Problemas de la Escuela Austriaca de Economía (I)
Por Francisco Capella
Con este artículo comienzo una serie con
la cual pretendo analizar los problemas de la Escuela Austriaca de
Economía (EAE), sus debilidades, límites o errores. Para comprobar la
solidez de una teoría no basta con defenderla, con intentar probarla o
demostrarla con argumentos a favor o datos que la apoyen: es esencial
intentar criticarla, atacarla, destruirla, romperla, ponerla a prueba,
buscar sus puntos débiles, sus aspectos más flojos. La resistencia a las
críticas imparciales, duras, inteligentes e informadas indica que la
teoría de algún modo es sólida, consistente, resistente, correcta,
verdadera, relevante, importante.
Para criticar con fundamento es
necesario poder y querer hacerlo. Un análisis crítico (con el colmillo
afilado) desde el conocimiento (nunca completo) y cierta simpatía
(parcial, pero al menos no con antipatía) puede permitir reconocer lo
valioso y válido y diferenciar lo que debe ser abandonado o revisado.
Algunas críticas o ataques externos pueden deberse a desconocimiento o
malicia: el conocimiento de una escuela de pensamiento a menudo se debe a
pertenecer a dicha escuela, y desde un grupo puede percibirse a otros
diferentes como enemigos a quienes destruir. Las críticas desde dentro
pueden ser más difíciles por parcialidad, subjetividad o falta de
perspectiva.
Si los problemas son reales y no se
reconocen y corrigen o superan, entonces tal vez se enquisten y se
vuelvan progresivamente más difíciles de extirpar. Algunos asuntos
pueden ser discutibles, cuestiones de matiz o interpretación; otros
pueden ser errores graves, flagrantes pifias o meteduras de pata que
pueden dejar en ridículo a quienes las cometa. Las ideas erróneas,
arbitrarias o absurdas, pero que se mantienen, se repiten, son creídas y
defendidas con intensidad y sin actitud crítica, tal vez sean señales
honestas costosas de pertenencia y lealtad a un grupo con ciertos rasgos
sectarios: indican credulidad, conformidad, fanatismo, deferencia a los
líderes y deseo de simpatizar con individuos y organizaciones con
cierto poder (profesores, catedráticos, universidades, institutos).
Sería extraño que una escuela de
pensamiento fuera perfecta, completa, intachable: el conocimiento humano
es falible. Si las falacias existen y persisten es porque están bien
construidas para engañar a sus portadores: su superación o eliminación
requiere cierto esfuerzo y flexibilidad intelectual; es fácil ver la
paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. Una de las muestras
más valiosas de integridad intelectual y científica es el
reconocimiento de los errores propios: desgraciadamente es algo que no
sucede a menudo, lo cual es comprensible dada la naturaleza humana con
su preocupación por la reputación y el estatus.
Cuando los miembros de una escuela son
incapaces de ver sus defectos tal vez no puedan o no quieran hacerlo:
porque no son tan inteligentes como ellos mismos se consideran, porque
están autoengañados, porque sufren de sesgos de confirmación sobre lo
que creen, porque quieren defender su capital intelectual, porque
disfrutan teniendo razón (o creyendo que la tienen) y sufren al
descubrir errores en su pensamiento (sienten que pierden pie, que les
falta apoyo), porque han aprendido una serie de consignas o dogmas que
se limitan a repetir de forma poco reflexiva.
La EAE no es un grupo homogéneo de
pensadores idénticos, de modo que algunos problemas seguramente no están
generalizados sino que sólo son aplicables a algún subgrupo particular.
Sus mayores debilidades probablemente estén en los más puristas e
integristas, en los defensores de un pensador como si fuera un dios
infalible o la única referencia posible: conviene tener mucho cuidado
con los personajes carismáticos; ser atractivo no equivale a tener
razón. Algunos problemas pueden no ser exclusivos de la EAE sino
compartidos por otros grupos intelectuales, quizás de forma
generalizada: reconocerlos en la EAE no implica que todos los demás sean
inocentes. Algunos problemas pueden estar en lo que los austriacos
defienden, mientras que otros pueden estar en lo que critican de otros,
tal vez caricaturizando a quienes discrepan de ellos.
