Por Enrique Ghersi
1.0 Introducción
Se me ha pedido hacer una presentación
acerca del presunto mito del “neoliberalismo”. Alberto Benegas Lynch (h)
y Charles Bird han creído que tengo alguna competencia para ello. Su
invitación supuso para mí una tarea enorme que he tratado de enfrentar
haciendo un pequeño trabajo de investigación sobre el problema.
Ante la falta de fuentes específicas,
tuve que recurrir al consejo de algunos amigos a quienes estoy
especialmente agradecido. Israel Kirzner me hizo notar el lejano origen
misiano del término y me alentó a profundizar en él. Kurt Leube me dio
la primera noticia sobre el libro de Nawroth que, confieso, desconocía
por completo. Si no hubiera sido por la persistencia de Ian Vásquez,
quien logró ubicar una copia del mismo en un anticuario de Munich, no
hubiera podido consultarlo. Federico Salazar me hizo notar el problema
existente en la traducción inglesa de Liberalismus del que hablaremos
después. Me prestó, además, de su biblioteca privada buena parte de los
libros consultados. Mario Ghibellini me sugirió las lecturas de teoría
literaria y retórica que son el cuerpo de la reflexión final de esta
ponencia y se aventuró a explicármelas. Finalmente, un artículo de mi
amiga Cecilia Valverde Barrenechea me permitió conseguir la información
correspondiente al coloquio convocado por Lippman en 1938, donde se
habría acuñado, al parecer, el término. Por cierto, los errores son sólo
de mi responsabilidad.
El término “neoliberalismo” es confuso y
de origen reciente. Prácticamente desconocido en Estados Unidos, tiene
alguna utilización en Europa, especialmente en los países del este. Está
ampliamente difundido en América Latina, África y Asia. Sin embargo,
esta difusión tiene poco que ver con su origen histórico. Forma parte
del debate público que se produce en tales regiones, en el que la
retórica -que es una ciencia autónoma- tiene un rol protagónico para
darle o quitarle el sentido a las palabras.
Ahí donde tiene difusión el
“neoliberalismo”, es utilizado para asimilar con el liberalismo, a veces
despectivamente, a veces con cierta pretensión científica, políticas,
ideas o gobiernos que, en realidad, no tienen nada que ver con él. Esta
práctica ha llevado a muchos a considerar que se encontraban frente a un
mito contemporáneo: el “neoliberalismo” sólo existía en la imaginación
de quienes usaban el término.
Este rechazo se ve incrementado además
porque actualmente resulta muy difícil encontrar un liberal que se
reclame a sí mismo como perteneciente a aquella subespecie,
calificándose como “neoliberal”. Por el contrario, quienes lo usan son
generalmente sus detractores.
En base a tales consideraciones
generalmente asumidas por los liberales inicié este trabajo, pero muy
pronto advertí algunos problemas bastantes significativos con ellas. En
primer lugar, que el “neoliberalismo” técnicamente no es un mito, sino
una figura retórica por la cual se busca pervertir el sentido original
del concepto y asimilar con nuestras ideas a otras ajenas con el
propósito de desacreditarlas en el mercado político. En segundo, que el
“neoliberalismo” podría haber sido acuñado como término en agosto de
1938 por un muy destacado grupo de intelectuales liberales en París,
entre los cuales se encuentran varios de nuestros héroes.
Por ello, en esta presentación voy a
explorar, primero, los posibles orígenes de la palabra, para luego
abordar sus diferentes significados al interior del liberalismo y
concluir después con una contribución para esclarecer los mecanismos
probables por los que se ha producido la corrupción de esta palabra.
Debo indicar de antemano la sorpresa con que he comprobado la facilidad
con los liberales concedemos los debates terminológicos en manos de
nuestros rivales, pues no sólo hemos perdido la palabra “neoliberal”,
materia de la presente exposición, sino antes también la palabra social y
hasta el propio liberalismo.
2.0 El Término
Rastrear los orígenes del término
“neoliberalismo” no es una tarea que pueda considerarse concluida. De
hecho existe bastante confusión al respecto y resulta un tema de la
mayor importancia para una investigación futura de largo aliento. Por
ello, lo que a continuación se presenta no es más que una breve
contribución a que esta investigación se produzca.
Como suele suceder con las palabras que
han hecho fortuna, es probable que “neoliberalismo” sea un término con
varios orígenes distintos.
Uno primero parece encontrarse en
algunos escritos de von Mises; uno segundo es el que le atribuye a la
creación colectiva de un coloquio convocado por Walter Lippman la
autoría del término; uno tercero es el que lo vincula a la llamada
economía social de mercado; y uno cuarto, a la escuela liberal italiana
de las entreguerras. Examinemos brevemente cada uno de ellos:
2.1 Von Mises
Aunque no hace uso explícito del
término, von Mises sí lo evoca en distintas oportunidades pero
asistemáticamente, como veremos. En efecto, von Mises habla de älteren
Liberalismus y de neuen Liberalismus, no de “neoliberalismo”. Sin
embargo, puede llevar a confusión si revisamos la edición inglesa de
Liberalismus, pues encontraremos ahí la cita siguiente:
“Nowhere is the difference between the
reasoning of the older liberalism and that of neoliberalism clearer and
easier to demonstrate than in their treatment of the problems of
equality” .
Hasta ahí se podría llegar a la
conclusión de que von Mises introdujo el término, pues Liberalismus es
un libro de 1927. No obstante, si revisamos la edición alemana original
veremos que el término “neoliberalismo” no aparece.
En efecto, la cita original es:
“Nirgends ist untershied,der in der
argumentation zwischen dem älteren Liberalismus und dem neuen
Liberalismus besteht, karer und leichter auzfzuweisen alsbeim problem
der gleichheit” .
