El fiasco del dinero fiduciario
I.El régimen actual de papel moneda o dinero “fiduciario” es un esquema económica y socialmente destructivo con consecuencias económicas y sociales de largo alcance y seriamente dañinas, efectos que se extienden más allá de lo que la mayoría de la gente imaginaría.
El dinero fiduciario es inflacionista; beneficia a unos pocos a costa de muchos otros; causa ciclos de auge y declive; lleva al sobreendeudamiento; corrompe la moral de la sociedad y acabará con una depresión a gran escala.
Sin embargo, todas estas ideas que han sido expuestas por los investigadores de la Escuela Austriaca de economía desde hace años, apenas desempeñan ningún papel entre los trabajos de los economistas ortodoxos, bancos centrales, políticos o burócratas a la hora de identificar la causa raíz de la actual crisis financiera y económica y, ante este telón de fondo, de formular los remedios apropiados.
Esto no debería sin embargo ser ninguna sorpresa. Pues el propósito (intencionado o no) de los políticos y sus influyentes “expertos” (que sirven como creadores de opinión) es mantener el régimen de dinero fiduciario, cueste lo que cueste.
II.
El régimen de dinero fiduciario esencialmente se basa en la banca central (lo que significa que un banco central patrocinado por el gobierno tiene el monopolio de la fabricación de dinero) y en la banca de reserva fraccionaria, que implica que los bancos emiten dinero creado de la nada.
En The Mystery of Banking, Murray N. Rothbard descubre el régimen de dinero fiduciario (con banca central y banca de reserve fraccionaria) como forma de engaño, un plan de latrocinio.[1]
La conclusión de Rothbard podría necesitar alguna explicación, dado que los economistas ortodoxos consideran el concepto de dinero fiduciario como una institución económica y políticamente deseable, aceptable y actual.
Una comprensión de la naturaleza y consecuencias de un régimen de dinero fiduciario debe empezar con una apreciación de lo que realmente es el dinero y qué hace en una economía de intercambio monetario.
El dinero es el medio de intercambio universalmente aceptado. Ludwig von Mises destacaba que el dinero solo tiene una función: la función de medio de intercambio; todas las demás funciones típicamente atribuidas al dinero son simplemente subfunciones de la función de intercambio del dinero.[2]
Siendo el dinero el medio de intercambio, un aumento en la existencia de dinero no confiere un beneficio social, ni puede hacerlo. Todo lo que hace es reducir, necesariamente, el poder adquisitivo de una unidad monetaria, en comparación con una situación en la que las existencias monetarias no hubieran cambiado.
Es más, un aumento en la existencia de dinero nunca puede ser “neutral”. Necesariamente beneficia a los primeros receptores del nuevo dinero a costa de los últimos receptores o aquellos que no reciban nada de las nuevas existencias monetarias, una idea conocida como el “efecto Cantillon”.
Como un aumento en la existencia de dinero beneficia más al productor del dinero (ya que obtiene primero el dinero recién creado), a cualquier persona racional le gustaría estar entre los productores de dinero o, aún mejor, ser el único productor de dinero.
Quienes estén dispuestos a faltar al respeto a los principios del libre mercado (es decir, al respeto incondicional de la propiedad privada) querrán obtener el control total sobre la producción de dinero (es decir, tener el monopolio de la producción del dinero).
Una vez se ha hecho creer a la gente que el estado (el monopolista territorial que toma en última instancia las decisiones con el derecho afijar impuestos) es un agente bienintencionado e indispensable, la producción de dinero será monopolizada antes o después por el estado.
El proceso (que hay que reconocer que es bastante largo) a través del cual el gobierno obtiene el monopolio de la producción del dinero se ha explicado teóricamente por Rothbard en ¿Qué ha hecho el gobierno de nuestro dinero?[3]
Una vez obtenido el monopolio de la producción del dinero, el gobierno reemplazará el dinero material (en forma de, por ejemplo, oro y plata) con dinero fiduciario y empezará el régimen de falsificación legalizada.
