El gobierno de Kuczynski
Por Álvaro Vargas Llosa
Existe en el Perú casi un consenso
acerca de las horcas caudinas que enfrentará Pedro Pablo Kuczynski para
gobernar. El hecho de tener una bancada de sólo 18 congresistas, de
haber ganado los comicios con un alud de votos prestados por el
antifujimorismo y de estar atrapado entre Escila (un fujimorismo con
sangre en el ojo y mayoría parlamentaria) y Caribdis (una izquierda que
le ha anunciado oposición frontal) harán de él un presidente frágil,
inoperante.
No estoy tan seguro. Y no me
refiero a sus atributos -experiencia política, capacidad de negociación-
sino a que sus adversarios lo necesitan a él tanto o más que él a
ellos, y a que tanto la Constitución como el nuevo Perú, el de las
instituciones desbordadas por una sociedad bullente que no cree en
ellas, le ofrecen ricas posibilidades para afirmar su Presidencia.
Aprovecharlas, es algo que dependerá de la sagacidad de su gobierno.
Empiezo por la izquierda, que en estos
comicios jugó un papel determinante. Lo jugó en la primera vuelta,
cuando el Frente Amplio de Verónika Mendoza fue capaz de dotarla de una
fuerza electoral que había perdido hace mucho tiempo, además de cierta
estructura. Tal vez ella hubiera pasado a la segunda vuelta si no fuera
porque un líder radical de izquierda que está preso, Gregorio Santos,
asociado en el imaginario político a su militancia contra el proyecto
Minas Conga en Cajamarca, donde fue gobernador, obtuvo un sorprendente
4% y le restó los votos. Su contribución a la victoria de PPK resultó
importante: su respaldo de último momento ayudó a reducir
significativamente el voto en blanco o nulo en el sur del país, bastión
de la izquierda.
Desde que perdió su personería
política, la izquierda peruana ha sido tres cosas: una elite académica e
intelectual, un conjunto de activistas con capacidad de movilización y
un componente, en los momentos clave, del antifujimorismo. Pero ahora es
otra cosa más importante: una opción real de gobierno, como en un
momento dado pasó a serlo el Frente Amplio uruguayo o el Partido de los
Trabajadores brasileño. Y aquí, creo, está la razón por la cual
Verónika, una de las figuras más interesantes que ha producido la
mediocre política peruana, no puede conducirse frente a Kuczynski de un
modo desproporcionadamente agresivo e irresponsable. Porque, si
es verdad que PPK navega entre la Escila del fujimorismo y el Caribdis
del Frente Amplio, no lo es menos que ella también navega entre dos
monstruos marinos: de un lado, el riesgo de que Santos, por ahora un
fenómeno muy focalizado en la norteña Cajamarca, crezca a su costa en el
sur peruano si hace demasiadas concesiones a la “derecha limeña” y, del
otro, el riesgo de que, si no logra transmitir a las clases medias
emergentes algo más que radicalismo anticapitalista, acabe confinada en
una condición de activista, sin capacidad para ganar elecciones.
Ella podría estar tentada de planear
guerra a PPK para obligarlo a recostarse cada vez más en el fujimorismo y
provocar así el desgaste de esta fuerza, su rival en el futuro. Pero es
harto difícil suponer que el fujimorismo caerá fácilmente en esa
trampa: el populismo está en su ADN no menos que en el ADN de una parte
importante de la izquierda. Su radicalización, por lo demás, convendría
especialmente al fujimorismo, visto por un sector amplio de votantes
como una garantía contra la llegada de “los rojos” al poder. Esto es
evidente en el norte, el bastión actual del fujimorismo, donde el
fenómeno social más importante del Perú de las últimas décadas, el
surgimiento de una nueva clase media, ha coincidido con el afianzamiento
de los herederos de Fujimori en dicha zona.
Con prescindencia del efecto que su
radicalización tendría o no en el fujimorismo, lo que es seguro es que
le enajenaría a Verónika un gran número de votantes potenciales del Perú
emergente. Sin ellos, sin una parte de ellos, no hay manera de que el
Frente Amplio sea gobierno. Es cierto: siempre estará Santos a la
izquierda de la izquierda para hacer de “coco” en la política peruana.
Pero evitar que Santos le robe votos de protesta no puede ser el
objetivo prioritario de una líder que aspira a gobernar el país. Su
empeño debe estar en compaginar la sed de cambio de un electorado que
siente ajeno el “modelo”, porque no le ofrece las mismas posibilidades
que a otros con la vocación de la nueva clase media por los servicios de
calidad y la infraestructura que el Estado peruano ha sido incapaz de
darle.
Esto pasa por elegir con cuidado las
batallas que deberá dar frente al gobierno de PPK. La percepción de que
se opone a toda iniciativa, de que obstruye todo proyecto, le haría un
daño político irreparable. Más daño del que le haría ser acusada por
Santos de no actuar con suficiente contundencia. La izquierda tiene la
gran oportunidad de transitar de la infancia a la madurez ideológica y
en eso PPK puede ser su aliado inesperado, sin que haya necesidad alguna
de pactos, cogobiernos o debilidad opositora. Se puede ser una
oposición tenaz sin ser gratuitamente destructiva. Habrá momentos,
además, en que la necesidad política haga revivir la coalición
antifujimorista y la izquierda debe, explícita o implícitamente,
proteger a PPK. Ocurrirá si el fujimorismo pretende, desde su mayoría
parlamentaria, imponer al presidente y al país iniciativas moralmente
aberrantes.
Lo cual nos lleva al fujimorismo.
También ellos, que son la primera fuerza, tienen dilemas existenciales.
