Edmund S. Phelps
Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel
laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and
Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
NUEVA
YORK – Las décadas de arduo crecimiento junto con la crisis financiera
del año 2008 han provocado un cambio sísmico en el pensamiento económico
en gran parte del mundo. Se habla de desplazar recursos desde el ámbito
de la inversión hacia el del consumo, de la industria pesada hacia los
“servicios”, y del sector privado al sector público. Sin embargo, lo que
me llama la atención es que estos argumentos se centran sólo en la
mejora de la mezcla de los productos dentro de una economía, sin prestar atención a la mano de obra.
Esto
es obvio en el caso de China, ahora la mayor economía del mundo según
algunas mediciones. Sin duda, China debe rechazar nuevas inversiones en
gigantescas fábricas de acero y edificios de apartamentos vacíos. De
manera simultánea, sin embargo, debe centrarse en los trabajadores y
elevar la vivencia en el trabajo que ellos tienen, aspecto que los
economistas desde Adam Smith a Karl Marx y Alfred Marshall colocaron en
el centro de sus preocupaciones.
No
todo el mundo está de acuerdo. Cuando se trata de vivencias en el
trabajo, muchos – sobre todo en Europa continental – creen que la
asignación óptima (lo que implica tener instituciones que funcionen
bien), en el caso que esté acompañada de inversión en educación, es todo
lo que se necesita. Al fin y al cabo, los italianos, alemanes,
franceses trabajan duro y bien durante un número relativamente pequeño
de horas, lo que resulta en una alta productividad y altos salarios por
hora – más altos que en Estados Unidos y el Reino Unido.
No
obstante, los europeos continentales no parecen estar especialmente
contentos con su trabajo. La evidencia circunstancial es su preferencia,
que marca récords, por tomar vacaciones– y su participación
relativamente baja en la fuerza de trabajo. Además, los datos sobre
satisfacción en el trabajo proporcionan una evidencia directa: entre los
grandes países occidentales, los trabajadores de la Europa continental
reportan los niveles más bajos.
Eso
no es sorprendente. Las empresas de Europa, por lo general, ya no son
lugares donde se tienen nuevos estímulos y nuevos retos que ocupen las
mentes de los trabajadores. Sin embargo, si el caso es que China debe
evitar el modelo europeo de búsqueda de eficiencia, ¿cuál es el modelo
que debe adoptar?
En mi libro Mass Flourishingargumento que el modelo correcto es el modelo de la buena economía, que es una economía que ofrece una buena vida.
La asignación óptima de recursos (de la que forma parte la eficiencia)
es una característica necesaria, pero no suficiente, de una buena
economía. De hecho, es probable que el enfoque testarudo sobre elevar el
consumo doméstico distraiga a los líderes de China, alejándoles de
otras políticas necesarias para la buena economía.
En este punto, entro en desacuerdo con muchos economistas – incluyendo con mis queridos amigos Joseph Stiglitz, Jean-Paul Fitoussi y Vladimir Kvint – cuyo estándar preferido es la calidad de vida.
Con esto se refieren principalmente el un vasto consumo y a un vasto
tiempo de recreación, junto con bienes públicos – por ejemplo, aire
limpio, alimentos seguros y seguridad en las calles – e instalaciones
comunitarias, tales como parques municipales y estadios deportivos.
Esta
es una versión más detallada de un ideal al cual se le puede seguir el
rastro hasta la antigüedad. No me opongo a los servicios mencionados o a
su aprovisionamiento por parte del Estado; pero, no son congruentes con
el concepto que tienen los filósofos sobre la “buena vida”.
(Aristóteles dijo en broma que necesitamos esos servicios para
recuperarnos con el fin de estar listos para el trabajo del día
siguiente).
Otro querido amigo, Amartya Sen,
señala que el enfoque de los economistas en el consumo deja de lado a
la necesidad que tienen las personas de “hacer cosas”. Pero, él no va lo
suficientemente lejos. Las personas quieren salirse de programas de
trabajo en los que ellas no tienen autonomía.
