La situación en Venezuela se deteriora de forma
creciente. Un desabastecimiento cada vez mayor unido a dificultades
económicas en alza generan una espiral de descontento social. A esto se
añade la intransigencia del gobierno y su rechazo a cualquier tipo de
diálogo, todo lo cual ha forzado a la oposición a radicalizar su
discurso y a propiciar movilizaciones callejeras. Para colmo, en los
dos últimos meses, Nicolás Maduro ha perdido dos de sus más importantes
aliados regionales, Argentina y Brasil, lo que aumenta su sensación de
aislamiento internacional y, por tanto, su peligrosidad.
Al mismo tiempo se ha potenciado el nerviosismo en los ministerios de
Exteriores latinoamericanos.
Nadie sabe cómo podrá afectar a la región
un desenlace violento de la crisis venezolana, pero resulta indudable
que sus efectos serán importantes. De momento, mientras muchos miran
para otro lado por aquello de la no injerencia en los asuntos internos
de terceros países, hay otros, pocos de momento, que se preguntan qué
hacer o cómo mediar, pese a que nadie tenga la respuesta correcta
acerca de la naturaleza de una posible mediación.
Nadie sabe cómo podrá afectar a la región un desenlace violento de la crisis venezolana, pero resulta indudable que sus efectos serán importantes
La iniciativa negociadora de Unasur no ha producido los
efectos esperados. El viaje de los expresidentes Leonel Fernández
(República Dominicana), Martín Torrijos (Panamá) y José Luis Rodríguez
Zapatero (España) se movió entre las buenas palabras del Gobierno
(aunque no más que eso) y los recelos de la oposición dada la
manifiesta falta de neutralidad de Ernesto Samper, secretario general
de la organización regional.
Ante la postura actual
de Maduro, decidido a que no prospere el referéndum revocatorio y
contrario a cualquier medida, por simple que parezca, impulsada por la
Asamblea Nacional, sólo un relevo en la cúpula del Gobierno y la
llegada de alguien más dialogante, permitiría avanzar mínimamente en la
búsqueda de una solución de compromiso. Este razonamiento también es
válido en relación a las duras manifestaciones efectuadas por Luis
Almagro, secretario general de la OEA (Organización de Estados
Americanos), que calificó a Maduro de "dictadorzuelo".
Se ha argumentado que con sus palabras Almagro condenó al fracaso
cualquier posible mediación de la organización que dirige. En realidad,
como se ha visto desde antes de las elecciones parlamentarias de
diciembre pasado, tal posibilidad había sido totalmente descartada por
el radicalismo del gobierno bolivariano, contrario a cualquier
observación imparcial de los comicios y a cualquier presencia de la OEA
en Venezuela. Con toda probabilidad Almagro utilizó un tono de
extremada virulencia sabedor de que todos los puentes ya habían sido
previamente dinamitados por el chavismo.
De forma
paralela al aumento de la tensión se habla de una posible intervención
militar. Antes que ello, se constata la existencia de divisiones en el
seno de la FANB (Fuerza Armada Nacional Bolivariana). Algunos
argumentan que la línea de fractura discurre entre los partidarios de
reprimir cualquier exceso de violencia popular y los seguidores del
régimen. Sin embargo, es posible entrever la existencia de una tercer
línea de acción, contraria a la permanencia de Maduro al frente del
gobierno y del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela).
Es cierto que muchos militares han medrado a la sombra del poder en
los largos años del chavismo. Que la corrupción infiltró poderosamente
al estamento militar, a tal punto que muchos generales y otros altos
mandos han sido vinculados al narcotráfico. Sin embargo, la posibilidad
de perderlo todo, y con ello inclusive la libertad, podría decantar a
algunos jefes y oficiales a tomar una solución drástica respecto al
futuro de Maduro. Un tema importante sería qué hacer con él, dónde
podría refugiarse.
Algunos argumentan que la línea de fractura discurre entre los partidarios de reprimir cualquier exceso de violencia popular y los seguidores del régimen
Respecto a la participación en la represión, la línea
roja estaría trazada por el tipo de intervención que se propicie desde
el poder. La amenaza de víctimas mortales entre la población civil es
algo que muchos uniformados no estarían dispuestos a asumir. Es
evidente que la ejecución de maniobras militares no augura nada bueno y
que sólo propicia tensar todavía más la cuerda.
Una
solución destinada a interrumpir por la fuerza la continuidad del
actual Gobierno tendría más visos de prosperar en el caso de que fuera
acompañada por algunos dirigentes connotados del movimiento bolivariano,
comenzando por aquellos que pudieron estar en su momento más cerca de
Hugo Chávez. Con todo una medida de este tipo tampoco sentaría las bases
de un acuerdo inmediato y definitivo entre las partes enfrentadas. Eso
sí, podría permitir, en tanto exista voluntad de todos, el inicio de un
diálogo que debería servir para sacar a Venezuela del estado de
postración en la que actualmente se encuentra.
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