La máquina de matar: El Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista
Por Álvaro Vargas Llosa
El Che Guevara, quien hizo tanto (¿o tan
poco?) por destruir al capitalismo, es en la actualidad la
quintaesencia de una marca capitalista. Su semblante adorna jarros de
café, caperuzas, encendedores, llaveros, billeteras, gorras de béisbol,
tocados, bandadas, musculosas, camisetas deportivas, carteras finas,
jeans de denim, té de hierbas, y por supuesto esas omnipresentes remeras
con la fotografía, tomada por Alberto Korda, del galán socialista
luciendo su boina durante los primeros años de la revolución, en el
instante en que el Che de casualidad se introdujo en el visor del
fotógrafo—y en la imagen que, treinta y ocho años después de su muerte,
constituye aún el logotipo del revolucionario (¿o del capitalista?)
“chic”. Sean O''Hagan sostuvo en The Observer que existe incluso un
jabón en polvo con el eslogan "El Che lava más blanco."
Los
productos del Che son comercializados por grandes corporaciones y por
pequeñas empresas, tales como la Burlington Coat Factory, la cual
difundió un comercial televisivo presentando a un joven en pantalones de
fajina luciendo una remera del Che, o la Flamingo''s Boutique en Union
City, Nueva Jersey, cuyo propietario respondió a la furia de los
exiliados cubanos locales con este argumento devastador: "Yo vendo lo
que la gente desea comprar." Los revolucionarios también se unieron a
este frenesí de productos—desde "The Che Store", que vende provisiones,
hasta el sitio que atiende "todas sus necesidades revolucionarias" en
Internet, y el escritor italiano Gianni Minà, quien le vendió a Robert
Redford los derechos cinematográficos del diario del Che sobre su
juvenil viaje alrededor de América del Sur en el año 1952 a cambio de
poder acceder al rodaje del film Diarios de Motocicleta y de que Minà
pudiese producir su propio documental. Para no mencionar a Alberto
Granado, quien acompañó al Che en su viaje de juventud y ahora asesora
documentalistas, y que se quejaba hace poco en Madrid, según el diario
El País, ante un Rioja y un magret de pato, de que el embargo
estadounidense contra Cuba le dificulta el cobro de las regalías. Para
llevar a la ironía más lejos: el edificio en el cual nació Guevara en la
ciudad de Rosario, Argentina, un espléndido inmueble de comienzos del
siglo veinte sito en la esquina de las calles Urquiza y Entre Ríos, se
encontraba hasta hace poco ocupado por la administradora de fondos de
jubilaciones y pensiones privada Máxima AFJP, una hija de la
privatización de la seguridad social argentina en la década de 1990.
La metamorfosis del Che Guevara en una
marca capitalista no es nueva, pero la marca viene experimentando un
renacimiento—un renacimiento especialmente destacable, dado que el mismo
tiene lugar años después del colapso político e ideológico de todo lo
que Guevara representaba. Esta suerte inesperada se debe sustancialmente
a Diarios de Motocicleta, la película producida por Robert Redford y
dirigida por Walter Salles. (Es una de las tres películas más
importantes sobre el Che ya realizadas o actualmente en rodaje en los
últimos dos años; las otras dos han sido dirigidas por Josh Evans y
Steven Soderbergh.) Hermosamente rodada en paisajes que claramente han
eludido los efectos erosivos de la polución capitalista, el film exhibe
al joven en un viaje de auto-descubrimiento a medida que su conciencia
social en ciernes tropieza con la explotación social y económica, lo que
va preparando el terreno para la reinvención del hombre a quien Sartre
llamara alguna vez el ser humano más completo de nuestra era.
Pero para ser más preciso, el actual
renacimiento del Che se inició en 1997, en el trigésimo aniversario de
su muerte, cuando cinco biografías abrumaron las librerías y sus restos
fueron descubiertos cerca de una pista de aterrizaje en el aeropuerto de
Vallegrande, en Bolivia, después de que un general boliviano retirado,
en una revelación espectacularmente oportuna, indicara la ubicación
exacta. El aniversario volvió a centrar la atención en la famosa
fotografía de Freddy Alborta del cadáver del Che tendido sobre una mesa,
escorzado, muerto y romántico, luciendo como Cristo en un cuadro de
Mantegna.
Es usual que los seguidores de un culto
no conozcan la verdadera historia de su héroe. (Muchos rastafaris
renunciarían a Haile Selassie si tuviesen alguna idea de quien fue en
realidad.) No sorprende que los seguidores contemporáneos de Guevara,
sus nuevos admiradores post-comunistas, también se engañen a sí mismos
al aferrarse a un mito—excepto los jóvenes argentinos que corean una
expresión de rima perfecta: "Tengo una remera del Che y no sé por qué."
