Por lo general, los políticos no laman la atención por dudar excesivamente de sí mismos. No obstante, con el presidente Nicolás Maduro la situación es otra: a pesar de que Venezuela se hunde en el caos, Maduro niega categóricamente todo tipo de nexo entre la crisis actual con los ya 16 años de chavismo.
¿Sufre acaso Maduro simplemente de una obsesión por el poder, tan extendida entre los déspotas? Algo que podría contradecir esto es el paradójico e ingenuo fervor con el que aboga por la "Revolución bolivariana". Eso no es una movida calculada. Maduro cree tan profundamente en el “Socialismo del siglo XXI” que buscar una solución fuera de esta ideología sería, a su manera de ver, una gran traición a sus ideales. Algo trágico, tanto para Maduro como para Venezuela. Sin embargo, hace, de alguna forma, más comprensible su comportamiento.Y este poco tiene que ver con la razón de Estado, ya que su incapacidad de autoreflexión tiene ribetes patológicos.



La incapacidad de Maduro de aceptar críticas y sus peroratas, que lanza a quien se le cruce en el camino, tienen rasgos de infantilidad. Así igual en la manera en que idealiza a su mentor político, Hugo Chávez, y aún en su glorificación de Simón Bolívar, la cual no parece estar marcada por un verdadero cálculo político.
El resultado. Hoy, Venezuela, el país más rico en petróleo, tiene que importar combustible. Asimismo, es el único país de Latinoamérica que importa más alimentos de los que exporta -cien veces más, si se mide en dólares. Y las cosas ni siquiera funcionaban del todo bien cuando los altos precios del petróleo llenaban las arcas del Estado con petrodólares. Desde hace dos años, ese país se empobrece de manera vertiginosa: se propaga la inflación, la escasez y la violencia.
Según Maduro, los responsables de tal miseria son otros, sobretodo la burguesía venezolana y el imperialismo norteamericano. Recientemente, sugirió que los estadounidenses planeaban una invasión a Venezuela; como si los Estados Unidos no tuviesen otras preocupaciones.
Que ciertas personas cierren y vendan sus negocios, antes de caer en banca rota, e inviertan su dinero donde sí se respete la propiedad, no cabe en la visión colectiva del presidente venezolano. Al contrario, lo atribuye al nepotismo que, según él, lo rodea.
El diagnóstico. La perdida de contacto con la realidad y el delirio de persecución son claros síntomas de paranoia. Y si es verdad que Maduro escucha la voz de Hugo Chávez, así como ha dicho en ocasiones, eso sería síntoma de una grave esquizofrenia. Con este cuadro clínico, se podrían explicar también las evidentes debilidades de Maduro, y, asimismo, comprender sus complejidades. Aún así, todo parece responder a otras razones.
La incapacidad de Maduro de aceptar críticas y sus peroratas, que lanza a quien se le cruce en el camino, tienen rasgos de infantilidad. Así igual en la manera en que idealiza a su mentor político, Hugo Chávez, y aún en su glorificación de Simón Bolívar, la cual no parece estar marcada por un verdadero cálculo político. Si, en realidad, Maduro no puede asumir responsabilidad de la clara corrupción que hay en Venezuela y ver la relación que tiene ésta con otros miembros de su partido, casi que solo se puede llegar a un diagnóstico: trastorno de la personalidad.
Quizá Maduro sea simplemente un maestro en la reducción de la disonancia cognitiva: él está convencido que la “Revolución bolivariana” es la única salida a la injusticia y la pobreza, pero, sin embargo, a la población le va peor con él que sin él. Y su respuesta a tal contradicción es culpar a los demás.
La terapia. Saber cuál es el alcance del comportamiento de Maduro, y saber si está o no en realidad enfermo, es, a fin de cuentas, secundario. Lo que importa es el destino de 30 millones de personas. Está claro que a lo largo del mandato presidencial de Maduro no hubo ningún destello de esperanza de salir de la espiral descendente que vive hoy Venezuela. Y hasta la fecha no hay señales de mejoría. En resumidas cuentas: no existe la posibilidad de que el país se pueda curar bajo el mandato de Maduro. Lo única esperanza que tiene Venezuela es que ahora el pueblo sabe cuál es el estado real de su presidente.