Los bancos comerciales presionarán a favor de una banca de reserva fraccionaria, lo que significa que se les autorizaría legalmente a emitir nuevo dinero (medios fiduciarios) mediante extensión de crédito por el exceso de las reservas que obtienen de sus clientes. La banca de reserva fraccionaria es un plan de obtención de lucro bastante atractivo para los prestamistas y proporciona al gobierno crédito barato para financiar su apoyo financiero (muy) por encima de sus facturas fiscales normales.
El dinero fiduciario se inyectará mediante crédito de circulación bancaria: los bancos extienden crédito y emiten nuevos balances monetarios que no están respaldados por ahorros reales. Hablando económicamente, esto es peor que falsificar dinero.
El dinero fiduciario no solo es inflacionista, causando por tanto todo lo males económicos y sociales de erosionar el poder adquisitivo del dinero y llevar a redistribución de rentas y riqueza entre la gente relacionada con una falta de mercado libre; la expansión del crédito de circulación bancaria también rebaja artificialmente el tipo de interés del mercado por debajo del tipo que habría prevalecido si no se hubiera aumentado artificialmente la oferta de crédito y dinero fiduciario, haciendo así la financiación de la deuda inapropiadamente atractiva, especialmente para el gobierno.
Es la rebaja artificial del tipo de interés del mercado la que también induce un auge artificial, que lleva a un exceso de consumo y malas inversiones y que debe acabar finalmente en un declive. Mises lo explicaba sucintamente:
El auge no puede continuar indefinidamente. Hay dos alternativas. O bien los bancos continúan con la expansión del crédito sin restricciones y causan así aumentos de precios en constante aumento y una orgía siempre creciente de especulación que, como en todos los demás casos de inflación ilimitada, acaba en un “crack del auge” y en un colapso del sistema del dinero y el crédito. O bien los bancos se detienen antes de alcanzar este punto, renuncian voluntariamente a más expansión del crédito y producen así la crisis. La depresión se produce en ambos casos.[4]
III.
Un régimen de dinero fiduciario depende esencialmente de la demanda de dinero. Mientras la gente tenga voluntariamente dinero fiduciario (e igualmente bonos públicos, bancarios y corporativos denominados en dinero fiduciario), el régimen de dinero fiduciario puede funcionar bastante bien, pues entonces la gente aumenta su demanda de dinero fiduciario al aumentar su oferta.
Como consecuencia, el aumento en las existencias de dinero no se muestra en un cambio en los precios generales de bienes y servicios (mientras pasa inadvertido que los precios habrían bajado si no hubiera habido expansión del dinero inflacionista).
Sin embargo, si la demanda de la gente de dinero fiduciario disminuye en relación con la oferta de dinero fiduciario, el sistema entra en problemas, pues entonces la oferta de dinero fiduciario se mostrará en un aumento en los precios, ya sean precios de consumo o de activos.
Aumentar precios, a su vez, especialmente cuando se trata de aumentos acelerados de precios, pone a la vista la hasta entonces bastante sutil redistribución de renta y riqueza del dinero fiduciario. Una vez la gente empieza a darse cuenta de que el dinero fiduciario es inflacionista, empieza a decaer la demanda de dicho dinero fiduciario.
Si la gente espera aumentos cada vez mayores en la oferta de dinero fiduciario en el futuro (sin límite, por así decirlo), la demanda de dinero fiduciario cae (drásticamente) o incluso se desploma completamente. Esto es lo que dispara un crack del auge, como lo llamaba Mises.[5]
La gente intercambia desesperadamente dinero fiduciario por cualquier otro objeto vendible, impulsando al alza los precios en dinero de bienes y servicios, poniendo así en marcha una espiral descendente, llevando a pérdidas cada vez mayores del poder adquisitivo del dinero fiduciario.