Considérese a algunos de los individuos
que recientemente han blandido o invocado el retrato de Guevara como un
emblema de justicia y rebelión contra el abuso de poder. En el Líbano,
unos manifestantes que protestaban en contra de Siria ante la tumba del
ex primer ministro Rafiq Hariri portaban la imagen del Che. Thierry
Henry, un jugador de fútbol francés que juega para el Arsenal, en
Inglaterra, se apareció en una importante velada de gala organizada por
la FIFA, el organismo del fútbol mundial, vistiendo una remera roja y
negra del Che. En una reciente reseña publicada en The New York Times
sobre Land of the Dead de George A. Romero, Manohla Dargis destacaba que
"el mayor impacto aquí puede ser el de la transformación de un zombi
negro en un virtuoso líder revolucionario," y agregó: "Creo que el Che
en verdad vive, después de todo."
El héroe del fútbol Maradona ostentó el
emblemático tatuaje del Che en su brazo derecho durante un viaje en el
que se reunió con Hugo Chávez en Venezuela. En Stavropol, al sur de
Rusia, unos manifestantes que reclamaban los pagos en efectivo de los
beneficios del bienestar social tomaron la plaza central con banderas
del Che. En San Francisco, City Lights Books, el legendario hogar de la
literatura beat, invita a los visitantes a una sección dedicada a
América Latina en la cual la mitad de los estantes se encuentra ocupada
por libros del Che. José Luis Montoya, un oficial de policía mexicano
que combate el crimen relacionado con las drogas en Mexicali luce una
vincha del Che porque ella lo hace sentirse más fuerte. En el campo de
refugiados de Dheisheh, en la margen occidental del río Jordán, los
afiches del Che adornan un muro que le rinde tributo a la Intifada. Una
revista dominical dedicada a la vida social en Sydney, Australia,
enumera a los tres invitados ideales en una cena: Alvar Aalto, Richard
Branson, y el Che Guevara. Leung Kwok-hung, el rebelde elegido a la
junta legislativa de Hong Kong, desafía a Beijing al vestir una remera
del Che. En Brasil, Frei Betto, consejero del Presidente Lula da Silva y
encargado del programa de alto perfil "Hambre Cero," afirma que
"deberíamos prestarle menos atención a Trotsky y mucha más al Che
Guevara." Y lo más estupendo de todo, en la ceremonia de este año de los
Premios de la Academia, Carlos Santana y Antonio Banderas interpretaron
la canción principal del film Diarios de Motocicleta: Santana se
presentó luciendo una remera del Che y un crucifijo. Las manifestaciones
del nuevo culto del Che están por todas partes. Una vez más el mito
está apasionando a individuos cuyas causas en su mayor parte representan
exactamente lo opuesto de lo que era Guevara.
Ningún hombre carece de algunas
cualidades atenuantes. En el caso del Che Guevara, esas cualidades
pueden ayudarnos a medir el abismo que separa a la realidad del mito. Su
honestidad (quiero decir: honestidad parcial) significa que dejó
testimonio escrito de sus crueldades, incluido lo muy malo, aunque no lo
peor. Su coraje—que Castro describió como "su manera, en los momentos
difíciles y peligrosos, de hacer las cosas más difíciles y
peligrosas"—significa que no vivió para asumir la plena responsabilidad
por el infierno de Cuba. El mito puede decir tanto acerca de una época
como la verdad. Y es así que gracias a los propios testimonios que el
Che brinda de sus pensamientos y de sus actos, y gracias también a su
prematura desaparición, podemos saber exactamente cuan engañados están
muchos de nuestros contemporáneos respecto de muchas cosas.
Guevara puede haberse enamorado de su
propia muerte, pero estaba mucho más enamorado de la muerte ajena. En
abril de 1967, hablando por experiencia, resumió su idea homicida de la
justicia en su "Mensaje a la Tricontinental": “El odio como factor de
lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las
limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta,
selectiva y fría máquina de matar”. Sus primeros escritos se encuentran
también sazonados con esta violencia retórica e ideológica. A pesar de
que su ex novia Chichina Ferreyra duda de que la versión original de los
diarios de su viaje en motocicleta contenga la observación de "siento
que mis orificios nasales se dilatan al saborear el amargo olor de la
pólvora y de la sangre del enemigo," Guevara compartió con Granado en
esa temprana edad esta exclamación: "¿Revolución sin disparar un tiro?
Estás loco." En otras ocasiones el joven bohemio parecía incapaz de
distinguir entre la frivolidad de la muerte como un espectáculo y la
tragedia de las victimas de una revolución. En una carta a su madre en
1954, escrita en Guatemala, donde fue testigo del derrocamiento del
gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, escribió: “Aquí estuvo muy
divertido con tiros, bombardeos, discursos y otros matices que cortaron
la monotonía en que vivía”.
