Argentina: El corrupto progresismo
Por Roberto Cachanosky
Seguramente los gobiernos de Néstor
Kirchner y Cristina Fernández pasarán a la historia como uno de los más
corruptos de la historia argentina. Es puro verso eso de que con Néstor
hubiese sido diferente. Néstor Kirchner fue el que armó toda la
arquitectura para transformar el aparato estatal en un sistema de
represión y persecución de quienes pensaban diferentes, y también
construyó un sistema de corrupción como nunca se había visto, al menos
en la Argentina contemporánea.
Si algo tenemos que aprender los
argentinos de estos 12 oprobiosos años de kirchnerismo, es a desconfiar
de todos aquellos que prometan utilizar el estado para implementar
planes “sociales”, y regular la economía en beneficio de la sociedad.
Tampoco es casualidad que el gasto
público haya llegado a niveles récord. El gasto público fue la fuente de
corrupción que permitió implementar el latrocinio más grande que pueda
recordarse de la historia económica para que unos pocos jerarcas k
engrosaran guarangamente sus bolsillos al tiempo que hundían a la
población en uno de los períodos de pobreza más profundos.
Con el argumento de la solidaridad
social se lograron varios objetivos simultáneamente: 1) manejar un
monumental presupuesto “social” que dio lugar a los más variados actos
de corrupción (sueños compartidos, Milagro Sala, etc.) 2) crear una gran
base de clientelismo político para asegurarse un piso de votos. O me
votás o perdés el subsidio. Como la democracia se transformó en una
carrera populista, el reparto de subsidios sociales se transformó en una
base electoral importante, 3) crear millones de puestos de “trabajo” a
nivel nacional, provincial y municipal para tener otra base de votos
cautivos. O me votas o perdés el trabajo y 4) una economía hiper
regulada por la cual para poder realizar cualquier actividad el estado
exige infinidad de formularios y aprobaciones de diferentes
departamentos estatales. Estas regulaciones no tienen como función
defender al consumidor como suele decirse, sino que el objetivo es poner
barreras burocráticas a los que producen para forzarlos a pagar coimas
para poder seguir avanzando produciendo. Un ejercicio al respecto lo
hizo hace años Hernando de Soto, en Perú y se plasmó en el libro El Otro
Sendero. La idea era ver cómo la burocracia peruana iba frenando toda
iniciativa privada con el fin de coimear.
Manejar miles de millones de dólares en
gasto público, encima manejarlos bajo la ley de emergencia económica que
permite reasignar partidas presupuestarias por DNU sin que se discuta
en el Congreso el uso de los fondos públicos, es el camino perfecto para
disponer de abundantes fondos para el enriquecimiento ilícito.
La clave de todo el proceso de
corrupción pasa, por un lado, por denostar la libre iniciativa privada y
enaltecer a los “iluminados” políticos y burócratas que dicen saber
elegir mejor que la misma gente qué le conviene a cada uno de nosotros.
Ellos son seres superiores que tienen que decidir por nosotros.
Establecida esa supuesta superioridad
del burócrata y del político en términos de qué, cuánto y a qué precios
hay que producir y establecida la “superioridad” moral de los políticos
sobre el resto de los humanos auto otorgándose el monopolio de la
benevolencia, se arma el combo perfecto para regular la economía y
coimear, llevar el gasto público con sentido progresista hasta niveles
insospechados para construir el clientelismo político y la
correspondiente caja y corrupción.
Quienes de buena fe dicen aplicar
política progresistas no advierten que ese supuesto progresismo es el
uso indiscriminado de fondos públicos que dan lugar a todo tipo de actos
de corrupción. En el fondo es como si dijeran: no es malo el modelo
kirchnerista, el problema no son las políticas sociales que aplicaron,
que son buenas, sino que ellos son corruptos. Esto limita el debate a
simplemente decir: el país no funciona porque los kirchneristas son
corruptos y nosotros somos honestos.
Mi punto es que el debate no pasa por
decir, ellos son malos y nosotros somos buenos, por lo tanto, haciendo
lo mismo, nosotros vamos a tener éxito y ellos no porque nosotros somos
honestos. El debate pasa por mostrar que el progresismo no solo es
ineficiente como manera de administrar y construir un país, sino que
además crea todas las condiciones necesarias para construir grandes
bolsones de corrupción. El progresismo es el caldo de cultivo para la
corrupción.
Por eso no me convence el argumento que
el cambio viene con una mejor administración. Eso podría ocurrir si
tuviésemos un estado que utiliza el monopolio de la fuerza solo para
defender el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. En ese caso,
solo habría que administrar unos pocos recursos para cumplir con las
funciones básicas del estado.
Ahora si el estado va usar el monopolio
de la fuerza para redistribuir compulsivamente los ingresos, para
declarar arbitrariamente ganadores y perdedores en la economía y para
manejar monumentales presupuestos, entonces caemos en el error de creer
que alguien puede administrar eficientemente un sistema corrupto e
ineficiente.
En síntesis, el verdadero cambio no
consiste en administrar mejor un sistema ineficiente y corrupto. El
verdadero cambio pasa por terminar con ese “progresismo” con sentido
“social” que es corrupto por definición y ensayar con la libertad, que
al limitar el poder del estado, limita el campo de corrupción en el que
pueden incurrir los políticos. Además de ser superior en términos de
crecimiento económico, distribución el ingreso y calidad de vida de la
población.
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