Por Mauricio Rojas
Chile se aboca a un proceso de cambio
constitucional mediante el cual la Presidenta Michelle Bachelet espera
recuperar el control de la agenda política, desplazando el foco de
atención de su poco afortunada gestión y los problemas reales en que se
debate el país a una especie de “soñar no cuesta nada” constitucional,
donde todos los deseos y todas las reivindicaciones podrán canalizarse
hacia un futuro en el que una nueva Carta Magna supuestamente creará la
tierra de Jauja.
Tal vez el lector no conozca el relato
del siglo XVI de Lope de Rueda sobre esa tierra maravillosa donde “hay
un río de miel y otro de leche, y entre río y río hay una fuente de
mantequilla y requesones, y caen en el río de la miel, que no parece
sino que están diciendo: «cómeme, cómeme»”. Allí hay también “unos
árboles que son de tocino” y sus “hojas son de pan fino, y los frutos de
estos árboles son de buñuelos, y caen en el río de la miel, y ellos
mismos están diciendo: «máscame, máscame».” Y mucho más hay en esa
tierra, donde no sólo no se trabaja sino que “azotan a los hombres que
se empeñan en trabajar”. Bueno, este cuento sobre una tierra maravillosa
tiene como propósito permitirles a dos ladronzuelos, Honzigera y
Panarizo, embobar al pobre Mendrugo mientras le comen la comida que éste
le llevaba a su mujer.
Embobarnos, he allí, ni más ni
menos, la idea-fuerza del “proceso constituyente” ahora abierto. Por
ello es que el ministro Nicolás Eyzaguirre, “coordinador administrativo”
de todo este barullo, nos ofrece algo aún más asombroso que el embauque
de Honzigera y Panarizo: la hoja en blanco para que la llenemos con lo
que queramos por medio de “cabildos ciudadanos” en los que se expresará
genuinamente la voluntad popular. Así nos lo dice el ministro: “Lo que
queremos es que por lo menos el sentido, la intuición de cuál es el país
que queremos construir, venga desde la gente (…). En los cabildos vamos
a invitar a la gente que imagine la Constitución que quiere. En ese
sentido, es a partir de una hoja en blanco” (La Tercera, 25/10). Es
decir, ni siquiera nos contarán un cuento sino que dejaran que nos lo
contemos nosotros mismos. Nos pondrán en el diván de los cabildos y nos
dirán con Freud: “díganme lo primero que se les ocurra”.
Lo lamentable es que, por lo que se
sabe, podría haber piso para que una jugada semejante funcionase ya que
nuestros ilusos Mendrugos parecen ser muchos. Según una reciente
encuesta de Plaza Pública más del 60% de los chilenos cree que una nueva
Constitución: “Permitirá superar los problemas que hoy tiene el país en
temas como educación, seguridad y salud”, “hará de Chile un país más
justo y con menos desigualdades”, “permitirá que Chile sea un país
desarrollado” y “mejorará la confianza en las instituciones”. Nadie sabe
cómo ocurrirá todo esto y sobre ello el gobierno no ha dicho ni pío,
pero es que en pedir no hay engaño y soñar no cuesta nada. Esa es la
varita mágica de nuestros Honzigeras y Panarizos gobernantes: echar a
volar la fantasía e invitarnos, como en la Balada para un loco, a
subirnos a la “ilusión súper-sport”.
El método propuesto es, por lo demás,
pura demagogia antidemocrática. Bien se sabe que en esos cabildos no se
expresará la voluntad “del pueblo” sino la de los activistas más
movilizados. Cualquiera que haya estudiado el asambleísmo sabe que es lo
menos democrático que pueda existir y da rienda suelta a los demagogos y
a las minorías ideologizadas. En suma, este supuesto método democrático
de “ir al pueblo” es una farsa antidemocrática con consecuencias
peligrosas ya que su resultado puede ser el secuestro de la supuesta
voluntad popular por las minorías vocingleras y radicalizadas. La
mayoría acostumbra a quedarse en casa y ser silenciosa, pero no por ello
deja de ser la mayoría y sus voluntades existen y deben ser
consideradas, ya que la Constitución deber ser de todos y para todos.
Ahora bien, todo este circo político
tiene un objetivo muy claro. Finalmente, tal como lo dice Eyzaguirre,
“la Presidenta va a tomar todo eso y va a presentar una nueva
Constitución que la va a discutir el próximo Congreso”. Esa es la
dramaturgia típica del populismo: el pueblo se “expresa” y luego viene
el líder, que haciendo suyo el supuesto sentir ciudadano le da forma
concreta y formula su propuesta “a nombre del pueblo”. En suma, puro
chavismo, ni más ni menos.
En otras palabras, el asambleísmo de la
hoja en blanco propuesto por el gobierno no es más que una forma abierta
de populismo constitucional que debe ser rechazada tajantemente ya que
de otra manera se estaría fomentando un uso antidemocrático y
manipulativo de los procesos políticos que inevitablemente desemboca en
la personalización del poder y el ataque, a nombre del pueblo en
simbiosis directa con el líder, a las instituciones de la democracia
representativa.
Por tanto, si los sectores políticos
serios de nuestro país se prestan a esta farsa le darían legitimidad a
una forma de abuso de la democracia que bajo el manto de la
“participación ciudadana” termina en aquello que Polibio, el gran
historiador romano del siglo II a.C., llamó oclocrasia (“gobierno de la muchedumbre” agitada por los demagogos) para distinguirla de la democracia o
gobierno serio y responsable del pueblo. Polibio, como todos los
pensadores clásicos, sabía que la oclocracia o asambleísmo demagógico
era el método seguro para dividir la sociedad, imponer los intereses
particulares a los generales y crear la base para que futuros líderes
carismáticos usasen y abusasen del poder. Y así sigue siendo hasta el
día de hoy, tal como bien lo muestra la historia reciente del populismo
asambleísta latinoamericano con Venezuela como su ejemplo más
paradigmático y tristemente aleccionador.
Esto no implica rechazar la idea de una
nueva Constitución sino negarse a participar en un circo populista y
defender la democracia contra aquellos que quieren manipularla.
Mauricio Rojas es Senior Fellow de la Fundación para el Progreso (FPP).
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