Es muy significativo el que la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI (publicada en junio de 2009) sea esencialmente un manifiesto Socialista. En ella, el Papa aboga abiertamente por un estado socialista mundial.
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En artes marciales, un principio básico para lidiar con dos atacantes a la vez es colocarse de tal forma que estén los dos a la vista en una sola dirección, o bien delante o a un lado. Enfrentarse a dos enemigos simultáneamente ya es un serio problema, pero estar entre ellos es excepcionalmente difícil, pues hay que dividir la atención y constantemente cambiar el enfoque de un atacante a otro. Lo mismo ocurre en asuntos militares: una guerra es más difícil cuando se combate en dos frentes; los recursos de un ejército tienen que ser divididos, y si los atacantes son esencialmente diferentes, la lucha puede requerir estrategias y equipos diferentes aun cuando los principios fundamentales de defensa sean los mismos.
Este concepto se aplica también de alguna forma al ámbito de las ideas. Si el Papa Benedicto XVI usa su influencia para apoyar a la izquierda política, como ha hecho con su encíclica Caritas in Veritate (La Caridad en la Verdad), entonces nos está haciendo a nosotros, los defensores de la razón, un gran servicio. Como líder religioso del mundo y el infalible autor de la doctrina y la opinión de la Iglesia Católica, el Papa ciertamente ha de ser considerado un representante intelectual de la religión en general, que ha sido hasta ahora un portavoz para los conservadores, cuyos enemigos eran los izquierdistas políticos, o sea: los liberales, los progresistas, los relativistas, los subjetivistas.
Así que es muy significativo el que la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI sea esencialmente un manifiesto socialista. En ella, el Papa proclama abiertamente la plataforma de un estado socialista y paternalista mundial.
Los enemigos de la razón se están consolidando. La derecha y la izquierda política, en muchos aspectos, se están colocando en el mismo lado; ambos frentes de nuestra guerra intellectual están convergiendo. Mientras los liberales modernos y los conservadores afirman ser lo contrario unos de los otros, ambos revelan a través de sus acciones su origen común: el altruismo, que requiere el sacrificio del individuo al grupo. Esta consolidación de ideas puede que ayude a convencer a las mentes pensantes que para conseguir salvar el mundo libre, la opción filosófica fundamental no es entre la derecha y la izquierda, sino entre la razón y la irracionalidad.
Esta mezcla de la derecha y la izquierda es patente ya en el título – en el tema y motivación – de la encíclica Caritas in Veritate. La explicación dada por el Papa para este concepto está en un pasaje relativamente oscuro al principio del documento [Nota 1]. El pasaje es difícil de entender en parte porque se necesita un tiempo para desenmarañar los nuevos significados de palabras que normalmente nos son familiares y muy claras. Por ejemplo, la verdad para la Iglesia no significa la cualidad o el estado de ser un hecho de la realidad; se refiere a hechos, pero también a revelaciones de Dios; la verdad realmente significa aquí lo revelado, la verdad revelada, la verdad dogmática, la doctrina de la Iglesia, la Verdad con mayúscula (aunque raramente se use con mayúscula en el texto). De la misma forma, la caridad no se limita al significado corriente de hacer donaciones voluntarias, sino que parece significar un deber social y una responsabilidad “en el centro de la doctrina social de la Iglesia”, repleta de obligaciones económicas y políticas.
La motivación para lanzar esta encíclica parece ser la preocupación del Papa de que la caridad, en el mundo moderno, está divorciada de la verdad – es decir, lo que se entiende normalmente por caridad hace que ésta carezca de moralidad. La caridad, recordemos, es el deber del ciudadano con el estado socialista, y la verdad es la “verdad revelada”. O sea, a grosso modo, la encíclica justifica la “caridad“: el socialismo internacional – respaldándola con la “verdad“: la fe religiosa.
La letanía de políticas izquierdistas en Caritas in Veritate es amplia e implacable. El documento aplaude el principio de redistribución de la propiedad expresado en la encíclica Rerum Novarum (1891), pero considera que la mera redistribución de la riqueza es algo pasado de moda, que se muestra “incompleta para satisfacer las exigencias de una economía plenamente humana”. Fue la Populorum Progressio la que en 1967 introdujo por primera vez el socialismo total y global (que Caritas in Veritate ahora apoya), presionando al Estado para que convenciera a los hombres que “deben aceptar los impuestos necesarios sobre sus lujos y sus gastos extravagantes para promover el desarrollo de las naciones y la preservación de la paz”. [Nota 2, énfasis añadido.]