La disposición de Guevara cuando viajaba
con Castro desde México a Cuba a bordo del Granma es capturada en una
frase de una carta a su esposa que redactó el 28 de enero de 1957, no
mucho después de desembarcar, publicada en su libro Ernesto: Una
Biografía del Che Guevara en Sierra Maestra: “Estoy en la manigua
cubana, vivo y sediento de sangre”. Esta mentalidad había sido reforzada
por su convicción de que Arbenz había perdido el poder debido a que
había fallado en ejecutar a sus potenciales enemigos. En una carta
anterior a su ex novia Tita Infante había observado que “Si se hubieran
producido esos fusilamientos, el gobierno hubiera conservado la
posibilidad de devolver los golpes”. No sorprende que durante la lucha
armada contra Batista, y luego tras el ingreso triunfal en La Habana,
Guevara asesinara o supervisara las ejecuciones en juicios sumarios de
muchísimas personas—enemigos probados, meros sospechados y aquellos que
se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado.
En enero de 1957, tal como lo indica su
diario desde la Sierra Maestra, Guevara le disparó a Eutimio Guerra
porque sospechaba que aquel se encontraba pasando información: “Acabé
con el problema dándole un tiro con una pistola del calibre 32 en la
sien derecha, con orificio de salida en el temporal derecho...sus
pertenencias pasaron a mi poder”. Más tarde mató a tiros a Aristidio, un
campesino que expresó el deseo de irse cuando los rebeldes siguieran su
camino. Mientras se preguntaba si esta victima en particular "era en
verdad lo suficientemente culpable como para merecer la muerte," no
vaciló en ordenar la muerte de Echevarría, el hermano de uno de sus
camaradas, en razón de crímenes no especificados: "Tenía que pagar el
precio." En otros momentos simularía ejecuciones sin llevarlas a cabo,
como un método de tortura psicológica.
Luis Guardia y Pedro Corzo, dos
investigadores que se encuentran trabajando en Florida en un documental
sobre Guevara, han obtenido el testimonio de Jaime Costa Vázquez, un ex
comandante del ejército revolucionario conocido como "El Catalán," quien
sostiene que muchas de las ejecuciones atribuidas a Ramiro Valdés
(futuro ministro del interior de Cuba) fueron responsabilidad directa de
Guevara, debido a que Valdés se encontraba bajo sus ordenes en las
montañas. “Ante la duda, mátalo” fueron las instrucciones del Che. En
vísperas de la victoria, según Costa, el Che ordenó la ejecución de un
par de docenas de personas en Santa Clara, en Cuba central, hacia donde
había marchado su columna como parte de un asalto final contra la isla.
Algunos de ellos fueron muertos en un hotel, como ha escrito Marcelo
Fernándes-Zayas, otro ex revolucionario que después se convertiría en
periodista (agregando que entre los ejecutados había campesinos
conocidos como casquitos que se habían unido al ejército simplemente
para escapar del desempleo).
Pero la "fría máquina de matar" no dio
muestra de todo su rigor hasta que, inmediatamente después del colapso
del régimen de Batista, Castro lo pusiera a cargo de la prisión de La
Cabaña. (Castro tenía un buen ojo clínico para escoger a la persona
perfecta para proteger a la revolución contra la infección.) San Carlos
de La Cabaña es una fortaleza de piedra que fue utilizada para defender a
La Habana contra los piratas ingleses en el siglo dieciocho; más tarde
se convirtió en un cuartel militar. De una manera que evoca al
escalofriante Lavrenti Beria, Guevara presidió durante la primera mitad
de 1959 uno de los periodos más oscuros de la revolución. José Vilasuso,
abogado y profesor en la Universidad Interamericana de Bayamón en
Puerto Rico, quien pertenecía al grupo encargado del proceso judicial
sumario en La Cabaña, me dijo recientemente que
“El Che dirigió la Comisión Depuradora.
El proceso se regía por la ley de la sierra: tribunal militar de hecho y
no jurídico, y el Che nos recomendaba guiarnos por la convicción. Esto
es: “Sabemos que todos son unos asesinos, luego proceder radicalmente es
lo revolucionario”. Miguel Duque Estrada era mi jefe inmediato. Mi
función era de instructor. Es decir legalizar profesionalmente la causa y
pasarla al ministerio fiscal, sin juicio propio alguno. Se fusilaba de
lunes a viernes. Las ejecuciones se llevaban a cabo de madrugada, poco
después de dictar sentencia y declarar sin lugar (de oficio) la
apelación. La noche más siniestra que recuerdo se ejecutaron siete
hombres”.
