una sociedad democrática garantice la igualdad de oportunidades para todos mediante la educación y la fiscalidad de modo que el conjunto de la ciudadanía tenga la oportunidad de poder realizar sus ideales y desaparezcan esos privilegios que en el subdesarrollo (y a veces en los países avanzados) establecen una desigualdad de origen que anula o dificulta extraordinariamente que alguien nacido en sectores desfavorecidos pueda competir de veras y alcanzar éxito en el campo económico y social. Para Mauricio, que defiende ideas muy sutiles para lo que llama “moralizar el mercado”, el liberalismo es más la “doctrina de los medios que de los fines”, pues, como creía Albert Camus, no son estos últimos los que justifican los medios sino al revés: los medios indignos y criminales corrompen y envilecen siempre los fines.
Roberto Ampuero cuenta, en una de las más emotivas páginas de este libro, lo que significó para él, luego de vivir en la cuarentena intelectual de Cuba y Alemania Oriental, llegar a los países libres del Occidente y darse un verdadero atracón de libros censurados y prohibidos. Mauricio Rojas lo corrobora refiriendo cómo fue, en las aulas y bibliotecas de la Universidad de Lund, donde experimentó la transformación ideológica que lo hizo pasar de Marx a Adam Smith y Karl Popper.
Ambos se refieren extensamente a la situación de Chile, a ese curioso fenómeno que ha llevado, al país que ha progresado más en América Latina haciendo retroceder a la pobreza y con el surgimiento de una nueva y robusta clase media gracias a políticas democráticas y liberales, a un cuestionamiento intenso de ese modelo económico y político. Y ambos concluyen, con razón, que el desarrollo económico y material acerca a un país a la justicia y a una vida más libre pero no a la felicidad, y que incluso puede alejarlo más de ella si el egoísmo y la codicia se convierten en el norte exclusivo y excluyente de la vida. La solución no está en retroceder a los viejos esquemas y entelequias que han empobrecido y violentado a los países latinoamericanos sino en reformar y perfeccionar sin tregua la cultura de la libertad, enriqueciendo las conquistas materiales con una intensa vida cultural y espiritual, que humanice cada vez más las relaciones entre las personas, estimule la solidaridad y la voluntad de servicio entre los jóvenes, y amplíe sin tregua esa tolerancia para la diversidad que permita cada vez más a los ciudadanos elegir su propio destino, practicar sus costumbres y creencias, sin otra limitación que la de no infligir daño a los demás.
Hace tiempo que no aparecía en nuestra lengua un ensayo político tan oportuno y estimulante. Ojalá Diálogo de conversos tenga los muchos lectores que se merece.
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