Rajoy, contra todo pronóstico
Por Álvaro Vargas Llosa
La cara de Mariano Rajoy la
noche del domingo (26), y su dificultad para hilvanar las frases de la
victoria, lo decían todo: ni él sospechaba que sería el gran vencedor de
las nuevas elecciones españolas. No sólo logró que su partido mejorase
su resultado, en relación con los comicios de diciembre, en casi cinco
puntos porcentuales: también se aseguró su continuidad, que parecía una
ilusión.
Sale reivindicada la estrategia que
llevó a cabo cuando en diciembre las elecciones produjeron un resultado
no concluyente que impedía formar gobierno a menos que hubiese pactos
impropios de esta España cainita y de tendencias centrífugas. Consistió
en no hacer nada, dejando que los demás toparan con su propio fracaso a
la hora de formar gobierno sin él.
Esa espera enervante lo ayudó en dos
sentidos. Primero, Ciudadanos, la ascendente fuerza liberal de origen
catalán, estuvo dispuesto a pactar con el Psoe, apuesta fallida que en
estas nuevas elecciones le ha pasado factura: los desencantados del
oficialismo que habían votado por Ciudadanos en parte han regresado al
oficialismo. Hastiados de la corrupción y del manejo ineficaz de la
campaña soberanista de Cataluña, querían castigar a Rajoy coqueteando
con Ciudadanos, pero no abrirle las puertas del poder a un PSOE que,
bajo el liderazgo de Pedro Sánchez, ha dado muchas señales de querer
pactar con Podemos, la izquierda populista admiradora del chavismo.
El regreso de esos votantes al Partido
Popular, además de los votos que el oficialismo arrebató a otros
partidos porque los votantes lo veían como la única posibilidad de
formar gobierno sin la alianza de Podemos y los comunistas, dieron a
Rajoy la improbable victoria. Con 137 escaños, el oficialismo está a
sólo 39 de la mayoría absoluta. Los puede conseguir, o quedarse a un
milímetro, si Ciudadanos pacta con Rajoy y se suman los vascos y los
canarios. Pero hay otras opciones.
La ideal sería una “gran
coalición” entre el Partido Popular y el PSOE, las dos grandes fuerzas
políticas nacionales, que daría solvencia y estabilidad al gobierno
durante cuatro años, y ayudaría a marginar a los radicales populistas.
Si en esa coalición pudiera ingresar, además, Ciudadanos, con su efecto
rejuvenecedor y regenerador en la política española, mucho mejor. Pero
el ideal es casi imposible. Mucho más realista es este otro
escenario: un gobierno de Rajoy en minoría, obligado a negociar cada
asunto con la oposición, pero con garantía de permanencia en el poder
durante buena parte del mandato. La oposición está muy golpeada y
dividida, y es consciente de que después de tanta incertidumbre el
electorado no le perdonaría provocar nuevas elecciones.
La ironía es que la economía ha ido bien
sin que en la práctica hubiera un gobierno en España desde que, a
finales de octubre, empezó la campaña electoral para los comicios de
diciembre. El crecimiento está en 3% en términos anualizados, por encima
del de Alemania y Francia, y la reducción del desempleo también lleva
un ritmo mejor que el de los vecinos. Es el resultado de las reformas,
tímidas en lo general pero audaces en ciertos apartados como la
legislación laboral, emprendidas en su día por Rajoy para destrabar la
actividad económica.
Rajoy tiene más vidas que un gato. Debe
responder a la generosidad de los votantes haciendo un esfuerzo
denodado por reemprender las reformas, contribuir a devolverle
lgitimidad social a la construcción europea y redoblar la lucha contra
la corrupción, que ha hecho mucha mella al prestigio de su partido en
los últimos años. Si no, Podemos, que ha salido muy chamuscado de estos
comicios, volverá a la carga.
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