Javier Arzuaga, el capellán vasco que les brindaba consuelo a aquellos condenados a morir y que presenció personalmente docenas de ejecuciones, habló conmigo recientemente desde su casa en Puerto Rico. Ex sacerdote católico de setenta y cinco años de edad, quien se describe como "más cercano a Leonardo Boff y a la Teología de la Liberación que al ex cardenal Cardinal Ratzinger," Arzuaga recuerda que
Javier Arzuaga, el capellán vasco que les brindaba consuelo a aquellos condenados a morir y que presenció personalmente docenas de ejecuciones, habló conmigo recientemente desde su casa en Puerto Rico. Ex sacerdote católico de setenta y cinco años de edad, quien se describe como "más cercano a Leonardo Boff y a la Teología de la Liberación que al ex cardenal Cardinal Ratzinger," Arzuaga recuerda que
“La cárcel de La Cabaña se mantuvo llena
a rebosar. Sobre 800 hombres hacinados en un espacio pensado para no
más de 300: militares batistianos o miembros de algunos de los cuerpos
de la policía, algunos “chivatos”, periodistas, empresarios o
comerciantes. El juez no tenía por qué ser hombre de leyes; sí, en
cambio, pertenecer al ejército rebelde, al igual que los compañeros que
ocupaban con él la mesa del tribunal. Casi todas las vistas de apelación
estuvieron presididas por el Che Guevara. No recuerdo ningún caso cuya
sentencia fuera revocada en esas vistas. Todos los días yo visitaba la
“galera de la muerte”, donde permanecían los prisioneros desde que eran
sentenciados a muerte. Corrió la voz de que yo hipnotizaba a los
condenados antes de salir para el paredón y que por eso se daban tan
fáciles las cosas, sin escenas desagradables, y el Che Guevara dio orden
de que nadie fuera conducido al paredón sin que yo estuviera presente.
Yo asistí a 55 fusilamientos hasta el mes de mayo, cuando me fui. Eso no
quiere decir que no se siguiera fusilando. Herman Marks era un
americano, se decía que era prófugo de la justicia. Lo llamábamos “el
carnicero” porque gozaba gritando “pelotón, atención, preparen, apunten,
fuego”. Conversé varias veces con el Che con el fin de interceder por
determinadas personas. Recuerdo muy bien el caso de Ariel Lima que era
menor de edad, pero fue inflexible. Lo mismo puedo decir de Fidel
Castro, a quien acudí también en dos ocasiones con igual propósito.
Sufrí un trauma. A finales de mayo me sentía mal y se me recomendó
abandonar la parroquia de Casa Blanca, dentro de cuyos límites se
encontraba La Cabaña y que yo había atendido en los últimos tres años.
Me fui a México para un tratamiento. Cuando nos despedíamos, el Che
Guevara me dijo que nos habíamos llevado bien, tratando los dos de sacar
el otro de su campo para atraerlo al de uno. “Hemos fracasado los dos.
Cuando nos quitemos las caretas que hemos llevado puestas, seremos
enemigos frente a frente”.
¿Cuánta gente fue asesinada en La Cabaña? Pedro Corzo ofrece una cifra de unos doscientos, similar a la proporcionada por Armando Lago, un profesor de economía retirado que ha compilado una lista de 179 nombres como parte de un estudio de ocho años sobre las ejecuciones en Cuba. Vilasuso me dijo que cuatrocientas personas fueron ejecutadas entre el mes de enero y fines de junio de 1959 (fecha en el que el Che dejó de estar a cargo de La Cabaña). Los cables secretos enviados por la Embajada de los Estados Unidos en La Habana al Departamento de Estado en Washington hablan de "más de 500." Según Jorge Castañeda, uno de los biógrafos de Guevara, un católico vasco simpatizante de la revolución, el fallecido Padre Iñaki de Aspiazú, hablaba de setecientas victimas. Félix Rodríguez, un agente de la CIA quien fue parte del equipo a cargo de la captura de Guevara en Bolivia, me dijo que él encaró al Che después de su captura respecto de "las dos mil y pico" ejecuciones por las que fue responsable durante su vida. "Dijo que todos eran agentes de la CIA y no se refirió a la cifra," recuerda Rodríguez. Las cifras más altas pueden incluir ejecuciones que tuvieron lugar en los meses posteriores a la fecha en que el Che dejó de estar a cargo de la prisión.
¿Cuánta gente fue asesinada en La Cabaña? Pedro Corzo ofrece una cifra de unos doscientos, similar a la proporcionada por Armando Lago, un profesor de economía retirado que ha compilado una lista de 179 nombres como parte de un estudio de ocho años sobre las ejecuciones en Cuba. Vilasuso me dijo que cuatrocientas personas fueron ejecutadas entre el mes de enero y fines de junio de 1959 (fecha en el que el Che dejó de estar a cargo de La Cabaña). Los cables secretos enviados por la Embajada de los Estados Unidos en La Habana al Departamento de Estado en Washington hablan de "más de 500." Según Jorge Castañeda, uno de los biógrafos de Guevara, un católico vasco simpatizante de la revolución, el fallecido Padre Iñaki de Aspiazú, hablaba de setecientas victimas. Félix Rodríguez, un agente de la CIA quien fue parte del equipo a cargo de la captura de Guevara en Bolivia, me dijo que él encaró al Che después de su captura respecto de "las dos mil y pico" ejecuciones por las que fue responsable durante su vida. "Dijo que todos eran agentes de la CIA y no se refirió a la cifra," recuerda Rodríguez. Las cifras más altas pueden incluir ejecuciones que tuvieron lugar en los meses posteriores a la fecha en que el Che dejó de estar a cargo de la prisión.