Por cierto que con esto no estamos
sugiriendo que haya sido el traductor del texto al inglés, nuestro
querido Ralph Raico, quien haya inventado el término, pues en 1962,
fecha en que la traducción se produce, ya venía siendo usado en algunos
círculos académicos, al punto de que, como veremos luego, ya había sido
objeto hasta de un coloquio específico para discutir su adopción.
No sólo en Liberalismus, que es de 1927,
puede rastrearse el origen del término, también en otro libro anterior
de von Mises existe una referencia aún más remota. En efecto, en
Socialismo, que es de 1922, habla también acerca de la diferencia entre
el viejo liberalismo (älteren Liberalismus) y el nuevo liberalismo
(neuen Liberalismus), pero tampoco usa expresamente la palabra
“neoliberalismo” para describir a este último.
Así, von Mises sostiene que “today the
old liberal principles have to be submitted to a throrough
reexamination. Science has been completely transformed in the last
hundred years, and today the general sociological and economic
foundations of the liberal doctrine have to be re-laid. On many
questions liberalism did not think logically to the conclusion. There
are loose threads to be gathered up. But the mode of political activity
of liberalism cannot alter” .
Posteriormente, en el prefacio a la Segunda Edición alemana de ese mismo libro, el autor dijo:
“The older liberalism, based on the
classical political economy, maintained that the material position of
the whole of the wage-earning classes could only be permanently raised
by an increase of capital, and this none but capitalistic society based
on private ownership of the means of production can guarantee to find.
Modern subjective economics has strengthened and confirmed the basis of
the view by its theory of wages. Here modern liberalism agrees entire
with the older school” .
Más allá de las confusiones que podrían
haberse creado en las traducciones, en mi concepto está claro que,
aunque Mises no utilizó explícitamente el término, sí habló con
frecuencia de un liberalismo viejo y de un liberalismo nuevo. Empero,
inclusive en ello fue bastante inexacto.
En la cita de Liberalismo resulta del
contexto que por neuen Liberalismus se refiere a los socialistas que se
hacen pasar por liberales, mientras que por älteren Liberalismus se
refiere a los que llamaríamos liberales clásicos. Teniendo en cuenta
que, como dijéramos, el libro es de 1927, este uso es concordante con lo
que en textos posteriores von Mises llamaría pseudo liberales.
En cambio, en las citas de Socialismo,
parece ser que el autor quiere distinguir entre el viejo y el nuevo
liberalismo en función de la teoría subjetiva del valor. En tal sentido,
el liberalismo se dividiría en viejo (älteren), antes del valor
subjetivo, y nuevo (neuen) después de él. Con esto, además, diera la
impresión de que von Mises quiere resaltar especialmente la contribución
de Menger y Böhm-Bawerk, en lo que después vendría en llamarse escuela
austríaca de economía.
Entonces, si bien es posible rastrear el
término “neoliberalismo” hasta von Mises, el sentido que estas
alusiones precursoras tuvieron no fue siempre el mismo. En el
Liberalismo se usó para designar a los socialistas encubiertos y otros
enemigos de la libertad; en el Socialismo, para designar al liberalismo
después de la teoría subjetiva del valor.
2.2 El Coloquio de Walter Lippman
Cuenta Louis Baudin que en agosto de
1938 se reunieron en París un grupo de destacados pensadores liberales a
iniciativa de Walter Lippman. Eran tiempos con aguas procelosas en que
Europa se encontraba ad portas de la Segunda Guerra Mundial y se vivía
una situación de grave amenaza y efectiva conculcación de la libertad en
buena parte del viejo continente.
Era propósito del coloquio analizar el
estado de la defensa de la libertad y las tácticas y estrategias que
deberían llevarse a cabo en tiempos tan difíciles. Refiere el propio
Baudin que la discusión fue muy amarga, habiéndose escuchado voces de
rechazo al término liberalismo por un supuesto descrédito frente a la
opinión pública predominante, así como la necesidad de enfatizar que los
defensores de la libertad de entonces no avalaban lo que se
consideraban los errores fatales del viejo orden europeo.
Afirma Baudin que en esa discusión se
acuñó, primero, y se propuso utilizar a partir de entonces, después, el
término “neoliberal” para significar precisamente nuestra corriente de
pensamiento.
Según el propio Baudin, el
“neoliberalismo” se estableció como la palabra clisé que habría de
describirnos en función a cuatro principios fundamentales. A saber, el
mecanismo de precios libres, el estado de derecho como tarea principal
del gobierno, el reconocimiento de que a ese objetivo el gobierno puede
sumar otros y la condición de que cualquiera de estas nuevas tareas que
el gobierno pueda sumar debe basarse en un proceso de decisión
transparente y consentido.
Participaron en el seminario gente de la
talla de Rueff, Hayek, von Mises, Rustow, Roepcke, Detauoff, Condliffe,
Polanyi, Lippman y el propio Baudin, entre otros. Como no se tuvo actas
ni publicaciones del coloquio, el único testimonio de primera fuente
que ha quedado es el citado libro de Baudin, escrito hacia mediados de
los cincuenta.
De ser exacta la versión del autor del
Imperio Socialista de los Incas, pues no hay razón alguna para pensar
que no lo es, ésta sería la aparición más remota acreditada del término
“neoliberalismo”. Pero además, quedaría claro que no es verdad un aserto
comúnmente repetido por muchos en nuestros días, acerca de que ningún
liberal que se precie de tal ha reconocido como suyo el término
“neoliberal”. Por la versión de Baudin, sería difícil encontrar un grupo
que pueda considerarse más liberal, por lo menos en su época, que el
que fue convocado por el ilustre periodista norteamericano.
