Lecciones de liderazgo de Abraham Lincoln
Por Richard Brookhiser
Abraham Lincoln, cuyo cumpleaños se
acaba de celebrar en Estados Unidos, tuvo menos experiencia de liderazgo
que cualquier presidente previo. George Washington y Andrew Jackson
habían sido generales, otros mandatarios habían sido gobernadores de
estados, y todos los presidentes provenientes del sur del país habían
sido propietarios de plantaciones. Habían administrado organizaciones y
dirigido personas. Lincoln, en cambio, había sido legislador estatal,
miembro del Congreso durante un período y socio de un bufete de abogados
compuesto por dos personas; guardaba sus papeles más importantes en su
sombrero.
Lincoln, sin embargo, fue un líder tan
efectivo que la mayoría de los historiadores suele ubicarlo entre los
mejores presidentes en la historia de Estados Unidos.
Algo que lo ayudó, sin duda, es que se
trata de uno de los grandes escritores estadounidenses y ciertamente el
mejor que ha ocupado la Casa Blanca (En sus mejores momentos, Jefferson
podía igualarlo, pero su rango era más estrecho). Dejando de lado
talentos tan extraordinarios, ¿qué principios de acción pueden guiar a
los sucesores de Lincoln?
Citar el precedente. Como abogado,
Lincoln siempre fue consciente de los precedentes, y como el hijo
infeliz que nunca tuvo una buena relación emocional con un padre
exigente y enemigo de los libros, siempre estuvo en busca de sustitutos
paternos. En los padres de la patria de Estados Unidos encontró tanto
los precedentes como los hombres a los que podía admirar.
La carrera de Lincoln durante su madurez
—desde la derogación del Compromiso de Missouri en 1854 hasta su muerte
en 1865— fue, entre otras cosas, una prolongada campaña para demostrar
que sus posturas en temas como la esclavitud eran las mismas de los
fundadores de la república. (Lincoln quería contener y, en definitiva,
extinguir la esclavitud; al igual que ellos, decía).
Insistió en este tema en su discurso de
tres horas pronunciado en Peoria en 1854, la primera ocasión en que
expresó sus ideas. Volvió a ellas en reiteradas oportunidades en sus
debates con el senador demócrata de Illinois, Stephen Douglas, en 1858.
En 1860 dedicó la mitad de su discurso en Cooper Union, en Nueva York, a
demostrar que "nuestros padres, quienes forjaron el gobierno bajo el
cual vivimos", estaban de acuerdo con él. "Al igual que los padres
señalaron la esclavitud, señalémosla otra vez", manifestó, "como un mal
que no debe propagarse".
Lincoln quería envolverse en el aura de
los padres de la patria y creía que ellos tenían razón en cuanto a la
naturaleza humana, la libertad y la igualdad. Quería estar en el bando
de ellos y que ellos estuvieran en el suyo.
Defienda bien sus posturas. Las
historias de los reinos y los imperios suelen ser historias de las
cortes: quién le contó algo en voz baja a quién. En gran medida esto
también ocurre, por desgracia, en la cobertura periodística de la
política actual: ¿Quién llegó a hablar con el jefe de gabinete? ¿Cómo se
enteró de esto el senador? Si el duque de Saint-Simon, el cronista de
las intrigas en el Palacio de Versalles durante el reinado de Luis XIV,
el Rey Sol, estuviera vivo, tendría una columna de opinión o conduciría
un programa de entrevistas en radio o televisión.
Lincoln conocía bien el juego de las
transacciones políticas, cerrando acuerdos y manipulando colegas, cuando
tenía que hacerlo. Pero entendió que, en última instancia, las
democracias no se rigen por esas pequeñas maniobras, sino por las
personas. "La opinión pública es todo en este país", dijo en forma
rotunda en 1859. Esto significa que todo depende de que la opinión
pública sea cortejada, formada y educada. Esto, a su vez, requiere que
los líderes den su opinión y se expongan. Ayuda, por supuesto, si sus
argumentos son claros y sus programas de gobierno razonables. Pero hasta
el estadista con espíritu filosófico más brillante tiene que defender
su causa.
El humor ayuda. Lincoln había acumulado
un sinnúmero de bromas e historias divertidas, muchas de ellas subidas
de tono. Solía usarlas para distraer a las personas que sabía que no
podía conformar de inmediato. Leonard Swett, uno de sus aliados
políticos de Illinois, recordó que una vez recibió visitas de
Springfield, Illinois, luego de haber obtenido la candidatura del
Partido Republicano a la presidencia en 1860: "Les contó una historia,
no dijo nada más, y los despidió".