La EAE es minoritaria, no tomada muy en
serio o incluso considerada pseudocientífica por algunos: tal vez sea
una joya menospreciada por críticos que hablan de oídas sin entender lo
que critican, tal vez la gente tiene fobia al liberalismo con el cual
está estrechamente relacionada, pero también existe la posibilidad de
que esté correctamente valorada en el mercado de las ideas.
Soy consciente de que algunos
economistas o simpatizantes de la EAE pueden sentirse disgustados por
este análisis crítico: tal vez me digan que no sé de qué estoy hablando o
me recomienden que me dedique a criticar a otros. Un rasgo que detecto
en muchos austriacos es su fanatismo y su tozudez, aunque es posible que
se dé igualmente en otras escuelas de pensamiento. Mises tenía como
lema Tu ne cede malis sed contra audentior ito (Jamás cedas
ante el mal, sino combátelo con mayor audacia). Para muchos seguidores
esto tal vez significa: eres un héroe que lucha valiente e incansable
contra el mal; siéntete moralmente superior, no reconozcas jamás un
error, no concedas nada a quien piense diferente, no transijas; tú no
puedes estar equivocado porque eres lógico y partes de axiomas
apodícticos irrefutables; mantén tu posición pase lo que pase, sé
testarudo, terco, obstinado, cabezota; huye hacia adelante, no matices,
siéntete seguro de que en tus análisis no hay nada importante que puedas
haber pasado por alto; no explores los límites, defectos o problemas de
tus ideas, y si los descubres no pienses en ellos, no los reconozcas
como tales o no hables de ellos; si reconocieras un error parecerías
poco inteligente, o menos inteligente que quien te lo ha hecho ver, y
eso es inaceptable.
Algunos problemas de la AEA ya los
conozco de primera mano y llevo varios años comentándolos. Por ejemplo
en “Metodología de la ciencia en general y la economía en particular” en
Procesos de Mercado, Vol. 6, Nº. 1, 2009, pp. 177-198. Y en “Cuestiones para economistas austriacos” y “Malas respuestas de un presunto economista austriaco”.
La crítica contra la reserva fraccionaria de la banca es el error
concreto más grave y vergonzoso (especialmente por la torpeza que
refleja y la negativa a reconocerlo) de cierto sector de la EAE (Murray
Rothbard, Jesús Huerta de Soto y seguidores), que además parece creer
que lo sabe todo sobre dinero y banca; mis comentarios al respecto están
en esta recopilación de artículos sobre dinero, crédito, banca y finanzas.
En estos artículos voy a aprovechar e
investigar críticas ya existentes de pensadores que considero muy
competentes: entre ellos Bryan Caplan, Lord Keynes
(pseudónimo de un postkeynesiano), Milton Friedman, David Friedman,
George Selgin y Arnold Kling. Agradeceré otras recomendaciones de los
lectores. Juan Ramón Rallo ya ha ofrecido respuestas muy completas a
algunos críticos (ver aquí y aquí).
Una de las críticas más conocidas a la EAE procede de Bryan Caplan, economista profesor de la George Mason University. En “Why I Am Not an Austrian Economist” (y en el artículo prácticamente idéntico “The Austrian Search for Realistic Foundations”, Southern Economic Journal
65(4), April 1999, pp. 823-838), Caplan explica por qué ya no es un
economista de la EAE después de haberlo sido en el pasado: conoce la EAE
en profundidad y sus ideas merecen atención. La crítica continúa en un debate con Peter Boettke (video),
profesor de la misma universidad que defiende la EAE. Para Caplan los
austriacos esenciales o referentes más distintivos son Ludwig von Mises y
Murray Rothbard, cuyo pensamiento es casi equivalente; Friedrich Hayek
sería un caso aparte.