En ese escenario tan extremo, el dinero fiduciario puede acabar en realidad completamente destrozado. Eso es lo que ocurrió en la hiperinflación alemana de 1923, cuando el gobierno emitía cantidades cada vez más grandes de dinero y la gente acabó no aceptando más el Reichsmark como dinero.
Por tanto, para mantener en marcha el régimen de dinero fiduciario, la gente debe mantener su confianza en el valor del dinero fiduciario. Esto, a su vez, explica el papel crítico de los creadores de opinión patrocinados por el gobierno en mantener en marcha el régimen de dinero fiduciario.
Especialmente en el campo de la economía monetaria, los economistas patrocinados por el gobierno se toman mucho esfuerzo en convencer a la gente de las ventajas del régimen de dinero fiduciario, pintándolo (a este y por tanto a la banca centralizada y la banca de reserva fraccionaria) de la forma más atractiva posible.
Es más, la se debe hacer pensar a la gente que se beneficia del dinero fiduciario, de que realmente no hay alternativa a un régimen de dinero fiduciario patrocinado por el gobierno y de que abandonar el dinero fiduciario y reemplazarlo con dinero material sería económicamente desastroso.
Hay un factor adicional y no menos importante que actúa hacia el mantenimiento del régimen de dinero fiduciario. Es lo que podría calificarse correctamente como corrupción colectiva:[6] antes o después un número cada vez mayor de gente desarrollará intereses vitales en mantener en marcha el régimen de dinero fiduciario.
Esto pasa porque un régimen de dinero fiduciario permite al gobierno expandirse fuertemente, corrompiendo así a un número cada vez mayor de gente: la gente busca trabajos (supuestamente prestigiosos), desembolsos generosos y oportunidades de negocio ofrecidos por el gobierno. La gente cada vez hace más equipo con el gobierno, haciendo su carrera personal y éxito en los negocios dependiente de un aparato del gobierno en expansión. Y mucha gente incluso empieza a invertir los ahorros de toda su vida en bonos públicos “seguros” con denominación fiduciaria.
Como consecuencia, antes o después un impago del gobierno se convierte en imposible. En tiempos de crisis, la impresión de cantidades cada vez mayores de dinero para apuntalar las finanzas públicas (y las finanzas de los beneficiados por el gobierno) se considerará como la política del mal menor.
Para el gran número de aquellos que se han convertido en dependientes del aparato del gobierno, imprimir dinero para financiar los cofres vacíos del gobierno se verá como preferible a dejar que vayan a la quiebra los agobiados sectores público y bancario.
La estructura de incentivos provocada por el dinero fiduciario trabaja por tanto empujando al sistema más allá de sus límites. En otras palabras, el dinero fiduciario pasará primero por una alta inflación (incluso hiperinflación) antes de que se desarrolle una depresión.
Sin embargo, un régimen de dinero fiduciario no puede sostenerse eternamente, porque erosiona (mediante un intervencionismo público cada vez mayor) el mismo pilar sobre el que descansa el sistema de libre mercado: la propiedad privada.
Mises lo explicaba así:
Sería un error asumir que la organización moderna de intercambio está obligada a seguir existiendo. Lleva con ella el germen de su propia destrucción; la evolución del medio fiduciario debe llevar necesariamente a su quiebra.[7]
La erosión del libre mercado, su vez, conlleva un declive de la capacidad de producción de la economía, aumentando por tanto el incentivo para hacer funcionar la imprenta.
Sin embargo, como han demostrado los economistas austriacos, no se puede escapar de las consecuencias económicas desastrosas causadas por el dinero fiduciario; la alta inflación, o la hiperinflación, no funcionará. De hecho, haría la consiguiente depresión aún peor.
Cuanto antes se detenga el auge del dinero fiduciario, menores serán los costes de la consiguiente depresión, un razonamiento ya expresado por el filósofo prusiano Immanuel Kant (1724–1804), que señalaba en sus Prolegómenos (1783): “Nunca es tarde para ser sabio; pero si el cambio llega tarde, siempre hay más dificultad en empezar una reforma”.[8]
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