Ana Palacio
Ana Palacio, a former Spanish foreign
minister and former Senior Vice President of the World Bank, is a
member of the Spanish Council of State, a visiting lecturer at
Georgetown University, and a member of the World Economic Forum's Global
Agenda Council on the United States.
MADRID
– La perspectiva de un divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea
es patente. El próximo Consejo Europeo diseñará un acuerdo sobre las
condiciones de su permanencia en la UE. Pero nadie apuesta por un
resultado favorable del referéndum, y aún menos se prevé cómo afrontar
la posible salida del Reino Unido.
El
pasado muestra que, cuando se llama a referéndum, los votantes rara vez
se centran en lo que realmente está en juego. Así sucedió en las
consultas sobre la Constitución Europea en 2005: los holandeses votaron
contra el euro (que no era objeto del tratado), mientras que a los
franceses les movió el miedo al “fontanero polaco”. Todo parece indicar
que los votantes británicos están, hoy, más enfrascados en ideas
reduccionistas, prejuicios y emociones, que en consideraciones
pragmáticas, dominados por la retórica más apasionada y más incendiaria
del bando euroescéptico.
Sorprende la inconsciencia del debate británico sobre las turbulencias que el Brexit generaría.
Más allá incluso del impacto que tendría en Escocia, el acuerdo de
Belfast o su “relación especial” con Estados Unidos, los interrogantes
son numerosos. Con su tergiversación sobre ciertas políticas y acuerdos
existentes –como los tratados de libre comercio de la UE con Canadá y
Singapur–, los defensores de la retirada edifican un falaz relato sobre
la vida más allá de la Unión que engatusa a muchos británicos. Insisten
en hacerles creer que la “City” seguirá siendo el centro financiero
europeo por excelencia, que el RU conservará su libre acceso al Mercado
Único sin las cargas inherentes a la libre circulación de trabajadores.
Nada
más lejos de la realidad. Por sólida que pueda ser la posición
internacional del RU en seguridad y defensa, su capacidad negociadora en
materia comercial y de inversiones –entre otros con la UE, que
representa la mitad del comercio británico– se vería seriamente mermada.
Así ha sucedido con otros países extracomunitarios como Suiza o
Noruega. Si los líderes europeos ya se muestran descontentos con el
acceso de Suiza al Mercado Interior, ¿cómo pensar que, tras un portazo,
la Unión acepte un acceso sin restricciones del RU?
Otros
aluden a lo fácil que resultó negociar la retirada de Groenlandia de la
Comunidad Económica Europea en 1985, único precedente de salida de la
organización. Pero las circunstancias no podrían ser más diferentes. La
reducida CEE de hace 30 años es incomparable con la Unión de hoy, al
igual que entre RU y Groenlandia hay un abismo en envergadura económica o
peso político.
Las
negociaciones posteriores a una decisión de retirada se anuncian arduas
y amargas, y prolongarían durante años una incertidumbre que tendría
costes reales tanto para empresas y ciudadanos. ¿Quién se comprometería a
invertir en RU en el largo plazo sin saber qué términos legales lo
regirán? Para evitar esta deriva, el próximo Consejo Europeo deberá
defender la mayor estabilidad que le espera al RU dentro de la UE y
recordar la flexibilidad que caracteriza a la UE, como refleja el “opt-out” de RU en Schengen, el euro y las políticas de Justicia y Asuntos de Interior.
En
determinados asuntos, como el empuje de la competitividad o la
racionalización regulatoria, será relativamente fácil alcanzar un
consenso. También debería ser posible llegar a un acuerdo para
incrementar el papel de los parlamentos nacionales en materia
legislativa. En cuanto a la petición de Cameron de excluir para RU la
obligación contemplada en los Tratados de trabajar por una “unión cada
vez más estrecha”, ya hay acuerdo sobre una solución de interpretación y
matiz.
El
último “cesto” planteado por Cameron –inmigración y beneficios
sociales– entraña mayores dificultades. Sin perjuicio de ello, para
allanar el camino hacia un entendimiento es preciso dejar clara la
diferencia entre esta discusión y el debate sobre la crisis actual de
los inmigrantes/refugiados. La cuestión Británica se plantea frente a
trabajadores europeos.
En
1953, Winston Churchill dijo: “Estamos con Europa, pero no somos
Europa. Estamos vinculados, sin estar atados”. La forma más clara de
materializar el espíritu de esta célebre frase es evitar el Brexit, en
beneficio de todos. Si la fantasía y la manipulación continúan dominando
el debate británico, el Reino Unido –y Europa– se exponen a encontrarse
dónde nunca quisieron ir.
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