por Axel Kaiser
El Estado -observó Frédéric
Bastiat- es esa gran ficción en virtud de la cual todo el mundo intenta
vivir a expensas de todos los demás. Probablemente no existe una teoría
que confirme mejor esta definición que la de los “derechos sociales”.
Cada vez que un grupo determinado pretende extraer un beneficio material
de los demás miembros de la comunidad, lo hace escudado en el manto de
moralidad que ofrece esta popular doctrina de los derechos.
Un análisis exento de emotividad, sin
embargo, permite advertir que la moralidad de estos supuestos derechos
se sustenta en una serie de confusiones. De partida, “la sociedad” no es
más que una abstracción, y las abstracciones, a diferencia de los
individuos, ni pueden ser titulares de derechos, ni por supuesto tampoco
sujetos de obligaciones. Un derecho llamado “social”, entonces, no es
más que una exigencia de beneficios materiales que un grupo determinado
de individuos plantea a otro grupo en general indeterminado de
individuos sin ofrecer una contraprestación a cambio.
En un mundo sin Estado, la única forma
en que un grupo A podría obtener sin causa de un grupo B un beneficio
material sería recurriendo directamente al uso de la violencia física.
En el mundo en que vivimos, los encargados de ejercer esa violencia son
los políticos que controlan el poder coactivo del Estado y que salen
electos en la medida en que prometen beneficios bajo el argumento de
satisfacer “derechos”.
El caso de la educación es un ejemplo de
lo anterior. Políticos y académicos afirman una y otra vez que esta es
un “derecho”. Pero la educación, aunque el dogma de moda diga lo
contrario, es un bien económico, y no un derecho. Los bienes económicos
por definición son escasos y satisfacen necesidades o deseos. La
educación claramente cuadra con esa definición.
De ahí que el problema educativo sea uno
esencialmente económico; es decir, de creación y asignación de
recursos, y no ético o de “derechos”. Desde luego, reconocer lo anterior
tiene implicancias filosóficas y prácticas. Pues la diferencia esencial
entre un derecho colectivo o “social” y derechos negativos, como la
libertad de expresión, la vida o la propiedad, es que los primeros -que
podemos llamar falsos derechos-, al referirse a bienes económicos,
exigen que alguien sea forzado a trabajar para satisfacerlos.
Los segundos, en cambio -que podemos
calificar de auténticos derechos-, al no referirse a bienes económicos,
solo exigen del resto el abstenerse de realizar una conducta. Así, por
ejemplo, su derecho a la libertad de expresión implica la obligación del
resto de no amordazarlo, su derecho a la vida el de no agredirlo y su
derecho de propiedad, el que no le impidan disfrutar y disponer de lo
que es suyo. La coerción del Estado en este caso se utiliza para
protegerlo a usted de la agresión arbitraria de un tercero. Los derechos
colectivistas o “sociales” invierten esa lógica. Con ellos, la coerción
estatal opera no para protegerlo a usted de una agresión sobre su vida,
libertad y propiedad, sino para forzarlo a dar a otros lo que estos
quieren y que en una relación de cooperación voluntaria y pacífica
probablemente no podrían obtener.
El resultado de esta concepción
colectivista de los derechos es así una perversión del rol del Estado,
el que ya no actúa como protector de la libertad personal, sino, por el
contrario, como su principal agresor. No es casualidad que las
dictaduras socialistas hayan sido las grandes promotoras de los derechos
“sociales”.
Ahora bien, desde el punto de vista
económico, un país que busca satisfacer derechos “sociales”,
inevitablemente entra en la senda de la decadencia y el conflicto. Y es
que, como advirtió el mismo Bastiat, los políticos no pueden entregar
nada a algunos que no hayan quitado antes a otros, reteniendo siempre
una fracción de lo que reparten. Y puesto que las necesidades -como los
deseos de los políticos de mantenerse en el poder- son ilimitadas y los
recursos son escasos, entonces la satisfacción consecuente de los
“derechos sociales” solo puede llevar a una espiral de gasto, impuestos y
deuda, cuyo desenlace final inevitable es la crisis del sistema
económico y democrático.
No comments:
Post a Comment