Lo cual nos trae de regreso a Carlos
Santana y a su elegante indumentaria del Che. En una carta abierta
publicada en El Nuevo Herald el 31 de marzo de este año, el gran músico
de jazz Paquito D''Rivera reprochó a Santana su vestuario en la
ceremonia de los Premios Oscar, y agregó: “Uno de esos cubanos fue mi
primo Bebo, preso allí precisamente por ser cristiano. El me cuenta
siempre con amargura cómo escuchaba desde su celda en la madrugada los
fusilamientos sin juicio de mucho que morían gritando “¡Viva Cristo
Rey!”.
El ansia de poder del Che tenía otras
maneras de expresarse además del asesinato. La contradicción entre su
pasión por viajar—una especie de protesta contra las limitaciones del
estado-nación—y su impulso por convertirse en un estado esclavizante en
relación a otras personas es patético. Al escribir acerca de Pedro
Valdivia, el conquistador de Chile, Guevara reflexionaba: "Pertenecía a
esa clase especial de hombres a los que la especie produce de vez en
cuando, en quienes un anhelo por el poder ilimitado es tan extremo que
cualquier sufrimiento para lograrlo parece natural." Podría haber estado
describiéndose así mismo. En cada etapa de su vida adulta, sus
megalomanía se manifestaba en el impulso depredador por apoderarse de
las vidas y de la propiedad de otras personas, y de abolir su libre
voluntad.
En 1958, después de tomar la ciudad de
Sancti Spiritus, Guevara intento sin éxito imponer una especie de
sharia, regulando las relaciones entre los hombres y las mujeres, el uso
del alcohol, y el juego informal—un puritanismo que no caracterizaba
precisamente su propia forma de vida. Les ordenó también a sus hombres
que asaltaran bancos, una decisión que justificó en una carta a Enrique
Oltuski, un subordinado, en noviembre de ese año: "Las masas que luchan
están de acuerdo con asaltar a los bancos porque ninguno de ellos tiene
un centavo en los mismos." Esta idea de la revolución como una licencia
para reasignar la propiedad según le conviniese condujo al puritano
marxista a apoderarse de la mansión de un emigrante tras el triunfo de
la revolución.
El impulso de desposeer a los demás de
su propiedad y de reclamar la propiedad del territorio de otros fue
central a la política opresiva de Guevara. En sus memorias, el líder
egipcio Gamal Abdel Nasser cuenta que Guevara le preguntó cuántas
personas habían abandonado su país debido a la reforma agraria. Cuando
Nasser replicó que ninguna, el Che contestó enojado que la manera de
medir la profundidad del cambio es a través del número de individuos
"que sienten que no hay lugar para ellos en la nueva sociedad." Este
instinto depredador alcanzó un apoteosis en 1965, cuando empezó a
hablar, como Dios, acerca del "Hombre Nuevo" que él y su revolución
crearían.
La obsesión del Che con el control
colectivista lo llevó a colaborar en la formación del aparato de
seguridad que fue establecido para subyugar a seis millones y medio de
cubanos. A comienzos de 1959, una serie de reuniones secretas tuvo lugar
en Tarará, cerca de La Habana, en la mansión a la cual el Che
temporalmente se retiró para recuperarse de una enfermedad. Allí fue
donde los líderes principales, incluido Castro, diseñaron al estado
policíaco cubano. Ramiro Valdés, subordinado del Che durante la guerra
de guerrillas, fue puesto al mando del G-2, un cuerpo inspirado en la
Cheka. Angel Ciutah, un veterano de la Guerra Civil española enviado por
los soviéticos que había estado muy cerca de Ramón Mercader, el asesino
de Trotsky, y que más tarde entablaría amistad con el Che, desempeñó un
papel fundamental en la organización del sistema, junto con Luis
Alberto Lavandeira, quien había servido al jefe en La Cabaña. El propio
Guevara se hizo cargo del G-6, el grupo al que se le encomendó el
adoctrinamiento ideológico de las fuerzas armadas. La invasión
respaldada por los EE.UU. de Bahía de Cochinos en abril de 1961 se
convirtió en la ocasión perfecta para consolidar al nuevo estado
policíaco, con el acorralamiento de decenas de miles de cubanos y una
nueva serie de ejecuciones. Como el mismo Guevara le expresó al
embajador soviético Sergei Kudriavtsev, los contrarrevolucionarios nunca
"volverían a levantar su cabeza."
"Contrarrevolucionario" es el término
que se le aplicaba a cualquiera que se apartara del dogma. Era el
equivalente comunista de "hereje." Los campos de concentración eran una
forma en la cual el poder dogmático era empleado para suprimir el
disenso. La historia le atribuye al general español Valeriano Weyler, el
capitán general de Cuba a finales del siglo diecinueve, haber empleado
por vez primera a la palabra "concentración" para describir la política
de cercar a las masas de potenciales opositores—en su caso a los
simpatizantes del movimiento independentista cubano—con alambre de púas y
empalizadas. Qué irónico (y apropiado) que los revolucionarios de Cuba
más de medio siglo después continuasen con esta tradición local. Al
principio, la revolución movilizó a voluntarios para construir escuelas y
para trabajar en los puertos, plantaciones, y fábricas—todas ellas
exquisitas oportunidades fotográficas para el Che el estibador, el Che
el cortador de caña, el Che el fabricante de telas. No pasó mucho tiempo
antes de que el trabajo voluntario se volviese un poco menos
voluntario: el primer campamento de trabajos forzados, Guanahacabibes,
fue establecido en Cuba occidental hacia el final de 1960. Así es como
el Che explicaba la función desempeñada por este método de
confinamiento: “A Guanahacabibes se manda a la gente que no debe ir a la
cárcel , la gente que ha cometido faltas a la moral revolucionaria de
mayor o menor grado...es trabajo duro, no trabajo bestial”.