Pero en un nivel más profundo, el humor
de Lincoln servía para mantener todo en su justa proporción. Una de sus
bromas favoritas, que su último socio en el bufete de abogados, William
Herndon, dijo que se la escuchó a Lincoln repetidas veces, era sobre un
hombre calvo e inteligente que se tiraba gases mientras trozaba un pavo
en una fiesta "para que todos en la fiesta pudieran escucharlo con
claridad". Al final, el héroe del cuento logra cortar el pavo.
La situación absurda, con su giro
vulgar, servía para recordarle a Lincoln y quienes lo escuchaban que la
vida está llena de contratiempos y (peor aún) de vergüenzas. Nadie
debería extrañarse ni sentirse agraviado o agredido por esto. No queda
más que seguir adelante, con alegría si es posible. Esta es una lección
importante para todas las frustraciones y crisis de la política.
Los principios son lo primero. Lincoln
creció en un partido político grande que tuvo una vida más corta que la
suya. El Partido Whig se formó a comienzos de la década de 1830 para
combatir a Andrew Jackson, el hombre que había transformado el Partido
Republicano de Thomas Jefferson y James Madison en el actual Partido
Demócrata. Jackson tenía una personalidad combativa y tempestuosa, pero
también tenía principios: gobierno reducido, defensa del ciudadano común
y corriente (esto último sigue siendo un lema para los demócratas de
hoy).
El Partido Whig tuvo líderes fuertes,
como Henry Clay y Daniel Webster, y también principios: querían un banco
central, aranceles proteccionistas y desarrollo económico. Pero no
corrían buenos tiempos para los Whigs, ni sus principios. Clay redujo
los aranceles luego de la Crisis de Anulación de 1832-1833, y el permiso
de operación del Segundo Banco de Estados Unidos expiró en 1836 y nunca
fue renovado. Los Whigs quedaron reducidos a los intentos de ganar las
elecciones presidenciales con héroes de guerra como candidatos. Dos de
ellos, William Henry Harrison y Zachary Taylor, triunfaron en 1840 y en
1848. Pero el terceo, Winfield Scott, perdió en forma abrumadora en
1852. El Partido Whig murió de agotamiento.
Sin embargo, un nuevo problema se
asomaba en el horizonte. John Stuart, un ex congresista Whig que había
sido el primer socio de Lincoln en el estudio de abogados y su mentor,
le dijo un día: "Lincoln, se acerca el momento en que debemos ser
abolicionistas o demócratas". "Lo tengo decidido", respondió Lincoln,
"porque creo que la esclavitud no es un tema sobre el cual se puede
llegar a un compromiso exitoso".
Lincoln había sido parte de un partido
que había extraviado sus principios. Jamás volvería a estar en una
situación similar. En 1860, cerró su discurso en Cooper Union con un
llamado resonante a sus colegas republicanos: "Tengamos fe en que el
derecho triunfará y con esa confianza atrevámonos a cumplir, al fin, con
nuestro deber tal como lo entendemos".
Ser inclusivo. Los principios no son
cosas incorpóreas; necesitan hombres que las hagan realidad. Lincoln
tenía una gran capacidad para hacer aliados.
Esto fue, en parte, una necesidad de un
nuevo partido. El Partido Republicano, que se unió en 1854-56, incluyó a
algunos abolicionistas de larga data, Whigs, demócratas y otros grupos.
Lincoln trabajó con hombres que provenían de todas estas tendencias y
tenían distintos temperamentos. Su secretario de Estado, William H.
Seward, era afable y de muy buen humor. Su secretario del Tesoro, Salmon
P. Chase, era decidido y siempre estaba dispuesto a presentar su
renuncia. Su primer secretario de Guerra, Simon Cameron, no siempre
seguía las normas de la ética y Lincoln lo salvó de una investigación en
el Congreso.
La historiadora Doris Kearns Goodwin, al
estudiar el gabinete que armó Lincoln, acuñó la expresión "Equipo de
Rivales". Tal vez sea mejor decir que Lincoln pasó por alto las
rivalidades para concentrarse en lo que él podía tener en común con
estos hombres talentosos y combativos.
Lincoln expresó su regla general en su
discurso de Peoria en 1854: "Defiendan a quien defienda lo correcto.
Defiéndanlo mientras esté en lo correcto y apártense cuando tome el
rumbo equivocado".
Miren el pasado, háganse escuchar, manténganse firmes y manténgase unidos. Lo que le sirvió a Lincoln le puede servir a usted.
Richard Brookhiser es autor de los
libros "James Madison" y "Founding Father: Rediscovering George
Washington", algo así como Padre de la Patria: Redescubriendo a George
Washington.
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