Wednesday, June 22, 2016

El hombre que salvó a Colombia

El hombre que salvó a Colombia

Por Mary Anastasia O'Grady
The Wall Street Journal
Bogotá. - Todavía no son ni las 7:30 de la mañana de un sábado cuando la todo terreno en el que voy se aproxima al Comando Aéreo de Transporte Militar (CATAM) en el sur de la capital. Un avión de transporte gris Lockheed C-130 avanza pesadamente por una pista, se eleva y gana altitud lentamente. En la garita de entrada a las instalaciones, un pastor alemán adiestrado para detectar explosivos permanece en posición de firme mientras mi conductor espera permiso para entrar.
En poco más de dos meses, el presidente colombiano Álvaro Uribe volverá a la vida civil después de ocho años al frente del país. He venido para hablar con él sobre lo que aprendió durante su histórico mandato y la dirección a la que cree se encamina Colombia. Su oficina me pidió que me reuniera aquí con Uribe, y sospecho cuál es la razón detrás de la cita este día y en este lugar: después de nuestra reunión subirá al avión presidencial y viajará, como es habitual varias veces a la semana, a alguna localidad fuera de la capital donde tomará el pulso de la nación y saludará y estrechará una multitud de manos. Uribe es un populista conservador, y el contacto con los ciudadanos es su especialidad.


