Por Gina Montaner
Kena Betancur Getty Images
No fue hasta hace poco cuando descubrí Un lunar en el sol (A Raisin in the Sun), la notable adaptación cinematográfica que en 1961 protagonizó un joven Sidney Poitier de la obra de teatro del mismo título que dos años antes había estrenado en Broadway la autora afroamericana Lorraine Hansberry.
Corrían los tiempos de la lucha por los derechos civiles. Una época dura de disturbios en las calles, donde quedaba patente la profunda brecha entre blancos y negros en una sociedad segregada y con leyes que validaban el apartheid. En aquel entonces Hansberry fue innovadora y valiente al plantear el drama de una familia afroamericana, dispuesta a escapar de la pobreza y el hacinamiento en el sur de Chicago cuando se muda a un barrio blanco de clase media tras recibir una herencia. Una historia que estaba inspirada en la experiencia traumática por la que habían pasado los padres de la autora.
Hace casi seis décadas esta obra planteaba que a veces la realidad circundante es el mayor obstáculo para salir del agujero. En el caso de los Younger, la asociación de vecinos no tolera que unos intrusos osen soñar con una vida mejor más allá de los confines del gueto al que han sido condenados. Finalmente, decididos a asumir las consecuencias, la familia se planta en ese nuevo barrio donde no es bienvenida. Hansberry, que era una militante del activismo, aportó su grano de arena a la monumental misión de ganar terreno en un entorno donde la esclavitud de sus antepasados era reciente.
Hoy, al cabo de más de medio siglo desde que se estrenara por primera vez en la meca del teatro una obra escrita por una afroamericana, el eco de la injusticia que remueve la conciencia de sus personajes reverbera en una comunidad sacudida por incidentes en los que se repite el presunto uso excesivo de la fuerza por parte de la policía. Fatídicos episodios que en lo que va de año se han saldado con las vidas de al menos 136 afroamericanos.
Los sucesos más recientes, las muertes de dos hombres por disparos de agentes del orden en Baton Rouge y Minnesota respectivamente que se están investigando, reavivaron en cuestión de horas el círculo de violencia en el que el país está atrapado. Como se temía, en medio de las protestas pacíficas que se han sucedido en distintas ciudades condenando la brutalidad policial, el jueves pasado en Dallas resultaron muertos al menos cinco policías y alrededor de siete oficiales heridos, al parecer víctimas de un francotirador con una agenda de venganza. La guerra no hay que situarla en sitios remotos como Afganistán, sino en casa, donde el problema racial palpita peligrosamente en las calles.
A finales de la década de los 1950 Hansberry anticipó una situación que era una bomba de tiempo. El propio Barack Obama ha reiterado que a pesar de que se ha avanzado mucho desde la época de Martin Luther King, resulta preocupante la disparidad racial en el sistema de justicia criminal. Una desigualdad cuya persistencia ha propiciado un clima de desconfianza mutua que lejos de disminuir parece aumentar.
Mientras una nación dividida y polarizada –tal y como lo refleja la feroz contienda electoral que se está librando de cara a noviembre– llora a sus muertos, conviene recordar el origen del título de la obra de Hansberry, inspirado en un poema escrito en los años 1920 por el poeta Langston Hughes, uno de los impulsores del Renacimiento de Harlem: ¿Qué pasa con un sueño diferido? ¿Se marchita como una pasa en el sol? ¿Se encona como una llaga? Los sueños que se quedan rezagados no permiten que las heridas sanen.
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