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Thursday, July 28, 2016

La mentalidad del rebaño

Hunting Buffalo (1858-1860) by Alfred Jacob Miller
Es conocido que Randolph Bourne escribió: “La guerra es la salud del estado”. Este ha sido durante mucho tiempo el lema de los libertarios antiguerra y antiestado y con razón. Pero Bourne no quería decir exactamente lo que la mayoría de los libertarios creen que significa esta frase. Para entender el significado original de la expresión, tal y como la usaba Bourne en su gran ensayo inacabado “The State”, hay que entender sus distinciones entre tres conceptos que se confunden a menudo: país, estado y gobierno.
Para Bourne, un país (o nación) es un grupo de personas ligadas por afinidad cultural. Un estado es un país/nación movilizado colectivamente para atacar o protegerse. Tal y como distinguía entre ambos:


País es un concepto de paz, de tolerancia, de vivir y dejar vivir. Pero estado es esencialmente un concepto de poder, de competencia: significa un grupo en sus aspectos agresivos.
Y el gobierno, según Bourne, “es la maquinaria por la que la nación, organizada como estado, lleva a cabo sus funciones estatales” y “un marco de la administración de leyes y del funcionamiento de la fuerza pública”.
Aquello a lo que los libertarios normalmente se refieren como “el estado”, Bourne lo llamaba “el gobierno”, en su lugar. Así que la manera en la que los libertarios interpretan a menudo su famoso aforismo es lo que había expresado Bourne si hubiera escrito: “La guerra es la salud del gobierno”. Esto también resulta ser verdad, pero no es lo que él quería decir.
Para Bourne, el estado no es un cuerpo gobernante distinto que subsista extractivamente sobre los gobernados, es decir, una “banda de ladrones con mayúscula”, como lo entendía incisivamente Murray Rothbard. Más bien lo veía como una cierta orientación de todo un pueblo: un fenómeno espiritual que prevalece en toda una población que anima y da poder a ese cuerpo gobernante. Tal y como lo expresaba Bourne:
El gobierno es la idea del estado puesto en funcionamiento práctico en las manos de hombres definidos, concretos y falibles. Es la señal visible de la gracia invisible. Es la palabra hecha carne. Y tiene necesariamente las limitaciones propias de todo pragmatismo. El gobierno es la única forma en la que podemos ver el estado, pero no es en modo alguno idéntico a él. Nunca debe olvidarse que el estado es una concepción mística. Su atractivo y su importancia permanecen detrás del marco del gobierno y dirigen sus actividades.
En tiempo de paz, explicaba Bourne, el estado es en buena parte relegado al fondo; las personas están entonces más preocupadas por sus propios asuntos y propósitos. Pero durante la creación de una guerra y especialmente después de estallar, el enemigo extranjero amenaza mucho en la imaginación pública. Por tanto, el país se ve poseído por la fiebre elitista y desarrolla lo que Garet Garrett llamaba un complejo de “jactancia y temor”. Esta manía híbrida de beligerancia presuntuosa y arroz timorato (“luchar o huir”) hace que la población que retroceda de una civilización a un rebaño. La gente busca seguridad en las cifras: una multitud unificada en uno solo propósito (un “gran fin”) y dirigida por una sola institución. El baile diverso de individuos da paso al apiñamiento y estampida de la manada uniforme, con el gobierno como jefe de manada.
Como escribía Bourne:
El estado esla organización de la manada para actuar ofensiva o defensivamente contra otra manada organizaba de forma similar.
Y en tiempo de guerra, la “concepción mística” del estado “se hace reconocible” al hacerse dominante el “sentimiento del rebaño” en el país y los “aspectos agresivos” del grupo entran en acción. A esto se refería Bourne con “La guerra es la salud del estado”. El dicho habla del florecimiento de un ideal y de la transformación resultante de todo una sociedad, no solamente del agrandamiento de un gobierno.
Aun así, la guerra es también la salud del gobierno, que es la única institución directora hacia cuya bandera acuden las masas con mentalidad estatal. Bajo las exigencias percibidas de la guerra, el pueblo:
Procedía a permitirse ser segmentado, coaccionado, perturbado en todos los aspectos de sus vidas y se convertía en una sólida manufactoría de destrucción hacia cualquier otro pueblo que, en el esquema de cosas apuntado, entrara en el rango de la desaprobación de gobierno. El ciudadano se deshace de su desdén e indiferencia hacia el gobierno, se identifica con sus propósitos, reaviva todos sus recuerdos y símbolos militares y el estado empieza a andar de nuevo, con su augusta presencia, a través de la imaginación de los hombres.
Económicamente, esto significa la mano de obra y los recursos del país son sometidos a “movilización”: una enorme redirección, alejándolos de la provisión de los deseos de los consumidores individuales y hacia el importantísimo esfuerzo de guerra. De esta manera, también el gobierno crece en poder y grandeza, ya que la economía de mercado dirigida al consumidor es suplantada por la “economía de guerra” o incluso el “socialismo de guerra” dirigido por el gobierno (Kriegssozialismus, como lo llamaban los alemanes en la Primera Guerra Mundial).