El primero: ¿Optar por la línea dura, cercana a Fujimori padre, de la
que el hermano de Keiko es expresión reconocible, o profundizar el
proceso de institucionalización del partido que Keiko inició con
relativo éxito pero -todavía- demasiado bagaje histórico? Claro,
es difícil que una Fujimori “desfujimorice” a su partido; pero puede
avanzar en esa línea. Una forma de hacerlo es evitar convertir a la
bancada parlamentaria en un brulote orientado a incendiar al gobierno de
Kuczynski. Dicho esto, surge la pregunta: una excesiva contemporización
con el gobierno por parte de Keiko y su gente, ¿provocaría el
fortalecimiento de la línea dura?
No importa tanto la respuesta a estas
preguntas como lo que el solo hecho de que estén planteadas supone para
PPK: la oportunidad de aprovechar el mar de fondo que agita al
fujimorismo para negociar en determinados momentos cosas importantes. La
primera, después de aprobado el gabinete ministerial, será,
presumiblemente, el otorgamiento de facultades legislativas. Si la
bancada fujimorista se opone desde el comienzo a cualquier gesto en
favor de la gobernabilidad, el costo político será muy grande. De un
tiempo a esta parte, el Congreso, una de las instituciones más
desprestigiadas, se ha convertido en una trituradora política. El
conocimiento generalizado de que el fujimorismo controla el Congreso
supone un desgaste potencial que podría operar como factor atenuante de
la hostilidad de los fujimoristas.
Para no hablar del escenario más
extremo: si el fujimorismo tumba varios gabinetes, la Constitución
(artículos 133 y 134) pone en manos de PPK la posibilidad de disolver el
Congreso y convocar a elecciones legislativas. El partido al que menos
conviene provocar escenarios de esta naturaleza es al que todos asocian
con la disolución violenta del que había en 1992.
Por último, les pasa igual que a
Verónika Mendoza (independientemente de si en el futuro sigue siendo
Keiko la que gobierna ese partido o su hermano le da un golpe interno). A
diferencia de PPK, que está emprendiendo “el último trabajo” de su
vida, según él, pues luego se retirará a su casa de Cieneguilla a leer y
escribir, el fujimorismo pretende ser gobierno. Tantas derrotas
consecutivas deberían indicarle que la única forma de disminuir el
antifujimorismo es comportarse de un modo que no haga recordar, cada
día, la experiencia de los años 90.
En cuanto a las prioridades de
PPK, no hay misterios. El país tiene hoy una inseguridad comparable a la
de otros países de la región. Responder a este reto con efectividad
mediante una reforma integral de la policía y una revolución
tecnológica, será determinante para el éxito o fracaso del nuevo
gobierno.
El segundo asunto pendiente es retomar
el crecimiento. Es cierto: gracias a algunas minas que han entrado en
producción (Las Bambas, Constancia), que se han ampliado (Cerro Verde) o
han sido recuperadas (Antamina), el PIB ha crecido algo más de lo que
se pronosticaba, superando el 3%. Pero esa producción en algunos casos
se agotará pronto y la inversión ha caído por tercer año consecutivo, lo
que augura vacas flacas: el consumo no puede por sí solo sostener por
mucho tiempo el crecimiento. Aquí PPK, buen conocedor de la materia y
hombre que despierta confianza, debería tener menos dificultades que en
el tema de la seguridad. A menos que la agitación social se desborde.
Será interesante comprobar si puede
llevar a la práctica su propuesta más audaz (además de la eliminación de
trabas): la reducción del IGV, especie de IVA peruano, en tres puntos,
sobre todo ahora que hay déficit fiscal. Esa y otras medidas tendientes a
facilitar la formalización de la economía y la multiplicación de las
inversiones enfrentarán seria oposición.
El tercer asunto urgente es el
institucional: aunque el desarrollo de las instituciones no es tema de
un gobierno, sino de una evolución compleja y sutil, el deterioro ha
alcanzado un nivel que pone en serio riesgo todo lo avanzado desde la
recuperación de la democracia y el cambio de modelo económico. La ruina
del sistema jurisdiccional, por ejemplo, exige cambios que ayuden a
devolver un mínimo de confianza a la población. PPK, como otros actores
políticos, lo tiene claro. Pero actuar allí implicará hacer frente a
intereses enrocados.
Por último, PPK, que tiene una ONG
dedicada al agua y lleva años hablando de servicios, encara un desafío
social. En el Perú, como en otras partes, lo “social” suele implicar
asistencialismo. Nadie, ni siquiera PPK (más exacto sería decir:
sobre todo PPK) puede hoy disminuir los programas sociales, que han
crecido. Mantenerlos, incluso aumentarlos, es una forma de protegerse
políticamente contra la acusación de ser un “neoliberal” desalmado. Pero
PPK sabe bien que esos programas alivian temporalmente la situación de
quienes los reciben, pero no desarrollan a un país. Por eso, lo
“social” en su caso significa sobre todo educación, salud e
infraestructura. En lo primero ha habido algún avance durante este
gobierno, pero lo demás sigue desnortado. Aquí tendrá PPK que poner
mucho esfuerzo sabiendo que los frutos se verán en otros gobiernos. Y
sabe otra cosa: que la resistencia al cambio por parte de los intereses
creados es implacable. Lo es aun más cuando, como s el caso de
Kuczynski, no se tiene una base social y política importante.
Gran parte del país respira
aliviado por haberse librado de un gobierno que iba a ser una fuente de
desunión y trauma moral. Ahora PPK debe demostrar que todos esos votos
prestados apostaron bien.
No comments:
Post a Comment