Por Mark Steyn
Siempre me impresiona la
indestructibilidad de los clichés. Por ejemplo, me encanta ese momento
de la primera imagen de Agárralo como puedas en la que Leslie Nielsen y
Priscilla Presley están juntos delante de una hoguera, y Presley se
levanta, se lleva las manos a la espalda, y su vestido, como suele pasar
en las películas, se le cae de sus hombros de un armonioso golpe
perfecto.
Y después el gran Nielsen se levanta y
echa las manos a la espalda, y en un instante igualmente perfecto su
traje, camisa y corbata, todo cae de sus hombros. Desconozco si algún
director de una escena sexual de celuloide podría hacer la escena de
desnudos de verdad después de eso, pero lo hacen, todo el tiempo, en mil
y una jugosas telenovelas.
Igualmente indestructible es la noción de la CIA del cine.
Durante años he bromeado acerca de estas
películas en las que algún tipo está a la fuga huyendo de agentes, y
conduce y conduce y conduce cambiando de vehículo, cubriendo sus
huellas, pero finalmente en alguna polvorienta ciudad deshabitada en
mitad del vasto trigal de Kansas no tiene otra opción que levantar el
auricular y arriesgarse a utilizar la única cabina del país -- y, tan
pronto como lo hace, en algún lugar de Langley se enciende una luz y un
ordenador comienza a zumbar, y lo siguiente que sabes es que el
auricular del teléfono explota, para gran sorpresa del tipo corriente
que remueve su taza de café con achicoria en la cafetería del otro lado
de la calle. Pero no importa cuánto te rías de los clichés, Hollywood
sigue vendiéndolos puerta por puerta.
La reciente película de Matt Damon El
ultimátum de Bourne tiene un momento en el que un reportero del The
Guardian utiliza una palabra concreta con su editor. Resulta que la CIA
está monitorizando todos los teléfonos móviles del mundo, simplemente
por si acaso esta palabra surge en la conversación. Es el nombre del
programa de torturas y obtención de información terrorista de alto
secreto que no quieren que nadie descubra. De modo que, en un instante,
están pisando los talones al tipo del Guardian en Londres. Para un taxi,
se inclina para decir al taxista adónde quiere ir, desconociendo que
también lo está diciendo a la CIA, porque ellos tienen un sistema de
escucha supersensible. Así que envían un agente para zanjar el problema
del Guardian de una vez por todas. Y no solamente algún asesino en
solitario. Hay todo un equipo pululando por un autobús londinense en
hora punta. En un segundo antes de aproximarse para el asesinato,
aparecen más agentes para inutilizar las cámaras de seguridad del
circuito cerrado en la estación mientras el asesino aprieta el gatillo.
Y toda esta operación es ejecutada en una capital extranjera en cuestión de minutos.
¿Donde está la CIA cuando la necesitas?
En realidad, sería más probable que la Agencia se encargase del
desgraciado implicándole diciendo que Scooter Libby le filtró algo y
cargándole el muerto en una investigación de Patrick Fitzgerald durante
dos años. En cuanto a la velocidad con la que entra en acción, ésta es
una agencia cuyo gran jefe prestaba testimonio 3 años después del 11 de
Septiembre diciendo que se necesitarían otros 5 años para reconstruir el
servicio clandestino. Imagine a Wild Bill Donovan informando a Franklin
Roosevelt de que el OSS era una idea excelente y que la tendría en
marcha seguro a tiempo para la guerra de Corea, o tal vez la crisis de
los misiles cubanos.
Pero no en el cine. En Hollywood, El
ultimátum de Bourne es la plantilla estándar: todo complot tiene una
agencia gubernamental o corporación bien relacionada detrás. Y
cualquiera que dude de la influencia del medio debería considerar que
una proporción sustancial de la población ahora siguen las noticias como
una película. ¿El World Trade Center fue demolido? Interesante. ¿Quién
lo hizo? ¿Mohammed Atta y una cuadrilla de tíos saudíes? Sí, sí. ¿Pero
cuál es el giro argumental? ¿Quién lo hizo de verdad? Alguien en el
gobierno, ¿cierto? Los aviones fueron abordados en mitad del vuelo y "se
deshicieron del pasaje sobre el Océano Atlántico" (profesor A K
Dewdney, de la Universidad de Ontario Occidental), y se utilizó
tecnología de alteración de la voz para simular las llamadas telefónicas
a los seres queridos, y el vuelo 93 fue "derribado por la fuerza aérea
de Dakota del Norte" (el coronel jubilado Donn de Grand Pre), y de
cualquier manera todo el mundo sabe que el fuego no puede fundir el
acero (Rosie O'Donnell), así que Bush tiene que haberlo hecho, y si no
me cree, pregúntense por qué la torre siete del World Trade Center tuvo
que ser demolida.
Y, si precisas que hacer secuestrar un
puñado de aviones y reemplazarlos con vehículos Predator no tripulados y
hacer lanzar a pasaje y tripulación sobre el Atlántico tendría el
aspecto de una conspiración lo bastante grande para que alguien hubiera
filtrado algo ya, por no decir obtener un acuerdo para un libro, bien,
eso solamente demuestra lo astuto que es. O que tú estás metido en ello.
Siempre ha habido conspiraciones, por supuesto, pero hoy solamente hay
una con el mismo mensaje implacable: el malo somos nosotros, nuestros
agentes gubernamentales, nuestros funcionarios del gabinete, nuestras
corporaciones. América es un corte interminable de Sospechosos
habituales, con Karl Rove como Keyser Sose. Y sí, sí, sé que se supone
que Rove "se ha ido" de la Casa Blanca, pero ¿no le parece eso mucha
casualidad?
Esta sensibilidad es algo peor que la
simple parcialidad progre. Corroe la realidad misma. A la vieja cuestión
de "¿A quien va a creer, a mi o a sus ojos?", una nación responde,
"Está usted en lo cierto. Mis ojos tienen que estar mintiéndome". No hay
nada tan inocente como un cínico reflexivo. Así que retrocedemos
siguiendo el guión al consumido Bourne del que aparentemente nunca
podemos salir. Vi un trailer de otra película más el otro día. Michael
Douglas dice con desprecio, "¿Quiere usted ganar la guerra contra el
terror?" Película nueva, mismo argumento.
No comments:
Post a Comment