Como es típico de la izquierda, Caritas in Veritate denuncia las “desigualdades” en la riqueza, el “consumismo”, y el “superdesarrollo”. La raison d’être del trabajo no es producir, sino proporcionarle al hombre un salario, dignidad, y una jubilación cómoda; el objetivo de crear riqueza es darles ayuda a los pobres en los países en desarrollo. La encíclica “siente mucho la urgencia” de reformar las Naciones Unidas ” para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones” – lo que consiste ni más ni menos que en darle más poder a una organización compuesta en gran parte por dictadores criminales. Por lo visto, a la justicia no se llega a través de instituciones que defiendan los derechos de la propiedad, sino a través de instituciones que distribuyan riquezas a los pobres. El medio ambiente es un valor intrínseco que no debe ser “abusado” por hombres productivos. El sector financiero debe ser regulado para “proteger a las partes más débiles”, que son “explotadas” por capitalistas codiciosos. Pero esos mismos capitalistas codiciosos deben “favorecer formas nuevas de comercialización de productos” de países que no producen nada o casi nada de valor, “para garantizarles una retribución decente a los productores”. Las naciones ricas no tienen derecho a “acumular” energía, mientras que las naciones pobres no tienen la capacidad de producir su propia energía, así como individuos ricos no tienen derecho a consumir lo que han producido mientras haya barrigas hambrientas en el mundo.
Por encima de todo, la encíclica muestra un desprecio total por el individuo – un desprecio aún más siniestro porque alude de vez en cuando a los conceptos de derechos y de libertad. El documento explícitamente enfatiza la imposibilidad de separar la “ética de la vida” de la “ética social”. Cada mención obligatoria de “libertad” y de “desarrollo personal” (obligatorias porque sin ellas la Iglesia no conseguiría mantener su charada de posar a favor de la libertad) es destruida por el mandato “trascendente” de servir a Dios y a la humanidad. Benedicto XVI sigue los pasos de Pablo VI: el objetivo y el derecho de ejercer la libertad individual consiste en servicio. El principal objetivo de esta vida terrenal es: ” ante todo, el que los pueblos salgan del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo”. Obsérvese el énfasis indiscutible en el criterio de valor: los otros. El paraíso ideal de la Iglesia no es uno en el que cada hombre salga por sí mismo de la pobreza y la miseria, sino uno en el que cada hombre saque a su prójimo. Para la Iglesia, el hombre debe ser libre; libre para servir.
Por supuesto, la encíclica rodea su abogacía del socialismo con suficientes afirmaciones y negaciones para poder defenderse de las posibles acusaciones de ser el manifiesto socialista que en realidad es. Proclama, por ejemplo, que su noción del desarrollo ” supone la libertad responsable de la persona”, alerta contra el relativismo cultural, insiste en la libertad de religión, y profesa admirar la tecnología. Pero nada de eso cambia la esencia de su mensaje: que ser humano consiste en servir el “bien común”.
Aunque es imposible enumerar y discutir aquí todos los ejemplos de la política izquierdista propuesta por Caritas in Veritate, hemos incluido varias citas del original [Nota 3].
Resulta cada vez más obvio que las supuestas diferencias entre la izquierda secular y la derecha religiosa no son tan diferentes, y que en realidad ambas facciones no son opuestas en absoluto sino que están en el mismo bando. Y, lo que es aún más importante: esas dos no son las únicas opciones posibles. Existe una tercera opción, una visión que ni prescinde de la moralidad (como la de los “liberales” modernos) ni la coloca en una dimensión sobrenatural (como la de los conservadores). Es una visión que considera la razón como un absoluto, rechaza totalmente la fe, y mantiene que la moralidad es un código de valores basado en la realidad y esencial para la vida humana – y precisamente por esas razones defiende el derecho de cada hombre a su propia vida, a la propiedad que produce, a la libertad de sus pensamientos y acciones, y a perseguir su propia felicidad.
Si los fundamentos socialistas del manifiesto de Benedicto XVI ayudan a aclarar que tanto la izquierda como la derecha son enemigas de la libertad, entonces bienvenidas sean sus palabras, y por Dios que no pare de hablar hasta que las personas racionales entiendan su verdadero significado.
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