En torno a los modelos nórdicos
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Los socialistas arcaicos y
desactualizados siguen repitiendo que los modelos, especialmente de
Suecia, Finlandia y Dinamarca, siguen siendo socialistas como en los
años sesenta en los que adoptaron esa tendencia (en Suecia la
experiencia comenzó hacia finales de los treinta).
Sin embargo, no tienen en cuenta que a
principios de los noventa el sistema explotó debido a los niveles
inauditos del gasto público y los impuestos que, entre otras cosas, se
reflejaron en el pésimo sistema de salud en el que los pacientes
esperaban en interminables filas que se los atienda mientras se sucedían
accidentes irreversibles antes de ser atendidos y los que podían
viajaban al exterior para consultar médicos (los que esperaban que se
los atienda “gratis” en sus países de origen, por ejemplo, se quedaban
ciegos antes de poder ser revisados por un oculista y así
sucesivamente).
Otro fracaso rotundo fue en el campo
educativo donde a partir de los noventa se eliminó el monopolio estatal y
se abrió a la competencia. Debido al referido sistema donde creció
exponencialmente el Leviatán comenzó a debilitarse notablemente la
Justicia y la seguridad.
Como queda dicho, a partir de los
noventa se privatizaron todo tipo de empresas, en primer término, la
electricidad, el correo y las telecomunicaciones con lo cual el gasto
público se redujo junto a la presión impositiva.
Por otra parte, en gran medida se liberó
el mercado laboral con lo que el desempleo bajó considerablemente y se
redujo el trabajo informal a que naturalmente se recurría antes de la
liberación (en los tres países mencionados llegaba a más de un tercio de
la fuerza laboral).
Por tanto el tan cacareado ejemplo de
los países nórdicos en cuanto al “éxito” del socialismo queda sin efecto
en todas sus dimensiones.
Hay una nutrida bibliografía sobre el
fracaso del mal llamado “Estado Benefactor” (mal llamado porque la
beneficencia es por definición voluntaria y realizada con recursos
propios), pero tal vez los autores más destacados son Andres Linder,
Nils Sanberg, Eric Boudin, Sven Rydenfelt, Mauricio Rojas y Nils
Karlson, quienes muestran que, en promedio en las tres décadas
principales del experimento socialista el gasto público en esos países
rondaba el 64% del PBN y el déficit alcanzaba el quince por ciento de
ese mismo guarismo. Un sistema también basado en la estatización del
sistema denominado de “seguridad social” que operaba bajo el método de
reparto que actuarialmente está de entrada quebrado y la insistencia en
la tan reiterada “re-distribución de ingresos”.
Escriben los autores mencionados que en
una medida considerable se han abandonado las antedichas políticas para
reemplazarse por la apertura de mercados sustentados en marcos
institucionales liberales que los hacen los más abiertos del mundo.
Incluso uno de los patrocinadores del
socialismo en los países nórdicos -Gunnar Myrdal- finalmente escribió
que tenía “sentimientos encontrados en lo que desembocó el sistema ya
que las leyes fiscales han convertido a nuestra nación [Suecia] en una
de tramposos”.
La apertura hacía los mercado libres,
entre muchas otras cosas, incentiva la creatividad para llevar a cabo
actividades hasta entonces impensables. Por ejemplo, recientemente en
algunos de los países nórdicos ya no existe el problema de la basura ya
que la reciclan para contar con más electricidad y calor, al contrario,
compran basura de otros países.
Lo dicho hasta aquí sobre el estatismo
no incluye las truculentas variantes de los países africanos y
latinoamericanos más atrasados en los que se encubre una alarmante
corrupción tras la bandera de la mejora a los pobres que se multiplican
por doquier.
El antes aludido Nils Karlson, a pesar
de ser noruego (un país que cuenta con el apoyo logístico de la riqueza
petrolera) en su magnífica obra titulada The State of the State. An Inquiry Concerning the Role of Invisible Hands in Politics and Civil Society,
sostiene que “El crecimiento en el tamaño del estado es uno de los
sucesos más destacados del siglo veinte. En todas las democracias
occidentales, el estado se ha tornado más y más grande, en términos
relativos y absolutos. Típicamente esos estados modernos se
autodenominan estados benefactores caracterizados por varios tipos de
sistemas distributivos, regulaciones y altos niveles de gastos públicos.
En algunos de esos países el gasto del sector público alcanza más de la
mitad del producto nacional bruto y los impuestos, en algunos casos, se
llevan más de la mitad de los ingresos generados en la sociedad.
Incluso las esferas más privadas han sido penetradas por el estado. Las
sociedades se han politizado más y más”.