Este campamento fue el precursor del
confinamiento sistemático, a partir de 1965 en la provincia de Camagüey,
de disidentes, homosexuales, victimas del SIDA, católicos, Testigos de
Jehová, sacerdotes afro-cubanos, y otras escorias por el estilo, bajo la
bandera de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
Hacinados en autobuses y camiones, los "desadaptados" serían
transportados a punta de pistola a los campos de concentración
organizados sobre la base del modelo de Guanahacabibes. Algunos nunca
regresarían; otros serían violados, golpeados, o mutilados; y la mayoría
quedarían traumatizados de por vida, como el sobrecogedor documental de
Néstor Almendros Conducta Impropia se lo mostrara al mundo un par de
décadas atrás.
De esta manera, la revista Time parece
haber errado en agosto de 1960 cuando describió a la división del
trabajo de la revolución con una nota de tapa presentando al Che Guevara
como el "cerebro," a Fidel Castro como el "corazón" y a Raúl Castro
como el "puño." Pero la percepción revelaba el papel crucial de Guevara
en hacer de Cuba un bastión del totalitarismo. El Che era de alguna
manera un candidato improbable para la pureza ideológica, dado su
espíritu bohemio, pero durante los años de entrenamiento en México y en
el periodo resultante de la lucha armada en Cuba emergió como el
ideólogo comunista locamente enamorado de la Unión Soviética, en gran
medida para molestia de Castro y de otros que eran esencialmente
oportunistas dispuestos a utilizar cualquier medio necesario para ganar
poder. Cuando los aspirantes a revolucionarios fueron arrestados en
México en 1956, Guevara fue el único que admitió que era un comunista y
que estaba estudiando ruso. (Habló abiertamente de su relación con
Nikolai Leonov de la Embajada Soviética.) Durante la lucha armada en
Cuba, forjó una férrea alianza con el Partido Socialista Popular (el
partido comunista de la isla) y con Carlos Rafael Rodríguez, un jugador
importante en la conversión del régimen de Castro al comunismo.
Esta fanática disposición convirtió al
Che en una parte esencial de la "sovietización" de la revolución que se
había jactado reiteradamente de su carácter independiente. Muy poco
después de que los barbudos llegaran al poder, Guevara participó de
negociaciones con Anastas Mikoyan, el vice primer ministro soviético,
quien visitó Cuba. Le fue confiada la misión de promover las
negociaciones soviético-cubanas durante una visita a Moscú a finales de
1960. (La misma fue parte de un largo viaje en el cual la Corea del
Norte de Kim Il Sung fue el país que “más” le impresionó.) El segundo
viaje a Rusia de Guevara, en agosto de 1962, fue aún más significativo,
en razón de que el mismo selló el acuerdo para convertir a Cuba en una
cabeza de playa nuclear soviética. Se reunió con Khrushchev en Yalta
para finalizar los detalles sobre una operación que ya se había iniciado
y que involucraba la introducción en la isla de cuarenta y dos misiles
soviéticos, la mitad de los cuales estaban armados con ojivas nucleares,
así como también lanzadores y unos cuarenta y dos mil soldados. Tras
presionar a sus aliados soviéticos sobre el peligro de que los Estados
Unidos pudiesen descubrir lo que estaba aconteciendo, Guevara obtuvo
garantías de que la marina soviética intervendría—en otras palabras, de
que Moscú estaba preparada para ir a la guerra.
Según la biografía de Guevara de
Philippe Gavi, el revolucionario había alardeado que "su país se
encuentra deseoso de arriesgarlo todo en una guerra atómica de
inimaginable capacidad destructiva para defender un principio." Apenas
después de finalizada la crisis de los misiles cubanos—cuando Khrushchev
renegó de la promesa hecha en Yalta y negoció un acuerdo con los
Estados Unidos a espaldas de Castro que incluía la remoción de los
misiles estadounidenses de Turquía—Guevara dijo a un periódico comunista
británico: "Si los cohetes hubiesen permanecido, los hubiésemos
utilizado a todos y dirigido contra el mismo corazón de los Estados
Unidos, incluida Nueva York, en nuestra defensa contra la agresión." Y
un par de años más tarde, en las Naciones Unidas, fue leal a las formas:
"Como marxistas hemos sostenido que la coexistencia pacífica entre las
naciones no incluye a la coexistencia entre los explotadores y el
explotado."
