Dominique Moisi
Dominique Moisi, a professor at
L'Institut d’études politiques de Paris (Sciences Po), is Senior Adviser
at the French Institute for International Affairs (IFRI) and a visiting
professor at King’s College London. He is the author of La Géopolitique des Séries ou le triomphe de la peur.
Europa después de la Brexit
PARÍS – El presidente de EE. UU. Franklin D. Roosevelt afirmó una vez que "a lo único que debemos temer es al propio miedo". El referendo por el brexit
en el Reino Unido, en el cual apenas más de la mitad de quienes votaron
decidieron abandonar la Unión Europea, demostró que no estaba del todo
en lo cierto. También debemos temer a quienes, como los líderes
populistas británicos, se aprovechan de los miedos del público para
lograr resultados verdaderamente aterradores. En este caso, la
consecuencia bien puede ser la desintegración de la UE.
Después
de 43 años ser miembro de la UE, Gran Bretaña ha —en la forma
supuestamente más democrática posible— decidido retraerse hacia sí
misma. Sin importar cuán pragmáticos y realistas son supuestamente los
británicos, han votado en contra de sus propios intereses. Con su
rechazo a la UE probablemente hayan condenado a su país a un
empobrecimiento gradual y, tal vez, a una desintegración no tan gradual,
ya que los líderes de Escocia e Irlanda del Norte, que votaron por
abrumadora mayoría a favor de continuar formando parte de la UE, han
afirmado que desean escindirse.
De hecho, los británicos debieron haber temido al brexit.
Sin embargo la razón, débilmente defendida por voces de la clase
dirigente carentes de inspiración y confianza, no logró hacer frente a
los temores de lo que podía pasar por una puerta abierta hacia el resto
de Europa y, de hecho, del mundo.
La verdadera paradoja aquí es que precisamente cuando le dicen "Non"
a Europa (para hacer eco del famoso veto de Charles de Gaulle a la
primera solicitud británica para participar en la integración europea),
los británicos son quienes más cerca están en términos emocionales del
resto de los ciudadanos europeos. Y, de hecho, tal vez ese sea el
problema.
La
gente tiene miedo en toda Europa, de hecho, en todo el mundo. Por sobre
todas las cosas, las personas temen a la globalización que, para ellas,
ha metido a un "otro" amenazador en sus vidas diarias y socavado su
sustento, beneficiando solo a las élites. Temen por su seguridad y sus
empleos, y están furiosos con los líderes que no han defendido sus
intereses.
El
resultado es que los "desposeídos" se están enfrentando cada vez más a
las élites privilegiadas —y con ello a la apertura que estas favorecen,
exigiendo en su lugar un regreso a lo que perciben como un pasado más
predecible y seguro—. La nostalgia fue la fuerza que impulsó la campaña
para abandonar la UE, al igual que el deseo de castigar a los
sinvergüenzas a cargo.
El voto por el brexit
no fue una casualidad, ni debió haber sido una sorpresa. Fue el
resultado de temores y frustraciones de larga data, aunque tal vez no
hubiéramos esperado que para muchos británicos el instinto se
convirtiera en un punto de llegada, más que en uno de partida. En todo
caso, hace unos pocos años esos instintos no hubieran sacado al RU de la
UE. Fue un grave error de cálculo político el que posibilitó esta tragedia política.
Una de las lecciones más importantes de la campaña del brexit
es que cuando los políticos tratan de manipular las emociones de la
sociedad en beneficio propio, como lo hizo el primer ministro David
Cameron, las cosas rápidamente pueden irse de las manos. Lanzar gasolina
a las llamas del miedo y la frustración tal vez le haya permitido a
Cameron y su partido ganar las elecciones de 2015, pero también generó
la conflagración que hizo pedazos a su partido, su legado y su país.
El problema para resto de Europa es que el propio brexit
podría funcionar como acelerante de las pasiones populares, mientras
las irresponsables figuras populistas alegremente echan leña al fuego.
Hasta Donald Trump, presunto candidato republicano para la presidencia
estadounidense, ha expresado su apoyo al brexit; a pesar de su
total falta de comprensión, reconoce cuán poderosa puede ser la promesa
de "recuperar el propio país". Y no parece que personas como Trump se
preocupen demasiado por las consecuencias. No son versiones modernas de
Winston Churchill.
El
grado en que Europa se desmembrará y las consecuencias de ese proceso
quedan por verse, pero es razonable esperar que los movimientos
populistas e independentistas en Europa y otros lugares se sientan vigorizados por esta decisión. Con seguridad, la imagen de Europa en una aparente decadencia terminal socavará su poder de atracción.
Con
la amenaza al papel de Europa en el escenario internacional, sus
líderes deben encarar urgentemente una autoevaluación masiva, tanto en
términos literales como metafóricos. Deben descubrir qué hicieron —o
dejaron de hacer— para perder la confianza de sus ciudadanos, y
desarrollar un plan tanto al nivel nacional como de la UE para
recuperarla.
Es
fundamental que una evaluación de ese tipo preceda a un impulso para
aumentar la integración. Si la UE se deja llevar por el pánico y lanza
un esfuerzo precipitado para avanzar, demostrará que no comprende lo que
verdaderamente está ocurriendo.
El
23 de junio de 2016 no pasará a la historia como el día de la
independencia del RU, como prometió Boris Johnson, exalcalde de Londres y
líder de la campaña separatista, pero podría ser recordado como el día
en que Europa finalmente se despertó y se dio cuenta de que, para
garantizar su futuro, su única opción es obligarse a reinventarse a sí
misma.
No comments:
Post a Comment