En
todo el mundo, los populistas están atrayendo votos con sus promesas de
proteger a la gente común de la dura realidad de la globalización. No
se puede esperar que el establecimiento democrático cumpla con este
objetivo, aseguran, ya que está demasiado ocupado en proteger a los
ricos -un hábito que la globalización no hizo más que intensificar.
Durante décadas, la
globalización prometió traer beneficios para todos. En una escala
internacional, facilitó el ascenso de los tigres asiáticos y de los
países de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), produjo
un crecimiento rápido en toda África y facilitó la bonanza en los países
desarrollados hasta 2007. También creó nuevas oportunidades y aumentó
el crecimiento al interior de los países. Pero desde la crisis de 2008,
muchos países ricos se han visto cercados por las medidas de austeridad,
las economías asiáticas se han desacelerado, el progreso de los BRICS
se ha detenido y muchos países africanos han vuelto a endeudarse.
Todo esto ha
contribuido a una creciente desigualdad, que hoy alimenta el
descontento. Emmanuel Saez y Gabriel Zucman calculan que en Estados
Unidos la brecha de riqueza ya es mayor que en cualquier otro momento
desde la Gran Depresión: hoy casi la mitad de la riqueza del país está
en manos del 1% más rico de los hogares.
En el Reino Unido, la
Oficina Nacional de Estadísticas informa que, en el período de 2012 a
2014, el 10% más rico de los hogares era dueño del 45% de la riqueza
total agregada de los hogares. Desde julio de 2010, la riqueza del decil
superior ha aumentado tres veces más rápido que la del 50% inferior de
la población.
En Nigeria, el
asombroso crecimiento económico, que promedia el 7% anual desde 2000,
bien puede haber reducido la pobreza en el sudoeste del país; pero el
noreste (donde el grupo extremista Boko Haram es más activo), han
surgido niveles apabullantes de desigualdad de riqueza y de pobreza.
Tendencias similares se observan desde China y Egipto hasta Grecia.
Junto con la
desigualdad, la caída de la confianza de la población alimenta la
rebelión contra la globalización y la democracia. En el mundo
desarrollado y en el mundo en desarrollo, muchos sospechan que los ricos
se vuelven más ricos porque no tienen que respetar las mismas reglas
que todos los demás.
No es difícil
entender por qué. En tanto la economía global se desacelera, los abusos
de confianza por parte de quienes están en la cima se vuelven más
evidentes. En el Reino Unido, Amazon, Starbucks y Google se ganaron la
ira pública en 2013 por utilizar tecnicismos para no pagar impuestos.
Esto llevó al gobierno del Reino Unido a liderar un anuncio impositivo
del G8 destinado a reducir la evasión impositiva. En 2015, una auditoría
de la Corporación Nacional del Petróleo de Nigeria reveló que
aproximadamente 20.000 millones de dólares en ingresos, en verdad, nunca
fueron remitidos a las autoridades bajo la administración anterior.
Y el problema parece
ser sistémico. Este año, los Papeles de Panamá expusieron de qué manera
los ricos del mundo crean compañías secretas offshore, lo que les
permite evitar el escrutinio financiero y el pago de impuestos. Y los
bancos más grandes del mundo han tenido que pagar multas sin precedentes
en los últimos años por violaciones descaradas de la ley.
Sin embargo, a pesar
de la publicidad negativa generada por estos casos, la población
prácticamente no vio que nadie haya tenido que rendir cuentas. Casi una
década después de la crisis financiera global de 2008, sólo un ejecutivo
de un banco fue a prisión. Muchos banqueros, en cambio, siguieron un
camino similar al de Fred Goodwin, el presidente del Royal Bank of
Scotland de Gran Bretaña, que acumuló 24.100 millones de libras (34.200
millones de dólares) de pérdidas, para luego renunciar con una pensión
gigantesca. La gente común y corriente -como el padre de tres hijos que
fue a prisión en el Reino Unido en septiembre de 2015 por acumular
500.000 libras en deudas de juego- no goza de la misma impunidad.
Todo esto ayuda a
explicar por qué los movimientos anti-establishment están cobrando
fuerza en todo el mundo. Estos movimientos comparten una sensación de
privación de derechos -una sensación de que el “establishment” no les da
a los ciudadanos comunes un “trato justo”-. Apuntan a resultados
electorales “comprados” por intereses especiales, y a marcos legales y
regulatorios oscuros que parecen pergeñados para beneficiar a los ricos,
como las regulaciones bancarias que sólo pueden sortear las
instituciones grandes y los tratados de inversión negociados en secreto.
Los gobiernos han
permitido que la globalización -y los tenedores de riqueza ambulantes-
los superen. La globalización exige una cooperación global profunda y
efectiva. Cuando los gobiernos no supieron cooperar en los años 1930, la
globalización se frenó en seco.
Hizo falta una serie
de esfuerzos cuidadosos y sumamente controlados después de la Segunda
Guerra Mundial para abrir la economía mundial y permitir que la
globalización volviera a despegar. Aun así, si bien muchos países
liberalizaron el comercio, los controles de capital garantizaron que el
“dinero caliente” no pudiera entrar y enseguida salir de sus economías.
Mientras tanto, los gobiernos invirtieron los retornos sobre el
crecimiento en educación, atención médica y sistemas de asistencia
social de buena calidad que beneficiaron a la mayoría. En tanto los
negocios del gobierno crecieron, también lo hicieron los recursos
asignados a ellos.
En los años 1970, los
líderes de los países ricos, tanto en el gobierno como a nivel
empresarial, se habían vuelto complacientes. Creyeron a pie juntillas la
promesa de que los mercados que se equilibran y restringen por sí solos
brindarían un crecimiento continuo. Cuando esta nueva ortodoxia se
propagó al sector financiero apalancado, el mundo entró en una carrera
desenfrenada. Desafortunadamente, muchos gobiernos ya habían perdido la
capacidad de manejar las fuerzas que habían desatado, y los líderes
empresarios habían perdido su sensación de responsabilidad por el
bienestar de las sociedades dentro de las cuales florecían.
En 2016, estamos
volviendo a aprender que, desde un punto de vista político, la
globalización tiene que estar controlada no sólo para permitir que los
ganadores ganen, sino también para asegurar que no hagan trampa o
ignoren sus responsabilidades ante la sociedad. No hay lugar para
políticos corruptos que consientan a empresarios corruptos.
Restablecer la
confianza será una tarea difícil. Los líderes empresarios tendrán que
asegurarse una “licencia para operar” de la sociedad en general, y
contribuir visiblemente a que se sustenten las condiciones que respaldan
su prosperidad. Pueden empezar por pagar sus impuestos.
Los gobiernos tendrán
que distanciarse de las empresas que no cumplan con su parte. Es más,
deben revisar sus propias operaciones, para demostrar su imparcialidad.
Una regulación sólida exigirá una inversión significativa en capacidad
de gobierno y los servicios legales que la respaldan.
Finalmente, la
cooperación global será crucial. La globalización no se puede deshacer.
Pero, con un compromiso fuerte y compartido, se puede controlar.
Autor: Ngaire Woods, Decano de la Escuela de Gobierno Blavatnik de la Universidad de Oxford, Reino Unido
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