Para
una buena vida, las personas necesitan un grado de decisión propia en
su trabajo. Ellos quieren ser capaces de tomar la iniciativa y realizar
labores que sean atractivas. Las personas valoran tener un espacio para
expresarse – para articular sus pensamientos o mostrar sus talentos.
En
otras palabras, las personas valoran el logro a través de sus propios
esfuerzos. He utilizado la palabra “prosperar” (del latín antiguo prospere,
que significa “como se tenía la esperanza que ocurra, o como se
esperaba que ocurra”) para referirse a la experiencia de tener éxito en
el trabajo: la gratificación de un artesano cuando ve sus habilidades
valoradas por los demás, la satisfacción de un comerciante cuando ve a
los “barcos llegar”, o el sentimiento de validación que experimenta un
académico cuando se le otorga el título de catedrático distinguido.
Las
personas también valoran el crecimiento personal que puede provenir de
su carrera. Yo uso la palabra “florecer” para hacer referencia a la
satisfacción de un viaje hacia lo desconocido – la emoción de los retos y
el atractivo de la superación de obstáculos. De hecho, todos estos
aspectos, es decir alcanzar logros, prosperar y florecer, hacen
referencia a recompensas vivenciales, no a dinero.
¿Qué tipo de economía podría ofrecer esta buena vida? La historia sugiere que sería una economía de personas emprendedoras
(personas que están alertas frente a oportunidades inadvertidas y que
ponen en acción su iniciativa para probar cosas nuevas) y de personas innovadoras (personas
que imaginan cosas nuevas, desarrollan nuevos conceptos convirtiéndolos
en métodos y productos comerciales, y los comercializan para que
alcancen su potencial). Los participantes en una buena economía como la
que se describe recaerían dentro de un rango de personas que incluye
desde ciudadanos que forman parte de los grupos de base de las
sociedades hasta personas que se encuentran en los grupos más
favorecidos.
Tengo
la esperanza que sea este el tipo de economía que China vaya a
desarrollar. Por supuesto, en un momento de dificultades, puede que un
país no sea capaz de darse el lujo de adscribirse a una buena economía,
su población primero demandará que se le proporcione aire limpio y
alimentos seguros. El riesgo es que satisfacer plenamente todas las
miles de demandas de servicios públicos requeriría de un sector público
tan grande que bien podría desplazar y sacar del escenario a las
actividades innovadoras en el sector privado.
China
debe tener en mente que el sector privado puede igualar – o superar –
al sector público en el suministro de muchos servicios que hasta ahora
los presta el sector público. Los ferrocarriles subterráneos fueron, en
algún momento, producto de la creatividad de los empresarios privados.
Hoy en día, el paso más radical en el transporte urbano es Uber, y el
cambio más radical en un futuro próximo probablemente llegue a ser el
automóvil que se auto-conduce –ambos cambios surgen como resultado de la
creatividad del sector privado.
Por
supuesto, algunos cínicos dicen que los chinos no poseen ni la
sofisticación ni el temperamento para ser innovadores. Sin embargo, las
estimaciones preparadas por China y los países del G-7 sobre innovación
que se forja localmente muestran que China ya ocupaba el cuarto lugar en
la década de 1990; y, que en la siguiente década, cuando el Reino Unido
y Canadá retrocedieron en su clasificación, China avanzó hacia el
segundo lugar – ubicándose no muy por detrás de EE.UU.
El
hecho es que hay mucha menos innovación que surge de Estados Unidos de
la que en algún momento surgió en el pasado – y casi no hay ninguna
innovación que proviene de Europa. Por lo tanto, China podría
convertirse en una importante fuente de innovación para la economía
mundial, igualando o superando a EE.UU. A mi entender, esta es una
oportunidad muy valiosa para China – y es un evolución de la situación
que debe ser bienvenida por el resto del mundo.
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