La reciente masacre en Orlando muestra una vez más la importancia de entender a fondo el significado de “islamismo radical”
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En una llamada telefónica a emergencias, el asesino del club nocturno Pulse juró lealtad al Estado Islámico, habiendo previamente expresado un ferviente deseo de convertirse en “mártir”. En los discursos que siguieron a la masacre, tanto Hillary Clinton como Donald Trump trataron de mostrar una comprensión firme y clara de la amenaza yihadista, intentando posicionarse como la mejor opción para combatirla. Cada uno de ellos expresó una opinión que es prevalente en nuestra cultura, pero ambos están profundamente equivocados. Por irónico que sea, lo que tienen en común es negar el papel crucial que tienen las ideas en promover la causa yihadista.
Trump
La posición de Trump, con la que mucha gente simpatiza, es presentada como una crónica seria de hechos reales. “Estamos importando el islamismo radical terrorista en Occidente por medio de un sistema migratorio fallido”. Al haber pronunciado con mucha frecuencia las palabras “islamismo radical”, algunas personas creen que ese punto de vista es hablar lisa y llanamente. Pero en vez de conceptualizar al enemigo como un movimiento ideológico – uno que atrae a quienes buscan abrazar ideas y doctrinas específicas – la posición de Trump niega el papel de las ideas. Es esencialmente una perspectiva tribalista, que divide al mundo en “USA” contra “forasteros”, en “nosotros” contra “ellos”.
Curiosamente, el asesino de Orlando nació – vaya, como el propio Trump – en Nueva York. Es revelador que la culpa se atribuya al hecho que los padres del asesino fueran inmigrantes afganos: “La única razón por la que el asesino estaba en los Estados Unidos es, para empezar, que le permitimos a su familia venir aquí”. Pero eso se aplica por igual a muchas generaciones de estadounidenses, la gran mayoría compuesta por ciudadanos honrados. Así que, para Trump, la culpa recae en el parentesco sanguíneo del asesino: sus padres vinieron de tierras lejanas, por lo tanto él siempre será un extraño; sus creencias y sus decisiones son irrelevantes. Desde esa perspectiva, la etiqueta “islamismo radical” resulta vacía: en vez de designar una concepción sustantiva de la causa yihadista, actúa de hecho como un símbolo de intolerancia tribalista hacia los extranjeros (o de racismo puro y simple cuando Trump lo aplica a los hispanos).
Ese racismo es patente en la “solución” tristemente popular de prohibir radicalmente la inmigración musulmana. Obviamente, una política racional de inmigración debe impedir la entrada a personas que quieren violar nuestros derechos (y por lo tanto debe impedir acceso a cualquier persona con vínculos o pertenencia a grupos y organizaciones islamistas), a la vez que permite la entrada a quienes buscan vivir y trabajar en paz. La prohibición propuesta, sin embargo, es parte de la premisa opuesta, de una premisa tribalista: Forasteros = malos. Puede que funcione en parte, pero no contemos con ello.
Este punto de vista ignora la distinción crucial necesaria para comprender la causa yihadista: todos los yihadistas son seguidores del Islam, pero no todos los musulmanes son yihadistas. Debería ser evidente, aunque hoy es necesario mencionarlo, que muchísimos musulmanes son ciudadanos americanos que respetan la ley, producen, y desean la paz. Los yihadistas, por el contrario, son individuos que han decidido unirse a una causa ideológica, a una causa que pretende imponer de forma totalitaria la ley religiosa islámica. Lo que distingue a los yihadistas no es su identidad tribal innata, sino la malvada visión político-ideológica que tratan de imponer. Ese es el factor ideológico que la posición tribalista de Trump niega.
Clinton
Lo mismo ocurre con la posición algo más sofisticada que Hillary Clinton expresó en su discurso post-Orlando. El asesino, insistió, era “un loco lleno de odio. . . con un terrible deseo de venganza en su corazón, de rabia” [énfasis añadido]. Aquí, las emociones y, sobre todo, una cierta forma de locura se consideran fundamentales. Supuestamente, por lo tanto, algo hay que hacer para enfrentar al persistente “virus que envenenó su mente” [énfasis añadido].
¿Dónde encaja, entonces, la llamada a emergencias en la que el asesino jura fidelidad al califato? ¿O su deseo explícito de convertirse en mártir? ¿O sus gritos de “Allahu Akbar” mientras disparaba contra la multitud? Esos datos reflejan un cierto punto de vista ideológico, que es precisamente lo que la posición de Clinton trivializa, y al hacerlo excluye cualquier postura política sensata para combatir la amenaza.
Otras variaciones en la narrativa de Clinton ponen aún mayor énfasis en las enfermedades mentales. La gente mentalmente enferma, escribe The New Republic, puede ser atraída por una “ideología extremista”; así que, “un contexto de salud mental tiene que ser una parte importante de la solución”. Claro que hay muchos factores en juego al explicar las acciones de un individuo dado, pero es un grave error reducir la ideología a simplemente uno de muchos factores, precisamente por su inmenso poder sobre la mente, algo evidente en incontables ataques yihadistas. (Además, siempre se puede argumentar que defender la doctrina yihadista ya es una especie de negación de la realidad; si no, ¿qué otra cosa puede significar querer ser “mártir”?)
Ser yihadista significa aceptar ciertas ideas y actuar en consecuencia
Todos esos populares puntos de vista fracasan al tratar de entender qué significa ser yihadista. En esencia, los yihadistas están motivados por las ideas que han aceptado, y en base a las cuales actúan. Desde una perspectiva más amplia, recordemos que a los comunistas les motivaba su ideal: “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”, y que erigir regímenes dictatoriales fue la forma de implementar su visión, atrayendo en el proceso a los peores especímenes de la humanidad, a los matones sedientos de poder, a los enemigos del éxito, y a los peores psicóticos entre ellos. Los Padres Fundadores, por el contrario, respetaban los ideales de individualismo y razón como fundamentos de una sociedad libre, y crearon una república constitucional para salvaguardar los derechos individuales; y esa causa atrajo fuertemente a personas productivas e independientes que buscaban una vida mejor. El punto clave es que las ideas filosóficas – sean verdaderas o falsas – son cruciales para la vida humana, y también para entender los movimientos político-culturales.
Ese punto es ignorado por muchas personas hoy, y ciertamente por los principales candidatos presidenciales. Ellos no consiguen entender la importancia de las ideas en la motivación de la causa yihadista. Las dos últimas administraciones norteamericanas fracasaron estrepitosamente al definir la naturaleza del movimiento islamista, y hoy seguimos sufriendo las consecuencias de sus políticas irracionales. Continuando con esa triste tradición, los puntos de vista presentados tanto por Trump como por Clinton niegan la naturaleza ideológica del enemigo, demostrando con ello que ninguno de los dos tiene el conocimiento necesario para resolver con éxito la creciente amenaza que enfrentamos.
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Fuente:
Artículo de Elan Journo
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