Un relato en torno al igualitarismo
Por Alberto Benegas Lynch (h)
La otra noche un matrimonio amigo nos
invitó a mi mujer y a mí a comer a un restaurante. Muy agradable resultó
el convite y los temas fueron muchos y muy jugosos, pero hubo un asunto
que pasó desapercibido y quedó oculto debido a que inmediatamente se
superpusieron otros temas que coparon los intercambios de ideas.
Ese asunto a que me refiero trata de un
relato que fue contado brevemente a raíz de otro comentario de los
anfitriones de la jornada. El cuento se refería a que en un pueblito
africano se estableció un concurso deportivo en el que participaban
varios niños, el cual consistía en correr una carrera con el anuncio de
que quien llegara primero obtendría un premio. Los niños a poco de
deliberar y cuchillar graciosamente se agarraron todos de la mano y
corrieron a la par todos juntos hacia la línea de llegada (por mi parte
agrego que a los efectos podrían haber ido caminando con el mismo
resultado final).
Ese fue el relato y quedó en el aire la
interpretación o las interpretaciones y moralejas puesto que, como digo,
se pasó a otro tema pisando lo anterior, como a veces suele ocurrir en
reuniones sociales por más armónicas y amigables que resulten.
Cuando llegamos a mi casa esa noche me
disponía a leer mis correos electrónicos cuando henos aquí que
súbitamente me vino a la memoria el cuento de los niños en África.
Abandoné entonces el cometido de revisar mi correspondencia y me puse a
anotar mis ocurrencias sobre el cuento al efecto de escribir una columna
sobre el tema que me pareció con aristas de interés aunque no lo
advirtiera durante la comida de marras, operación que estoy haciendo en
este momento puesto que no hay nada mejor para aclarar ideas que
escribirlas.
Independientemente de cual fue el
sentido del relato por parte de quien lo expuso tan telegráficamente,
quiero explayarme sobre los sentidos y las facetas que le encuentro a
este inocente comportamiento, aunque no tan inocente la interpretación
más corriente si se la coloca en el contexto de nuestro mundo, sin
descartar otra en un plano bien distinto.
Las inclinaciones que hoy dominan
nuestro mundo se traducen en constantes críticas a un capitalismo
inexistente debido precisamente a las referidas críticas y embates que
han convertido a los gobiernos en aparatos infernales que intervienen en
los más mínimos detalles de las vidas y haciendas ajenas, lo cual se
refleja en gastos públicos siderales, en deudas estatales mayúsculas, en
impuestos insoportables y regulaciones asfixiantes.
Dada esta situación que abarca los más
diversos ámbitos, no es de sorprender que la moraleja del cuento apunte a
una embestida contra la competencia. La idea obtusa estriba en que la
competencia provoca la lucha de todos contra todos en lugar de la
cooperación amable y despojada de todo vestigio de rivalidad.
No parece comprenderse que la
competencia en el mercado, empuja la emulación recíproca por satisfacer
las preferencias y deseos del prójimo y constituye el estímulo y los
incentivos para mejorar bienes y servicios en el contexto de un proceso
de cooperación voluntaria y pacífica.
Al contrario, la guillotina horizontal y
el consiguiente igualitarismo arranca esos incentivos para bien y los
convierte en conflictos insalvables entre los que se sienten desposeídos
y los que disponen con prepotencia del fruto del trabajo ajeno.
Los mejores en la competencia en el
rubro de que se trate no adquieren posiciones irrevocables. Antes al
contrario, tienen que esforzarse permanentemente si no quieren ser
sustituidos por otros que prestan mejores servicios. El que acierta en
las preferencias de los demás obtiene ganancias y el que yerra incurre
en quebrantos. El cuadro de resultados es el termómetro que indica la
calidad de lo ofrecido a juicio de los consumidores.
Desde luego que esto no sucede cuando
operan ladrones de guante blanco mal llamados empresarios quienes
obtienen sus riquezas como consecuencia del latrocinio, es decir, fruto
de sus alianzas con el poder de turno de los que obtienen prebendas,
dádivas, privilegios y mercados cautivos de diversa naturaleza.
Obsérvese los esfuerzos de quienes
operan en competencia abierta, en contraste con la desidia de quienes
tienen sus espaldas cubiertas de que compitan otros en sus reglones,
provengan éstos del exterior o del mismo país en el que se
desenvuelven.
En los deportes ocurre el mismo
fenómeno. Imaginemos que sentido tendrían los eventos deportivos si cada
cual estaría bloqueado de mostrar sus habilidades y talentos. Más aun,
si se impusiera el sistema que emplearon los niños del cuento habría que
eliminar los deportes porque carecerían de sentido (un certamen de cien
metros llanos con el procedimiento de no permitir que se obtenga el
primer lugar es tan ridículo como vender una máquina de lavar que no
lave).
La competencia abre caminos para mejorar
la marca cada vez más, siempre a criterio de la gente. Esto no quiere
decir que nos deba gustar lo que las mayorías deciden. Por ejemplo,
personalmente no me gustan algunos de los cantantes de moda y todo lo
que los rodea, pero eso de ningún modo me autoriza a recurrir a la
fuerza para cambiar hábitos y preferencias que no lesionan derechos de
terceros. En todo caso, puede haber un tema axiológico para lo cual
eventualmente puede recurrirse a la persuasión.
