Sunday, June 19, 2016

La indignación que producen los indignados

Santiago Navajas

La editorial Akal, en su colección de Pensamiento Crítico, está apadrinando una renovación del pensamiento marxiano que pretende alejarse tanto de la corriente marxista oficial, convertida en dogma a la mayor gloria de la Unión Soviética como de la socialdemocracia que abjuró de Marx para poder alcanzar electoralmente el poder, por ejemplo de la mano de Felipe González, a quien Willy Brandt le puso dicha condición para que el SPD financiase al PSOE[1].
La cuestión es si cabe una vía socialista al Estado de Derecho. Porque, como reconocieron los socialdemócratas que se pasaron a la vía capitalista, el principio liberal enunciado por Kant:



Nadie me puede obligar a ser feliz a su manera (tal como él se figura el bienestar de los otros hombres), sino que cada uno tiene derecho a buscar su felicidad por el camino que le parezca bueno, con tal de que al aspirar a semejante fin no perjudique la libertad de los demás
justifica tanto el Estado de Derecho como la Economía de Mercado. La izquierda antiliberal y anticapitalista, en cambio, rechaza tanto el primero como la segunda, ambas instituciones burguesas, es decir, basadas en un presunto interés de clase y que, bajo una máscara de legitimidad formal, servirían de facto tanto para la opresión política como para la explotación económica de la clase proletaria.
Tras la caída del Muro de Berlín y el hundimiento de la utopía socialista, con su correlato de violencia y terror, la izquierda radical se ha visto en la obligación de renovarse o morir. Pero, como decía Marx en El 18 de brumario de Luis Bonaparte, la historia se repite siempre dos veces, primero como tragedia y después como farsa. Así que tras el Gulag soviético nos encontramos con la farsa bolivariana de Hugo Chávez, o las no menos patéticas, aunque más inocentes, manifestaciones y acampadas de indignados tipo 15-M u Occupy Wall Street.
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Los indignados. El rescate de la política es el libro que publica Akal de Marcos Reitman, profesor de Sociología y "Ciencias" Políticas en la Complutense madrileña. No deja de ser paradójico, aunque revelador de su confusión moral, que Reitman utilice en el título de su obra un término mediático que explícitamente rechaza por "reduccionista":
Ciertamente, hablar del 15-M como un movimiento de 'indignados' supone etiquetarlos como resultado de una cólera social. Cuestión no solo cuestionable sino grotesca. Es cierto que el texto de Hessel, ¡Indignaos![2], fue la excusa de los medios de comunicación para encontrarles un nombre genérico que los diferenciara del resto de movimientos sociales. Pero el 15-M no responde a esta caricatura. Creo que es mejor no adjetivar y entenderlo como lo que representa, un factor de recuperación del espacio político de ejercicio ciudadano en sus prácticas democráticas[3].
Así que no imitemos al autor en su hipócrita rechazo de un término que acaba usando y preguntémonos cómo se come eso de "un factor de recuperación del espacio político de ejercicio ciudadano en sus prácticas democráticas". El problema para la izquierda antiliberal y anticapitalista que, por otro lado, no quiere recaer en las prácticas totalitarias que han marcado su tradición es encontrar un camino revolucionario en el seno de la democracia representativa. Su estrategia se articula a través de dos movimientos tácticos: 1) la deslegitimación de un sistema que se califica como de "democracia de marketing", pues los partidos en el poder sólo se basan en los votos de una parte exigua del electorado, y 2) una kale borroka institucional que erosiona lentamente pero sin pausa los fundamentos morales y legales del Estado de Derecho liberal.
El movimiento de los indignados se adecuaría a este esquema. Por un lado ataca indiscriminadamente a, y no es por casualidad, políticos y banqueros. Por otro, desafía el monopolio legítimo de la violencia a través de vulneraciones soft de la ley: ocupación pacífica de plazas (Puerta del Sol), asalto solidario de centros comerciales (Mercadona) o sucursales bancarias, etc. El pijus economicus Alberto Garzón, diputado de extrema izquierda por IU, justifica de este modo el desafío al imperio de la ley (que por imperial le parecerá fascista)[4]:
