El último rey de Escocia
Por Aníbal Romero
"El último rey de Escocia" es una
película excelente. Además de las notables actuaciones de sus
protagonistas, el filme narra su historia con objetividad, sin caer en
las trampas de la "corrección política" predominante en Hollywood. Tal
vez exagera en su caricatura de los diplomáticos británicos, pintándoles
como Maquiavelos embriagados, pero se trata de una falta menor de lo
que en su conjunto constituye un logro cinematográfico fuera de lo
común.
La semblanza sobre Idi Amin es
cautivadora y repulsiva. Lo primero por los rasgos siniestramente
cómicos del personaje, lo segundo por su extrema crueldad. Al observarle
se cae en cuenta de que todos los déspotas se parecen. Son una mezcla
de bufón y verdugo cuya impredecible química siempre sorprende.
Resulta también evidente que el
atractivo del poder personal tiene que ver con la adulación de los otros
y la sensación de infalibilidad propia. Mientras contemplaba las
peripecias del tirano fue inevitable recordar a Lord Acton: "El poder
corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". No estamos
hablando de la simple corrupción administrativa sino de otra más
profunda: de la corrupción del alma envenenada por el mando. La tragedia
de Idi Amin es la de todos los dictadores, y su lección consiste en
entender que el rechazo al ansia de poder es uno de los logros más
importantes del ser humano.
Sin desmerecer la extraordinaria
actuación del protagonista principal, pienso que el actor que encarna al
médico escocés, cándido e idealista, que viaja a Uganda lleno de
ilusiones y casi pierde la vida en medio de un drama sangriento, es de
igual categoría e igualmente digna de elogio. Este fenómeno de jóvenes
europeos y norteamericanos que sucumben al espejismo de las
"revoluciones" tercermundistas, y abandonan sus países en busca de la
redención romántica proporcionada por mitos escabrosos como el del Ché
Guevara u otros semejantes, se repite sin cesar y conduce a inmensas
decepciones. Cabe recordar a los tristemente famosos "sandalistas" que
aterrizaban en la Nicaragua sandinista de los años ochenta, o a los
pobres ingenuos que ahora vienen a Venezuela persuadidos de que la
revolución bolivariana conduce a un mundo mejor.
Una escena de la película presenta el
diálogo entre Amin y el joven escocés, luego de que este último se
percata del horror del régimen y su hasta entonces admirado caudillo.
Amin le explica: "Esto es África. No puedes esperar otra cosa". Uno se
pregunta: ¿Están esas naciones condenadas al fracaso y el terror?
Francamente no lo creo. Basta constatar lo que ocurre actualmente en
China e India para convencerse que los pueblos pueden cambiar, si
dirigentes responsables asumen las ideas y políticas correctas, abriendo
espacios a la libertad.
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