El coloquio de Lippman es además una
curiosa paradoja en todo este tema tan complejamente relacionado con
giros de lenguaje y figuras retóricas. El que el término “neoliberal”
pudiese ser una creación colectiva de un coloquio de intelectuales
individualistas puede constituirse en una de las más notables
curiosidades de la historia del pensamiento contemporáneo.
2.3 La economía social de mercado
Edgar Narwoth publicó en 1961 un libro
que en su época tuvo una gran importancia en la defensa y difusión de
las ideas de la libertad. Se llamó Die Social-und Wirtschaftsphilosophie
des Neoliberalismus .
En él presenta triunfalmente como el
renacimiento del liberalismo la aparición de un conjunto de escuelas del
pensamiento en Alemania. Así, considera como neoliberales a la Escuela
de Friburgo (Eucken y Mueller – Armack, entre otros) y la Munich (Erhard
y Kruse entre otros). Destaca también la contribución Wilhem Roepcke y
Alexander Rustow, así como la influencia de la revista Ordo, que se
publicaba con singular éxito por entonces.
Ello hace que Schuller y Krussemberg del
Centro de Investigación para la Comparación de Sistemas de Dirección
Económica de la Phillipps Universitat de Marburgo definan el término
“neoliberalismo” como “un concepto global bajo el que se incluyen los
programas de la renovación de la mentalidad liberal clásica cuyas
concepciones básicas del orden están marcadas por una inequívoca
renuncia a las ideas genéricas del laissez faire y por un rechazo total
por los sistemas totalitarios. Los esquemas neoliberales del orden
económico y social son modelos de estructuración cuyo denominador común
central es la exigencia de garantía (constitucional o legal) de la
competencia frente a la prepotencia, aunque dan respuestas diferentes al
problema de cómo debe resolverse la relación de tensión entre la
libertad y la armonía social. Son importantes en este rubro, además de
las ideas, de la Escuela de Friburgo las concepciones desarrolladas por
Alfred Mueller Armack (Economía Social de Mercado) Wilheim Roepcke y
Alexander Rustow. Este tipo de neoliberalismo se distancia clara y
expresamente de aquel paleoliberalismo que defendía dogmáticamente la
convicción de la armonía inmanente de un sistema de mercado y hacía del
laissez faire una obligación (…) Se insiste en que el marco del mercado
que abarca la autentica zona de lo humano, es infinitamente más
importante que el mercado mismo, de ahí la necesidad de un tercer camino
entre el paleoliberalismo y el camino del “neoliberalismo”.
En conclusión, para Schuller y
Krussemberg, y con ellos buena parte de la opinión mayoritaria del mundo
académico alemán contemporáneo, la economía social de mercado era el
neoliberalismo. Esta idea, sin embargo, no parece coincidir con los
creadores de la escuela, pues la evidencia documental demuestra
exactamente lo contrario de lo que quiere presentarse comúnmente. Como
veremos, para los fundadores de la economía social de mercado, el
término neoliberalismo era aplicable exactamente a quienes no compartían
los puntos de vista de su escuela. No a sus seguidores.
Examinemos por ejemplo muy someramente
el pensamiento de Mueller-Armack , quien tiene la mayor importancia en
medio de los pensadores tan destacados que dieron origen a esta escuela.
De antemano debemos señalar que de la revisión de su obra no podemos
inferir que este autor haya acuñado el término “neoliberalismo”. A pesar
de utilizar en varias oportunidades la palabra, no hay ningún rastro
explícito referido a su creación ni a la semántica que le era atribuida
por él.
Así por ejemplo, cuando define economía social de mercado, señala textualmente:
“ … El concepto de economía social de
mercado se apoya en el convencimiento, ganado gracias a las
investigaciones de las últimas décadas de que no puede practicarse con
éxito una política económica sin haber adoptado decididamente un
principio coordinador. Los resultados pocos satisfactorios obtenidos por
los sistemas intervencionistas de carácter híbrido condujeron a la
teoría de los sistemas económicos desarrollada por Walter Eucken, Franz
Böhm, Friderich Hayek, Wilheim Roepcke y Alexander Rustow, entre otros,
la conclusión de que el principio de libre concurrencia como
indispensable medio organizador de colectividades sólo se mostraba
eficaz cuando se desenvolvía dentro de un orden claro y preciso,
garantizando la competencia. En esta idea, reforzada aún más por las
experiencias de economía bélica en la segunda guerra mundial, se basa la
ideología de la economía social de mercado. Los representantes de esta
escuela comparten con los del neoliberalismo el convencimiento de que la
antigua economía liberal había comprendido correctamente el significado
temporal de la competencia, pero sin haber prestado la debida atención a
los problemas sociales y sociológicos. Al contrario de lo que pretendía
el antiguo liberalismo, la economía social de mercado no persigue el
restablecimiento de un sistema de laissez faire; su meta es un sistema
de nuevo cuño”.
Como puede verse del párrafo citado,
aunque Mueller-Armack usa el término “neliberalismo”, no lo hace para
calificar a la economía social de mercado como tal, sino por el
contrario para distinguirla de otras corrientes liberales sin precisar
exactamente cuáles. De ahí que sea difícil poder sostener que, al menos
Mueller-Armack, padre de la economía social de mercado, hubiese
considerado a ésta como una corriente “neoliberal”. Antes bien, creo que
es claro que él consideraba como tales a los liberales contemporáneos a
él, posteriores a la teoría subjetiva del valor.