El también mencionado Neil Sandberg apunta en su libro What went wrong in Sweeden? que
uno de los factores desencadenantes de la crisis fue su política
monetaria representada por “la rápida implementación del keynesianismo”
por lo que “Suecia abandonó el patrón oro antes que otras naciones”. Muy
especialmente en los múltiples trabajos de los referidos Eric Boudin y
Mauricio Rojas se incluyen en detalle otras políticas también
responsables de los problemas suecos y la forma en que se revirtieron.
¿Por qué ha ocurrido este desvío
grotesco de la tradición de gobiernos limitados a la protección de
derechos a la vida, la propiedad y las autonomías individuales? Gordon
Tullock produjo un ensayo titulado “The Development of Government”
(todavía recuerdo a la vuelta de un viaje mi disgusto con la traductora
por cómo tradujo literalmente al castellano el referido trabajo en la
revista Libertas: “El desarrollo del gobierno”, en lugar de “El
crecimiento del gobierno”…como escribe Victoria Ocampo “no se puede
traducir a puro golpe de diccionario”). En todo caso, Tullock alude a la
impronta de Bismarckcomo la manía del aparato estatal de lo que se
conoce como “seguridad social” (en verdad inseguridad antisocial), al
nacimiento del impuesto progresivo y a las guerras donde muestra en sus
cuadros que el gasto posguerra baja pero siempre queda a un nivel más
alto del período antes del conflicto bélico. Esto lo refleja en los
cuadros que acompañan a su trabajo, especialmente referidos al período
1790-1995 en Estados Unidos con comentarios de estudios de economías
comparadas.
De cualquier modo, una idea que cuajó
entre los redistribucionistas es lo que podemos bautizar como “la tesis
Pigou” por la que el autor aplica la utilidad marginal a la noción
fiscal para sustentar la progresividad. Así se dice que como un peso
para un pobre no es lo mismo que un peso para un rico, si se sacan
recursos de éstos últimos y se los entrega a los primeros, los ricos se
verán perjudicados mientras que los pobres serán beneficiados en mayor
proporción que la pérdida de los primeros por las razones apuntadas. Sin
embargo, una aplicación correcta de la utilidad marginal hará
irrelevante lo comentado puesto que la utilidad marginal significativa
en este caso es la de los consumidores a quines no le resulta indistinto
quien administra los escasos factores de producción con lo que la
aludida redistribución (sea por métodos impositivos o de cualquier
naturaleza) contradice sus indicaciones en las votaciones diarias en el
mercado, por lo que habrá desperdicio de recursos y, consecuentemente
consumo de capital junto a menores salarios e ingresos en términos
reales.
Por nuestra parte, miramos dos motivos
que se encuentran tras algunos de las consecuencias señaladas por
Tullock en su ensayo. Estos dos motivos fundamentales son los marcos
institucionales y la educación.
Mencionemos muy resumidamente estos dos
componentes tan contundentes que se suceden tanto en países nórdicos
como en cualquiera que adopte las recetas del “Estado Benefactor”. En
ambos casos, en última instancia, se trata de incrustar más clara y
frontalmente el saqueo en la política.
Lo primero se refiere a la falsificación
de la democracia y monarquías constitucionales convirtiéndolas en
cleptocracias. Sin nuevos límites al poder, el sistema puramente
electoral y sin el alma del respeto de las mayorías a los derechos de
las minorías, se convirtió en una trampa mortal para las autonomías
individuales. Con solo levantar la mano en el Parlamento, las alianzas
y coaliciones arrasan con los derechos. En otras palabras, constituye
un escándalo pavoroso que la respuesta a tanto desatino consista en
quedarse de brazos cruzados esperando la demolición final. Es
indispensable pensar en otros controles, por ejemplo, como los que hemos
sugerido en base a las propuestas de otros autores.
El segundo punto es tener en un
primerísimo primer plano la importancia de la educación. Desde que tengo
uso de razón se machaca que ese tema es para el largo plazo y que
debemos ocuparnos del presente, sin percatarse que, precisamente, el
presente está movido por los valores y principios que hemos sido capaces
de exponer, es decir, la compresión y aceptación de los fundamentos de
la sociedad abierta depende de lo que ocurra en el ámbito educativo. Y
no es cuestión de declamar sobre las bondades de la educación sino de
proceder en consecuencia y poner manos a la obra, sean países nórdicos o
no. Es la tarea dura y no saltearse etapas y ocupar cargos políticos
que por más que se simule “meterse en el barro” es para la foto y los
halagos del poder.
Es imperioso ocuparse de marcos
institucionales libres y de la educación en los valores de la sociedad
abierta y no estar como los gobiernos venezolanos y argentinos en la
búsqueda de enemigos en quienes endosar la responsabilidad de sus
fracasos tal como aconsejan hacer autores totalitarios como Carl
Schmitt y Ernesto Laclau para distraer la atención de los verdaderos
problemas y arrear con estrépito a los aplaudidores sin dignidad ni
autoestima.
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