Según Caplan los economistas austriacos
han hecho contribuciones valiosas a la ciencia económica, pero han
fracasado al intentar reconstruir la economía desde fundamentos
diferentes de la escuela neoclásica moderna, la cual no han entendido
bien; también han exagerado las diferencias entre ambas escuelas; además
algunas afirmaciones típicamente austriacas son falsas o exageradas; y
algunos descubrimientos de la escuela neoclásica moderna han sido
ignorados por los austriacos. Estos se dedican frecuentemente a la
metaeconomía (filosofía, metodología, historia del pensamiento) pero
aportan escasos resultados sustantivos a la economía. Yo estoy
esencialmente de acuerdo con estas afirmaciones genéricas.
En el ámbito de los fundamentos de la
microeconomía, Caplan critica a los austriacos que sólo consideren o
acepten preferencias estrictas que se manifiesten en la acción: insisten
en que la indiferencia no puede motivar la acción, que no hay otra
forma de conocer las preferencias que observar las acciones que estas
motivan, y que si las preferencias no motivan una acción son
económicamente irrelevantes. Los austriacos ignoran que la indiferencia
puede ser parte (grande o pequeña) de una acción, y que existen
preferencias que no se manifiestan en ninguna acción o inacción y que
pueden resultar difíciles de conocer pero que pueden ser importantes
para el bienestar de los individuos.
Se manifiesta indiferencia cuando
escoges al azar, sin ninguna razón de por qué una cosa y no otra (por
ejemplo que te dé igual el color blanco o azul de una camisa). No todas
las elecciones son totalmente racionales en el sentido de tener una
razón para todos los detalles, ni todas las elecciones manifiestan
solamente preferencias: también pueden manifestar, al menos en parte,
indiferencia.
Para que haya una acción intencional
debe haber alguna preferencia: se escoge entre lo que se hace y todas
las alternativas que no se realizan. Que sólo haya indiferencia en la
acción sería raro, sería una conducta totalmente aleatoria que
implicaría algún coste o consumo de recursos para no obtener ningún
valor neto, no habría una mejora de la satisfacción psíquica. Pero parte
del conjunto de alternativas posibles puede ser valorado por igual, y
entonces la elección entre esas opciones debe ser por azar. Algunas
cosas te dan igual: puedes elegir comer carne en vez de verdura pero te
da igual qué tipo de carne; puedes preferir comer a no comer pero te da
igual qué comer.
La acción revela preferencias, pero
puede que no esté claro qué preferencias revela: si compro una camisa
blanca puedo preferir una camisa blanca a una roja, o puedo preferir una
camisa blanca o azul a una camisa roja, o a no comprar ninguna camisa.
La acción no siempre revela preferencias estrictas, a veces hay una
indiferencia que desde fuera de la mente del propio agente no es posible
reconocer: pero el agente quizás sí sea consciente de qué le importa y
qué es irrelevante.
La acción no revela todos los detalles
de la preferencia: sólo muestro que estoy dispuesto a pagar algo por un
bien, pero no si habría estado dispuesto a pagar más (siempre estaré
dispuesto a pagar menos). El acto real revela parte de la información en
mi mente, pero no toda la información: los agentes al negociar de forma
estratégica suelen intentar mantener oculta buena parte de la
información; algunas instituciones sociales sirven para intentar que las
partes involucradas revelen honestamente sus preferencias (sin fingir
poco o demasiado interés).
El insistir en que la indiferencia no
motiva la acción no invalida el estudio de las curvas de indiferencia
(la representación gráfica o funcional de combinaciones de bienes para
los que la satisfacción del consumidor es idéntica). Las curvas de
indiferencia son interesantes porque separan zonas del espacio de
posibilidades: a un lado el agente escoge una cosa, y al otro escoge la
otra. Justo en la curva se escogería al azar o el agente se quedaría
bloqueado y sería incapaz de elegir; pero esta indiferencia se
manifestaría entonces en la acción de elegir que no consigue llevarse a
cabo (porque pensar y elegir son también acciones realizadas por el
cerebro).