Por cierto, no es este el lugar ni la
oportunidad para abordar a cabalidad las múltiples contribuciones de
estos destacados autores ni tampoco para estudiar sus errores. Para
nuestro propósito es importante sí advertir que en esta escuela algunos
han creído ver un segundo origen del término liberalismo. De lo que cabe
duda, es que, lo hayan inventado o no, lo usaron deliberadamente para
distinguir una escuela liberal de otra. Sea por auténtica convicción o
por pura estrategia de mercadeo contribuyeron así decididamente a
introducir el término y a impulsar su primera difusión.
Esto hace que ya en 1963 Trías Fargas,
al escribir el prólogo a la edición española del citado libro de
Mueller-Armack, sostenga que “La economía social de mercado quiere ser
algo más amplio y practico que la teoría neoliberal, con lo que por otra
parte coincide en los puntos principales. Es más, la segunda suministra
a la primera el espinazo teórico que le confiere carácter la secuencia
de ideas que arrancando del paleoliberalismo ha llegado al
neoliberalismo para desembocar en la economía social de mercado como
programa político.”
Podría decirse, entonces, que ya por
entonces el término estaba difundido en el sentido de identificar como
tales a las corrientes liberales posteriores a la llamada revolución
marginalista. Adicionalmente debe decirse que la utilización del término
no era peyorativa, como ha devenido en tiempos recientes, sino daba la
impresión de usarse a la par que para marcar una diferencia para
describir un parentesco entre familias pertenecientes finalmente a un
mismo tronco común de pensamiento.
2.4 Escuela Italiana
Además de los textos precursores de
Mises, de la paradójica creación colectiva de un grupo de
individualistas reunidos por Lippman y de la metódica acción de la
escuela de la economía social de mercado, existe un cuarto origen
probable del término que Kurt Leube cree encontrar en el movimiento
intelectual ocurrido en el norte de Italia durante el período
comprendido en las entreguerras.
Señaladamente es el caso de Antoni y
Einaudi, quienes muy al estilo de los alemanes de su época, trataban de
darle a las ideas liberales un impulso decidido en medio de la trágica
experiencia autoritaria que les tocó vivir.
Al parecer ellos usaron muy fluidamente
el término desde finales de los años cuarenta en adelante.
Lamentablemente no hay mayores pruebas de ello que el testimonio de
algunos amigos que los oyeron. Sin embargo, mientras que entre los
alemanes el término era utilizado un poco en el sentido de
Mueller-Armack, como el liberalismo post-subjetivismo, entre los
italianos el término podría haber sido utilizado para designarse a ellos
mismos como los nuevos liberales.
Diera la impresión de que en este caso
la necesidad de desmarcarse del tradicional anticlericalismo del
liberalismo clásico en el continente europeo hubiera sido un aliciente
muy importante para la adopción del término. Esto podría haber sido
igualmente importante para otros grupos de liberales católicos en otros
lugares del mundo. De hecho algunos españoles adoptaron el término
rápidamente, como vimos en el caso de Trías Fargas.
Se hace difícil aventurarlo, pero creo
que es posible sostener que la rápida difusión del término en
Latinoamérica podría provenir precisamente del hecho de que en nuestra
historia las relaciones del liberalismo en general con la Iglesia
estuvieron marcadas siempre por el conflicto y la agresividad.
Con algunas excepciones, los liberales
del siglo XIX en nuestro continente estuvieron fuertemente influenciados
por el anticlericalismo continental europeo. Desde las guerras de
independencia, en que la influencia de las logias masónicas fue esencial
para el rompimiento de las elites con España, hasta el establecimiento
de las repúblicas independientes esta relación conflictiva estuvo
presente.
3.0 Los Conceptos
Hasta aquí el “neoliberalismo” ha
evocado cinco conceptos: el liberalismo después de la teoría subjetiva
del valor, el pseudo liberalismo o socialismo encubierto, una nueva
escuela liberal, el liberalismo despojado de anticlericalismo y una
estrategia de mercadeo político. Examinemos sucintamente cada uno de
ellos.
3.1. El “neoliberalismo” como liberalismo después de la teoría del valor
Hemos visto ya como von Mises utilizó el
término en este sentido, aunque también en otro perfectamente
antagónico. En este caso podría argumentarse sin mayores dificultades
que el concepto así utilizado corresponde con un hecho real de la mayor
importancia histórica y científica, pues el liberalismo experimenta a
partir del subjetivismo una transformación bastante importante que
cristaliza en la llamada revolución marginalista.
En ese sentido, el “neoliberalismo”
sería una etapa en el desarrollo del liberalismo como doctrina, carente
de todo sentido peyorativo y antes bien tratando de destacar alguna
contribuciones importantes en el mundo de las ideas.
Aunque como todo neologismo, su uso es
discrecional y hasta caprichoso al criterio de los autores, diera la
impresión de que éste es el sentido en que predominantemente se entiende
el término en los círculos académicos y universitarios.
3.2. El “neoliberalismo” como pseudo liberalismo
El propio von Mises introduce otra
acepción del término, como hemos visto en la sección precedente. En este
caso ya no se trata de una etapa en el desarrollo del concepto
liberalismo, sino de una perversión del mismo.
Al menos en el 22, von Mises pensaba que
existía un liberalismo nuevo a partir de las contribuciones de sus
maestros austríacos a la teoría económica, pero en el 27 ya parece
totalmente preocupado porque el nuevo liberalismo fuese en realidad un
Caballo de Troya socialista.
A partir de entonces ésa parece haber
sido la acepción predominante en el pensamiento misiano, pues en
Economic Freedom in the Present-Day World –un texto de 1957- dice que :
“The german ordo-liberalism is different
only in details from sozialpolitik of Schmoller and Wagner school.
