Ryan McMaken
Desde ya al menos el siglo XVIII, el liberalismo clásico y su variante moderna, el libertarismo, se han opuesto a la guerra excepto en casos de evidente autodefensa. Vemos claramente esta postura antibelicista entre los antifederalistas de los Estados Unidos del siglo XVIII (que se oponían a todo los ejércitos permanentes), en su expresión más famosa en el discurso de despedida de George Washington. Thomas Jefferson criticaba frecuentemente la guerra, aunque en movimientos típicos de Jefferson, actuó contra su propia ideología declarada en varias ocasiones.
Al otro lado del Atlántico, el liberalismo acabó consiguiendo importantes victorias en Gran Bretaña con el auge de la Liga contra las leyes de cereales a finales de la década de 1830. El jefe de la liga, un liberal radical llamado Richard Cobden llegó a la fama en la década de 1840 y hoy es conocido por su defensa activa del capitalismo de laissez faire como miembro de la Cámara de los Comunes, y también por su radical anti-intervencionismo en asuntos exteriores.
Durante un tiempo, su estrella política ascendió rápidamente, pero en el momento en que acabó la Guerra de Crimea, Cobden había quedado marginado tanto por la clase dirigente como por el público, entusiasmado tanto por el imperio como por la guerra.
Antes de la guerra, Cobden viajó a Europa como invitado de honor en conferencias internacionales de paz, al tiempo que defendía mercados libres, libertades civiles y libertarismo dondequiera que viajara. Pero al final, como ha pasado tan a menudo, su carrera política acabó por su oposición a la guerra y su rechazo a aceptar la propaganda nacionalista.
Igual que la crisis actual de Crimea, las crisis de Crimea de principio de la década de 1850 fueron causadas por poco más que los esfuerzos diversos de las llamadas grandes potencias para inclinar la balanza del poder a su favor. El principal de entre los que buscaban ese poder global era el Imperio Británico.
Pero ya en la década de 1830 los británicos estaban dominados por una serie de histerias nacionales espoleadas por varios expertos antirrusos que estaban obsesionados con aumentar y fortalecer el gasto militar británico en nombre de la “defensa” frente a los rusos.
Como es habitual para garantizar la defensa de la guerra, el argumento pro-militarista entre los británicos se basaba en perpetuar y aumentar los sentimos públicos nacionalistas de que los rusos era inusualmente agresivos y siniestros. Cobden, evidentemente mucho mejor informado sobre el asunto que el británico medio, publicó un panfleto sobre Rusia en 1836, considerando realmente los hechos de la política exterior rusa, a la que comparaba frecuentemente de forma favorable con respecto a la hiperagresiva política exterior empleada por el Imperio Británico.
Cobden empezaba comparando la expansión rusa con la expansión británica, señalando que “durante los últimos cien años, Inglaterra, por cada legua cuadrada de territorio anexionado por Rusia, por fuerza violencia o engaño, se ha apropiado de tres”. Y que entre los autodeclarados opositores a la conquista, los británicos no reconocían que “Si el escrito inglés regaña con indignación a los conquistadores de Ucrania, Finlandia y Crimea, ¿no pueden los historiadores rusos evocar recuerdos igualmente dolorosos sobre los súbditos de Gibraltar, el Cabo y el Indostán?
En un interesante paralelismo con la moderna crisis de Crimea, mucha de la oposición a los rusos entre los militaristas británicos se basaba en la afirmación de que los rusos se habían anexionado porciones de Polonia en movimientos agresivos que se consideraban por los británicos como completamente injustificados. Sin embargo Cobden, entendiendo la historia de la región como algo más turbio que los claros pequeños escenarios pintados por los militaristas, reconocía que ningún bando es angelical y sin culpa y que muchos de los territorios “anexionados” estaban de hecho poblados por rusos que habían sido conquistados y anexionados antes por los polacos.
Los rusos, aunque sin duda eran hostiles hacia sus vecinos, estaban rodeados ellos mismos por vecinos hostiles, con los orígenes de los conflictos remontándose a décadas o incluso siglos. Los argumentos pueriles y simplistas de los militaristas británios, que defendían lo que se convertirían en un Imperio Británico global, despótico y racista, añadían poco valor a cualquier conocimiento público de las realidades en Europa Oriental.
Por sus esfuerzos por obtener una verdadera comprensión de los conflictos globales y por buscar una política de negociación y antinacionalismo, se declaró a Cobden antipatriota y amigo del gran enemigo ruso durante la Guerra de Crimea. Cobden, que había hecho probablemente más para avanzar sólidamente en la causa de la libertad que ningún otro en Europa hasta hoy, fue declarado amigo de los déspotas.
Las similitudes con la situación actual son, por supuesto, sorprendentes. Crimea, un área de lealtades éticas y nacionales muy ambiguas es declarada por Occidente como un territorio perpetuo de fuerzas antirrusas muy similar a las provincias orientales polacas, a pesar de la presencia de población altamente simpatizante con el gobierno ruso.
Además, el sucesor del Imperio Británico, Estados Unidos, con su sistema global de estados clientes y dictaduras peleles y territorios ocupados se declara a sí mismo capaz de mandar sobre una “invasión” rusa que, muy al contrario que la invasión estadounidense de Iraq, generó exactamente una baja reportada.
Sin embargo, como pasó con Cobden en el siglo XIX, apuntar simplemente estos hechos hoy te hace ganarte la etiqueta de “anti-estadounidense” o “pro-ruso”, como en el caso evidente de Ron Paul.
Como Cobden, Paul dedicó décadas a denunciar regímenes opresivos nacional e internacionalmente, solo para ser declarado ahora “pro-Putin”, “pacifista”, “antipatriota” y “anti-estadounidense” por un grupo de ideólogos sin ningún interés por familiarizarse con el historial real de Paul, incluyendo sus denuncias, en el Congreso, de regímenes comunistas y sus advertencias acerca del deseo de Putin de expandir la influencia rusa en Afganistán.
Por supuesto, Rusia no ha sido el único objetivo. Para quienes puedan recordar el camino hacia la Guerra de Iraq en 2003, estoy debería parecerles un déjà vu, ya que muchos en aquel entonces, incluyendo algunos libertarios, afirmaron que los opositores a la invasión eran “pro-Saddam Hussein” por señalar que estaba claro que Iraq no tenía armas de destrucción masiva y que su régimen secular era probablemente preferible a la asesina oligarquía islamista que le ha reemplazado.
Paul sigue en buena compañía con gente como Cobden, H.L. Mencken, William Graham Sumner y prácticamente todos los miembros de la Liga Anti-Imperialista estadounidense, incluyendo a Edward Atkinson, quien animaba a amotinarse a los soldados estadounidenses en Filipinas. Eran opositores al militarismo con principios radicales, que se oponían a la violencia del gobierno con gran riesgo para sí mismos y sus reputaciones. Algunos libertarios estadounidenses modernos, por el contrario, muy lejos del alcance del estado ruso, dedican más bien su tiempo a decir lo que ya saben todos: Rusia no es un paraíso libertario.
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