Tuesday, July 5, 2016

Decadencia de Estados Unidos: la caída de un gigante

Durante muchos años fue el referente de la libertad y el progreso, hoy Estados Unidos atraviesa una decadencia pocas veces vista

(Forward) Estados Unidos
100 años después de firmada la declaración, Estados Unidos era una de las naciones más avanzadas del mundo. (Forward)
En el día de hoy se cumplen nada menos que 240 años de la redacción y firma de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Mediante ese texto fundacional, el país del norte se declaraba independiente de la corona británica pero también afirmaba las bases sobre las cuales se organizaría el país. Tal vez lo más destacado del escrito se encuentre en su preámbulo. Allí, los representantes dejaron claro el rol del Gobierno cuando afirmaron que los seres humanos tenían derechos inalienables como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad y que “para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos”.



Este pequeño rol asignado al Gobierno, junto con la salvaguarda de que el pueblo tenía derecho a derrocarlo si éste se transformaba en uno despótico, generó consecuencias trascendentales para el posterior desarrollo de esa nación.
100 años después de firmada la declaración, Estados Unidos era una de las naciones más avanzadas del mundo. Con un Estado que no superaba el 5% del PBI, una moneda sana y fronteras abiertas a la inmigración, en 1905 ya se habían despegado del resto de los países.  Ese año, el PBI per cápita norteamericano fue de US$ 7.700 y la esperanza de vida de 50 años, frente a un promedio de 33 a nivel global.
En la actualidad, el país sigue posicionado entre los primeros diez en el mundo, pero algo está cambiando de manera profunda en el territorio que alguna vez fue el “faro de la libertad”.
El rol del Estado ha crecido enormemente. La disciplina fiscal fue abandonada y también la monetaria. Estados Unidos fue el último país en abandonar el patrón oro, lo que le dio prestigio internacional como centro financiero global. Sin embargo, en 1971 las presiones inflacionistas llegaron a un límite y el Gobierno decidió eliminar el vínculo con el precioso metal. Desde ese entonces, el poder de compra del dólar cayó nada menos que un 83%.
Hoy la deuda pública llega a niveles exorbitantes y lo único que mantiene las tasas de interés bajas y el dólar relativamente estable es la confianza de los inversores, que todavía no ven otros lugares más seguros para llevar sus ahorros. Además, el Gobierno tiene cada vez más injerencia en los asuntos económicos de sus ciudadanos. En mi último libro, Estrangulados, revelo que desde 1993 a 2013 se aprobaron 81.883 nuevas regulaciones, lo que equivale a una nueva norma cada dos horas y nueve minutos.
La tendencia no se frenó ahí. El ejemplo más reciente es la nueva ley aprobada por el senado de Nueva York que busca restringir la libertad de la empresa Airbnb, icono de la innovación y los servicios que ofrece la nueva economía colaborativa.
Otro dato relevante es que la meritocracia fue dejando lugar al estatismo empresarial y a los negocios turbios entre las grandes corporaciones y el Gobierno, algo que quedó en evidencia con los rescates públicos de empresas como Bank of America, General Motors o AIG.
Frente a semejante caída y decadencia de los valores fundacionales de ese país, no debería extrañarnos que sus principales exponentes políticos sean Donald Trump y Hillary Clinton. Si bien en apariencia estos personajes son totalmente opuestos, lo cierto es que representan el mismo punto de llegada en este largo proceso de declive.
La plataforma electoral de la líder del partido demócrata podría ser perfectamente aplicable a cualquier político populista latinoamericano. En pocas palabras, promete la felicidad para todos garantizada desde el Estado. Hillary afirma que subirá el salario mínimo, que incrementará el poder de los sindicatos y las regulaciones del mercado laboral, que gastará billones en obras de infraestructura para crear empleo, que creará un banco de fomento a la industria y, por supuesto, que bajará impuestos a los pobres y se los subirá a los ricos.
Si los ricos se van a otro país, el problema será del egoísmo. Y si la deuda explota y el Estado enfrenta la quiebra, la culpa será echada a los malvados especuladores.
Donald Trump, más fiel a lo que uno podría esperar de un candidato republicano, se muestra más conservador en temas fiscales, aunque a pesar del déficit también propone reducir impuestos. Sin embargo, sus opiniones y propuestas en términos de las fronteras comerciales y físicas rayan el delirio. Con un discurso propio del fascismo italiano, promete deportar a 11 millones de inmigrantes. Por otro lado,  y con la ignorancia de los mercantilistas del siglo XVI, promete elevar las barreras comerciales, para que los mexicanos y los chinos dejen de “robarle el trabajo a los estadounidenses”. La consecuencia de llevar a cabo este plan es conocida: Estados Unidos no “volverá a ser grande”, como reza su eslogan de campaña, sino cada vez más retrógrado y pobre.
Estados Unidos está transitando por un camino cuyo final es difícil de predecir. Sin embargo, una cosa es fehaciente: en la medida que sigan dándole la espalda a los valores fundacionales que lo transformaron en el gigante del desarrollo económico, seguirán involucionando institucionalmente y sus ciudadanos enfrentando, progresivamente, peores condiciones de vida.

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