After the episodes of Weimar radicalism and Nazisocialism, it is a
return in principle to the wohlfahrtstaat of Bismarck and Posadovsky” .
Luego, habida cuenta de las fechas
transcurridas entre la utilización del concepto “neoliberal” para
denotar una suerte de fase superior en el desarrollo del liberalismo y
la utilización ulterior del mismo para denunciar a los infiltrados en el
liberalismo, la literatura misiana parece haber sufrido una evolución
en el tiempo significativa. No obstante ello, la no utilización
explícita del término y sus referencias asistemáticas a los conceptos
opuestos de viejo-nuevo no permitieron una influencia decidida en el
tiempo de las ideas de Mises sobre el particular.
Resta, sin embargo, una consideración
adicional. Si Mises parece haber optado finalmente por denunciar las
desviaciones conceptuales de los nuevos liberales, ¿cómo así ha sido
posible que el término “neoliberal” haya terminado siendo utilizado para
asimilar a los que no lo son con quienes lo son y de esta forma
incurrir en una desgraciada confusión?. ¿De qué forma se produjo esta
perversión del lenguaje?.
Tales preguntas en realidad deberían
llevarnos a una más general. Los liberales parecemos no tener suerte con
nuestros términos. Con alguna frecuencia, para los tiempos históricos,
nos los roban. Ya pasó inclusive con la palabra liberalismo que en
muchos lugares significa exactamente lo contrario de lo que es. ¿Cómo no
habría de pasarnos con el “neoliberalismo”, mediante el cual se nos
quiere desacreditar atribuyéndosenos ideas que no profesamos, políticas
que no recomendamos y gobiernos a los que no pertenecemos?.
3.3. El “neoliberalismo” como una nueva escuela liberal
Aunque podría asimilarse perfectamente
con la acepción que define al liberalismo como aquello posterior a la
teoría subjetiva del valor, y aun con la idea de un liberalismo
despojado de tendencias anticlericales que veremos a continuación, ésta
es mi opinión una acepción autónoma.
La encuentro más bien ligada con la
llamada economía social de mercado que, como vimos habría contribuido a
la formación del término y, a no dudarlo, tuvo gran responsabilidad por
su amplia difusión.
Está claro que quienes se inscriben en
esa tendencia quieren ser distinguidos de otras corrientes liberales. No
vamos a disputar en esta oportunidad si eran o no liberales ellos
mismos. Al parecer, ellos creían que lo eran. Pueden existir diferentes
razones para enfatizar esa distinción. Habrá quienes piensen en la
necesidad de cambiar el término como una estrategia de mercadeo político
a efectos de tener una mejor inserción en una sociedad que, como la
alemana de posguerra, carecía de una idea clara de lo que era el
liberalismo y venía del fracaso consecutivo de Weimar y del Nazismo.
Pero también habrán quienes sinceramente piensen que la economía social
de mercado es una cosa completamente distinta del liberalismo clásico y
que, por ende, la separación resulta imperativa.
De hecho, no sólo entre los partidarios
de esta escuela cabía esta diferencia. En algún momento, el propio Mises
trató también de enfatizarla, además con el particular enojo que lo
caracteriza y la facilidad por el escarnio que le da brillo a su pluma.
La médula de la cuestión sin embargo
está en que para quienes profesan la economía social de mercado los
“neoliberales” son los otros; no ellos. Esa idea de exclusión les ha
servido claramente para mantener la cohesión en torno a sus doctrinas y
planes políticos. Si los “neoliberales” son los otros liberales, existe
una gran comodidad semántica para organizar un discurso político porque
en base a la sugerencia de exclusión, de ellos-nosotros, puede también
sugerirse implícitamente que nosotros somos los correctos y ellos no o
que nosotros somos los buenos y ellos no.
Entonces, mientras Mises entendió a los
nuevos liberales como los posteriores al subjetivismo o como los pseudo
liberales, la economía social de mercado ha definido a los
“neoliberales” como aquellos que les son distintos. No es una acepción
positiva, sino negativa del término.
Puede haber, pues, en esta definición negativa una fuente para la utilización contemporánea de la palabra en sentido peyorativo.
3.4 El “Neoliberalismo” como Liberalismo despojado de Anticlericalismo
Mientras en liberalismo anglosajón no
tuvo mayor rivalidad con la religión -antes bien, en algunos casos
estuvo fuertemente ligado a ella- el liberalismo continental europeo fue
generalmente un enemigo de ella, especialmente en el caso de la Iglesia
Católica.
En España, Francia, Italia y Alemania
hablar de liberalismo, durante el Siglo XIX era evocar un materialismo
racionalista totalmente incompatible con el catolicismo y claramente
enfrentado con el poder temporal de esa iglesia.
Mutatis mutandi, tal conflicto se
traslada a América Latina, donde en el Siglo XIX tenía predominantemente
ese carácter anticlerical propio del liberalismo continental y no del
anglosajón.
La influencia de la Ilustración y de la
Revolución Francesa hicieron que el desarrollo de las ideas liberales
viera como perteneciente al viejo régimen todo vestigio de religiosidad,
enfrentándose consiguientemente los liberales con los creyentes. De
alguna manera esto marcó el Siglo XIX latinoamericano, pues no se
exagera si se dice que esa centuria estuvo caracterizada por la guerra
civil entre liberales y conservadores.
En países de tradición católica,
entonces, el liberalismo ha sido frecuentemente asimilado con posiciones
anticlericales. En este contexto, el renacimiento liberal en tales
países, a efectos de convocar mayor atención pública y suscitar
resistencias menores por parte del clero y los creyentes, habría visto
con simpatía la introducción de un término que, como “neoliberalismo”,
permitía a quienes lo usaban distinguirse claramente del profundo
anticlericalismo de los liberales clásicos.