El otro día conversando con Máximo Pradera llegamos a una analogía que a mi entender permite expresar lo anterior con claridad. En el fútbol hay unas acciones que se llaman faltas tácticas y que no persiguen ni hacer daño al rival ni negar la necesidad de existencia de un árbitro. Sencillamente son acciones sancionables, es decir, son faltas, pero que buscan un objetivo que va más allá de ese momento en el juego. En el fútbol se realizan para romper el ritmo, para recibir amonestaciones –tarjetas amarillas– que ajusten la estrategia de temporada de un equipo o para otros fines. La acción del SAT [los asaltos a supermercados del sindicato de Sánchez Gordillo], por ejemplo, se enmarca en este tipo de táctica.
El problema de los indignados para neomarxistas como Marcos Reitman es que no están lo suficientemente estructurados, por lo que, al no tener un cauce definido, su fuerza termina difuminándose sin haber producido avances relevantes en el establecimiento de un proyecto "anticapitalista, democrático y liberador".
Pero ¿de qué estamos hablando en realidad? ¿Cuáles son los modelos hacia los que tendría que derivar el invertebrado movimiento indignado español? Reitman apunta a la Venezuela de Chávez, la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa... con, por supuesto, la Cuba de Fidel Castro al fondo a la derecha y el Comité de Salvación Pública de Robespierre[5] según se entra a la izquierda. Todo ello aderezado con terminología proveniente de la teoría del caos que derivar en un capítulo más de las imposturas intelectuales que denunciara el físico Alan Sokal[6] respecto de las perversiones de la ciencia que hace cierta izquierda postmoderna para dar un tinte de respetabilidad a sus delirios ideológicos y a sus desplantes al Estado de Derecho liberal, que sin pudor Reitman iguala con todo tipo de dictaduras (salvo con sus favoritas, se entiende):
Tanto la existencia de regímenes tiránicos y autocráticos como el mantenimiento de las políticas excluyentes y represivas en los países capitalistas avanzados pasa por clausurar espacios democráticos, reprimir libertades civiles y desarticular la ciudadanía política. En esta labor, el capitalismo no tiene escrúpulos. Saca a las calles al ejército sin remordimientos. Los muertos son efectos colaterales.
En la sociedad liberal-capitalista, la combinación de Estado de Derecho-Economía de Mercado sería, desde su punto de vista, un "totalitarismo invertido" (en este contexto menciona explícitamente a George W. Bush y al Partido Popular), del que serían cómplices desde el aparato judicial a "la prensa", entre cuyos "agentes" al servicio del poder cita a El Mundo y a Libertad Digital. Reitman olvida que la libertad de prensa inexistente en los países que pone como modelo la disfrutan en estos pagos periódicos de su cuerda ideológica, tipo Público o Gara. La identificación de determinada prensa con el Sistema, en lugar considerarla un poder equilibrador del poder, hace sospechar lo que pasaría si las ideas de Roitman se extendiesen por España: como en el Ecuador, a la prensa crítica con el poder socialista se la declararía "enemiga del pueblo"[7].
Hoy, sostiene Roitman, "la guerra es total". Y como estamos en guerra está justificada la utilización de medidas extraordinarias. La terminología bélica y militar empleada se extiende por todo el texto, convertido así en un manual ilocutivo para la acción violenta[8]. Cruzada, batalla, destruir, etc., configuran un paisaje léxico que promueve la violencia conceptual y una atmósfera propensa a la insurgencia y el sabotaje. En este contexto, Los indignados. El rescate de la política constituye un libro pésimo, porque pone de manifiesto que en pleno siglo XXI la extrema izquierda sigue sin renunciar a la violencia como herramienta política, y que la vía socialista al Estado de Derecho desemboca la humanitaria, moderna, eficiente y, sobre todo, igualitaria guillotina.

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