John Stossel
Las
autoridades de la ciudad de Nueva York han ordenado a los restaurantes
que dejen de servir comida con grasas hidrogenadas. "Es un ingrediente
peligroso e innecesario", ha afirmado el responsable de Salud. Caramba,
yo también soy partidario de la vida sana, pero ¿no debería dejarse esto
en manos de cada cual?
"Un modelo para otras ciudades", decía el titular de una información del New York Times
sobre la prohibición de marras. "¿Un modelo para qué, exactamente? –se
pregunta Don Boudreaux, un economista de la Universidad George Mason–.
¿Para poner en pie la tiranía de los quisquillosos? ¿Quizá para prohibir
también otras actividades voluntarias que entrañan riesgos para la
salud? ¿Qué tal si prohibimos trabajar como dependiente en una tienda de
las que abren 24 horas, o caminar bajo la lluvia?".
Las grasas hidrogenadas aportan la textura que me gusta a productos
como las patatas fritas. Probablemente sean malas para mi salud, pero,
como ha escrito Radley Balko en Reason, "a pesar de las
terroríficas alarmas emitidas durante los últimos 20 años ante nuestro
creciente consumo de grasas hidrogenadas, las enfermedades coronarias
están en franco retroceso en América... Así que, si nos están matando,
la verdad es que no se les está dando muy bien".
Pero bueno, la cuestión no es esa. En una sociedad libre, la
cuestión es: ¿quién debe decidir acerca de lo que como, el Gobierno o yo
mismo?
No es muy difícil, que digamos, conseguir información sobre las
grasas hidrogenadas. A los de la cuerda alarmista, por ejemplo, al
Center for Science in the Public Interest (CSPI), les encanta hablarnos
de los peligros que entraña engullir hidrogenadas, y no ponen reparo
alguno a que sus sermones apocalípticos se aireen en los medios de
comunicación. Lamentablemente, no se conforman con decirnos que evitemos
las hidrogenadas, sino que demandan a McDonald's o a Kentucky Fried
Chicken por utilizarlas en sus productos y claman por que los gobiernos
las prohíban.
¿Quién demonios es la policía de la salud para pasar por
alto mis decisiones? Lo lógico sería que los adultos cargáramos con la
responsabilidad derivada del cuidado de nuestra propia salud. La policía de la salud
suele afirmar que debe "proteger a los niños". Pero, señores, los niños
son responsabilidad de sus padres. Cuando el Estado asume el papel de
los padres acabamos todos convertidos en niños.
Los
prohibicionistas no entienden que hay maneras de influir en el
comportamiento de la gente que no precisan de la coacción (recuerde que
la coacción es lo que caracteriza, por encima, de todo al Estado). La
preocupación que han suscitado en el público las informaciones sobre los
daños que pueden provocar las grasas hidrogenadas ha movido ya a muchos
fabricantes de comida a dejar de emplearlas. Con lo que, de la noche a
la mañana, alardear de que tus productos no llevan grasas hidrogenadas
se ha convertido en una ventaja competitiva.
Este tipo de acciones voluntarias es lo mejor que puede hacerse
para promover el consumo de comida sana. ¿Por qué no se conforman con
ello los prohibicionistas? ¿Por qué tienen que recurrir a la mano de
hierro del Gobierno? Pues porque, a lo que parece, llevan fatal lo de la
libertad de elección. Como ellos saben cuál es el camino correcto,
obligar a todo el mundo a transitarlo sólo puede estar bien. He ahí la
filosofía de los prohibicionistas.
El Center for Consumer Freedom
(CCF) está publicando anuncios que dicen: "Ahora que Nueva York ha
prohibido cocinar con aceite con grasas hidrogenadas (la misma sustancia
que la margarina)... ¡el vendaval prohibicionista arrecia! Por la misma
razón, acabemos de una vez con la pizza al estilo neoyorquino (¿de
verdad necesitamos todo ese queso?), con los perritos calientes de carne
(los de tofu saben prácticamente igual), con los filetes de ternera (el
pavo engorda mucho menos)...". Sí, ya sé que entre los patrocinadores
del CCF hay restaurantes y compañías del sector de la alimentación,
pero, aun así, la idea es buena.
El recientemente fallecido premio Nobel de Economía Milton Friedman habría estado de acuerdo conmigo. Friedman escribió un libro titulado Libertad para elegir;
precisamente en eso, en la libertad de elección, se basaba toda su
filosofía. Friedman se habría horrorizado con la prohibición neoyorquina
de servir alimentos con grasas hidrogenadas, al igual que se opuso a
otras muchas prohibiciones, como la que afectó a los ciclamatos, unos
sustitutivos del azúcar.
Cerraremos este artículo con una palabras que el propio Friedman escribió hace 25 años; no tienen desperdicio:
Si el Gobierno asume la responsabilidad de protegernos de las sustancias peligrosas, en buena lógica se prohibirá el alcohol y el tabaco (...) Por lo que respecta a eso de que el Gobierno dispone de información generalmente no accesible sobre las características positivas y negativas de aquello que ingerimos, o de las actividades en que tomamos parte, que nos la haga llegar. Pero que nos deje decidir qué queremos hacer con nuestras vidas.
No comments:
Post a Comment