Así en Alemania, los católicos que se
agruparon en el Zentrum durante las entreguerras y posteriormente dieron
origen a los partidos cristiano-demócratas, así como sus congéneres
demócrata-cristianos italianos, pudieron haber visto en algún momento
con simpatía la utilización del neologismo para marcar una distancia con
la rivalidad histórica del liberalismo con sus particulares creencias
religiosas.
Ello le permitió a la Iglesia Católica
superar conflictos que, en tiempos de Pío IX hicieron que se calificara
al liberalismo como algo poco menos que diabólico.
3.5 El “Neoliberalismo” como estrategia de mercadeo político del Liberalismo
La noticia acerca del coloquio Lippman
nos sugiere poderosamente que el término en cuestión también podría
haber sido adoptado con estrictos propósitos de estrategia y táctica
políticas.
Generalmente la preocupación de los
liberales ha sido por el debate puramente académico, en el que
consideraciones de este tipo son francamente impertinentes. Pero cuando
se ha tratado de la acción política, los liberales se han visto en la
necesidad de discutir la terminología a utilizar a efectos de que
resulte compatible con la consecución de determinados objetivos
establecidos.
Luego, resulta perfectamente lógico que,
habida cuenta de la información ofrecida por Baudin acerca de la
importante reunión de liberales del 38, se considere la posibilidad de
que el término hubiese sido elaborado con la idea de reemplazar al viejo
término liberalismo y ofrecer así una serie de ventajas en materia de
comunicación social, sin tener que asumir el activo y el pasivo de la
vieja doctrina.
Salvando las distancias, recuerdo que
una cosa semejante me ocurrió con Hernando de Soto hace ya más de quince
años. Acabábamos de terminar El Otro Sendero, cuando me pidió que
eliminara completamente del texto la palabra liberal -que por supuesto
estaba por todas partes- y que la reemplazará por la palabra popular.
Así, la economía liberal vino a convertirse en la economía popular; la
sociedad liberal, en la sociedad popular; la filosofía liberal, en la
popular. Su explicación fue la de que en esos momentos no era compatible
con el buen mercadeo apelar al término, ya que podría generar
innecesariamente resistencias. Aunque no estuve de acuerdo, recuerdo que
de Soto, que presume de ser un gran vendedor, terminó imponiéndose.
Sea lo que de ello fuere, la evidencia
documental sugiere poderosamente la posibilidad de que algunos liberales
de gran importancia hubieran pensado que el “neoliberalismo” podría
haber sido un término idóneo para el debate político de sus tiempos. De
hecho más idóneo que los términos utilizados por entonces.
Lo curioso de esta estrategia es que
terminó convirtiéndose, con el pasar de los años, en una eficaz fórmula
de mercadeo contra la ideas de las libertad.
4.0 La Trampa Retórica
Hemos visto los orígenes probables del
término y los sentidos que se le han dado al mismo a través del tiempo
dentro de lo que podríamos denominar el liberalismo contemporáneo.
Sin embargo, el uso más notable y
perverso del término en nuestros tiempos no ocurre al interior del
liberalismo, sino fuera de él. En los lugares donde se lo utiliza, es la
prensa, los políticos y los rivales del liberalismo quienes han hecho
uso de él preferentemente, pero en sentido generalmente distinto de los
anteriormente mencionados.
En efecto, el “neoliberalismo” es
utilizado para caracterizar cualquier propuesta, política o gobierno
que, alejándose del socialismo más convencional, propenda al equilibrio
presupuestal, combata la inflación, privatice empresas estatales y, en
general, reduzca la intervención estatal en la economía.
Así, por ejemplo, en América Latina se
presenta como “neoliberales” a gobiernos tan disímiles como los de
Carlos Salinas de Gortari en México, Carlos Andrés Pérez en Venezuela,
Alberto Fujimori en el Perú, Fernando Henrique Cardoso en el Brasil o
Carlos Saúl Menem en la Argentina. Una cosa semejante ocurre en África,
Asia y Europa del Este.
Independientemente del juicio que pueda
merecernos cada política en particular y de la evaluación que merezca
cada gobierno en cuestión, está muy claro que el liberalismo es algo
mucho más complejo que la adopción de medidas gubernativas en
particular, máxime sin son incompletas y contradictorias. Aisladamente
un gobierno socialista puede tomar medidas liberales y un gobierno
liberal puede tomar medidas socialistas. Ejemplos hay muchos en la
historia. Desde los laboristas neozelandeses hasta los conservadores
británicos. Pero no hace a los socialistas liberales; ni a éstos,
aquéllos; máxime si la caracterización en el ámbito político no tiene el
rigor ni la seriedad del debate intelectual.
En Latinoamérica, si bien durante los
años noventa se regresó a la austeridad fiscal de los cincuenta, esto no
puede considerarse inherente y exclusivo del liberalismo económico. Si
bien se privatizó, se hizo con monopolios legales soslayando por
completo la importancia de la competencia en el desarrollo de los
mercados. Si bien se permitió la inversión extranjera, se hizo de forma
igual que la China comunista a quien ningún alucinado podría tildar de
liberal o neoliberal. En general aunque se daba la impresión de que se
reducía la intervención estatal, en términos de gasto público como
fracción del producto interno, o se mantenía igual o inclusive
aumentaba. Es el caso del Perú, mi país, donde hoy el tamaño del estado
es mayor que cuando empezaron las mal llamadas reformas “neoliberales”.
Paradójicamente, el viejo capitalismo mercantilista fue presentado como
si fuera un inexistente “neoliberalismo” por los enemigos de la
libertad.
