La quiebra de la democracia
Por Pedro Corzo
Cada vez son más las personas que hacen
dejación de su derecho al voto y cuestionan la importancia de los
partidos políticos como instrumento para la promoción de las ideas, la
solución de los problemas de una sociedad y como estructuras adecuadas
para presentar individuos que interpreten a cabalidad las necesidades de
una comunidad.
La competencia de varios partidos en una
justa electoral es una muestra de la fortaleza de la democracia,
condición que se debilita cuando esas instituciones se agotan, lo que
resulta en el deterioro del modelo democrático de gobierno.
Los Partidos son el instrumento adecuado
para educar al elector, y a los aspirantes a puestos públicos. Las
escuelas ideales para formar a la sociedad en deberes y derechos. El
vínculo idóneo entre el electorado y los candidatos, garantía relativa
de que el funcionario electo se ajustara a las propuestas de la
agrupación política a la que pertenece.
La selección de los candidatos es una de
las principales obligaciones de los Partidos, pero la decadencia de
esas organizaciones ha incidido negativamente en la idoneidad de sus
representantes, lo que facilita el surgimiento de “francotiradores”.
Estos sujetos solo interpretan sus
intereses y los de su entorno más próximo, son representantes genuinos
de la descomposición de los partidos. Estos individuos por lo regular no
provienen de los partidos, son un subproducto de la crisis de las
organizaciones políticas, una especia de guerrilleros en el servicio
público que atacan el sistema en su conjunto y prometen soluciones
mágicas para todos los problemas.
La pérdida de fe en los baluartes de la
democracia favorece el surgimiento de los demagogos, personajes que con
un discurso incendiario, repleto de medias verdades, cargado de
resentimientos, sectarismo y frecuentemente con arengas de nacionalismo
extremo, manipulan las frustraciones del elector para su provecho.
Estos embaucadores escogen un sector o
clase social para sus ataques. Trabajan arduamente para crispar la
sociedad, un factor determinante en la generación de condiciones que
hagan posible su acceso al poder. Sus discursos son pasionales,
provocadores, con un lenguaje irreverente, no exento de vulgaridades y
groserías.
Sus propuestas tienden a ser
extremistas, pero también abordan temas que la mayoría de los políticos
prefieren obviar, lo que hace que el electorado les preste atención, a
la vez que se gestan corrientes de opinión contrarias a un sistema en la
que prime la división de poderes.
Sus críticas contra lo establecido son
muy severas, al punto que captan sectores que nunca se han considerado
interpretado por los políticos. Se forma una especie de espiral en la
que el conductor es cada vez más incendiario y el populacho más
dependiente de su furia destructora.
La democracia en su condición de hábitat
ideal para los políticos y de garantías para los ciudadanos, ofrece a
estos demagogos numerosas oportunidades para su promoción, mientras
atacan al sistema que les acoge y brinda las oportunidades que ellos
están prestos a negar si acceden al gobierno.
Quizás fueron esas las causas que
inspiraron a Winston Churchill, el histórico premier británico, a
expresar en una oportunidad que “la democracia era el peor sistema de
gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”, una
realidad irrebatible porque no hay sociedad libre de la amenaza que
representan estos desestabilizadores de oficio.
En los últimos años se ha apreciado en
diferentes países del hemisferio regido por democracias el surgimiento
del despotismo electoral, una consecuencia de las ventajas que ofrece un
sistema, que mas allá de sus imperfecciones, hace posible que
individuos y grupos la demuelan con el objetivo de instaurar dictaduras
institucionales, lo que manifiesta que la democracia es el único modelo
de gobierno con capacidad para la autodestrucción.
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