Cuando Uribe asumió la presidencia en 2002, Colombia estaba sumida en la violencia de la guerrilla y los paramilitares. La clase política parecía no encontrar soluciones. El país vivía una situación que bien podría haber dado lugar a una dictadura, como ocurrió en Argentina en 1976.
En la actualidad, Colombia es la democracia más antigua de América Latina, y en la mayoría del país —si bien no en toda la nación— reina una extraordinaria paz. La tasa de homicidios cayó 45% entre 2002-2009, y los secuestros bajaron 90% durante el mismo período, según el Ministerio de Defensa colombiano.
Esta situación se debe, en opinión de la mayoría de los colombianos, a las políticas el presidente. Una encuesta publicada en el diario El Tiempo en diciembre mostró que el 83% de los ciudadanos pensaba que Uribe debería tener la oportunidad de presentarse a un tercer mandato (la Corte Suprema rechazó un intento del Congreso para celebrar un referéndum que eliminase el límite actual), el 68% tenía una imagen favorable de Uribe, y el 73% aprobaba su gestión. Es difícil encontrar a otro político que deje el cargo con niveles de popularidad tan elevados.
Cuando me saluda en su oficina, su tono es pesimista. En pocos minutos sé porqué. "Esta mañana estoy muy triste", me dice tras finalizar una conversación telefónica con uno de sus generales, "porque me acabo de enterar de dos casos de secuestro, uno en [el departamento] de Antioquia y otro en[el departamento] de Santander". Éstas son "regiones donde considerábamos derrotados a los secuestradores".
En cierta forma, este es el lugar ideal para comenzar la entrevista. La seguridad ha sido la prioridad número uno del presidente.
Cuando le pregunto por qué, Uribe no menciona a su padre, asesinado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en 1983. En su lugar, habla de la prolongada historia de la violencia colombiana. "Este año es el bicentenario de nuestra independencia y durante estos 200 años, este país sólo ha vivido 46 ó 47 años de paz relativa".
Además, señala, desde la década de los años 40 "no ha habido un único día de paz total". Sus comentarios traen recuerdos de las numerosas guerras civiles del siglo XIX, la sangrienta "Época de la Violencia" entre los liberales y los conservadores de la década de 1950, y especialmente la larga lucha con la guerrilla izquierdista de las FARC, apoyadas por Cuba desde hace más de medio siglo.
Este derramamiento de sangre le ha costado al país vidas y riqueza. "La falta de paz, la falta de seguridad" es, según Uribe, lo que mejor explica la "pobreza, desempleo, miseria y desigualdad" en Colombia. Esta amarga realidad le llevó a manejar su campaña bajo la "promesa" de cimentar la confianza "sobre tres pilares: seguridad, fomento de la inversión y cohesión social".
El gobierno de Uribe ha tenido cierto éxito en atraer inversión, y la tasa de pobreza ha caído al 46% —una cifra aún extremadamente alta— frente al 54% en 2002. El desempleo urbano era en aquel entonces del 19% y ahora se ubica en el 12,3%. Pero Uribe se ha labrado su reputación con la seguridad.
¿Cómo lo logró? "Para lograr la seguridad se necesitan más soldados, se necesitan más policías, se necesitan más vehículos, se necesitan más aviones, se necesitan más armas, se necesitan más comunicaciones". Uribe continuó con la letanía: "Se necesitan personas, se necesitan servicios de inteligencia, se necesitan equipos, se necesita logística. Pero lo que más se necesita es determinación", articulando lentamente esta última palabra. "Se puede estar convencido pero si no hay determinación —y la determinación significa la voluntad— y la participación…".
¿Y el sacrificio?, añadió. "No hablo de sacrificio porque éste es mi deber", responde. "Pero participación, dedicación, a todas horas. No basta con dar órdenes a las fuerzas armadas, hay que hacer seguimiento. Hay que ir con ellos a las regiones, a cada lugar del país". Si quiere entender porqué las FARC y sus partidarios de izquierdas odian a Uribe, ésta es la clave: el presidente se despierta cada día con la intención de ganar esta guerra.
¿Cuán cerca se encuentra el país de la victoria? Uribe se mantiene en silencio un buen rato. "Hemos mejorado, pero nuestra mejora aún no es irreversible. Los grupos terroristas tienen expectativas para el nuevo gobierno". Si el nuevo gobierno "no es lo suficientemente fuerte para combatirlos, y si continúan encontrando refugio en otros países", seguirán manteniendo las esperanzas de "volver a Colombia y fortalecer su capacidad para matar a nuestra gente".
Se rumorea que el presidente dedica la mitad de cada viernes a llamar a sus comandantes de batallón de todo el país. ¿Es cierto? "No exactamente", me corrige, y comienza a explicarme cómo sus reuniones semanales del Consejo de Seguridad se dividen en dos partes.
Una parte es un micrófono abierto para que cualquier colombiano pueda mostrar sus quejas. Uribe dice que, inicialmente, la gente se mostraba reservada usando esta vía, si bien ahora son muy "francos", y su participación es útil. El segundo segmento es con funcionarios del gobierno y miembros de las fuerzas armadas. "Mi seguimiento con los batallones no es el viernes, es todos los días. Depende mucho más de las circunstancias", dice. "Cuando recibo el reporte matutino sobre seguridad, llamo a los batallones en las regiones donde hay problemas".