La relación entre acciones y
preferencias es más complicada de lo que parece, y esto puede entenderse
si se estudia también psicología en lugar de limitarse a la
praxeología. No toda la conducta o acción humana es intencional (y no
solamente los humanos son capaces de acción intencional): a veces la
gente hace cosas sin saber por qué, sin planificar, de forma automática,
sin ser consciente de que ha hecho algo cuando de pensarlo tal vez
podría haber hecho otra cosa (reacciones, hábitos); también es posible
autoengañarse sobre las motivaciones de las acciones e inventarse
explicaciones que uno mismo sinceramente cree (como muestran diversos
experimentos de economía conductual y neuroeconomía).
La EAE no se queda sólo en los hechos
externos objetivos sino que reconoce la importancia de los fenómenos
mentales subjetivos, pero su análisis de estos y su relación con la
acción y el bienestar psíquico es incompleto. La gente tiene
preferencias que no se manifiestan en la acción propia, y que a veces se
expresan verbalmente (con la posibilidad de la mentira) como deseos de
que alguien haga algo o de que ocurra algo (quiero que me hagas un
favor, me gustaría que no lloviera mañana, prefiero tal forma de
organización política): no se trata de preferir decir algo a otro o no
decírselo, sino del contenido de la expresión del deseo o preferencia.
Preferimos cosas en ámbitos que no podemos controlar (desear que llueva o
no) y esas valoraciones muestran su existencia e importancia en cambios
en nuestro estado de ánimo al suceder o no lo deseado: disfrutas del
buen tiempo, sufres con el mal tiempo. Es posible mentir y engañar con
las declaraciones verbales de preferencias, pero esto no significa que
no existan, que no puedan conocerse de ninguna manera o que no sean
relevantes para la ciencia económica en la medida en que esta se
interesa por el bienestar humano: este no depende solamente de lo que
elige y hace cada uno; también depende de lo que hacen los demás y puede
afectarnos, y de cosas sobre las que apenas podemos hacer nada.
Igual que las acciones revelan
preferencias de forma incompleta o imperfecta, tampoco está siempre
claro qué información revela una inacción: no compras algo porque no
quieres o porque no puedes (no tienes con qué pagar, o la cosa no existe
aunque te gustaría que existiera, como un bien o servicio que aún nadie
ofrece). La compra indica querer y poder, pero la no compra no aclara
si es por no querer, por no poder o por ambas cosas (problema lógico de
la negación de la conjunción).
La acción intencional suele explicarse
de forma didáctica en primer lugar como la elección entre posibilidades
existentes que se valoran de forma diferente (escala de valor o
utilidad): las capacidades o medios están dados (son finitos, escasos) y
sobre ellos operan las preferencias subjetivas (potencialmente
inagotables) y la inteligencia para combinar los medios de modo que
produzcan la mayor satisfacción posible. Un aspecto positivo de la
escuela austriaca es el estudio de la empresarialidad como una inversión
de este proceso: el empresario desea algo que quizás no existe, lo
imagina, y se pregunta qué necesita, exista ya o no, para alcanzarlo:
genera nuevos fines y medios. Los problemas relacionados con la
empresarialidad serán analizados más adelante en esta serie de
artículos.
El economista austriaco a menudo se
defiende de estas críticas restringiendo el ámbito de lo que estudia:
puede reconocer todos estos fenómenos relacionados con las preferencias,
pero entonces argumenta que él sólo estudia la praxeología, sólo
analiza formalmente la acción intencional, en la cual un agente actúa
motivado por preferencias estrictas conscientes; además como praxeólogo
no investiga la naturaleza de las preferencias: por qué existen, cómo se
forman, por qué son unas y no otras, cómo están relacionadas las de
unas personas con las de otras (todo eso sería psicología o sociología).
El praxeólogo sólo conoce de forma abstracta una pequeña parte del
mundo cuya importancia enfatiza y en la cual quizás se siente muy
seguro, pero no es consciente de la relevancia y complejidad de lo que
desconoce, e ignora que quizás las separaciones tan nítidas que propone
(entre praxeología y psicología) son problemáticas: quizás no debería
sorprenderse por que el resto del mundo no lo entienda o valore.
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