Guevara se distanció de la Unión
Soviética en los últimos años de su vida. Lo hizo por las razones
equivocadas, culpando a Moscú por ser demasiado blando ideológica y
diplomáticamente, y hacer demasiadas concesiones—a diferencia de la
China maoísta, a la cual llegó a ver como un refugio de la ortodoxia. En
octubre de 1964, un memo escrito por Oleg Daroussenkov, un funcionario
soviético cercano a él, cita a Guevara diciendo: "Les pedimos armas a
los checoslovacos; y nos rechazaron. Luego se las pedimos a los chinos;
dijeron que sí en pocos días, y ni siquiera nos cobraron, declarando que
uno no le vende armas a un amigo." En realidad, Guevara se resintió por
el hecho de que Moscú le estaba solicitando a otros miembros del bloque
comunista, incluida Cuba, algo a cambio de su colosal ayuda y de su
apoyo político. Su ataque final contra Moscú llegó en Argelia, en
febrero de 1965, en una conferencia internacional en la que acusó a los
soviéticos de adoptar la "ley del valor," es decir, el capitalismo. Su
ruptura con los soviéticos, en síntesis, no fue un grito en favor de la
independencia. Fue un alarido al estilo de Enver Hoxha en aras de la
total subordinación de la realidad a la ciega ortodoxia ideológica.
El gran revolucionario tuvo una
oportunidad de poner en práctica su visión económica—su idea de la
justicia social—como director del Banco Nacional de Cuba y del
Departamento de Industria del Instituto Nacional de la Reforma Agraria a
fines de 1959, y, desde principios de 1961, como ministro de industria.
El periodo en el cual Guevara estuvo a cargo de la mayor parte de la
economía cubana atestiguó el cuasi colapso de la producción de azúcar,
el fracaso de la industrialización y la introducción del
racionamiento—todo esto en el que había sido uno de los cuatros países
económicamente más exitosos de América Latina desde antes de la
dictadura de Batista.
Su tarea como director del Banco
Nacional, durante la cual imprimió billetes que llevaban la firma "Che,"
ha sido sintetizada por su asistente, Ernesto Betancourt: “Encontré en
el Che una ignorancia absoluta de los principios más elementales de la
economía”. Los poderes de percepción de Guevara respecto de la economía
mundial fueron muy bien expresados en 1961, durante una conferencia
hemisférica celebrada en Uruguay, donde predijo una tasa de crecimiento
para Cuba del 10 por ciento "sin el menor temor," y, para 1980, un
ingreso per capita mayor que el de "los EE.UU. en la actualidad." En
verdad, hacia 1997, el trigésimo aniversario de su muerte, los cubanos
se encontraban bajo una dieta consistente en una ración de cinco libras
de arroz y una libra de frijoles por mes; cuatro onzas de carne dos
veces al año; cuatro onzas de pasta de soja por semana; y cuatro huevos
por mes.
La reforma agraria le quitó tierra al
rico, pero se la dio a los burócratas, no a los campesinos. (El decreto
fue redactado en la casa del Che.) En el nombre de la diversificación,
el área cultivada fue reducida y la mano de obra disponible distraída
hacia otras actividades. El resultado fue que entre 1961 y 1963, la
cosecha se redujo a la mitad: apenas unos 3,8 millones de toneladas
métricas. ¿Se justificaba este sacrificio por el fomento de la
industrialización cubana? Desdichadamente, Cuba carecía de materias
primas para la industria pesada, y, como una consecuencia de la
redistribución revolucionaria, no contaba con una moneda sólida con la
cual adquirirlas—o incluso adquirir los productos básicos. Para 1961,
Guevara estaba teniendo que dar explicaciones embarazosas a los
trabajadores en la oficina: "Nuestros camaradas técnicos en las
compañías han producido una pasta dental... tan buena como la anterior;
limpia exactamente lo mismo, a pesar de que después de un tiempo se
vuelve una piedra." Para 1963, todas las esperanzas de industrializar a
Cuba fueron abandonadas, y la revolución aceptó su rol de proveedora
colonial de azúcar al bloque soviético a cambio de petróleo para cubrir
sus necesidades y para revenderlo a otros países. Durante las tres
décadas siguientes, Cuba sobreviviría en base a un subsidio soviético de
más o menos entre $65 mil millones y $100 mil millones.
Habiendo fracasado como héroe de la
justicia social, ¿merece Guevara un lugar en los libros de historia como
un genio de la guerra de guerrillas? Su mayor logro militar en la lucha
contra Batista—la toma de la ciudad de Santa Clara después de emboscar
un tren con pesados refuerzos—es seriamente cuestionado. Numerosos
testimonios indican que el conductor del tren se rindió de antemano,
acaso tras aceptar sobornos. (Gutiérrez Menoyo, quien dirigía un grupo
guerrillero diferente en esa área, está entre aquellos que han criticado
la historia oficial de Cuba sobre la victoria de Guevara.)