La competencia en modo alguno autoriza a
recurrir a procedimientos fraudulentos, la trampa y la lesión a los
derechos de otros que indudablemente deben ser debidamente castigados.
Eso si, se debe estar prevenido de falsas acusaciones de fraude basadas
en la pura envidia respecto a los que se destacan en el proceso de
mercado. Este es el caso del monopolio cuando surge como consecuencia
del apoyo del prójimo. Como he dicho antes, si hubiera habido una ley
antimonopólica en la época de las cavernas y el garrote, no hubiera
podido utilizarse el arco y la flecha porque el primero que lo manejó
era monopolista y así con todos los inventos sean electrónicos,
medicinales etc. Lo grave y peligroso es el monopolista que surge como
consecuencia del apoyo gubernamental, sea privado o estatal puesto que
siempre significa la explotación de sus congéneres a través de precios
más elevados, calidad inferior o las dos cosas al mismo tiempo.
Este análisis me recuerda a la sandez de
sostener que “nadie tiene derecho a lo superfluo mientra haya quienes
carezcan de lo necesario”. ¿Es serio mantener esto, es decir que nadie
puede ir a la universidad mientras alguien no tiene vitaminas
suficientes para ingerir o que nadie puede tocar el piano mientras haya
quienes no pueden ir a la escuela primaria?
Otra vez el espectro de la guillotina
horizontal y la muy contraproducente e inconducente política de la
“redistribución de ingresos”, a saber, volver al distribuir con el uso
de la violencia lo que pacífica y voluntariamente distribuyó la gente
con sus compras y abstenciones de comprar en el supermercado y afines. Y
aquello con el agravante del derroche de los siempre escasos recursos
con lo que los salarios e ingresos en términos reales inexorablemente
disminuyen puesto que las tasas de capitalización se contraen.
Finalmente, la otra interpretación del
cuento es que los niños se burlaron de los organizadores del evento
puesto que si todos ganaban habría que darles un premio a cada uno sin
que nadie perdiera (salvo los organizadores que debieron multiplicar los
premios…a menos que se decidiera dividir el mismo premio anunciado
entre todos los participantes-ganadores).
Pero esta interpretación tiene sus
bemoles ya que, nuevamente, si ese procedimiento se generaliza, por un
lado, desaparece el deporte, por lo menos ese tipo de carreras, pero por
otro, la técnica de referencia no puede aplicarse al mundo de los
negocios ya que si todos ofrecen lo mismo queda amputada la posibilidad
de mejora y de guía para el progreso.
No es infrecuente que se tilde a la
competencia y a los mercados libres como “darwinismo social”. Gran
error. Darwin se refería al proceso evolutivo en el campo biológico y
tomó su idea de Mandeville quien aplicó la evolución al proceso
cultural. En el primer campo hay selección de especies y los más aptos
eliminan a los menos aptos, mientras que en el segundo territorio la
selección es en cuanto a las normas y, sobre todo, los más fuertes
trasmiten su fortaleza a los más débiles como una consecuencia no
buscada vía las tasas de capitalización que, como queda dicho,
constituyen el único factor para elevar salarios.
No me quiero poner técnico en una
columna periodística, pero en no pocas de las facultades de economía
todavía se enseña “el modelo de competencia perfecta” que presupone
conocimiento perfecto de los factores relevantes, lo cual, en la
práctica, significa que no hay posibilidad de arbitraje y por ende
tampoco de empresarios ni de competencia. Es una contradicción en los
términos que induce a los alumnos a tener una versión completamente
desfigurada de la competencia.
No se trata de imponer gustos y
preferencia a los demás sino de competir por el aprecio de los
consumidores. La falacia de que la publicidad determina la demanda no
tiene en cuenta que influye pero no determina, de lo contrario, con
suficiente publicidad podría convencerse a la gente que es mejor el
monopatín que el automóvil y a precio mayor o que se suspenda la luz
eléctrica y se retorne a la luz de las velas y también a precios más
elevados. Igual que el abogado intenta persuadir al juez de la razón de
su cliente, o el que intenta persuadir a su novia que contraiga
nupcias, la publicidad intenta persuadir a consumidores de la calidad de
su producto o de su servicio. En Estados Unidos, de cada diez productos
que se lanzan con gran despliegue publicitario, siete fracasan en su
intento.
Sin perjuicio del valor de la
competencia como factor externo por las antedichas razones de peso, es
muy fértil interiormente competir con uno mismo en el sentido de ser
mejor persona hoy respecto de ayer y mañana mejorar la marca de hoy.
Ludwig von Mises en su obra La acción humana. Tratado de economía explica
que la competencia (que aquí hemos denominado “exterior”) es el proceso
de cooperación por excelencia, mientras que en sistemas autoritarios -y
en la medida que lo sean- hay otro tipo de competencia de naturaleza
bien distinta: se traduce en buscar y priorizar el favor del mandamás
del momento.
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