Argentina: el sentido de la independencia
Por Alberto Benegas Lynch (h)
El Cronista
Ahora que han pasado los festejos del 9
de julio, es momento de reflexionar serenamente sobre el significado de
la independencia. En el Acta firmada en 1816, hacen doscientos años,
aparecen dos conceptos centrales. En primer lugar, se lee de la
necesidad de recuperar los derechos de que fue despojada la población y,
en segundo lugar, expresamente se consigna que la independencia es para
garantizar las vidas y haciendas de los habitantes.
Juan Bautista Alberdi, el artífice
intelectual de nuestra Constitución fundadora, señala el peligro de
liberarnos de las máquinas fiscales de la metrópoli para en cambio
convertirnos en colonos de nuestros propios gobiernos, lo cual subraya
sucedió hasta la promulgación de la referida Carta Magna en 1853 que,
aplicada, permitió ubicar a nuestro país a la vanguardia de las naciones
civilizadas.
Hasta 1930 los salarios e ingresos en
términos reales del peón rural y el obrero de la industria incipiente de
los argentinos eran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia,
Italia y España. De allí las multitudinarias inmigraciones a nuestras
costas. El volumen del comercio exterior estaba a la altura del de
Canadá y Australia. Miembros de la Academia de Francia compararon el
nivel de los debates que tenían lugar en esa corporación con los que se
suscitaban en el Parlamento argentino. Los fallos de la Corte Suprema de
Justicia constituían un ejemplo para todas las naciones civilizadas.
Luego vino el estatismo, primero en los
treinta con los impuestos directos y el unitarismo fiscal, el control de
cambios, la banca central y las juntas reguladoras. Y en los cuarenta
el populismo acentuado con el establecimiento de controles de precios,
el sindicalismo fascista de las leyes de asociaciones profesionales y
convenios colectivos copiadas de la Carta de Lavoro de Mussolini, la
inflación monetaria, los ataques a la libertad de prensa, la
estatización de empresas, el aumento sideral en la presión tributaria,
la corrupción administrativa, saltos cuánticos en el gasto público y la
proliferación de regulaciones incompatibles con un sistema republicano.
Situación ésta que en mayor o menor medida continuó durante más de siete
décadas. Es decir, las máquinas fiscales que tanto preocupaban a
Alberdi que anticipaba nos harían colonos de nuestros propios gobiernos.
La independencia es entonces de cada
habitante en cuanto a su libertad, en cuanto a la posibilidad real de
expresar su pensamiento, en cuanto al uso y disposición de lo que le
pertenece legítimamente. Los alarmantes indicadores del gasto público
sobre el producto, la antedicha presión tributaria y la deuda
gubernamental, sea interna o externa, revela el grado de dependencia de
los argentinos con los aparatos estatales.
La lucha por la independencia debe ser
una tarea cotidiana de todos los que quieren que se los respete. Es de
desear que el actual gobierno revierta la situación y centre su atención
en el desmantelamiento de un Leviatán hiperdimensionado. Solo así tiene
sentido hablar de independencia.
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