Inmediatamente después del triunfo de la revolución, Guevara organizó
ejércitos guerrilleros en Nicaragua, la República Dominicana, Panamá, y
Haití—todos los cuales fueron aplastados. En 1964, envió al
revolucionario argentino Jorge Ricardo Masetti a su muerte al
persuadirlo de que montase un ataque contra su país natal desde Bolivia,
justo después de que la democracia representativa había sido
restablecida en la Argentina.
Particularmente desastrosa fue la
expedición al Congo en 1965. Guevara se alió con dos rebeldes—Pierre
Mulele en el oeste y Laurent Kabila en el este—contra el desagradable
gobierno congoleño, el cual era sostenido por los Estados Unidos, por
mercenarios sudafricanos y exiliados cubanos. Mulele había tomado
posesión de Stanleyville antes de ser repelido. Durante su reinado de
terror, tal como lo ha escrito V.S. Naipaul, asesinó a todos aquellos
que podían leer y a todos los que vestían una corbata. Respecto del otro
aliado de Guevara, Laurent Kabila, se trataba meramente de un perezoso y
un corrupto por aquel entonces; pero el mundo descubriría en los años
90 que también él era una máquina de matar. En cualquier caso, Guevara
se pasó gran parte de 1965 ayudando a los rebeldes en el este antes de
abandonar el país de manera ignominiosa. Poco tiempo después, Mobutu
llegó al poder e instaló una tiranía de décadas. (En los países
latinoamericanos, de Argentina al Perú, las revoluciones inspiradas en
el Che tuvieron el mismo resultado practico de reforzar el militarismo
brutal durante muchos años.)
En Bolivia, el Che fue nuevamente
derrotado, y por última vez. Malinterpretó la situación local. Una
reforma agraria había tenido lugar unos años antes; el gobierno había
respetado muchas de las instituciones de las comunidades campesinas; y
el ejército era cercano a los Estados Unidos a pesar de su nacionalismo.
"Las masas campesinas no nos ayudan en absoluto" fue la melancólica
conclusión de Guevara en su diario boliviano. Aún peor, Mario Monje, el
líder comunista local, quien no tenía estómago para una guerra de
guerrillas tras haber sido humillado en los comicios, condujo a Guevara
hacia una ubicación vulnerable en el sudeste del país. Las
circunstancias de la captura del Che en la quebrada del Yuro, poco
después de reunirse con el intelectual francés Régis Debray y el pintor
argentino Ciro Bustos, ambos arrestados cuando abandonaban el
campamento, fueron, como gran parte de la expedición boliviana, cosa de
aficionados.
Guevara fue ciertamente audaz y
corajudo, y rápido para organizar la vida en base a principios militares
en los territorios bajo su control, pero no era un General Giap. Su
libro La Guerra de Guerrillas enseña que las fuerzas populares pueden
vencer a un ejército, que no es necesario aguardar a que se den las
condiciones necesarias ya que un foco insurreccional puede provocarlos, y
que el combate debe tener lugar principalmente en el campo. (En su
receta para la guerra de guerrillas, reserva también para las mujeres el
rol de cocineras y enfermeras.) Sin embargo, el ejército de Batista no
era un ejército sino un corrupto manojo de matones carente de motivación
y sin mucha organización; los focos guerrilleros, con la excepción de
Nicaragua, terminaron todos en cenizas para los foquistas, y América
Latina se ha vuelto urbana en un 70 por ciento en estas últimas cuatro
décadas. Al respecto, también, el Che Guevara fue un cruel alucinado.
En las últimas décadas del siglo
diecinueve, Argentina tenía la segunda tasa de crecimiento más grande
del mundo. Hacia la década de 1890, el ingreso real de los trabajadores
argentinos era superior al de los trabajadores suizos, alemanes, y
franceses. Para 1928, ese país ocupaba el duodécimo lugar en el mundo en
cuanto a su PBI per capita. Ese logro, que las siguientes generaciones
arruinarían, se debió en gran medida a Juan Bautista Alberdi.
Al igual que Guevara, a Alberdi le
gustaba viajar: caminó a través de las pampas y de los desiertos de
norte a sur a los catorce años de edad, rumbo a Buenos Aires. Como
Guevara, Alberdi se oponía a un tirano, Juan Manuel Rosas. Igual que
Guevara, Alberdi tuvo la oportunidad de influir sobre un líder
revolucionario en el poder—Justo José de Urquiza, quien derrocó a Rosas
en 1852. Como Guevara, Alberdi representó al nuevo gobierno en giras
mundiales, y murió en el exterior. Pero a diferencia del viejo y nuevo
predilecto de la izquierda, Alberdi nunca mató una mosca. Su libro,
Bases y puntos de partida para la organización de la República
Argentina, fue la base de la Constitución de 1853 que limitó el Estado,
abrió el comercio, alentó la inmigración y aseguró los derechos de
propiedad, inaugurando de ese modo un periodo de setenta años de
asombrosa prosperidad. No se entremetió en los asuntos de otras
naciones, oponiéndose a la guerra de su país contra Paraguay. Su
semblante no adorna el abdomen de Mike Tyson.
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