¿Cómo se llegó a esta situación?.
¿Tuvimos los liberales alguna responsabilidad en ella?. ¿Fue producto
histórico del azar o consecuencia de alguna táctica deliberada?. ¿Cómo
ha sido posible que el “neoliberalismo” que fue entendido por los
liberales un desarrollo de su pensamiento o como una nueva escuela del
mismo haya pasado a convertirse en el habla cotidiana en un término para
asimilar a las ideas de la libertad algunos de sus más impresentables
enemigos?.
Es verdad que la autocrítica ha faltado
entre los liberales, porque en algunos casos han sido ellos mismos los
que se han involucrado innecesariamente con experiencias lamentables.
Llevados tal vez por la soledad política, los liberales en algunas
oportunidades han respaldado al primer gobierno que creyeron coincidía
con sus puntos de vista, sin advertir que la coincidencia era aparente y
que generalmente es mejor dejarse aconsejar por el paso del tiempo
antes de prestar atención a la primera aventura política que nos toque
la puerta.
A no dudarlo el proceso ha sido complejo
y parte de una perversión del lenguaje sobre la que es necesario
reflexionar. Muchas veces los liberales han despreciado los debates
terminológicos para atenerse prioritariamente a los hechos. Esta actitud
ciertamente les ha permitido contribuciones notables al desarrollo de
la ciencia económica, pero también los ha hecho víctimas de numerosas
estratagemas.
Hayek advirtió, por ello, contra la
perversión del lenguaje y denunció la existencia de lo que el llamaba
palabras-comadreja. Inspirado en un viejo mito nórdico que le atribuye a
la comadreja la capacidad de succionar el contenido de un huevo sin
quebrar su cáscara, Hayek sostuvo que existían palabras capaces de
succionar a otras por completo su significado.
El denunció entre otras a la palabra
social. Así explicó que esta palabra agregada a otra la convertía en su
contrario. Por ejemplo, la justicia social no es justicia; la democracia
social, no es democracia; el constitucionalismo social, no es
constitucionalismo; el estado social de derecho, no es estado de
derecho, etc. En el Perú se llegó, por ejemplo, en tiempos del general
Velasco Alvarado a plantear una singular innovación en la ciencias
jurídicas mediante la creación de la así llamada propiedad social, que
-por supuesto- no era propiedad alguna.
Mutatis Mutandi, el “neoliberalismo”
parece pertenecer a ese género de las palabras-comadreja. Sólo que en
una función diferente. Mientras que la palabra social le da sentido
contrario a la que se le agrega, la palabra “neoliberal” identifica con
esta doctrina a quienes no pertenecen a ella. Una invierte los sentidos,
la otra asimila a los distintos.
En realidad la contribución de Hayek
sobre este tema merece un desarrollo ulterior que, en mi concepto, no ha
tenido. Cuando denunció la existencia de una perversión del lenguaje
según la cual unas palabras (las comadrejas) eran capaces de alterar el
significado de otras, estaba en realidad sugiriendo explorar un tema de
capital importancia: la función de las palabras en el debate ideológico.
El estudio de las figuras del lenguaje o
tropos ha sido generalmente dejado a la retórica. Si la filosofía se ha
fijado en ellos es sólo en los fatigosos catálogos de falacias con que
los lógicos ilustran su quehacer. No obstante, Hayek al proponer el
concepto de palabra-comadreja en realidad lo que hizo fue explorar las
función de los tropos en el debate ideológico e invitarnos a dar un paso
adelante y entender que las ideas no sólo deben explicarse o refutarse a
partir de su logicidad sino por también su función retórica.
Lo que sucede es que los liberales han
confundido, a pesar de la sugestión de Hayek, los planos del discurso.
Una cosa es el discurso científico gobernado por la lógica, por el
principio de no contradicción y por sus reglas propias. Otra cosa
completamente distinta es el discurso ideológico, donde las reglas son
las de las retórica y donde, por ende, hay que atenerse a principios
distintos. Pretender incursionar en el debate ideológico con
instrumentos propios del discurso científico ha concedido ventajas
incontables a nuestros enemigos, que se han servido con diligencia de
los viejos principios retóricos, conocidos a la perfección en el
pensamiento occidental desde los griegos, pero lamentablemente olvidados
por los defensores de las ideas de la libertad.
La función retórica tiene por propósito
la utilización de recursos lingüísticos dirigidos, precisamente, a
alterar la comunicación de cómo simplemente hubiese ocurrido. Puede
mejorar la expresión, agudizar la elocuencia, aclarar las ideas, pero
puede también confundirlas, pervertir los conceptos y alterar el sentido
del debate. No obstante, su uso es perfectamente legítimo en el debate
ideológico. Diría inclusive que consustancial a él.
No podemos, pues, quejarnos porque se
utilicen figuras retóricas en el debate ideológico. Lo absurdo sería que
no se utilizasen. Lo que tenemos que hacer es prestarles atención.
Estudiarlas y recurrir al vasto conocimiento acumulado que se tiene de
esa metodología de comunicación.
Entonces, es posible pensar en el
estudio de las palabras-comadreja -el “neoliberalismo” una de ellas-
como una rama de la retórica en el debate ideológico y recurrir a sus
métodos de estudio para tratar de esclarecer el proceso por el cual al
término se le ha dado un sentido adverso al que aparentemente debería
haber tenido.
El desprecio por el debate terminológico
ha tenido en el pasado un alto costo, pues nuestros enemigos se
dedicaron a pervertir nuestros términos sin mayor resistencia de nuestra
parte. Pasó con la propia palabra liberal, que terminó teniendo en el
mundo anglosajón un sentido opuesto al de su tradición histórica. Nos
pasa ahora en Latinoamérica y en otros países subdesarrollados con el
término “neoliberal”, por el que se busca asemejar a nuestras propuestas
aventuras políticas desgraciadas, propuestas absurdas, corrupción
extendida o la pura frivolidad.