Uribe ha rescatado la democracia en una parte del mundo donde la criminalidad está en aumento. Me pregunto en voz alta su impresión sobre Sudamérica. "Cuando se repasan las guerras en Centroamérica u otras guerras en América Latina, uno ve que había dictadores y había insurgentes". Pero en Colombia, dice, los dos lados son "la democracia y el narcotráfico".
Ésta es la razón por la que Uribe considera que en Colombia no hay guerra civil, sino más bien una lucha contra "terroristas patrocinados por el narcotráfico". El presidente añadió que le preocupan en especial "los países que, teniendo el problema, no reconocen el problema, lo ignoran, y no lo combaten". Si bien Uribe no da nombres, inmediatamente pienso en Venezuela.
Esto me recuerda a las ambiciones de Hugo Chávez para convertir toda Sudamérica en una utopía colectivista bajo el estandarte de su revolución bolivariana. Ecuador y Bolivia ya se han apuntado. Ellos llaman a su ideología "socialismo del siglo XXI", y le pregunto si cree que es una amenaza para la región. El mandatario elige las palabras con cuidado: "Si significa la eliminación gradual de la democracia, entonces sí es una amenaza. Si significa la gradual eliminación de la independencia de las instituciones, entonces sí es una amenaza. Si significa la gradual eliminación de la iniciativa privada, entonces es una amenaza".
Su queja real con el socialismo es completamente práctica. En relación al "viejo modelo socialista", dice que "aportó más problemas que soluciones". El tema principal fue la forma en que destruyó "la iniciativa privada, haciendo perezosa a la gente y eliminando la creatividad".
Algunos analistas dicen que fue la creatividad y el esmero de los colombianos lo que convirtió a este país en el centro del negocio de la cocaína. Como una persona que ha sido testigo de tanta adversidad debido a la plaga del narcotráfico ¿cuál es su opinión sobre la guerra contra las drogas?
Hace muchos años, dice Uribe, la gente pensaba que Colombia no sería ni un país productor ni consumidor, y que seguiría siendo un punto de tránsito para los narcotraficantes. Sin embargo, afirma, "Colombia comenzó a producir y en la actualidad tenemos más de 300.000 adictos. Por lo tanto, ya no podemos dividir nuestro mundo en países industrializados consumidores y países sureños productores".
¿Nos dice eso algo sobre la ineficacia de la guerra contra las drogas como forma de reducir la demanda? Uribe percibe hacia dónde me encamino con este argumento contra la actual política estadounidense de prohibición e intercepción y se apresura a pararme. "Mucha gente ha mencionado la necesidad de legalizar el negocio como forma de reducir la criminalidad". Pero Uribe sostiene que el consumo en "dosis personales" lleva despenalizado 15 años en Colombia y la criminalidad ha empeorado. El presidente se muestra orgulloso de que su gobierno esté abogando por un proyecto, en la actualidad en el Congreso, para penalizar el consumo de drogas incluso en dosis pequeñas para uso personal.
¿No es cierto que la criminalidad se mantuvo porque, mientras el lado de la oferta seguía siendo ilegal, el dinero procedente del consumo de drogas seguía yendo a los traficantes? Aquí encontramos puntos de acuerdo. "Lo que averiguamos es que es bastante difícil tener éxito en combatir la producción y el tráfico cuando se legaliza el consumo".
Pero continúa defendiendo la guerra contra la oferta, explicando cómo el cultivo de coca es ahora la mitad de lo que sería si no hubiera liderado una campaña de erradicación. Uribe dice que su éxito demuestra que "es posible ganar esta guerra". El presidente coincide conmigo en que el cultivo se podría haber trasladado a otros países, si bien es la razón por la que, afirma, "esto necesita ser una batalla internacional, en la que todos los gobiernos estén comprometidos".
Tanta conversación sobre consumo de drogas me recuerda a Estados Unidos. Cambio de tema. La administración Obama y los legisladores demócratas del Congreso han bloqueado una de las iniciativas más importantes de Uribe —el tratado bilateral de libre comercio— y le pregunto sobre su relación con Washington estos días. Uribe comienza su respuesta subrayando la importancia de la alianza para ambas partes. Estados Unidos, afirma, necesita un fuerte aliado en la región. Y para Colombia, que necesita "apoyo práctico" contra el narcotráfico, la ayuda estadounidense es crucial.
Sin embargo, tras alabar al gran amigo de su país, Uribe no puede ocultar su decepción sobre el trato recibido por Colombia sobre el comercio: "Evidentemente, no puedo entender el retraso del Congreso estadounidense para ratificar nuestro tratado de libre comercio", dice, mirando por encima de mi hombro hacia la pista. Y deja en este punto la conversación sobre este tema.
En cuanto a si es optimista sobre el futuro de Colombia, responde: "Por supuesto. Tengo que serlo". Pero su respuesta viene con un condición: los colombianos deben acordarse dónde se encontraba el país hace ocho años. "Estamos mejor", pero "este país sólo ha tenido 47 años de paz en 200 años de vida independiente". La nueva generación sólo prosperará, advierte, si se consolida la paz. Con este objetivo, se dirige a Florencia, una ciudad de 150.000 personas, para llevar su mensaje en persona, tal y como lo ha hecho en los últimos ocho años.

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