Wednesday, July 6, 2016

La economía del agua o la economía sin agua

Karelys Abarca
Karelys Abarca es Economista, egresada de la Universidad Central de Venezuela, y Profesora-Investigadora en la Facultad de Economía de esta casa de estudios. Ha sido dos veces Premio Nacional Alberto Adriani, galardón otorgado por el Banco Central de Venezuela y la Fundación Alberto Adriani. Twitter: @karelitabarca
El agua es vital para todas las especies que habitan la tierra, para los humanos, animales y plantas. Nuestro planeta se encuentra en un 70% cubierto de agua, sin embargo 97,5% de esa agua es salada y apenas 2,5% es dulce. Del limitado porcentaje de agua dulce, sólo 1% es consumible y el resto está en los glaciares o es poco accesible para su aprovechamiento. Si tomamos en cuenta que la población mundial actual es de 7.300 millones de habitantes, con una perspectiva de crecimiento de más de 10.000 millones de habitantes en el año 2050, el agua se convierte en un recurso relativamente escaso, por su limitada dotación natural y sus múltiples usos en la economía.



El problema de dotación del agua se agrava cuando sumamos al acelerado crecimiento poblacional mundial, el cambio climático que provoca grandes y prolongadas sequías, la contaminación ambiental en los ríos y la tala indiscriminada de los bosques, que impacta profundamente el ciclo de la lluvia. Los países más afectados por el problema del agua lamentablemente son los que se encuentran en vías de desarrollo, y que muestran mayor cantidad de síntomas de pobreza económica y social, porque son países donde la protección del medio ambiente no es prioridad y la tasa de crecimiento poblacional es más acelerada, de hecho, se espera que sea África quien aporte más de la mitad del incremento poblacional mundial entre el 2015 y el año 2050.
Tampoco es racional ni eficiente depender de la lluvia para encender un país como Venezuela, porque el calentamiento global y la tala indiscriminada de los bosques para explotar recursos como el oro, impactan precisamente el ciclo de la lluvia...
Actualmente, una de cada seis personas en el mundo no tiene acceso directo al agua potable, y unos 2600 millones de personas no poseen siquiera las más rudimentarias formas para sanear el agua que consumen, lo que las coloca en riesgo de sufrir múltiples enfermedades. Ante tales circunstancias, debería ser prioritario para todas las naciones, especialmente las más pobres y vulnerables, proteger el ambiente y hacer una gestión eficiente del agua, preservando las fuentes hidrográficas y diseñando estrictas políticas de saneamiento del recurso para el consumo humano, además de proteger el ambiente de la contaminación y controlar la emisión de gases de efecto invernadero que provocan calentamiento global.
La paradoja del valor es una figura de la economía clásica que se utiliza para explicar el valor de mercado de los recursos, donde se plantea que a pesar que el agua es más útil y vital que los diamantes, su valor de cambio o de mercado es menor que la del diamante, por su comparativa abundancia ante el diamante en la naturaleza. Aunque Adam Smith hizo referencia a esta paradoja en su libro Sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, no fue el único en notar esta paradoja, pues antes Nicolás Copérnico, John Law, John Locke y hasta Platón lo habían analizado. En términos literales, Smith escribió: "Nada es más útil que el agua, pero ésta no comprará gran cosa; nada de valor puede ser intercambiado por ella. Un diamante, por el contrario, tiene escaso valor de uso, pero una gran cantidad de otros bienes pueden ser frecuentemente intercambiados por éste". Hoy en día, el diamante sigue teniendo un precio mayor al agua.
Considerando vigente a la paradoja del valor, es obvio que la gestión de un recurso de enorme uso y limitado valor de cambio no es fácil ni rentable, pues los costos de tratamiento, almacenamiento y distribución del agua suelen ser más altos que sus tarifas de consumo. Del mejor uso y gestión del agua depende el incremento de la calidad de vida de las personas, pero la actividad económica ligada al agua no suele reportar ganancias o rentabilidad directa a ningún agente económico, pues se trata de un recurso que representa un derecho básico de la humanidad. Sin embargo, las externalidades positivas que puede generar a la población y a la economía una eficiente gestión del agua, suelen ser más rentables que los costos que genera el manejo del recurso.
Hay que tomar en cuenta que el agua no sólo tiene usos en el consumo humano directo, ya que existe una cantidad impresionante de actividades económicas que dependen de este recurso, entre las principales: la agricultura a través de los riegos, la minería, la acuicultura, las industrias urbanas, los servicios de recreación y turismo, además de la generación de electricidad, entre otros.  Uno de los retos más complejos en la administración del agua es el uso multisectorial eficiente de una misma cuenca hidrográfica.
Si el agua es tan vital y tiene tantos usos en la economía, no resulta eficiente, especialmente cuando nos enfrentamos con el calentamiento global, generar energía eléctrica con fuente hídrica, como es el caso de Venezuela, que actualmente depende en casi un 70% de la energía hidroeléctrica, porque además de atravesar una situación riesgosa por la escasez relativa del recurso, provoca un alto costo de oportunidad para la sociedad, al desviar el agua de sus otros usos posibles para la producción de electricidad. Siendo así, lo más eficiente para los países sería acudir a fuentes alternativas de producción de electricidad, diseñando edificios públicos inteligentes que usen paneles solares, o utilizando la energía eólica en algunas zonas.
Tampoco es racional ni eficiente depender de la lluvia para encender un país como Venezuela, porque el calentamiento global y la tala indiscriminada de los bosques para explotar recursos como el oro, impactan precisamente el ciclo de la lluvia; además resulta tremendamente ineficiente quedarse a oscuras, cuando se tiene encima un sol radiante que puede ser fuente de energía para la economía. Venezuela es un ejemplo extremo de las terribles consecuencias en términos de bienestar que tiene una nación, cuando no protege el ambiente ni administra eficientemente un recurso tan amenazado como el agua. Lo más eficiente para el desarrollo sostenible del mundo sería proteger el ambiente y mitigar las causas del cambio climático, cambiar el modelo energético hacia fuentes alternativas no tan contaminantes como el petróleo, y ahorrativas de recursos tan vitales y vulnerables como el agua. No olvidemos que el agua es la sangre del planeta tierra y sin la sangre no hay cuerpo que viva.

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