El disparate del salario mínimo obligatorio
Por José Azel
Cuando se trata del salario mínimo
obligatorio, los políticos tropiezan unos con otros en un clásico caso
de buenas intenciones y malas políticas. El presidente Obama ha llamado a
elevar el salario mínimo a $10.10 la hora. Mrs. Clinton apoya un
salario mínimo de $12.00, y Mr. Sanders apoya el reclamo de los
sindicatos de elevarlo a $15.00 la hora.
Mi artículo sobre este tema hace tres años todavía mantiene mi record de e-mails insultantes recibidos, pero intentaré de nuevo.
Muchos creen que las leyes de salario
mínimo son necesarias para que trabajadores con poca calificación,
especialmente principiantes, adolescentes y minorías, se ganen la vida
sin ser explotados por avaros capitalistas. Pero, ¿logran las leyes de
salario mínimo los resultados deseados? La cruel ironía es que las leyes
de salario mínimo hacen el mayor daño a los segmentos de nuestra
sociedad que tratamos de ayudar: pobres poco calificados y juventud
inexperta.
Todos entendemos intuitivamente el
principio económico fundamental de que cuando se incrementa el precio de
algo la cantidad demandada de ese bien o servicio decrecerá. El salario
es el precio del trabajo. Si el costo del trabajo se incrementa por
orden gubernamental, la demanda de empleos disminuirá. Dicho
simplemente: si las demás cosas se mantienen constantes, el número de
empleos ofrecidos mermará cuando el salario mínimo se aumente
artificialmente.
El argumento contra un decreto de
salario mínimo es transparente y directo: incrementar el costo de la
creación de empleos disminuirá la creación de empleos.
Peor aun, la disminución de empleos será
permanente cuando los empresarios pasen a tecnologías de producción que
ahorren fuerza laboral o a producir en el extranjero. Es cierto que
quienes mantengan sus trabajos ganarán más, pero otros perderán sus
empleos o no podrán obtener ninguno si no se crean nuevos. Muchos que
viven en la pobreza están desempleados y por consiguiente no se
beneficiarán de un incremento del salario mínimo. De hecho, sus
perspectivas de obtener trabajo disminuirán.
Seamos claros: establecer un salario
mínimo superior al que determina el mercado no resultará en mayor
ingreso para todos los trabajadores, sino solamente para quienes
mantengan sus empleos. Y esos mayores ingresos serán a expensas de los
que quedarán o permanecerán desempleados. Aunque ya sabemos esto, las
leyes de salarios mínimos siguen siendo populares entre funcionarios
electos, consejos editoriales, y votantes que desean expresar su
compasión por los trabajadores pobres.
Una razón más cínica es que abogar por
un aumento del salario mínimo es una vía para ganar puntos políticos sin
tener que responder por aumentos en los gastos del gobierno, porque ese
costo lo asumirían los empleadores. Sin embargo, a diferencia del
gobierno, los empresarios no pueden imprimir dinero, y los aumentos de
costos serán pasados a los consumidores en forma de mayores precios, o
asumidos por aquellos que no podrán encontrar empleo porque sus
habilidades no alcanzan el nivel de salario melodramáticamente
establecido por decreto gubernamental.
Cuando políticas gubernamentales
establecen niveles de salarios ajenos al mercado, se atrofian las
habilidades, las esperanzas se desvanecen y, trágicamente, el desempleo
se convierte en una manera de vivir.
Nuestros persistentes niveles actuales
de desempleo entre los desfavorecidos pueden perfectamente ser la
envoltura externa de nuestro apoyo irreflexivo a leyes de salario
mínimo. Hace sesenta años el nivel de desempleo entre jóvenes de 16-19
años era menor al 8%. Actualmente, tras muchas rondas de incrementos de
salario mínimo, el desempleo juvenil está sobre el 24%, y entre jóvenes
negros cerca del 40%. ¿Son las leyes de salario mínimo responsables de
haber creado este nuevo standard?
El criterio de que el gobierno puede
disminuir la pobreza encareciendo la contratación de trabajadores
jóvenes o poco calificados es ilógico, y peor aun, deshonesto. Si el
gobierno puede disminuir la pobreza estableciendo salarios mínimos entre
$10.00 y $15.00 la hora, ¿por qué detenerse ahí? Elevemos el salario
mínimo a $90.00 la hora y eliminemos completamente la pobreza. Por
supuesto, eso sería insensato, como también lo son las leyes de salario
mínimo.
No se obtienen buenos resultados
implementando una mala idea. Defender el aumento del salario mínimo
equivale a defender un mayor desempleo.
El autor es Investigador Senior en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami, y autor del libro Mañana in Cuba.
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