Tuesday, July 5, 2016

La Brexplosión antiglobalización

Yoon Young-kwan, former Minister of Foreign Affairs of the Republic of Korea, is Professor Emeritus of International Relations at Seoul National University.

La Brexplosión antiglobalización

SEÚL – El populismo, el nacionalismo y la xenofobia contribuyeron a la victoria de la campaña "Leave" (partir) en el reciente referendo del Reino Unido sobre la pertenencia a la Unión Europea. Pero esas fuerzas flotan en la superficie de un cambio radical más trascendente: un giro fundamental a nivel mundial en la relación entre el estado y el mercado. 
Desde el nacimiento del capitalismo moderno, esos dos marcos de actividad humana generalmente estuvieron enfrentados. Mientras que el mercado tiende a expandirse geográficamente en tanto sus participantes persiguen beneficios económicos, el estado busca mantener en orden a todos y a todo dentro del territorio que controla. Un comerciante puede reconocer oportunidades de mercado en un país extranjero, pero, si pretende aprovecharlas, se topará con el estado -más inmediatamente, con las autoridades inmigratorias del país.


De qué manera reconciliar la tensión entre el mercado y el estado es la preocupación central de la economía política hoy, del mismo modo que lo fue para Adam Smith en el siglo XVIII, para Friedrich List y Karl Marx en el siglo XIX y para John Maynard Keynes y Friedrich von Hayek en su extenso debate sobre el tema a mediados del siglo XX.
Consideremos dos extremos hipotéticos en la relación estado-mercado. El primero es un mercado global sin fisuras en el que los individuos pueden maximizar sus beneficios materiales sin ninguna intervención del estado. El problema con este escenario es que uno puede vivir en un país que es vulnerable a todas las consecuencias negativas de la globalización irrestricta, como la devaluación de la moneda, la explotación laboral, el incumplimiento de las leyes de propiedad intelectual y demás.
El otro extremo es un mundo integrado enteramente por estados autárquicos aislados, donde los individuos están protegidos de las fuerzas económicas externas y el estado tiene plena autonomía en las cuestiones domésticas. En este escenario, habrá que renunciar a todos los beneficios económicos conocidos de la división global del trabajo.
Entre estos dos extremos se encuentra gran parte del mundo tal como es, caracterizado por proyectos de integración regional como la UE y el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte.
Podemos identificar oscilaciones importantes durante la historia del capitalismo en los dos últimos siglos, hacia el mercado y hacia el estado. Por ejemplo, el rechazo de las Leyes del Maíz en el Reino Unido en 1846 favoreció un mercado libre en el comercio internacional y una globalización acelerada hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Después de la Primera Guerra Mundial, el péndulo volvió a oscilar hacia el estado. El capital financiero en Occidente estaba debilitado políticamente y una clase trabajadora movilizada aprovechó la oportunidad para exigir empleos y programas de asistencia social que iban en contra de la lógica y las reglas de un mercado globalizado. En las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, sobrevino un creciente proteccionismo de la mano de políticas aislacionistas -como cuando Gran Bretaña abandonó el patrón oro en 1931 en respuesta a una gran demanda de la libra-. The Economist declaró ese lunes 21 de septiembre "el fin definitivo de una época en el desarrollo financiero y económico del mundo". Después de la aprobación del Brexit, el mismo periódico advirtió: "Gran Bretaña está navegando en una tormenta con nadie frente al timón".
La conferencia de Bretton Woods en 1944 marcó otra nueva oscilación hacia el mercado, sólo que esta vez permitió cierto grado de autonomía nacional. Hasta fines de los años 1960, un equilibrio armonioso de apertura internacional y autonomía nacional dio lugar a una prosperidad generalizada.
Ahora bien, la turbulencia regresó en los años 1970 cuando el crecimiento lento y los precios elevados de la "estanflación" así como una crisis energética global hicieron oscilar el péndulo hacia mercados totalmente liberalizados -un cambio del mundo keynesiano al mundo hayekiano, ayudado por Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos.
Esto nos trae al presente. La crisis económica de 2008, y la imposibilidad de la economía global de recuperarse de ella plenamente, pusieron fin al proyecto iniciado por Thatcher y Reagan. Como en el período posterior a la Primera Guerra Mundial, los trabajadores empezaron a pensar que la globalización los había dejado atrás y que los líderes políticos favorecían a los financistas y a las grandes empresas a costa suya. En el caso del Brexit, la campaña "Leave" votó por más autonomía nacional, aunque tenga un claro costo material.
Una versión norteamericana del Brexit tal vez no esté muy lejos si el próximo presidente de Estados Unidos desecha el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica con 11 países de la costa del Pacífico, firmado en febrero de este año. En un momento en que las negociaciones comerciales a nivel global están casi muertas, el TPP (por su sigla en inglés) debería parecer una estrategia razonable para impulsar el comercio multilateral. Y, sin embargo, ambos candidatos presidenciales en Estados Unidos dicen que se oponen a él y proponen lo que sería un equivalente a un "Amexit" del sistema de comercio global. 
Estamos en un interregno. El descontento social y político seguirá creciendo en todo el mundo hasta que volvamos a colocar a la relación estado-mercado en un equilibrio saludable. El problema es que nadie sabe cómo hacerlo mejor.
Algunos proponen rearmonizar los mercados internacionales con autonomía nacional, como sucedió en Bretton Woods. Pero el orden económico internacional de posguerra fue creado para la era pre-globalización, y no podemos volver a poner al genio dentro de la botella, aun si fuera posible hacerlo. El Brexit marca el comienzo del fin de la última era de globalización. Nadie puede saber qué viene a continuación, pero sí podemos estar seguros de que no será el destino final.

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