En la fiebre de la guerra, el individuo es sacrificado a la “voluntad general”, que se expresa ostensiblemente a través del gobierno. Los individuos al renunciar a sus identidades para unirse como un Voltron en un estado, como el “Leviatán” en de su tiempo dibujado en la portada del libro de Thomas Hobbes de ese nombre.
E pluribus unum.Como decía Bourne:
La guerra hace que la corriente de propósito y actividad fluya hacia los niveles más bajos del rebaño y sus ramas más remotas. Todas las actividades de la sociedad se reúnen tan rápidamente como sea posible para este propósito central de realizar una ofensiva o defensa militar y el estado se convierte en lo que en tiempo de paz ha intentado vanamente ser: el árbitro y determinante inexorable de los negocios y actitudes y opiniones de los hombres.
El rebaño se moviliza, con no sólo contra el enemigo exterior, un sino contra cualquier disidente en dentro del grupo que se resista a la asimilación en la mentalidad de colmena o rebaño en al estilo de Borg y que rechace unirse al enjambre o estampida de la guerra: en otras palabras, contra “enemigos extranjeros y nacionales”.
Como explicaba Bourne:
El estado es un Dios celoso y no tolerará rivales. Su soberanía se debe prevalecer en todas partes y todo sentimiento ha de expresarse en las formas estereotipadas del militarismo patriótico romántico, que es la expresión tradicional del sentimiento de rebaño del estado. (…) En esta gran maquinaria del rebaño, el disenso es como arena en los engranajes. El estado ideal es sobre todo una especie de impulso animal ciego hacia la unidad militar. Cualquier interferencia con esa unidad convierte todo el enorme impulso hacia su aplastamiento.
El estado aplasta a los disidentes a través de políticas públicas que restringen las libertades civiles, pero también a través de ciudadanos privados actuando como “agentes aficionados” del gobierno: son quienes reprenden a los escépticos para que se callen, informan de críticas a las autoridades por “deslealtad” e incluso asumen la seguridad del rebaño y la patria con sus propias manos violentas. Recordemos que, en el marco de Bourne, el gobierno no es en modo alguno idéntico al estado. Como tal, el estado puede animar a un ciudadano privado aún más de lo que lo hace un funcionario. Como señalaba Bourne:
En todos los países hemos visto grupos que eran más leales que el rey, más patrióticos que el gobierno: los ulsteritas en Gran Bretaña, los junkers en Prusia, l’Action Francaise en Francia, nuestros patrioteros en Estados Unidos. Estos grupos existen para mantener recto el volante del estado e impiden que la nación se desvíe demasiado del ideal estatal.
Es una descripción extremadamente apropiada para los tipos de Fox News que castigan a Brack Obama por su falta de patriotismo y la insuficiencia de su belicismo. El espíritu del estado se aloja dentro de Sean Hannity más incluso que dentro del presidente de los Estados Unidos. Lo que es paradójico es que un chauvinista belicista como Hannity normalmente se imagine como un ejemplo humanidad, pero su mentalidad aburrida de rebaño en estampida hace de él menos un hombre y más una bestia.
Randolph Bourne no era un libertario, sino un disidente progresista. Aun así, los libertarios podemos aprender mucho de él. Por ejemplo, nuestra terminología, por muy penetrante e ilustradora que sea, nos ha llevado a centrarnos demasiado en los hombres del rebaño que están al cargo y nos dirigen, esquilan, ordeña y sacrifican, y no tanto del problema más esencial: la propensión bovina de nuestra sociedad a convertirse en un rebaño manipulable, especialmente cuando se nos asusta. Pensar de vez en cuando los términos de la tipología de Bourne puede ser un útil correctivo a este respecto.
La terminología y análisis de Bourne también ayudan a responder la importantísima cuestión de cómo conseguir la liberación. El estado vive en las mentes de las víctimas del gobierno. Eliminar simplemente a un gobierno solo asustará aún más al rebaño. El estado no solo sobreviviría a esa eliminación, sino que probablemente se nutriría de ella, ya que el rebaño en pánico actúa más como rebaño en una crisis, concediendo a sus nuevos jefes un poder aún más tiránico que el que tenían los anteriores.
El estado es un estado mental, es la propia mentalidad del rebaño. Como tal, sólo puede ser eliminado del campo de batalla de la mente. Una vez el estado es destronado espiritualmente y la población se transforma completamente de rebaño la civilización, el “gobierno”, como un pastor sin rebaño, ya ni siquiera merece esta designación. Estarían entonces solamente bien armados, pero estarían todavía más superados en número, una banda de cuatreros con minúscula.
Lograr esto se hace cada vez más urgente a medida que los estadounidenses se ven impelidos hacia guerras cada vez más calamitosas, incluso después de haber elegido a un candidato de “paz” como presidente. Es cada vez más evidente que romper el hechizo del estado que transforma a los hombres en bestias puede ser la única manera en que podamos evitar ser dirigidos hacia la autodestrucción por belicistas alarmistas y sus simbiontes terroristas, como bisontes lanzados en estampida hacia un barranco por cazadores que atemorizan al rebaño.

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