La retórica puede servirnos para
encontrar algunos elementos de juicio útiles para profundizar en este
debate. En el caso de la palabra social lo que parece haber sucedido es
que se produce una antífrasis, que es una figura del lenguaje o tropo
que invierte el sentido de la palabra a la que se agrega, sólo que en
este caso la sustracción del sentido está desprovista de la ironía que
comúnmente los textos de lingüística le atribuyen a la figura aludida.
La asimilación con la antífrasis,
empero, podría producirse completamente si aceptáramos que finalmente no
puede haber más que sentido del humor en llamarle justicia social a lo
que no es justicia o democracia social a lo que no es democracia.
Quienes suelen utilizar ordinariamente los términos parecen bastante
solemnes cuando lo hacen y lucen desprovistos de todo sentido del humor,
pero creo que sería perfectamente aceptable plantear que el uso de la
palabra social puede ser, retóricamente, una tomadura de pelo a oyentes
inadvertidos.
En el caso del “neoliberalismo” yo me
atrevería a sostener que hay una sinécdoque. Este es un tropo
consistente en extender o restringir el significado de una palabra
tomando la parte por el todo, o al todo por la parte, o la materia con
que está hecha la cosa con la cosa misma.
Son ejemplos clásicos en retórica,
hablar de vela en lugar de barco (parte por todo); mortales por hombres
(todo por parte); o acero por espada (materia por cosa).
En el caso del “neoliberalismo”, lo que
sucede es que se quiere asimilar con el liberalismo algunas políticas o
ideas en particular que aisladamente podrían ser compatibles con él,
pero también con cualquier otra cosa, sugiriendo una identidad
inexistente. Se trataría entonces de lo que en teoría se denomina una
sinécdoque particularizante: se quiere presentar partes del liberalismo
como si fuera el todo.
Desde el punto de vista lógico, estas
figuras retóricas son consideradas falacias. Pero sucede que el debate
político la verdad no resulta de un razonamiento lógico, en el sentido
de una inferencia deductiva, sino de un procedimiento dialéctico, en el
sentido socrático del término. La verdad política no es, pues, deductiva
ni lógica, sino expositiva y retórica. Tiene la razón quien mejor la
expone. Así Lausberg considera que todo tropo “es un cambio en la
significación, pero un cambio cum virtute, por tanto no es ya un vitium
de impropietas”.
Este uso sinecdóquico del término
“neoliberalismo” es el que se encuentra implícito en el lenguaje
corriente y que produce la perversión en el lenguaje que se me ha
encargado analizar. A través de él nos han arrebatado el concepto
inspirado en algún extremo por Mises, desarrollado colectivamente por un
paradójico conciliábulo de individualistas, adornado por los severos
creadores de la economía social de mercado y sabe Dios difundido
consciente o inconscientemente por cuántos de nosotros aquí presentes.
Propongo pues, inspirado en la retórica
clásica, una nueva disciplina: la comadrejología, consistente en
estudiar cómo las figuras del lenguaje o tropos son utilizadas en el
debate ideológico para alterar el significado de las palabras con
propósitos deliberados.
5.0 Conclusión
El sentido predominante que se le
atribuye al término “neoliberalismo” es consecuencia de que los enemigos
de la libertad han utilizado esa palabra como una sinécdoque, como
anteriormente otros hicieron con la palabra social a la que convirtieron
en una antífrasis. Y otros, antes aún, con la palabra liberal, a la que
le pasó lo mismo.
De esta manera, a través de la retórica y
sus mecanismos, los liberales perdemos en el debate político lo que
ganamos en el campo de las contribuciones científicas. Probablemente
haya muy pocas doctrinas que, como el liberalismo, hayan perdido tantos
términos a manos de sus enemigos en el debate político.
Debemos por ello empezar a estudiar este
campo a fin de librar también ahí una batalla más entre las muchas que
la vigilancia permanente de la libertad nos exige.
En la precursora sugestión de las
palabras-comadreja, Hayek estaba en realidad invitándonos a ir más allá y
explorar este terreno ignorado y, tal vez, menospreciado.
Muchas veces creemos que para triunfar
en la lucha por la libertad basta con la abrumadora evidencia de los
hechos. No obstante, ellos son insuficientes para causar la convicción
necesaria en el debate ideológico. Como decía von Mises: ”facts per se
can neither prove nor refute anything. Everything is decided by the
interpretation and explanation of the facts, by the ideas and theories”.
Despojar al liberalismo de una cierta
arrogancia intelectual resulta, así imprescindible. Con ejemplos como lo
sucedido con el término “neoliberalismo” debería bastarnos para
entenderlo, porque aunque “words are signals for ideas, not ideas”, como
quería Spencer . Perder nuestros términos por una mayor habilidad de
nuestros oponentes se presenta como un error muy lamentable que amenaza
periódicamente nuestra identidad.
Ser liberal no significa lo mismo en
todos los países. Algunos de nuestros conceptos más preciados, como
justicia, estado de derecho o propiedad, han sido tergiversados por
adjetivos semánticamente predatorios. Y, en el colmo de la paradoja,
quieren nuestra enemigos asociarnos con ideas, políticas o gobiernos que
nos resultan ajenos. Todo ello es de por sí un precio muy alto a pagar
por no haber advertido la importancia de este debate y el daño que
pueden causar las palabras cuando son retóricamente manejadas. ”Figura
est vitium cum ratione factum”.
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